lunes, 29 de octubre de 2018

Caperucita apocalíptica


Se paró frente al bosque de árboles transgénicos. Un error de cálculo de las empresas que quisieron “salvar” el mundo que ellos mismos habían diezmado. Era un intrincado laberinto de ramas retorcidas y animales extraños. Su capa roja flameante y su capucha carmesí la protegían de la lluvia radiactiva, aunque no del resto de los peligros. De él, sobre todo.
Respiró hondo. No había caminos seguros para llegar a la casa de su anciana abuela. Ella estaba enferma y Caperucita (Cape para los amigos), le llevaba sus medicinas. Una variedad de comprimidos y brebajes que le aliviaban el dolor de un cáncer de pulmón avanzado por tanto fumar. Cape se preguntaba a veces para qué tanto, por qué no terminar de una vez con esa vida postrada y solitaria.
Había luchado mano a mano durante varias horas para conseguir los remedios. En este mundo, la vida era peligrosa y no sólo por los hombres. Todo era una amenaza. Así y todo, había obtenido una buena bolsa, con dosis para varios meses. Quizás no fuera necesario volver por un tiempo. Lo deseaba, en realidad.
Cape miró el cielo. Quedaban pocas horas de luz a pesar de que recién eran las dos de la tarde. El aire viciado y las nubes tóxicas oscurecían la ciudad con rapidez. Y el bosque. Entrar de noche era prácticamente un suicidio.
“¿Qué hace que  no llega?”, se preguntó preocupada. Habían quedado en encontrarse y atravesar juntos el bosque. No por ella. Ya estaba bastante “curtida”, pero el pequeño hombrecito era temeroso y jamás había atravesado el lugar. “¿A dónde vas?”, le había preguntado ella y él, la miró con esos ojos enormes que caracterizan a los hobbits y solo hizo una sonrisa. “Bueno, a las dos yo cruzo. No te demores”. Cape era ruda cuando se necesitaba. Las corridas del lobo y la indecisión del leñador la habían modificado y ahora era una guerrera experta en bosques encantados o transformados genéticamente.
Dio un paso porque ya no podía esperar más y escuchó unos pies apurados detrás de ella. “Ya era hora”, le dijo a Frodo con sequedad y sin detenerse. A propósito dio trancos largos, solo para hacerle notar que ella estaba al mando. “¿Qué asuntos tenés en el boque?”; le preguntó ella mientras que observaba atentamente el entorno. En cualquier momento podía aparecer algo. En el mejor de los casos, alguien con ganas de robar.
Agitado Frodo respondió que del otro lado del bosque lo esperaba un amigo. Que seguirían camino hacia la ciudad “destruida”. Cape se detuvo en seco y observó al pequeño ser. “Si tan solo fuese más alto”, pensó y sonrió levemente. Ella era hermosa cuando sonreía, aunque era una rareza. Frodo observó esa pequeña mueca y suspiró. “Vas a ser carne de los ogros”, le dijo ella con dureza.
Caminaron en silencio durante un rato. Cape estaba tensa, incluso su capa estaba alerta si es que eso era posible. Frodo, junto a ella, miraba los enormes y retorcidos árboles y agudizaba su oído. Nada se escuchaba y eso no era bueno. Ya no se veía, más por la frondosidad del bosque que por el cielo encapotado. Cape sacó una linterna y alumbró hacia adelante. “¿Cómo sabés que estamos en el camino correcto?”, preguntó el hobbit con timidez. Ella se encogió de hombros y siguió por uno de los miles de senderos. “Quizás sea intuición”, dijo finalmente aunque la frase quedó ahogada por un ruido que venía de más adelante. “Mi precioso”, se escuchó con total claridad y los caminantes se detuvieron en seco. “¿Quién anda ahí?”, dijo Cape pero Frodo le tironeó de la ropa y le hizo silencio con el dedo. Ella lo miró con desconfianza pero no dijo nada más. Apagó la linterna y agudizó su oído.
El silencio los envolvió como un manto tenebroso y espeso. Pesado. El corazón de Caperucita latía acelerado, llegando hasta sus oídos. Retumbando en los tímpanos.
“Mi precioso”, repitió aquella voz rasposa y diminuta. Caperucita sintió que los pelos de su nuca se erizaban. Era él, no había dudas. ¿Qué harían ahora? Ella dio un paso pero con tal mala suerte que una rama se rompió. Smeagol escuchó y se le hizo agua a la boca. Se colocó el anillo en su dedo y se desvaneció. Enseguida identificó a sus presas y se abalanzó a ellas. Frodo desesperado agarró la mano de Caperucita y la obligó a correr. Los dos emprendieron una frenética carrera, errática, por sus vidas. Caperucita tomó ventaja, sintió que el bosque se acomodaba a su cabeza. Tironeó ahora de la mano de Frodo, y prácticamente lo hizo volar detrás de ella.
Sin embargo, lo perdió enseguida. Un grito desgarrador y un ruido a miembros arrancados de cuajo le dieron la certeza de que ahora estaba sola en ese lugar maligno. Siguió corriendo mientras el vómito llegaba a su boca. No podía vomitar. No era momento. Tragó saliva y continuó con el viaje. En plena carrera, manoteó su daga, la que llevaba en el cinturón. Apretó fuerte el mango del cuchillo mientras las ramas de los árboles le lastimaban la cara. Enseguida se frenó, dio media vuelta y apuñaló al aire circundante.
Aterrada, observó la daga suspendida en el aire y una sangre negra brotando de la criatura herida. Como una brea espumosa. Vomitó lo que había almorzado mientras Smeagol agonzaba. Tomó el anillo, lo miró maravillada. Dudó si ponérselo o no, pero decdió guardarlo en el bolsillo. Por si acaso lo necesitaba alguna vez.
Secó la transpiración de su frente y continuó camino hasta la casa de su abuela. Esa sería la última vez que atravesaría el bosque. No porque el miedo la hubiese invadido. No. Su abuela murió aquella noche y sola, Caperucita la enterró mientras que al amanecer, buscó otro horizonte. Quizás en la ciudad Perdida. Quizás en otro cuento de hadas.

– FIN –

Consigna: Deberás reescribir «Caperucita». La trama debe transcurrir en un futuro postapocalítptico. Y deberás incluir dos protagonistas de la saga «El Señor de los Anillos».


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