jueves, 25 de julio de 2013

Magia sin alas

Por Patricia Porta.

      Abrió los ojos, sobresaltada, inspirando profundamente por la boca, como si un segundo antes le hubiera faltado el aire. Apoyó sus manos en el piso para reincorporarse, tocó algo conocido, césped, lo acarició unos segundos y se puso de pie de un salto. Empezó a dolerle la cabeza y se mareó, llevó ambas manos a su frente, le parecía que nunca antes le había dolido la cabeza. Se sentía extraña.
—¿Estás bien? —Preguntó una voz masculina a su espalda.
Se giró para ver quién le hablaba. Le dolía la espalda, un dolor punzante a la altura de los omóplatos e hizo una mueca de dolor.
—¿Estás bien, Sally? ¿Quieres que te acompañe hasta tu casa?
Ella no reconocía al joven rubio que le hablaba y tampoco se llamaba Sally. Aunque, si se lo preguntaban, no hubiera sabido decir cuál era su nombre, ni ninguna otra cosa con respecto a su persona.
—¿Te conozco? —Le preguntó ella, frunciendo el ceño.
—Claro que sí, somos vecinos. —Respondió él— Me habrás visto alguna vez, nos saludamos de vez en cuando. Te acompaño hasta tu casa, estamos ceca y además yo ya me iba, terminé mi pintura. —Se dio vuelta, caminó unos pasos y regresó con un caballete y un cuadro.
Ella miró la obra y se quedó maravillada, era el paisaje en el que estaban, un parque seguramente, pero mucho más brillante que el natural y… se movía, el artista había logrado un efecto tal que daba toda la impresión de movimiento, parecía real. Él no pareció notar que ella se fijaba en su pintura así que se puso a observar el entorno que los rodeaba, estaban en una especie de parque, pasto por todos lados, muchos árboles y, a lo lejos, algunos juegos para niños. Seguía caminando al lado del joven, él decía que la conocía y que sabía dónde estaba su casa, así que lo acompañó. Nada de lo que veía le resultaba conocido pero de todas maneras siguió avanzando, él no le generaba desconfianza.
Después de cruzar el parque y una calle, él joven se detuvo frente a una verja, pertenecía a una casita con un pequeño jardín.
—Aquí te dejo. —Dijo él— Tengo que poner a secar la pintura. —Dio una rápida mirada al cuadro— Nos vemos, cualquier cosa…, sigo viviendo acá al lado. —Le señaló una casita muy parecida junto a la que estaban y se marchó.
Ella, “Sally” según le había dicho su vecino, abrió la verja y entró, cuando estuvo frente a la puerta, puso una mano en el picaporte y lo giró, la puerta se abrió. Entró en la casa, seguía sin reconocer nada.
La espalda le empezó a palpitar de dolor, le ardía y le picaba, y la blusa que tenía puesta le provocaba un rose difícil de soportar. Justo en el pasillo de entrada vio un espejo rectangular, se dirigió hacia allí desabrochándose los botones y se bajó la blusa hasta la mitad de la espalda, se miró en el espejo, tenía dos heridas profundas cerca de los omóplatos, estaban en proceso de cicatrización, no sangraban.
¿Qué iba a hacer? Pensó un momento. Primero tenía que recordar algo, lo que sea, pero tenía que recordar algo. Se acomodó la blusa, aunque le dolía, y comenzó a recorrer la casa, no veía fotos en las paredes ni sobre los muebles. Abrió un cajón de un mueble y lo encontró vacío, abrió otro y también estaba vacío, y así pasaba con todos los cajones que abría. No encontró nada personal.
Entonces escuchó un ruido de algo pesado cayéndose, se sobresaltó. Otro ruido similar. Provenía de un cuarto cuya puerta estaba cerrada. Comenzó a acercarse y entonces alguien o algo comenzó a golpear con energía la puerta.
—Mejor nos vamos. —Oyó un susurro a su espalda.
Se volteó y vio cerca de ella al mismo joven rubio de antes, miró hacia la puerta de entrada de la casa, estaba cerrada. Antes de que pudiera preguntarle cuándo había entrado se escucharon más golpes en la puerta del cuarto.
—Tenemos que irnos. —Insistió él, tendiendo hacia ella una mano cuya palma estaba completamente cubierta de pintura verde muy brillante.
La joven lo tomó de la mano, al primer contacto sintió un cosquilleo que empezó en su palma, se extendió por el brazo y al llegar a la espalda alivió el dolor de las heridas. Salieron corriendo.
Él la condujo hacia el parque de donde habían venido.
Ella se detuvo y soltó su mano cuando notó que estaban muy cerca de donde se habían encontrado hacía un rato.
—¡Espera! Me vas a decir que está pasando aquí. —Aunque el joven le inspiraba confianza, no iba a continuar siguiéndolo sin algunas respuestas.— Me dices que me llamo Sally pero a mí ese nombre ni me suena conocido, no sé quién soy ni que estoy haciendo aquí, no conozco la casa que dijiste que era mía y no encontré ni una foto siquiera que pudiera demostrarlo. ¿Y qué son esos ruidos que se escuchaban? ¿Quién tiraba cosas y golpeaba la puerta? ¿Cómo entraste en la casa? Sé que no fue por la puerta. ¿Y por qué brilla la pintura? Ya no me duele la espalda desde que me agarraste de la mano.
Él la dejó que hablara mientras observaba el lugar y estiraba la mano como buscando algo invisible.
—¿Qué estás haciendo? —Le preguntó ella, ya perdía la paciencia y estaba casi gritando.
Como respondiendo a su pregunta, de la mano del joven empezó a surgir una luz verde que se extendía a lo largo y a lo ancho en el lugar, hasta formar un rectángulo lo suficientemente grande para que lo atraviese una persona.
—Esta es mi magia sin alas. —Dijo él sonriéndole y estiró una mano hacia ella.— Vamos.
Ella la tomó una vez más y pasaron a través de ese rectángulo de luz verde.
La luz se extinguió detrás de ellos, todavía estaban en un parque pero ahora había una fuente cerca donde antes no había más que césped.
—¿Realmente no recuerdas nada? —Preguntó el muchacho y ella negó con la cabeza— Bueno ¿Por dónde empezar? Tú y yo somos hadas, o lo fuimos alguna vez, cuando todavía teníamos alas… —Pensó un segundo cómo continuar— Se supone que las hadas mueren cuando pierden las alas pero tú y yo somos pruebas vivientes de que eso no es verdad, cuando un hada pierde sus alas no pierde la vida, sino que pierde la magia y se convierte en humano, ahora estamos en el mundo de los humanos y tengo una teoría: cuando un hada pasa al mundo de los humanos por haber perdido las alas, la realidad del mundo cambia, lo que le queda de magia a esa hada la cambia y la gente la empieza a reconocer como si hubiera sido parte de sus vidas en una mínima medida, por eso te reconocía, no te conozco como hada pero sí como humana. Pero… aquí viene lo mejor. —Sonrió.— Aún sin alas todavía tenemos algo de la magia de ese mundo maravilloso al cuál pertenecimos, sólo hay que encontrarla, mi forma de crearla es a través de las pinturas, mis cuadros son mágicos, por eso la pintura en mis manos nos abrió esa puerta y por eso se te curaron las heridas. Ahora tú tendrás que encontrar la manera de hacer magia, está dentro de ti.
—¿Y de qué estábamos huyendo?
—De la verdadera realidad que quiere volver a ser como era antes, no se tú pero yo no quiero verle la cara a la verdadera realidad. Vamos.
Caminaron un poco por ese nuevo parque, cruzaron una calle y se encontraron con dos casitas parecidas, distintas al resto de las casas cercanas.
—Mira, parece que somos vecinos. —Dijo el muchacho— Me llamo Tom. —Le tendió la mano.
Ella se la estrechó.
—Sally.— Respondió y sonrió.
Tom se miró las manos, la pintura había desaparecido de sus palmas.
—Bueno, me voy a comprar unos pinceles y unos pomos de pintura. Nos vemos pronto.
Ella asintió con la cabeza sin dejar de sonreír y se dirigió hacia la puerta de una de las casitas.



El desafío a cumplir era escribir un cuento de hadas.

TREINTA Y CUATRO AÑOS DESPUÉS

Por Matías Raña.

Pocas – sino ningunas – personas han deseado desde la temprana adolescencia llegar al día en el cual la cabellera se hubiera teñido por completo de blanco, casi plateado. Nadie añoró tanto envejecer, llegar al sendero final de la vida adulta, a los albores de la tercera edad como lo hizo Marcos durante treinta y cuatro años, más un par de días. Pero tal fue su leit motiv. Desde aquel encuentro mágico no pudo pensar en otra cosa. Mientras sus amigos soñaban con ser periodistas, abogados, galenos o pintores, él deseó ser un adulto canoso; mientras sus hermanos jugaban a enamorarse y a formar familias según lo establecido por la sociedad, él sólo se abocó a construir una vida cómoda y propicia para el futuro que aquel mensaje extraordinario le regaló a sus catorce años. Mientras todos los que conoció se resignaron a envejecer, el tachó los días del calendario con el placer de un sibarita.

El día tan deseado por fin había llegado. La rutina diaria de peinarse la cabellera en busca de algún pelambre oscuro – que tantas decepciones le provocó en el reciente pasado – arribó por fin a su fin. Frente al espejo, de cara al suceso de una vida, quiso festejar y no supo qué hacer. Así descubrió que un hombre no siempre sabe cómo reaccionar ante la culminación de la espera. Decidió no frustrarse, la jornada no admitía semejantes desacatos. Tan sólo se limitó a cepillarse los dientes.

Preparó un desayuno simple, unas tostadas de pan integral, quemadas por uno de los lados, y un té de canela. Mientras disfrutaba del brebaje caliente empañándole los cristales de sus lentes, aprovechó para llamar al trabajo y pedir el día libre por enfermedad. Treinta años de asistencia perfecta, ausencia de conflictos con otros internos o jefes, y un desempeño más que eficiente le garantizaron la tranquilidad necesaria para el día más importante de su vida. Ni siquiera le exigieron un certificado médico.

Tras finalizar la última tostada, procedió a lavar los instrumentos de la cocina. Empezó a impacientarse, se descubrió desviando la mirada una y otra vez hacia el reloj de pared colgado sobre la heladera. Aquel horrible objeto con el rostro de Sandro estampado en el centro parecía no avanzar jamás. La aguja horaria le tapaba un ojo al astro, el minutero le cruzaba la mejilla derecha cual cicatriz geométricamente perfecta, y el segundero giraba, pero su marcha cíclica no acarreaba ninguna consecuencia temporal perceptible.

“El día que cada hebra de tu espesa cabellera se vista de color luna, volveré y estaremos juntos hasta que el sol decida retirarse de sus labores.”

Repitió aquel mantra. Aquella promesa dicha en el idioma de la magia. Aquel objetivo que lo despojó de toda pretensión superflua. Repitió las palabras del improbable – y tan tangible, tan paradójicamente real – amor de su vida. Se sintió en paz, al igual que toda su vida, pese a la impaciencia. La ansiedad era un precio de oferta en comparación a la recompensa prometida. Pensó en sus allegados que formaron familias, tuvieron hijos y satisfacciones múltiples. Pensó en ellos al igual que todos los días, por última vez. No sintió ni un atisbo de envidia o arrepentimiento.

