domingo, 21 de febrero de 2021

Cruz de navajas

 

—¡Ponme un whisky con hielo! —le gritó una voz desde el fondo.

—Lo siento, pero son las cinco y la barra ya está cerrada —respondió Mario acercándose a aquel hombre.

—Venga, tío, ¿qué te cuesta?

—Me cuesta que yo salgo a las seis y hoy, encima, me toca hacer caja, con lo cual será de día antes de que salga. Y si mi jefe me ve sirviendo una sola copa después de la hora del cierre de la barra me despedirá.

—Me da igual lo que te pase. Quiero que me pongas una puta copa ahora mismo.

—Te repito que la barra está cerrada.

—¿Hay algún problema, Mario? —le preguntó el compañero que hacía las veces de guardia de seguridad y en aquel momento estaba despidiendo a la que gente que iba abandonando el local de copas—. Caballero, le ruego que me acompañe hasta la salida.

—Déjame, imbécil —le recriminó el aludido—. Voy demasiado colocado como para que me corten el rollo así. Me voy a otro sitio.

Cuando el bar 33 se encontraba vacío, Mario comenzó a hacer recuento de la caja. Últimamente las ganancias habían aumentado en los fines de semana y bajado los días de diario. Si él fuera el dueño se plantearía cerrar los lunes, martes y miércoles. Incluso los jueves y los domingos cerrarían antes. La última hora estaba el bar casi vacío y era más el gasto que tenían que las ganancias.

 

A las nueve de la mañana llegó a casa. Allí lo esperaba su mujer, María. Llevaba ya varias horas despierta, ansiosa porque él llegara. Todas las noches las pasaba en un continuo duermevela, angustiada por si a Mario le sucedía alguna desgracia. Por las mañanas, antes de que él regresara ella preparaba café y limpiaba la casa para que el tiempo se le pasara más rápido. Siempre que llegaba desayunaban juntos y en la mayoría de las ocasiones hacían el amor hasta que ella tenía que prepararse para ir al trabajo.

Aquella mañana Mario apenas le dio un ligero beso. Ella le esperaba con una ligera bata semitransparente sin nada por debajo. Se acercó nuevamente a él y volvió a besarlo apasionadamente. Él la separó y se encaminó hacia la cocina.

—Cariño, ahora no. Estoy muy cansado. Hoy ha sido una noche muy dura. Solo quiero comer algo y dormir.

—Muy bien —le espetó molesta. Se quitó la bata y se encerró en el baño. Esperó a que su marido se acostara y salió de su encierro para desayunar. El café ahogaría su ansiedad y la haría más artificial. Cogió la bolsa con el almuerzo y se encaminó hacia los grandes almacenes en los que trabajaba.

Ocho horas de trabajo interrumpidas por una hora para la comida ocupaban la mayor parte de su vida. Las noches sin Mario se hacían demasiado largas. Notaba que su ausencia estaba afectando negativamente a la relación y a su propia personalidad. Cuando regresaba a casa, no había ya nadie esperándola. Mario ya se había ido a trabajar; y así un día tras otro.

Su vida se había convertido en un eterno círculo en el que no podía estar con su pareja. Era como en aquella película en la que habían lanzado una maldición a los dos protagonistas y durante el día la mujer se convierte en halcón y por las noches el hombre lo hace en lobo y solo estando los dos juntos como humanos pueden deshacer la maldición. A ella le pasaba algo parecido, pero ni Mario ni ella se convertían en animales. Simplemente vivían en aquella casa en horarios diferentes y usaban la triste cama a turnos. Y así pasaban los días y los meses.

 

Una noche cualquiera, una de tantas en las que Mario se pasaba las horas sirviendo copas y chupitos tras aquella barra, la puerta del local se abrió de forma súbita y varias personas vestidas de uniforme y con la cara tapada entraron gritando algo que Mario, al principio, no pudo entender. Unos instantes después lo escuchó todo perfectamente.

—¡POLICÍA, QUÉ NADIE SE MUEVA! —gritaban todos a la vez. Después uno, que parecía ser el jefe, continuó hablando.

—Apaguen la música y enciendan las luces —le dijo al primer camarero que se encontró. Le entregó una orden judicial para registrar el local y este se lo hizo llegar al jefe del local. Cuando la música se hubo apagado, continuó dando órdenes, ahora ya sin pasamontañas—. Esto es una registro. Que todo el mundo se ponga de cara contra aquella pared. Los camareros que salgan de la barra y se sitúen en esa zona de ahí.

