Por Carmen Gutiérrez.
—Tranquila, vengo a ayudarte —le dije cuando me distinguió en la penumbra.
—Tranquila, vengo a ayudarte —le dije cuando me distinguió en la penumbra.
Abrió más
los ojos y trató de moverse. Me acerqué a su cama. Su habitación era casi una
copia de la mía. Ropa tirada en el suelo, libros en el tocador, un aparato de
música en una repisa, el teléfono celular en la almohada y un montón de objetos
personales desperdigados en la mesa de noche. Había observado esa recamara a
través de un telescopio en el edificio de enfrente y nunca me percaté de esas
pequeñas similitudes. Quizá porque la mente esta entrenada para encontrar
diferencias. El tono rosa pastel de las paredes había sido como una bofetada,
los posters de películas románticas me hicieron dudar. Pero después de mucho
observarla me di cuenta de que mis paredes blancas y mis cuadros de acuarela
estaban dispuestos casi de idéntica forma a los suyos, lo que me llevó al
siguiente paso: Intrusión.
Busqué la silla que había visto y la coloqué al lado
de la cama dejándome caer en ella. Luisa me miraba espantada pero no se movía.
No podía.
—Te juro que sólo quiero ayudar —aseguré—, y dentro de poco sabrás a qué he venido.
De mi
mochila saqué una linterna y el folio con copias de un libro, cuyo original se
perdió hace muchos años y del cual solo quedaban esas fotocopias de fotocopias
de fotocopias. Me senté en la posición de flor de loto, tal y como se lo había
visto hacer durante las noches en que estuve espiándola.
—Todo esto es culpa de Alberto Camus —le dije mostrando la portada de las copias—, pero antes de decirte por qué, debemos establecer
comunicación. Sé que no puedes moverte, así que parpadea dos veces seguidas
para decir sí, y una para no. Si quieres más información trata de
hacer bizcos, voy a apuntarte con la linterna para verte, porque si prendo la
luz te dolerá la cabeza. ¿Entendiste?
Doble
parpadeo.
—Perfecto. Lo que te pasa es que sufres de Parálisis del sueño, pero esto
ya lo sabías. Me di cuenta por la cantidad de pastillas que tomas, las clases
de yoga y la música clásica que escuchas. Sí, te he estado vigilando pero ya te digo que es por culpa de Alberto Camus.
Bizcos.
—A eso voy. No es por el hecho de que hayas leído “El Extranjero”, lo vi
en tu mesa cuando entré. Aunque estarás de acuerdo conmigo en que si el
protagonista hubiera ido a terapia le habrían diagnosticado una sicopatía de
las buenas. Deja de hacer bizcos, ya llego al punto. El caso es que Alberto
Camus falleció en un accidente de auto en mil novecientos sesenta y, en mil
novecientos sesenta y uno, su editorial publicó con su nombre un ensayo llamado
“La Pesadilla”. La versión oficial dice que el manuscrito se encontró entre las
cosas personales del autor y la editorial decidió hacer la publicación a modo
de homenaje póstumo. ¿Te suena?
Un
parpadeo.
—Me lo imaginé. En mil novecientos sesenta y dos, la Universidad de
Navarra publicó parte de este ensayo en la revista de neurología universitaria
y se propagó por el mundo como un hecho. En mil novecientos sesenta y cuatro,
la Universidad de Oxford desacreditó el ensayo basándose en pruebas meramente
científicas y con datos “comprobables”. Los detractores de Camus entre ellos un
patán de nombre Sartré se mofaron del pobre escritor fallecido y de paso
ridiculizaron a la comunidad médica por tomarse a pecho los desvaríos de un
pobre idiota. Pero eso no es por lo que
estoy aquí, no soy una gran fan de ese escritor ni voy a matarte en su nombre.
Bizcos.
—Escucha esto —abrí el folio en la primera página marcada con una
notita amarilla y leí—, “El paciente
que sufre de la parálisis de sueño es bombardeado por corrientes eléctricas
cerebrales durante el descanso, esto debido a que el cerebro de dichos
pacientes está en constante evolución, en un proceso idéntico al que sufre el
recién nacido al comenzar a desarrollar las habilidades que le permiten
convertirse en un ser independiente. El cerebro de los pacientes con PdS no
deja de evolucionar, por lo mismo es frecuente encontrar que los afectados se
dediquen al arte o tengan habilidades especiales para el proceso creativo.”