Observó, entonces, en el reflejo del ventanal lindante al patio interno del edificio, la escena clave de su existencia, como si alguien hubiera decidido proyectarla. Ahí estaba él, de pie en su habitación de la infancia, enfrentando a una figura hermosa, esbelta, curvilínea y aún así, sensual de forma sutil. No se parecía a nadie que hubiera conocido – y nadie se parecería a ella en el trascurso de su vida –, y la intromisión no le causó más que una sensación de bienestar inexpugnable. En la época que los adolescentes no conciben el amor como un sentimiento propio, sino como una especie de copia de los ejemplos que absorben del cine, los libros, la televisión o la música; en medio de ese caos que adolece, Marcos comprendió el significado del amor. Su variante más profunda, el que es capaz de impulsar a una persona al sacrificio más absoluto en pos de un bienestar mayor. Supo que la iba a amar  de la forma que se ama a un sueño recién soñado: con los ojos cerrados primero, para poco a poco ir abriéndolos hacia la realidad, experimentando la más pura felicidad que otorga ser dueño único de algo tan maravilloso. Marcos amó al instante aquella aparición. Poco le importó las condiciones impuestas para acceder a la consumación de su deseo.

Poco le importó que ella exhibiera alas multicolores saliendo de su espalda.

Poco y nada le importó que ella se hubiera presentado como un hada.

Las imágenes proyectadas sobre la ventana se desvanecieron, cómo se desvaneció ella aquella noche, como se desvanecen los sueños que no deben ser. Somos vapor condensado en una enorme ventana, pensó Marcos, somos una eventual pincelada en un lienzo abstracto.

“Puto Pollock sobrenatural”, masculló, con una sonrisa que le supo a gloria.

Detrás de él, sin que lo notara, ella había vuelto. Cumplió la promesa en silencio, no hizo ninguna entrada estridente. Se limitó a observar al niño debajo del disfraz de adulto, que le prometió amor y paciencia, sacrificio. Pese a ser un hada, habitante de un mundo invisible, humanamente imposible, no pudo evitar conmoverse. Cientos de hombres se habían enamorado de ella en su vida atemporal. Ninguno había cumplido su promesa de espera. Miles sólo se volcaron a pedirle un favor, el famoso deseo.

Ella conocía todo sobre él, era un hombre más, tan corriente como otros miles de miles que observó y conoció a lo largo de su vida. Pero a este, en la más absurda de las convergencias pragmáticas, le otorgó un mayor grado de análisis. Tras tantos años, por fin se adentró en el terreno de sentimientos ajenos a su naturaleza: curiosidad, cariño, ¿amor? Las preguntas existencialistas tan caras al humano la invadieron por sorpresa, la afectaron.

Reconoció cada rincón del pequeño departamento céntrico como si aquel espacio fuera su propia morada. El sillón de dos plazas color salmón, desgastado por el roce del tiempo y cierto descuido. Los libros, no muchos, de amplio grosor, desordenados con cuidado en la mesa ratona, sobre una pila de compacts disk de música, debajo de la cama. Comprendió el motivo de la ausencia de fotografías o cuadros en las paredes; descifró el desapego emocional que le otorgó Marcos a otras personas y vislumbró ese amor trascendental que Marcos le profesó en el más absoluto silencio a un ideal incierto, al fruto de una única experiencia que en el lapso de tres décadas podría haber derivado en la desilusión más profunda, en lágrimas capaces de penetrar las raíces de la tierra y avivar el núcleo terrestre.

El hada, cuyo nombre imposible de pronunciar significa Absurda Osadía, se sintió abrumada y experimentó por primera vez en su vida el miedo más oscuro, el que aprieta la garganta desde dentro.

  Marcos giró, y su mirada se posó donde estaba el hada. No se asustó, no se sorprendió. No gritó ni se alegró. En el último segundo ella convirtió su corporeidad en carne del éter, se volvió aire. Él caminó hacia ella y la atravesó. Ninguno sintió nada, al menos nada físico, más ella se avergonzó de su cobardía impropia de una criatura nacida y criada en el reino de lo puro. Lamentó haber dicho aquella promesa que le cortó al hombre pequeño, gris, soñador, la posibilidad de una vida plena. Una vida al lado de uno de los suyos.

Tras escuchar a su hombre – porque era de ella, tan cierto como que la vida le pertenece a la muerte al final – encerrarse en su habitación, el hada recuperó la forma corpórea. Su silueta hizo sombra, la luz en efecto volvió a refractarse sobre su piel de ligero tono rubí. Sobre el vidrio, acusándola, su reflejo le reprochó aquel desliz obsceno del pasado para con Marcos. Su rostro monstruoso, coronado con dientes infernales y un tercer ojo verde musgo que parpadeaba a ritmo diferido de sus pares, le escupió toda la maldad que aquella promesa había acarreado. Una maldad “inocente”, una maldad cuya víctima fue aquel hombre, pero ella jamás quiso inculcar en él.

“Algún día iba a suceder, alguien te iba a esperar, y tu belleza etérea, ese disfraz que usas para que te acepten, caería como todo.” La crudeza de su reflejo era amarga, y no por ello cierta como el vertical descenso de la lluvia. “¿Y si él no me ama por mi forma sino por lo que soy y he sido?” Preguntó a su reflejo. “Te crees bella, te crees pura, pero has pecado de vanidad, has pecado de forma humana.” “¿Entonces cuál es mi castigo?” El reflejo suspiró, y desapareció poco a poco con una mirada acusadora clavada en ella, una sentencia.