—Pero, ¿por qué hacen una redada en mi bar? —quiso saber el dueño del local mientras ponía cara de inocente. Tanto Mario como todos los que trabajaban en el 33 sabían perfectamente que en la parte reservada del local los clientes consumían drogas, incluso había algunos que las vendían. Por hacer la vista gorda, el dueño del bar se llevaba un buen pellizco. Sin embargo, había habido alguien que había avisado a la policía—. Aquí no van a encontrar nada.

—Tráigame toda la documentación del local y póngase donde lo demás —ordenó el jefe de la Policía Nacional.

Entretanto, el resto de los policías se encargaban de cachear a todos los presentes y registrar el local. Apenas eran las doce y media cuando la policía entró a realizar la redada. Llevaban dos horas de registro y seguramente le quedaban muchos minutos allí.

A las cuatro y diez, la policía clausuró el 33 y todos los clientes y los trabajadores abandonaron el local. La gran mayoría de ellos regresó a sus casas, solamente unos pocos fueron detenidos y algunos fueron conducidos a la comisaría como testigos.

Las calles del Valencia estaban casi desiertas en aquel jueves de noviembre. Mario regresaba a casa caminando, ya que a esa hora no había transporte público y no tenía dinero suficiente para coger un taxi. Lo mejor de llegar tan pronto sería que por fin pasaría una noche con María después de muchos meses sin hacerlo. A las cinco menos diez llegaba a su barrio.

Por su calle, vacía, a lo lejos solo se veía a unos novios comiéndose a besos. Mario entendía aquello. María y él se habían besado en aquella misma esquina tantas veces que había perdido la cuenta, pero de aquello hacía tanto tiempo que ni recordaba aquellos besos. Sin embargo, sí que recordaba que a María le gustaba que la cogiera por la nuca mientras la besaba, como aquel chico estaba haciendo con su novia. Recordaba que él también la cogía de aquella manera del pelo. Aquel pelo tan largo y moreno, como el de aquella chica que estaba de espaldas.

Apenas unos metros más allá se encontraba su portal y en el primer piso su mujer estaría en la cama, esperándolo. Le daría una sorpresa por llegar tan pronto.

Cuando pasó junto a la pareja que se besaba no pudo evitar la tentación de echar un ojo. Aquella chica tenía un lunar detrás de una oreja, igual que María. Con aquella visión algo se le despertó en el interior. La imagen de María se le apareció en ante sus ojos. Parpadeó un par de veces pensando que así desaparecería, pero no fue así. Lo que estaba viendo no era una alucinación ni un sueño. Frente a él tenía a su mujer. Ella era la que se estaba besando con aquel otro hombre.

—¿María? —preguntó él sorprendido.

—¿Mario? —preguntó a su vez ella con la misma sorpresa.

A Mario le había dado un vuelco el corazón al descubrir que su mujer le era infiel mientras él trabajaba. La vida acababa de dar un repentino giro en una dirección que él nunca había podido imaginar. En aquel mismo momento se quiso morir.

—¿Qué está pasando?, ¿quién eres tú? —preguntó el hombre con el que estaba María.

—Yo soy su marido —le espetó Mario a la vez que lo empujaba.

—¿El que nunca está? —respondió aquel hombre devolviendo el empujón a Mario.

Este, más herido en el orgullo que en el físico, le propinó un puñetazo al acompañante de María y se abalanzó sobre él. Ambos cayeron al suelo, donde siguieron forcejeando. Mario, nublado por la ira, golpeaba sin cesar a aquel hombre que tenía bajo su cuerpo. Mientras tanto, su mujer gritaba frases que no alcanzaba a oír.

En un momento de respiro, el amante de María golpeó a Mario y se deshizo del ataque acosador, poniéndose nuevamente en pie. El alboroto formado durante la pelea y los gritos de María comenzó a alertar a los vecinos, que se asomaban con curiosidad a las ventanas.

—¡Drogadictos! Id a pegaros a otro sitio —gritó algún vecino desde la seguridad que le ofrecía encontrarse dentro de su hogar.

—¡Hijos de puta, estamos hartos de vosotros!

—¡Voy a llamar a la policía!

Mario sacó una navaja del bolsillo para intimidar a su rival. Pero lejos de ello, este sacó otra navaja para enfrentarse a Mario en el último asalto de aquel combate a muerte.