¿Te dijo eso tu médico?
Parpadeo.
—Camus dice, entre otras cosas, que “la
PsD otorga o incrementa habilidades inútiles, en su mayoría artísticas, a
partir de la primera manifestación, llegando a la perfección en etapas
avanzadas del trastorno.” En mi caso no duermo una mierda, pero pinto mejor
de Miguel Ángel —solté una risita.
Bizcos.
—Lo sé, lo sé —dije tratando de calmarla—. Te he escuchado cantar. Lloré el otro día cuando cantabas
el Ángelus, lloré porque tienes la voz más hermosa que he escuchado, lloré
porque supe que eras la indicada, lloré por lo que hemos sufrido y por lo que
aún te falta sufrir. Pero deja que te lea esta parte: “El trastorno se puede clasificar en las siguientes etapas:
1.-
Parálisis transitoria: el paciente no puede moverse a pesar de estar consciente
pero recupera el control al cabo de unos minutos.
2.-
Parálisis de miedo: el paciente ve y escucha a seres de sombras que le acosan e
incluso llegan a hacerle daño. Estos seres se alimentan del terror del paciente
y cuando aparecen, el paciente puede tardar hasta una hora en recuperar el
control de su cuerpo.
3.-
Parálisis etérea: el paciente busca como defenderse y provoca un
desdoblamiento, en el cual puede verse a sí mismo y lo que pasa en la
habitación desde ángulos externos. Algunos pueden incluso salir de su casa
dejando el cuerpo detrás. Hay casos en los que se registran horas perdidas en
este trance.
4.-
Parálisis contagiosa: Un paciente en el nivel cuatro de la enfermedad, puede
llegar a contagiar a otros son el simple hecho de contar a alguien más su
sufrimiento. No todas las personas se contagian, pero está registrado que las
personas creativas son más susceptibles a adquirir este trastorno.
5.-
Parálisis dimensional: En este punto el paciente pierde toda facultad de
movimiento de su cuerpo y puede morir de inanición. Su mente, sin embargo,
llega a perderse entre las dimensiones y su comprensión de la existencia llega
a ser tan amplia que su cuerpo no puede acatar esa grandeza y evita que el
paciente recupere su cualidad corpórea.” ¿Entiendes?
Doble
parpadeo.
—Por lo que he podido observar, estás pasando a la etapa dos. A veces los
ves y a veces no, ¿cierto?
Doble parpadeo.
—Va a llegar el momento en que los veas cada noche, Luisa. No debes tener
miedo. Ellos seguirán viniendo siempre que te noten espantada. Entre más terror
sientas, más fuertes de hacen y te harán pasar a la etapa tres. Ojalá hubiera
yo tenido a alguien que me dijera esas cosas. Pero yo lo descubrí muy tarde.
Bizcos.
—¿Ves estas cicatrices? —me apunté a la cara con la linterna—. A mi padre se le ocurrió quedarse dormido con un
cigarro encendido. Él murió en su cama, calcinado. Mi hermana salió a pedir
ayuda cuando las llamas alcanzaron el pasillo, pero yo… no podía moverme.
Estaba en la etapa tres y había decidido que quedarme en la habitación viéndome
dormir era muy aburrido, así que dejé que mi espíritu vagara un poco por el
tejado, es una sensación liberadora dejar que las cosas fluyan a través de ti,
puesto que tu cuerpo está en la cama pero al mismo tiempo puedes moverte por
donde quieras… El ardor me hizo regresar a mi recamara. Las llamas me rodeaban
y mi pijama estaba encendiéndose. Pero no podía entrar en mi cuerpo a pesar del
dolor. Me vi a mi misma viéndome aterrada, mi mirada de angustia, mi grito
silencioso pero no podía recuperar el movimiento y huir. Un vecino me sacó en
brazos pero mi cuerpo ya estaba muy quemado.
Bizcos.
—Soy etapa cuatro ahora. Alguien
me habló del libro, así como lo estoy haciendo contigo, hace casi un año. Ese alguien me siguió durante meses, se
metió en mi cuarto y me ayudó como ahora trató de hacerlo contigo. Pero ya era
muy tardé. Había estado enamorada de un compañero de mi clase de pintura.