“Su amor es tu castigo, su amor y la imposibilidad de consumarlo. Pero su dolor será finito, y estará matizado por la esperanza de algún día reencontrarte. Así morirá, y deberás continuar tus días eternos sabiendo que un ser al cual juraste no lastimar jamás perdió la oportunidad de conocer el amor de una mujer que lo corresponda. Deberás cargar con el peso de sus carencias, aún cuando él no sea polvo siquiera.”

El hada recordó las tantas lágrimas que pudo ver en los humanos, y el relajo que provocaban después. Envidió ese desahogo que su clase no poseía.

Deseosa de llorar hasta que el sol, en efecto, se retirara de sus actividades, volvió a su mundo. Desapareció de la vida de Marcos.

La noche fue apareciendo poco a poco, y de forma indefectible reemplazó al día. Marcos observó como el reloj marcó las cero horas, y tachó otro día del calendario. Ni triste ni desesperado, se acostó y soñó con caballos flotando en una pradera de surrealista césped naranja.

Al amanecer, se enfrentó al espejo, peine en mano, y buscó el cabello oscuro oculto. Creyó ver en el fondo una hebra de color más opaca, y suspiró aliviado.

“Todavía no se cumplió el plazo.” Reflexionó, mientras se cepillaba los dientes.

Tras desayunar se fue contento al trabajo, porque un día más de espera era un día menos de espera también.

Ya se reencontrarían, era inminente para él. Como el cénit meridional del sol cada día. Tan cierto como que todo hombre no tiene garantizado un número equis de suspiros, pero si es poseedor de un último antes de partir. Tan real como el colectivo número noventa y dos que lo llevaba cada día al trabajo.

“Ya tendré mi cabellera plateada y estaré con ella, hasta que el sol se retire de sus labores.”   


El desafío propuesto para esta primera etapa fue escribir un cuento dentro del subgénero “Hadas”

martes, 23 de julio de 2013

La verdad

Por Luis Seijas.

I

Era la hora de cantar cumpleaños, todos los invitados -la mayoría compañeras de clases de Oriana- se divertían, siempre con la mirada atenta de Carolina, la mamá de oriana. La noche estaba despejada y en el cielo se desbordaban las estrellas.
Carolina salió al jardín y contempló ese mar de peces titilantes. Una lágrima quizo salir y ella la detuvo rápidamente. Se armó de valor y entró a la casa, buscando a oriana su niña, que ahora ya era toda una mujer mayor de edad y con miles de planes y sueños en la cabeza.
La música retumbaba en las ventanas y todos bailaban a su ritmo, unas luces azules y rojas se paseaban sin cesar por toda la sala de estar.
Se acercó tras ella y tomándole cariñosamente del brazo le dijo
—Hija, ven un momento por favor. Quiero darte algo para que lo abras luego de cantar cumpleaños. Ven a la terraza de mi cuarto.
La cumpleañera sonrió y afirmó con la cabeza.
Carolina se adelantó. Buscó en la gaveta y sacó un sobre rosado con la única identificación que Oriana. Abrió las cortinas y salió al balcón.
La noche la bendecía con una brisa que le llevaba el olor a pino del bosque.
Se abrió la puerta y Oriana con un porqué dibujado en el rostro, entró hasta el balcón.
Por unos segundos madre e hija se miraron.
—Hija lo que te voy a dar, lo he tenido durante mucho tiempo. —Y con la mano temblorosa le entregó el sobre.
—¿Por qué tanto misterio por una tarjeta?. —Bajó la vista hacia el sobre y vio la letra característica de su papá—. ¿Qué es esto mamá? ¿Es de la persona que creo que es?
—Sí, es unan carta de tu papá le prometí que te la daría cuando cumplieras dieciocho años. Una promesa que estuve a punto de romper en muchas ocasiones, pero ya sé que es el momento adecuado y así entiendas muchas cosas.
Oriana se sentó en la cama y el manto de la insonorización cubrió la habitación. Hizo uso de toda su fuerza de voluntad y guardó el sobre en su bolsillo.

II

—¡Feliz Cumpleaños Oriiannaa¡¡ ¡¡Feeeliiiz cumpleaaañooss aaa ti!! —Gritaban todos y aplaudieron emocionados.
Entre abrazos, regalos y felicitaciones Oriana recibió todas las bendiciones de los presentes. Ella las recibió con emoción, pero pensando en la carta que tenia en su bolsillo derecho. Cuando cesaron, se fue hacia el jardín y se sentó en bajo el cielo estrellado, las manos temblorosas abrió la carta y leyó:

Amada Oriana:

Cuando decidí llamarte Oriana, no  fue por un arrebato de malcriadez, una promesa o porque el día de tu nacimiento fue  el dia de "santa oreana" -santoral que no existe por cierto-. Ese nombre que hoy te identifica encontró su razón de ser hace una semana y hoy 14 de julio estoy tratando de plasmarla aqui. Naciste con ese nombre. Yo fui simplemente un medio.
Hija, cuando te tuve por primera vez en mis brazos y vi ese grupo de lunares agrupados de una forma, mi primera impresión no pasó a mayores porque no tenía la información y sabiduría que poseo hoy, y que geneticamente te he trasmitido.
Orion es una constelación que la nombraron como  “El cazador”. Tu nombre proviene de allí y significa "hecha de oro".
Ya me estoy desviando de razón de esta carta. Toda esa información la puedes hallar en google.
Estuve pensando en estas dos semanas que me dieron para escribirte, en la manera de empezar y quizás lo mas difícil; terminar. Y llegué a la conclusión que no importa la manera simpre será doloroso, aunque ellos me dijeron: ese dolor no es dolor realmente,  a donde voy no existirá ni siquiera el recuerdo de lo que me aqueje aqui y ahora. No te asustes ni te sorprendas. Me dijeron, también que me llevaria conmigo el recuerdo de todo lo bueno y en especial tu, mi niña. Esa es la razón por la que estas leyendo estas líneas, a pesar de los años han transcurrido y que tu mamá te haya dicho que me fui a donde los abuelos.
La verdad te la escribo aquí y cuando leas estas líneas vas a estar preparada para entenderlas. Promesa que me hizo tu  mamá...
Hace una semana los orionidas (los habitantes de la constelación Orion) se hicieron presentes ante mi y me explicaron o mejor dicho, certificaron todo lo que yo presentía: si existe vida fuera de este planeta. Me demostraron que somos su creación y nos transmitieron la sabiduría que somos capaces de entender, en ocasiones de forma directa y en otras, inconsciente. Me explicaron que los humanos tenemos la capacidad para desarrollar nuestra mente y lo que podemos hacer con ella.
            Viajé con ellos a planetas y constelaciones que nadie se imagina. Pude viajar, viajar no… ellos me explican que no viajan se posicionan en cualquier sitio que deseen. La física como la conocen ahora no es ni la cuarta parte de lo que representa.
            Estarás pensando que me volví loco, y si quizás si pero cuando veas lo que yo vi y donde estoy en este momento, me darás la razón.
            No las abandoné ni me morí, simplemente me abdujeron para darme esa capacidad de decidir entre mi mundo actual y toda la gama de vida y posibilidades que tenemos mas allá del cielo terrestre.
            Tendrás un millón de preguntas, las cuales te las responderán los hermanos mayores cuando sea el momento. En este momento, tengo que despedirme ya me están buscando. Perdóname si esta carta no es lo suficientemente clara, pero te llegarán mas, y lo mejor de todo es que te llegarán de mi mano.

Te ama en cantidades infinitas.

Tu papá                    








Oriana con lágrimas en los ojos cerró la carta vió hacia el cielo estrellado y ubicó a Orion le lanzó un beso, deseando que esas cartas llegaran lo mas pronto posible. En su fuero interno sabía que era verdad eso que había leído. Agradeció l cosmos esa oportunidad y decidió la forma del tatuaje que se iba a hacer.
 



FIN

Nota: Queridos edenautas mi reto era hacer un cuento de ciencia ficción… quizás no lo logré pero lo intenté.

domingo, 21 de julio de 2013

Tres libros y un amor

Por Nati Lou.

Perdón. ¿Ese lugar está ocupado?
La mire. Era bastante delgada y pálida. Llevaba una remerita naranja. Lo que no pude hacer fue escucharla. Tenía los auriculares al mango.
Entendí lo que quiso decir, y me moví para dejarla sentarse al lado mío. No le di mucha pelota, hasta que saco cien años de soledad.
El viaje en bondi dura 75 minutos  de hora pico y gente apretujada. 75 minutos son, 2 cd. O 100 páginas de un libro. O medio programa de radio. O, si uno es bastante bueno, 6 niveles de Candy Crush.
Ella le dedico esos 75 minutos a García Márquez.
Era la única en el bondi que leía. Y que llevaba remera naranja. Sé que por eso es que me llamo la atención.
Al día siguiente, la vi de nuevo subir al bondi. Y, como soy un galán nato y no había lugares para sentarse, le ofrecí el asiento. Ella me miro extrañada.
-: sentate linda, no hay problema.
-no estoy embarazada.
-: es incómodo leer parada.
-estoy acostumbrada.
-: ¿te vas a sentar?
-no.
-: ¿cómo te llamas?
-: Gabi.
Y se alejó, mirándome raro. Y, cuando pude escuchar su voz, descubrí que tenía una voz hermosa.
Eso, nuestra primera conversación, fue un martes de enero.
El jueves, logre encontrar un lugar doble y que nadie se sentara en el asiento del acompañante. Subió ella. Remera rosa con una inscripción en inglés, y el libro “las venas abiertas de América Latina”. Estaba contradictoriamente hermosa. Y se lo dije (ya les advierto, que tengo un encanto natural con las mujeres).
Ella sonrió.
Y me pregunto si había leído a Galeano. Le dije que  no me gustaba mucho la lectura.
-eso es porque todavía no encontraste el libro adecuado para vos.
-: ¿cual me recomendas Gabi?
-: ¿qué música escuchas?
-: y, más que nada bandas inglesas.
- la semana que viene comienzo con un escritor Norteamericano. ¿Vos viajas siempre a esta hora en este bondi?
-: si, desde hace dos años para ir al laburo. A vos no te había visto nunca.
- yo solo viajo este mes, doy clases en una colonia de vacaciones.
- ah.
Después, ella siguió leyendo. Y yo me quede con el Track List de Oasis por la mitad. Pensando en ella, que ya estaba en un mundo totalmente alejado al mío.
Al día siguiente no pudimos sentarnos juntos. Antes de bajar del colectivo me cruzo y me dijo: conseguite los cuentos de Poe, que los empezamos el lunes.
Afortunadamente, tenía una idea  de quien era Poe (sabía que había muerto y que escribía terror,  eso, teniendo en cuenta mi conocimiento sobre escritores era bastante).
La siguiente semana leímos cuentos de lo grotesco y lo arabesco. Yo había conseguido en la librería una versión tapas duras, con comentarios de Cortázar y se la mostré el lunes. Ella saco de su cartera una gastada edición de bolsillo.
-: ¿hace mucho tenes el libro no?
- no, me lo compre para navidad, en una feria de usados.
-: el mío es más lindo.
-: el mío es portable. Te quiero ver una semana cargando ese mamotreto.
Y volvió a sonreír. Por Dios, aun me acuerdo de esa sonrisa.
Y esa semana tuve dos flechazos.
A Gabi no la volví a ver. No tenía celular, ni fase (aun hoy dudo de que no haya tenido celular ni face, pero tampoco era cuestión de acosarla). Pero Poe me logro conquistar en una semana.
Se lo comente el viernes, único día, desde el lunes que nos pudimos volver a sentar juntos. Ella sonrió.
Mi historia con Gabi no fue una historia. No hubo relación de pareja. Pero, a su vez, de ella obtuve lo más preciado que tengo. Mi amor a los libros.
Hoy sigo viajando en bondi. Podría comprarme un auto, pero conservo esa manía de levantarme tempranísimo, ir a la terminal fumando un pucho (sé que en la terminal, siempre voy a lograr viajar sentado) y viajar leyendo. De vez en cuando, alguien saca un libro y leemos juntos.  
Mi temática era un cuento de amor.