Mario atacó primero. Lanzó un corte que no llegó a su destino. Su oponente tampoco tuvo éxito en su ataque y, tras cruzar varios intentos por herirse, por fin, Mario alcanzó a su rival en el brazo que tenía la navaja e hizo que la tuviera que soltar. Era su gran oportunidad, tenía que acabar con aquel hijo de puta que le había robado a su mujer. Después, ya ajustaría cuentas con ella. Pero antes de poder lanzar el golpe final, alguien se le echó encima.

Su mujer, María, se lanzó sobre él para evitar que matara al hombre que había hecho renacer la pasión en ella. Marido y mujer rodaron por el suelo, acompañados de la tercera incógnita de aquella maldita ecuación.

Por fin, Mario consiguió desembarazarse de María y su acompañante y se puso en pie para caer de rodillas un instante después. Tenía una herida en el pecho de la cual salía el mango de la navaja. La sangre había comenzado a extenderse por la camisa manchando la tela a su paso. Finalmente, Mario cayó de bruces sobre el asfalto exhalando un último suspiro.

María corrió junto a él con lágrimas en los ojos.

—Esto no tenía que haber pasado nunca— le dijo al cadáver de su marido. Después le cogió la cartera y se la entregó al amante—. Toma, cógela y huye. Yo diré que escuché jaleo y por la ventana vi que estaban intentando robar a mi marido. Que eran dos drogadictos con el mono y que bajé al portal a ayudarlo. Que cuando llegué vi como uno de ellos lo apuñalaba para quitarle la cartera.

El hombre hizo lo que la mujer le indicaba mientras ella lloraba abrazada al cuerpo sin vida de Mario.

Minutos después llegó la policía e interrogó a María sobre lo sucedido y ella contó lo que ya le había dicho a su amante.

Aquel día, la edición matinal de los informativos habría con la noticia de la pelea y posterior muerte de Mario.

—Ha sucedido hace escasos minutos en un conocido barrio valenciano —comentaba el presentador del noticiero—. Un hombre ha fallecido víctima de una puñalada cuando dos toxicómanos intentaban atracarle. Nos informa Carolina Verdú, Valencia. ¿Qué nos puedes contar de este suceso?

La imagen en la pantalla se dividió y pasó de un primer plano del presentador a una instantánea del presentador y la reportera en el lugar de los hechos. Cuando la imagen se centró solo en la mujer, al pie apareció un rótulo que rezaba: "Dos drogadictos en plena ansiedad roban y matan a Mario Postigo, mientras su esposa es testigo desde el portal".

—Buenos días, Miguel. Como bien has dicho el suceso ha ocurrido alrededor de las cinco de la madrugada, cuando Mario Postigo regresaba a su casa tras una noche de trabajo en el bar 33. Dicho bar hoy ha sufrido una redada policial, por lo que la víctima regresaba a su domicilio bastante antes que de costumbre.

»Los vecinos nos han comentado que la mujer de Mario, María Pineda, ha sido testigo de todo al encontrarse en el portal del edificio, alertada por los gritos de su marido y los dos asaltantes.

»El amanecer valenciano se ha teñido de malva por la sangre en este triste día.

»Para Noticias 1, Carolina Verdú.



CANCIÓN
Cruz de navajas (Mecano)
A las cinco se cierra la barra del 33 
pero mario no sale hasta las seis 
y si encima le toca hacer caja despídete 
casi siempre se le hace de día 
mientras maría ya se ha puesto en pié 
ha hecho la casa 
ha hecho hasta el café 
y le espera medio desnuda 
mario llega cansado y saluda 
sin mucho afán 
quiere cama pero otra variedad 
y maría se moja las ganas en el café 
magdalenas del sexo convexo 
luego al trabajo en un gran almacén 
cuando regresa no hay más que un somier 
taciturno que usar por turnos 
Cruz de navajas por una mujer 
brillos mortales despuntan al alba 
sangres que tiñen de malva 
el amanecer 
Pero hoy como ha habido redada en el 33 
mario vuelve a las cinco menos diez 
por su calle vacía a lo lejos sólo se ve 
a unos novios comiéndose a besos 
y el pobre mario se quiere morir 
cuando se acerca para descubrir 
que es maría con compañía 
Cruz de navajas por una mujer 
brillos mortales despuntan al alba 
sangres que tiñen de malva 
el amanecer 
sobre mario de bruces tres cruces 
una en la frente la que más dolió 
otra en el pecho la que le mató 
y otra miente en el noticiero 
dos drogadictos en plena ansiedad 
roban y matan a mario postigo 
mientras su esposa es testigo 
desde el portal 
en vez de cruz de navajas por una mujer 
brillos mortales despuntan al alba 
sangres que tiñen de malva el amanecer.

 

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