Por Robe Ferrer.
Y la dejé allí sola, llorando en aquel
cementerio en el que mi cuerpo descansaba.
Me dolía mucho hacer aquello, y sabía
que a ella le dolía más aún, pero no tenía alternativa. Mi espíritu se había
debilitado demasiado después de aquel encuentro. Si hubiera apurado un poco más
el tiempo, habría pasado del plano metafísico al plano inmaterial y ya no
podría ponerme en contacto con mi amada.
Desde que abandoné el mundo de los
vivos veinte años atrás, todas las semanas me ponía en contacto con la que fue
mi mujer durante cuarenta y ocho años y mi novia durante tres. Aquello nos
hacía sentir bien a los dos y no hacía daño a nadie.
La veía y la sentía tan joven como
cuando nos conocimos y ahora contaba ya con ochenta y siete años.
Durante todo aquel tiempo habíamos
criado a cuatro hijos, trece nietos, y ella, seis biznietos y una preciosa
tataranieta que había nacido unos días atrás. Pude ver a aquella princesita a
través de su mente en aquel último encuentro.
Realmente aquel no había sido el motivo
del encuentro, lo que quería que supiera era que, aunque llevaba dos décadas
esperándola, apenas me quedaban unos días en aquel plano en el cual podía
comunicarme con ella. Sin embargo, no tuve el valor de decírselo.
Por suerte, nuestros encuentros se
volverían eternos, porque su llegada a este mundo estaba prevista para las
próximas horas. Evidentemente, aquello tampoco se lo dije.
Junio 2014
Qué bonito relato, un amor que trasciende a la vida en sentido convecional y mantiene a la pareja unida. No me importaría que el día de mañana yo pudiera disfrutar de algo parecido... Me ha gustado mucho :)
ResponderEliminarUn saludo!!
Es bonita la idea de esos amores que ni siquiera la muerte puede hacer desaparecer, que siguen ahí cuidando de los suyos hasta que se convierten, como en el caso de tu relato, en eternos al reunirse de nuevo.
ResponderEliminarMe ha gustado ese sentimiento que había en ese "fantasma".
Saludos