lunes, 13 de abril de 2015

Déjà vu

Por Juan Carlos Santillán.

Desnudo al filo de la cornisa, observo más allá de la mórbida palidez de mi prominente abdomen velludo el grisáceo paisaje de la ciudad que tanto detesto, poblada por esos monstruosos seres que han hecho mi vida imposible. Me quito las gafas, las arrojo a esa vorágine borrosa que se agita a mis pies. Cierro los ojos doloridos y me lanzo al vacío.
 El tumultuoso bullicio desaparece de mi mente, no oigo ya nada. Sólo siento la impetuosa fuerza del aire que resiste mi caída y esa insoportable opresión en la boca del estómago, tan parecida a mi hambre eterna. No ha transcurrido nada más que un instante de oscuridad. Apenas lo suficiente para el pensamiento más simple.
Cómo desearía volver a empezar.
Abro los ojos y miro el techo, los brazos cruzados bajo la cabeza. Es el momento más feliz de mi vida, todo empieza aquí. Entraré a la universidad, estudiaré duro, tendré un buen trabajo, un auto deportivo, un departamento bien amoblado, una chica hermosa.
Pero no es así. Soy sólo un estúpido gordo calvo cuatro ojos fracasado. Me lo dijo ella, la mujer de mis sueños, cuando me declaré. Apartó asqueada su delicada manita manicurada de entre mis torpes manos sudorosas y me insultó delante de todos. Se burló de mí. No la culpo, en realidad. Ninguna mujer ha querido estar conmigo nunca; sólo he conocido el amor pagado. Y aun así, muchas veces me rechazaron. Porque soy sólo un estúpido gordo calvo cuatro ojos fracasado. Mi trabajo es un asco, mi jefe no me respeta, mis compañeros se burlan. Siempre fue así, desde el colegio. Desde la casa. Mis padres y mis hermanos fueron los primeros que me pusieron sobrenombres. Gordito. Gordo. Estúpido gordo calvo cuatro ojos fracasado.
Por eso éste es el mejor recuerdo de mi vida. Mi primer momento solo, en una ciudad desconocida, libre, recién terminada la tortura del colegio, con toda la vida por delante, tirado en la cama boca arriba, mirando el techo, la habitación en penumbra, disfrutando de mi primer instante de paz. El único.
Pero es sólo un recuerdo, el último en mi vertiginosa caída. ¿O no? ¿Es que ya estoy muerto? ¿Es así? ¿Y el golpe, el impacto? ¿El dolor? ¿No hay dolor?
No estoy cayendo. No hay aire, ni opresión. No hay caída. Mis ojos están bien abiertos. No está debajo de mí el asfalto aproximándose a toda velocidad hacia mis ojos espantados. Sigue estando el blanco yeso del techo, quieto allá arriba. Y el "Aleluya" de Haendel retumbando en mis oídos.
—¡Baja el volumen, carajo!
Es el chico del costado. Tengo el radio a todo volumen. Me reclama que lo baje. Me incorporo a medias para contestar:
—¡Calla, mierda!
Me pongo de pie de un salto. ¡Yo no dije eso!
Es decir, lo acabo de decir, lo sé. Pero no lo dije entonces, cuando ocurrió todo aquello. Entonces no lo dije.
¡Esto no es un recuerdo!
Pego la oreja a la puerta. Parece ser que el muchacho se ha ido, puedo estar tranquilo.
¿Tranquilo? ¡Estoy eufórico!
Camino de un lado a otro por la habitación, dando vueltas como un poseído. Tal vez lo estoy. ¡Estoy aquí de nuevo, lo estoy viviendo otra vez! ¡Puedo volver a empezar de cero y hacerlo todo bien! ¿Cómo ocurrió, qué pasó, qué hice?
Me detengo frente al espejo y me miro sorprendido a los ojos, interrogándome. ¿Qué hice? ¡Lo deseé, eso hice!
Cómo desearía volver a empezar.
¡Y aquí estoy, empezando de nuevo! ¡Es perfecto, maravilloso, increíble! ¡Dios, estoy llorando de emoción!
Me contemplo bien en el espejo. Es un espejo de cuerpo entero sin marco, con un fragmento faltante en la parte superior, apoyado contra la pared en un ángulo que me permite apreciar mi figura en su totalidad. Mi sonrisa se reduce en gran medida. Sigo siendo gordo, debo bajar de peso. Dieta, ejercicio... Ojalá fuese más fácil, más rápido.
Ojalá fuese delgado.
¡Ocurrió! ¡Ahí está! ¡Soy delgado en el espejo! ¡Mierda! Miro mi cuerpo, lo palpo, lo estrujo, tan delgado es! La ropa me queda tan floja que ondea alrededor. Me despojo de ella velozmente, hasta quedar desnudo. ¡Dios!
—¡Mierda!
Estallo en carcajadas. ¡Soy delgado! ¡Soy increíblemente delgado! ¡Soy delgado, delgado, delgadísimo! Me miro, me toco, me admiro. Soy muy delgado.
Algo de músculo.
¡Ahí está, lo sabía! Sólo lo pensé, lo deseé. Y ahí está. El cuerpo perfecto. Bueno, casi.
Menos pelo aquí, más pelo acá, con rizos, sin acné, fuera gafas, orejas más pequeñas, nariz más recta, menos mentón, más pectorales, abdomen más marcado. Y eso... ¡mucho más grande!
—¡Mierda, mierda, mierda... !
Estallo nuevamente en carcajadas. ¡Es increíble!
—¡Mieeerdaaa!
 Mierda, estoy gritando. El chico se va a quejar de nuevo.
¿Y qué si se queja? Más músculos, más fuerte, más alto. Más.
Me dirijo al equipo de sonido. Pongo las Valquirias de Wagner a todo volumen. Las paredes parecen estremecerse.
—¡Mierda, qué carajo pasa ahí!
No demoró nada. Ya está ahí, aporreando la puerta. Ese tipo me torturó todo el tiempo que viví en este cuarto. Pero eso nunca ocurrió, no va a ocurrir. Ahora es diferente. Aprieto los puños y sonrío al espejo. Voy a abrir la puerta.
Ahora es diferente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario