martes, 21 de junio de 2016

Transcripción del video número once

Por Luis Seijas.

        “Mi nombre es Arturo Díaz vivía en la capital en un condominio con todas las comodidades. Pero eso era hace tres meses, hoy vivo arrimado con mi mujer en casa de su mamá y vengo aquí porque prácticamente ella me obligó. Me dijo que había escuchado de usted en la iglesia y cree que podría ayudarme.
Al principio me rehusé, no creía en los brujos (eso era lo que yo pensaba que era usted cuando mi suegra me comentó y me insistió en que viniera a verlo). Pero ya ve, ese poder de convencimiento de ella es insuperable.
Yo sé que lo que escucha son sueños, como lo dice el cartel, pero quiero contarle lo que me sucedió antes de empezar a vivir el sueño que vine a narrarle. No me diga nada por favor, haga lo que dice el cartel y escúcheme, porque sospecho que una cosa es consecuencia de la otra. Quizás luego podrá decirme lo que debo hacer.
En fin, sigo con mi presentación: tengo 46 años, soy abogado en materia civil, especialista en desalojos arbitrarios.
Mi sueño desde pequeño era ser abogado, lo cumplí hace apenas dos años porque mis padres no estaban de acuerdo. Ellos querían que fuese médico, a sabiendas que no puedo ver ni una gota de sangre porque me desmayo. Ese motivo que les daba para no estudiar lo que ellos querían les parecía inverosímil, sus razones giraban en torno a que lo mismo le pasaba a Ricardito —el hijo mayor de los González— y se le había quitado al segundo año de la carrera. A fin de cuentas y a regañadientes me apoyaron, aunque a veces creo que en el fondo mis padres se contentarían si nunca llegara a sobresalir. Ultimadamente cuando hablo con ellos sobre mi situación actual, siento que tienen un “te lo dije” casi saliendo sus bocas.      
Llevo seis años de casado. No tengo hijos y para como van las cosas no creo que tenga. Mi mujer ha tenido la paciencia de un monje budista en estos últimos seis meses. Nos queremos, pero en el fondo sé que la paciencia tiene un límite…

Todo comenzó hace seis meses, cuando defendí en un juicio a Don Pascual, un italiano que conozco desde niño y que lo querían desalojar de la casa en donde vivía alquilado desde hacía más de cuarenta años ¡Imagínate tu, toda una vida!
Ese día me desperté a las cuatro de la mañana, fui a la cocina para servirme un vaso de agua fría y ¿Cuál es mi sorpresa? que la jarra estaba vacía, maldije mi suerte y bebí directo del grifo (nunca me ha gustado el sabor del agua a temperatura ambiente), me dirigí a la ventana y aspiré el olor a madrugada que entraba.
Empecé a revisar mis notas para el juicio. Era mi primer juicio importante, mi oportunidad de salir del anonimato porque el abogado que demandaba a don Pascual, pertenecía a la élite del Derecho en ese lado de la ciudad y ganarle sería el trampolín que necesitaba para, poder formar parte de algún bufete de abogados de renombre y demostrarles a mis padres que estaban equivocados.
Tenía todas las pruebas documentales, las preguntas y repreguntas que le haría a los testigos que pasarían al estrado, todas las posibles vías de hecho y Derecho que mi contrincante pudiese usar en nuestra contra y las que nos servirían para defendernos.  Era bien sabido que él usaba hasta la más mínima oportunidad para destruir argumentos y tirar por el suelo las pruebas mas duras que uno pudiese presentar en el juicio.
Decidí recrear un mini Juzgado en la sala de estar de mi casa. Calculé mentalmente la distancia entre la tribuna del Juez, la silla del Secretario, el estrado donde los testigos serían interrogados y donde estaríamos ambas partes en el juicio, coloqué las sillas del comedor en cada uno de esos lugares. Luego de dos horas de práctica, me bañé y salí al Palacio de Justicia.
Llegué a las ocho y treinta, media hora antes de la hora fijada para el juicio, y llamé a don Pascual para saber por dónde venía; quería repasar algunos detalles antes de entrar y terminar de cubrir todos los flancos. Estaba seguro de ganar el juicio y con eso, al menos, le aseguraría cinco años mas de prórroga para que Pascual pudiese buscar otro sitio donde vivir. No logré comunicarme ni a su celular ni a su casa, cosa que no me alarmó al momento, porque imaginé que ya había salido para el Juzgado y cuando andaba en la calle no contestaba el teléfono móvil. Diez minutos antes de dar comienzo, volví a llamarlo y seguía sin poder comunicarme; en ese momento los nervios empezaron a hacer mella en mí.
El murmullo de todas las personas que iban y venían en los pasillos del Palacio de Justicia se podía escuchar desde afuera y me daba a entender que ya el edificio se estaba despertando y pronto tendría que entrar a la sala de juicio para dar la cara.
Volví a llamar y nada que podía ubicarlo.
Llegó el momento e hice acto de presencia con mi frente en alto y solicité al Juez que me concediera un lapso de una hora para lograr comunicarme con mi defendido y dar comiendo al procedimiento. Me concedió la prórroga y salí a llamarlo de nuevo, ahora con el corazón casi saliéndome por la boca, mi celular bailaba en mi mano cuando marcaba cada dígito. Y no tenía respuesta. Vi mi reloj y marcaba las nueve y veinte.
Fueron minutos interminables y faltando cinco minutos para que se cumpliera el plazo que me otorgaron; recibí una llamada de Giuseppe, el hijo de pascual, y me informó que su papá se había ido a Italia  y que me dejaba las llaves de la casa para que las entregara a sus dueños ¡Te podrás imaginar mi cara cuando oí eso! Quise poder meter mi mano por el celular y ahorcarlo….
Hice acopio de todas mis fuerzas y entré a la sala de juicio e informé el giro que había sucedido. Ya no habría juicio. No había nada que pelear.
Informé también que haría la entrega de las llaves al día siguiente previa firma del escrito de transacción que haría ese mismo día y entregaría al hacer entregar las llaves del inmueble.
Mi contraparte me vio sorprendido, se acercó, me palmeó la espalda y entre risas me deseó suerte para la próxima vez.
Al llegar a casa me tumbé en la cama y lloré. Sí, lloré como un niño, no me avergüenza admitirlo sin importar que esté esa cámara grabando. Estuve allí hasta que anocheció.
Desde ese día nadie me llama para nada y como consecuencia los ahorros que teníamos han ido mermando poco a poco.
Empecé a sufrir de insomnio un mes después, he probado desde meditación hasta remedios caseros que  hace mi mujer: que si té de lechuga, leche caliente con miel, etc. Probé con escuchar música clásica pero nada ha dado resultado.
Escucho que dicen mi nombre al menos cuatro veces al día.
Tengo esta calvicie prematura en la coronilla que me hace parecer un judío y que me pica a rabiar. He ido a varios dermatólogos y me dicen que es por stress.   
Logro dormir un par de horas y cuando lo hago me despierto temblando y llorando en una mezcla de miedo e impotencia
Hablando de sueño, lo que vine a contarle
Resulta que voy caminando descalzo por la playa. Es una playa a la que nunca he ido. Camino por una vereda entre la arena y el comienzo de una extensión de grama, con mi esposa a mi lado derecho y una vieja que no conozco a la izquierda,
Luego de un rato escuchamos unos tambores y la vieja nos guía hasta ese lugar.
El retumbar de los tambores sale de una aldea de esas que se ven como en las tiras cómicas: con chozas de techos puntiagudos hechos de paja seca; en el medio de ellas se aprecia el resplandor de una fogata y unas sombras danzantes dan vueltas hacia adelante y hacia atrás.
Mi esposa me aprieta la mano y cuando volteo está llorando. Le pregunto el porqué y no me contesta.
Empieza a dolerme la cabeza a medida que nos acercamos a la hoguera y siento una mano bajando por mi espalda, volteo a ver a mi esposa y noto que sus manos están en su lugar. La mano sigue bajando y me aprieta una nalga. Me sorprendo  porque tengo una erección.
No quiero voltear, el solo hecho de saber que quizás sea la mano de la vieja de mi izquierda me produce un vacío en el estómago. A pesar de eso noto que aun la tengo dura y un cosquilleo va naciendo en la base de mis testículos. Mi esposa me suelta la mano y se aleja, trato de decirle que regrese pero no puedo hablar.
Cuando llego al centro de la aldea noto que estoy solo y desnudo. Siento que me llevan a rastras hasta una especie de altar donde me acuestan y una figura vestida con una túnica blanca con capucha puntiaguda, igual que las chozas, empieza a azotarme con unas ramas y a escupirme un líquido espeso. Trato de liberarme y de gritar pero no lo consigo, estoy más mudo que Bernardo el sirviente del Zorro.
En algún momento salta sobre mí la vieja y se coloca encima de mi miembro duro aún. Siento como entro en ella o más bien me jala desde adentro. La vieja empieza a contornearse y a arañarme el pecho. Cuando logro verle la cara una sonrisa carente de dientes me da la bienvenida a una especie de iniciación, creo, también aparece mientras que mi contraparte en el juicio de don Pascual me dice “Suerte para la próxima colega”.
Cada noche se repite el sueño. Y despierto cansado y temblando.
Estuve averiguando en Google y al parecer tengo los síntomas propios de las personas a quien le han echado una brujería. Pero vaya a saber usted quién podría haberlo hecho o cómo me deshago de ella para seguir mi vida normal como la tenia. Todo está confuso y hay mucha información y muchos charlatanes.
 Me siento mucho mejor en haberle contado todo esto a usted, quizás mi suegra tenga razón y lo que necesitaba era hablar con alguien más. Nunca lo había hecho, no quería que me tildaran de loco y pagar un psicólogo o terapeuta está fuera de mi alcance en estos momentos.
No le había dicho a nadie todo lo que pasó con tanto detalle, ni siquiera a mi esposa.

Pensándolo bien creo que vi a la vieja de mis pesadillas en la sala de juicio hace seis meses”.  


Arturo Díaz

Consigna:
 
En la vida real le va mal económicamente, tiembla de noche, le cuesta dormir y le salió una alopecia areata. Tuvo un sueño que le da la certeza de que le hicieron un gualicho. 

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