Espero que les haya gustado.

Gracias por organizar estas cosas.

Inalcanzable

Por Gean Rossi.

11 de Septiembre de 2001—Bajo Manhattan, Nueva York.
8.20
            Sabía que algo iba mal cuando Barbara me negó la canción diaria:
            —¡Voy tarde! No tengo tiempo que perder, ¿Entiendes? —me dijo mientras se terminaba de arreglar y cargaba todo lo que necesitaba dentro de su maletín de trabajo.
            —Pero es sólo una canción, no tardaré ni dos min… —Mis palabras se vieron cortadas por el portazo que ejerció Barbara.
            Y allí me quedé, sentado sobre el piano, preparado para tocarle su canción diaria, una tradición que nunca me negaba. Ésta vez iba a ser algo especial porque sería una canción que llevaba meses practicando. Empecé a temblar, las lágrimas rodaban sobre mis pómulos porque sabía que algo no estaba bien y que tal vez nunca más podría tocarle el piano…
8.34
            Riiiiinnng…Riiiiinnng…
            Era el teléfono de la casa, yo seguía frente al piano; me había quedado dormido sobre las teclas. Me levanté y fui a coger la llamada:
            —Hola, ¿Quién habla?
            —Soy yo, Barbara...
            —Ah, ¿Y entonces? —Estuve a punto de colgarle, pero siempre me ha gustado escuchar su voz.
            —Bueno, pues quería notificarte que ya llegué al trabajo —Además de la canción diaria, Barbara me llamaba cada vez que llegaba a la oficina. Trabajaba como recepcionista en un gran departamento de la Torre Norte del World Trade Center.
            —Me parece perfecto.
            —Bill… perdón por haberme ido de esa manera y por haberte dejado al aire con la canción, pero de verdad tenía que llegar a la oficina, espero lo entiendas… Te amo.
            —Sabes que te perdono. Yo también te amo —Colgué el teléfono.
            Siempre he perdonado a Barabara de cualquier cosa, pero ese día tenía preparado algo tan especial tanto para mí como para ella, que se me hacía difícil perdonarla del todo.
            Me senté frente a la televisión. Estaban dando el noticiero de la mañana, nada nuevo. Podría haberme relajado, pero no, más bien cada segundo me sentía más tenso y ansioso.
            Y de pronto un fuerte estruendo recorrió el ambiente. Eso era lo que mi cuerpo estaba esperando.
8.46
            Salí lo más rápido posible de casa, al llegar afuera diviso fácilmente el lugar del accidente: Las torres gemelas, precisamente en la Torre Norte… Donde trabaja Barbara. Una gran llamarada en conjunto con un denso humo salía de un costado de la torre.
            Los gritos, la tensión, personas corriendo para acá y para allá, no sabía qué hacer, estaba asustado. No podía parar de pensar en ella.
            —¡BARBARAAAAA! —grité en medio de la calle con la esperanza de que me respondiera aquí estoy, estoy bien, pero era algo que ni yo mismo me creía que podría pasar.
            Empiezo a correr hacia la torre, los gritos de la multitud se intensifican. Noto a bomberos, policías, periodistas pasando en sus vehículos junto a mí.
            Sentía como si nunca fuera a llegar, se ven tan distantes las cosas en los momentos de tensión. Sigo corriendo cuando de pronto: Otra explosión, esta vez en la Torre Sur.
            —¡NOOOO! —grité, e intenté seguir corriendo lo más que pude hasta que me quedé sin aire del esfuerzo y la ansiedad.  Caí al suelo desmayado.
9.38
            Desperté en un apartamento que no conocía. Un hombre de más o menos mi edad estaba viendo la televisión. Me despertaron sus gritos, no entendía muy bien lo que decía pues seguía algo aturdido. El hombre gritaba frente a la televisión haciendo referencia al Pentágono.
            Recuerdo a Barbara y todo el desastre que estaba ocurriendo… ¡ella debe estar dentro del edificio aún!, pensé. Así pues, me levanté del sofá donde estaba y me puse a buscar la puerta para salir de allí y encontrar a mi esposa.
            —¡¿A dónde crees que vas?! —me grita el hombre que estaba viendo la televisión.
            —Mi esposa está afuera, y no solo eso, está dentro de la torre...
            —¡Pero fuera es una locura! Acaba de chocar un avión contra El Pentágono, quién sabe qué podrá ocurrir ahora… ¡Esto es el fin del mundo!
            —No me importa, puesto que voy a salvar a mi esposa cueste lo que cueste —concluí y salí del apartamento del desconocido que al parecer me recogió cuando me desmayé.
9.55
            En la calle todo era un desastre, las personas corrían a todos lados, algunos policías ayudaban a evacuar la zona, seguían llegando más y más camiones de personal médico, policial y bomberos. Veía gente herida por aquí y por allá, pero no veía a mi esposa en ningún lado.
            Levanté la mirada y pude ver las torres gemelas fácilmente. Parecían dos grandes chimeneas que extendían su humo a través del cielo.
            Me enfoqué en lo que tenía que hacer, buscar a Barbara y empecé a correr.
            Correr y correr, estaba desesperado y aterrorizado, quería ver a mi esposa y darle un fuerte abrazo; la extrañaba más que nunca.
            Ya me estaba acercando a la torre norte cuando un guardia se me acerca:
            —Ciudadano no puede estar aquí, esta es una zona peligrosa, tiene que evacuar lo antes posible —me reclama tirando de mi brazo.
            —¡Pero tengo que salvar a mi esposa! ¡Ella está en la torre!           
            Realizo un breve forcejeo con el guardia que intentaba salvarme cuando diviso por sobre su hombro su cara al fondo: Era Barbara.
9.59
            —¡BARBARA! ¡AQUÍ ESTOY! —Le hago un montón de señas con la mano para que me viera. Un bombero la llevaba del brazo mientras le ponía una máscara para respirar entre el humo y el polvo— ¡BARBARA! —vuelvo a gritar. Ella levantó su cabeza, me vio, y ambos esbozamos al mismo tiempo una amplia sonrisa y una última mirada… me olvido de todo a mi alrededor y sólo consigo tener activos mis sentidos para admirarla a ella, sin darme cuenta así de todo lo que estaba pasando en ese instante, noto los forcejeos, los gritos, el espanto de la gente pero solo la puedo ver a ella, estoy paralizado.
 Sigo sonriendo y llorando. Veo claramente cómo un gran trozo de concreto cae sobre ella impidiéndome verla… nunca más. El rascacielos se estaba cayendo a pedazos.
Luego de eso todo fue oscuridad a mi alrededor.
24 de Diciembre del 2001
7.36
            Hoy al fin, tras un par de meses de rehabilitación física y psicológica vuelvo a mi hogar, a mi antigua casa. No aquella de las paredes blancas y el montón de enfermos. Mi casa, mi hogar, donde vivo y pertenezco.
            Fue un largo proceso de recuperación, aún siento que no estoy bien del todo pero puedo decir que fue una buena terapia.
            Recuerdo casi claramente la vivencia, todo lo que corrí, las caras de tragedia y desesperación de las personas con las que me crucé, las explosiones sobre los edificios, todo. Pero no recuerdo lo más importante: la cara de Barabara. Veo las fotos y es como si fuese una desconocida para mí, los médicos del proceso de rehabilitación se encargaron de que no la recordara más para que no afectara mis futuras acciones y mi vida diaria, prácticamente me lavaron el cerebro. Sé quien fue para mí, pero sigo sin reconocerla del todo… La quiero ver una vez más.
            Lo que sucedió tras la oscuridad que me rodeó aquel día aún es un misterio para mí, pero me contaron que el guardia que estaba junto a mi me logró salvar, supuestamente tras todo el incidente me llevó rápidamente a un callejón donde me encerró en una casa en la que estaría seguro, en la cual luego me recogería luego el personal médico.
            Luego de eso fue todo rehabilitación para mí, color blanco en todos lados, paredes, baldosas, todo.
23.55
             Pasé todo el día leyendo, intentando buscar cosas que hacer para distraerme de la confusión de pensamientos que envuelven mi cabeza aún. Pero por más que sea me sigo sintiendo vacío e incompleto, algo me hace falta.
            Me acerqué al piano de cola que tenía en la sala de la casa, me le quedo viendo un rato y me siento sobre su cómodo banco de cuero. Pongo mis manos sobre las teclas y dejo que la música fluya, mis dedos interpretan aquella canción que tanto anhelaba mostrarle a Barbara, aquella por la que tanto había practicado todos los días, esa canción única que había hecho sólo para ella... Era una composición original titulada Barbara.
            Siento una mano apoyada sobre mi hombro, era muy reconfortante. Giré levemente mi cabeza y allí estaba: blanca, brillante, vestida bajo una hermosa bata blanca, su piel relucía como la luz del sol, justo a mi lado…Escuchando.
            —Esto es para ti —le digo.
            Me quedo fijamente viendo su rostro, sus ojos azules posados sobre mí como dos mares inmersos en mis pensamientos, y de pronto lo recordé, la recordé a ella y a todos los hermosos momentos que habíamos compartido juntos: Nuestro primer beso, nuestra primera vez, nuestra boda, todos los momentos bonitos que logramos vivir y compartir juntos. Empiezo a llorar, mis dedos continúan tocando el piano sin parar. Ella me sigue mirando sonríente y las lágrimas empiezan a correr sobre su reluciente cara.
            Mis dedos sueltan las teclas; la canción había terminado:
            —Quiero que sepas que esté donde esté, siempre estaré disponible para escucharte…Bill —me dice, y desapareció.
            Los fuegos artificiales iluminaron mi cara a través de la ventana, la navidad había llegado. Yo seguía llorando, no de tristeza sino de alegría, alegría de que la pude recordar, y que conseguí además reconocer aquel hermoso rostro que ilumina mi vida.
            —Feliz navidad Barbara, y estés donde estés, quiero que tú también sepas que siempre estaré disponible para ti.

