Por Luis Seijas.
“Mi nombre es Arturo Díaz vivía en la capital en un condominio con todas las comodidades. Pero eso era hace tres meses, hoy vivo arrimado con mi mujer en casa de su mamá y vengo aquí porque prácticamente ella me obligó. Me dijo que había escuchado de usted en la iglesia y cree que podría ayudarme.
“Mi nombre es Arturo Díaz vivía en la capital en un condominio con todas las comodidades. Pero eso era hace tres meses, hoy vivo arrimado con mi mujer en casa de su mamá y vengo aquí porque prácticamente ella me obligó. Me dijo que había escuchado de usted en la iglesia y cree que podría ayudarme.
Al principio me
rehusé, no creía en los brujos (eso era lo que yo pensaba que era usted cuando
mi suegra me comentó y me insistió en que viniera a verlo). Pero ya ve, ese
poder de convencimiento de ella es insuperable.
Yo sé que lo que
escucha son sueños, como lo dice el cartel, pero quiero contarle lo que me
sucedió antes de empezar a vivir el sueño que vine a narrarle. No me diga nada
por favor, haga lo que dice el cartel y escúcheme, porque sospecho que una cosa
es consecuencia de la otra. Quizás luego podrá decirme lo que debo hacer.
En fin, sigo con
mi presentación: tengo 46 años, soy abogado en materia civil, especialista en desalojos
arbitrarios.
Mi sueño desde
pequeño era ser abogado, lo cumplí hace apenas dos años porque mis padres no
estaban de acuerdo. Ellos querían que fuese médico, a sabiendas que no puedo
ver ni una gota de sangre porque me desmayo. Ese motivo que les daba para no
estudiar lo que ellos querían les parecía inverosímil, sus razones giraban en
torno a que lo mismo le pasaba a Ricardito —el hijo mayor de los González— y se
le había quitado al segundo año de la carrera. A fin de cuentas y a
regañadientes me apoyaron, aunque a veces creo que en el fondo mis padres se
contentarían si nunca llegara a sobresalir. Ultimadamente cuando hablo con
ellos sobre mi situación actual, siento que tienen un “te lo dije” casi
saliendo sus bocas.
Llevo seis años
de casado. No tengo hijos y para como van las cosas no creo que tenga. Mi mujer
ha tenido la paciencia de un monje budista en estos últimos seis meses. Nos
queremos, pero en el fondo sé que la paciencia tiene un límite…
Todo comenzó
hace seis meses, cuando defendí en un juicio a Don Pascual, un italiano que
conozco desde niño y que lo querían desalojar de la casa en donde vivía
alquilado desde hacía más de cuarenta años ¡Imagínate tu, toda una vida!
Ese día me
desperté a las cuatro de la mañana, fui a la cocina para servirme un vaso de
agua fría y ¿Cuál es mi sorpresa? que la jarra estaba vacía, maldije mi suerte
y bebí directo del grifo (nunca me ha gustado el sabor del agua a temperatura
ambiente), me dirigí a la ventana y aspiré el olor a madrugada que entraba.
Empecé a revisar
mis notas para el juicio. Era mi primer juicio importante, mi oportunidad de
salir del anonimato porque el abogado que demandaba a don Pascual, pertenecía a
la élite del Derecho en ese lado de la ciudad y ganarle sería el trampolín que
necesitaba para, poder formar parte de algún bufete de abogados de renombre y
demostrarles a mis padres que estaban equivocados.
Tenía todas las
pruebas documentales, las preguntas y repreguntas que le haría a los testigos
que pasarían al estrado, todas las posibles vías de hecho y Derecho que mi
contrincante pudiese usar en nuestra contra y las que nos servirían para
defendernos. Era bien sabido que él usaba
hasta la más mínima oportunidad para destruir argumentos y tirar por el suelo las
pruebas mas duras que uno pudiese presentar en el juicio.
Decidí recrear
un mini Juzgado en la sala de estar de mi casa. Calculé mentalmente la
distancia entre la tribuna del Juez, la silla del Secretario, el estrado donde
los testigos serían interrogados y donde estaríamos ambas partes en el juicio, coloqué
las sillas del comedor en cada uno de esos lugares. Luego de dos horas de
práctica, me bañé y salí al Palacio de Justicia.
Llegué a las
ocho y treinta, media hora antes de la hora fijada para el juicio, y llamé a
don Pascual para saber por dónde venía; quería repasar algunos detalles antes
de entrar y terminar de cubrir todos los flancos. Estaba seguro de ganar el
juicio y con eso, al menos, le aseguraría cinco años mas de prórroga para que
Pascual pudiese buscar otro sitio donde vivir. No logré comunicarme ni a su
celular ni a su casa, cosa que no me alarmó al momento, porque imaginé que ya
había salido para el Juzgado y cuando andaba en la calle no contestaba el
teléfono móvil. Diez minutos antes de dar comienzo, volví a llamarlo y seguía
sin poder comunicarme; en ese momento los nervios empezaron a hacer mella en
mí.
El murmullo de
todas las personas que iban y venían en los pasillos del Palacio de Justicia se
podía escuchar desde afuera y me daba a entender que ya el edificio se estaba
despertando y pronto tendría que entrar a la sala de juicio para dar la cara.
Volví a llamar y
nada que podía ubicarlo.
Llegó el momento
e hice acto de presencia con mi frente en alto y solicité al Juez que me
concediera un lapso de una hora para lograr comunicarme con mi defendido y dar
comiendo al procedimiento. Me concedió la prórroga y salí a llamarlo de nuevo,
ahora con el corazón casi saliéndome por la boca, mi celular bailaba en mi mano
cuando marcaba cada dígito. Y no tenía respuesta. Vi mi reloj y marcaba las
nueve y veinte.
Fueron minutos
interminables y faltando cinco minutos para que se cumpliera el plazo que me
otorgaron; recibí una llamada de Giuseppe, el hijo de pascual, y me informó que
su papá se había ido a Italia y que me
dejaba las llaves de la casa para que las entregara a sus dueños ¡Te podrás
imaginar mi cara cuando oí eso! Quise poder meter mi mano por el celular y
ahorcarlo….
Hice acopio de
todas mis fuerzas y entré a la sala de juicio e informé el giro que había
sucedido. Ya no habría juicio. No había nada que pelear.
Informé también
que haría la entrega de las llaves al día siguiente previa firma del escrito de
transacción que haría ese mismo día y entregaría al hacer entregar las llaves
del inmueble.
Mi contraparte
me vio sorprendido, se acercó, me palmeó la espalda y entre risas me deseó
suerte para la próxima vez.
Al llegar a casa
me tumbé en la cama y lloré. Sí, lloré como un niño, no me avergüenza admitirlo
sin importar que esté esa cámara grabando. Estuve allí hasta que anocheció.
Desde ese día
nadie me llama para nada y como consecuencia los ahorros que teníamos han ido
mermando poco a poco.
Empecé a sufrir
de insomnio un mes después, he probado desde meditación hasta remedios caseros
que hace mi mujer: que si té de lechuga,
leche caliente con miel, etc. Probé con escuchar música clásica pero nada ha
dado resultado.
Escucho que
dicen mi nombre al menos cuatro veces al día.
Tengo esta calvicie
prematura en la coronilla que me hace parecer un judío y que me pica a rabiar. He
ido a varios dermatólogos y me dicen que es por stress.
Logro dormir un
par de horas y cuando lo hago me despierto temblando y llorando en una mezcla
de miedo e impotencia
Hablando de
sueño, lo que vine a contarle
Resulta que voy
caminando descalzo por la playa. Es una playa a la que nunca he ido. Camino por
una vereda entre la arena y el comienzo de una extensión de grama, con mi
esposa a mi lado derecho y una vieja que no conozco a la izquierda,
Luego de un rato
escuchamos unos tambores y la vieja nos guía hasta ese lugar.
El retumbar de
los tambores sale de una aldea de esas que se ven como en las tiras cómicas: con
chozas de techos puntiagudos hechos de paja seca; en el medio de ellas se aprecia
el resplandor de una fogata y unas sombras danzantes dan vueltas hacia adelante
y hacia atrás.
Mi esposa me
aprieta la mano y cuando volteo está llorando. Le pregunto el porqué y no me
contesta.
Empieza a dolerme
la cabeza a medida que nos acercamos a la hoguera y siento una mano bajando por
mi espalda, volteo a ver a mi esposa y noto que sus manos están en su lugar. La
mano sigue bajando y me aprieta una nalga. Me sorprendo porque tengo una erección.
No quiero
voltear, el solo hecho de saber que quizás sea la mano de la vieja de mi
izquierda me produce un vacío en el estómago. A pesar de eso noto que aun la
tengo dura y un cosquilleo va naciendo en la base de mis testículos. Mi esposa
me suelta la mano y se aleja, trato de decirle que regrese pero no puedo
hablar.
Cuando llego al
centro de la aldea noto que estoy solo y desnudo. Siento que me llevan a
rastras hasta una especie de altar donde me acuestan y una figura vestida con
una túnica blanca con capucha puntiaguda, igual que las chozas, empieza a
azotarme con unas ramas y a escupirme un líquido espeso. Trato de liberarme y
de gritar pero no lo consigo, estoy más mudo que Bernardo el sirviente del
Zorro.
En algún momento
salta sobre mí la vieja y se coloca encima de mi miembro duro aún. Siento como
entro en ella o más bien me jala desde adentro. La vieja empieza a contornearse
y a arañarme el pecho. Cuando logro verle la cara una sonrisa carente de
dientes me da la bienvenida a una especie de iniciación, creo, también aparece mientras
que mi contraparte en el juicio de don Pascual me dice “Suerte para la próxima
colega”.
Cada noche se
repite el sueño. Y despierto cansado y temblando.
Estuve
averiguando en Google y al parecer tengo los síntomas propios de las personas a
quien le han echado una brujería. Pero vaya a saber usted quién podría haberlo
hecho o cómo me deshago de ella para seguir mi vida normal como la tenia. Todo
está confuso y hay mucha información y muchos charlatanes.
Me siento mucho mejor en haberle contado todo
esto a usted, quizás mi suegra tenga razón y lo que necesitaba era hablar con
alguien más. Nunca lo había hecho, no quería que me tildaran de loco y pagar un
psicólogo o terapeuta está fuera de mi alcance en estos momentos.
No le había dicho
a nadie todo lo que pasó con tanto detalle, ni siquiera a mi esposa.
Pensándolo bien
creo que vi a la vieja de mis pesadillas en la sala de juicio hace seis meses”.
Consigna: En la vida real le va mal económicamente, tiembla de noche, le cuesta dormir y le salió una alopecia areata. Tuvo un sueño que le da la certeza de que le hicieron un gualicho.
Arturo Díaz
Consigna: En la vida real le va mal económicamente, tiembla de noche, le cuesta dormir y le salió una alopecia areata. Tuvo un sueño que le da la certeza de que le hicieron un gualicho.
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