Tuvimos sexo algunas veces y una noche le conté de mi trastorno. ¿Entiendes?
Doble
parpadeo.
—Comenzó a sufrir de lo mismo. Me repudió, dejó de ir a clase y a los
pocos meses terminó suicidándose. Cuando ese alguien se coló en mi habitación para darme “La Pesadilla” hacía un
mes que Pedro había fallecido.
Doble
parpadeo.
—Gracias. Ahora regreso a Camus, ya que aún no puedes moverte. El libro
tiene la cura.
Bizcos.
—Así es. El capítulo final describe paso a paso el modo de curarse. Pero
ya lo leerás, te dejaré mi copia. El alguien
que entró en mi habitación no se había curado y no sé qué pasó con él. Solo me
dejó las copias y me explicó algunas cosas. Escucha esto —abrí el folio en la siguiente notita amarilla y leí—, “No digas nada
o contagiarás a alguien. Busca a tu igual fuera de la zona donde vives. Cuando
viajes, abre bien los ojos, busca a los que son como nosotros y escoge a alguno
para que le des la copia del libro y el remedio y olvídate de esa persona.
Nunca se lo des a alguien que viva cerca de ti.” Esto lo escribió alguien al margen de la página 50. Es un
resumen del punto que se trata en esa hoja. Lo que me hizo llegar a la
conclusión de que la editorial equivocó por completo al publicar el manuscrito
a nombre de Albert Camus, creo que el autor sufría de PdS alguna persona le
hizo llegar este manuscrito y por eso lo tenía. ¿No crees?
Doble
parpadeo.
—En fin. Te encontré porque vine de vacaciones a Guadalajara y te escuché
cantar en el templo del Refugio. Te investigué y comencé a seguirte; no sólo te
delató la voz, amiga mía. Los que somos PdS caminamos entre los normales con el
signo de Caín. El cabello sin arreglar, el caminar cansado, la mirada hundida y
los labios apretados nos delatan. He ayudado a dos personas antes de ti y he
seguido las reglas. Pero contigo, Luisa, he tenido la suerte del mundo. Eres mi
igual.
Bizcos.
—Bueno, yo también me llamo Luisa, tu habitación es casi una copia de la
mía. Soy huérfana, como tú, he vivido en la misma ciudad toda mi vida, mi
hermana también trabaja para el gobierno y sobre todo… —me acerqué la luz a los ojos— también tengo heterocromía. Mi ojo derecho es color
gris y el izquierdo café. Como los tuyos.
Doble
parpadeo.
—Es curioso ¿verdad? Bueno, cuando leas el libro entenderás muchas cosas
y quizá puedas perdonarme este gesto tan rudo. No me volverás a ver y no podrás
encontrarme. Tienes que buscar a tu igual
para poder curarte, pero no soy yo. Lo sabrás cuando lo encuentres.
Bizcos.
—No,
amiga, no estoy segura de que la cura sea definitiva y no me comunicaré para
decirte si funciona o no. No llores. No hay nada que agradecer. Si lo logras y
funciona debes pasar la voz, debes ayudar a otros. Ya me voy, veo que estas por
recuperar el movimiento y debo desaparecer, pero antes me disculpo de nuevo por
entrar así y me disculpo de antemano por esto —saqué unas tenazas de mi mochila, y antes de que
pudiera reaccionar le corté el dedo meñique, lo metí en una bolsita de plástico
y lo guardé junto con las tenazas.
Me miró
sorprendida y un grito de dolor se atoró en su garganta. Eché un vistazo rápido
alrededor para no dejar evidencia, me pare en el quicio de la ventana y me
volví.
—Eres cantante, no necesitas este dedo. —dije a modo de
despedida y me fui.
De eso hace ya más de dos años. No me arrepiento y no
puedo decir lo que hice con su meñique… Sólo puedo decir, que la cura funciona.
*Alberto
Camus no tiene ningún libro publicado llamado “La pesadilla”, este fue
inventado por el autor para darle cierto toque de realidad al relato y pide de
antemano disculpas por usar el nombre de un autor reconocido para este pequeño
ejercicio. (Nota del autor)
Consigna: Sufre de "parálisis del sueño" y lo que va a narrar es una de las tantas experiencias que tuvo.
Consigna: Sufre de "parálisis del sueño" y lo que va a narrar es una de las tantas experiencias que tuvo.
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