Mi reto era el de escribir un relato de género Amor.

Encuentros

Por Glora Neiva Antúnez.

—¿Quién eres? —pregunto Michael al hombre junto a él, quien estaba vestido completamente de negro.—Tu mamá también se fue lejos.
El hombre bajo la vista para observar al chico junto a él. No podría haber tenido más de cinco años, se dijo antes de volverse hacia la tumba de su esposa y leer lo que él mismo había mandado colocar. ‹‹Lizbeth, amada esposa y madre›
—¿Mi madre?—comento confuso el hombre adulto, quien tendría como unos 30 años aproximadamente, de tez pálida, ojos de color  marrón y en cuyo rostro, en la orillas de sus labios habían las marcas, que hablaba de una felicidad de antaño ahora perdida en un rostro con una sonrisa triste— Oh…¿tu vas a despedirte de tu madre?
—Así es, y de papá también, me dijeron que no puedo ir a donde ella se ha ido y donde el esta—le dijo el pequeño Michael confiado; dándole al hombre una expresión triste y tierna. A él le pareció como si en aquellos ojos estuviera llevando el peso del mundo.
El hombre al ver eso suspiro resignado; pensando en las calamidades, que podían pasarle a las personas de la generación de esos días.
—Suerte entonces —le dijo él tratando de no distraer al niño ya que pareciera que el pequeño se quedaría allí. Observo a su alrededor y no vio a nadie cerca de ellos. Un tío, una tía, o alguien con quien el pequeño hubiera venido. Frank, había venido a visitar la tumba de su esposa desde hacía 5 años, sin falta y todos los días recordando viejos momentos y rememorando la felicidad del pasado.
El observo como el niño miraba alrededor nervioso, Frank ya medio sospechaba que la razón por la cual se había animado el pequeño a hablarle a un extraño fuera que estaba perdido.
—Oye, chico, ¿cómo te llamas? —le pregunto Frank entonces, para saber la situación del pequeño, no es que el hiciera aquello a menudo, pero había interrumpido su amada visita a su esposa y algo en aquel niño le resultaba familiar por lo que tuvo que preguntar.
—Michael, señor. Ese es mi nombre, mamá dijo que era el nombre de su ángel guardián.
El hombre sonrió ante aquel comentario antes de preguntar otra vez:—¿Sabes dónde está tu familiares, tu tío o tía, tal vez?
El niño miro nervioso a ambos lados del lugar rodeado de tumbas, antes de observarlo a los ojos y sacudir la cabeza en forma negativa. Frank no tuvo más remedio que suspirar resignado y decirle al niño:
—Ven conmigo te ayudare a encontrar a tus parientes.
—¿Si? —pregunto Michael emocionado; pues no sabía cómo encontrar aquello que quería.
Frank se limito a asentir y decirle al niño que camine a su lado. Fueron caminando por entre varios corredores llenos de tumbas, muchos con emotivas frases de amor o mensajes que sus parientes más cercanos pensaron que iba de acorde a quien fueron en vida.
A medida que caminaban y no encontraban a nadie, Frank comenzó a preocuparse. Estaba inquieto por el niño, pero trataba de no dejarlo entrever de ningún modo. No quería que su malestar se transmitiera al niño que empezaba a fruncir su entrecejo pero de tan joven en ver de preocupación solo le daba un aspecto casi inocente de concentración.
En eso escucho un par de murmullos y volteo rápidamente la cabeza para encontrar el origen de aquel sonido. Un alivio le invadió al darse cuenta de que una pequeña multitud de tal vez cinco personas estaban alrededor de una tumba y solo estaban unas diez tumbas más allá de donde se encontraban.
—¡Michael!­—exclamo Frank para llamar la atención del niño—Creo; que ya los encontramos ¿reconoces a alguien?
—¡Sí! Ella es la tía Olga…—grito de pronto emocionado el pequeño a su lado.
—Está bien, si la conoces, nos acercaremos, solo no grites. Están cerca de nosotros. —trato Frank de sosegar al niño.
Michael asintió hacía él y se calmo un poco antes de agregar:—Gracias Señor.
Frank se limito a sonreírle al niño, poseía una sonrisa contagiosa y a pesar de su tristeza por el aniversario de la muerte de su esposa no pudo evitar conmoverse. Ya cuando estuvieron a unos pasos. La multitud reunida empezó a alejarse de allí dejando paso para que ambos, tanto Frank como Michael vieran a un hombre de unos 27 años, cabello alineado y  traje negro arrodillado frente a no una sino dos tumbas juntas. Ante aquello el atisbo de sonrisa se desvaneció de su rostro. Un momento después Michael se alejo de su lado y corrió hacía el hombre arrodillado frente a la tumba. Sus pasitos parecían resonar para Frank a medida que se acercaba y cuando se coloco al lado del hombre frente a la tumba el niño se desvaneció ante los ojos de Frank quien quedo conmocionado y agitado. Cuando se hubo acercado a la tumba vio que en ellas había dos inscripciones que decían Aquí yacen:
‹‹Mi pequeño ángel Michael››
y en la tumba de al lado
‹‹ Amada esposa y madre Esther››
Frank abrió completamente los ojos ante lo que leía pues él había imaginado que eran los padres y no el niño y su madre quien había muerto aunque aquel ahora pequeño angelito realmente no había mentido. El pequeño no podría ir junto a su madre, ni tampoco junto a su padre. Los espíritus a veces iban en otros sentidos y dimensiones sin importar que en vida hubieran sido parientes.
El Semblante de Frank paso de conmocionado a pensativo y de este a una tristeza profunda antes de acercarse al padre del pequeño y decirle que lo había visto y que no se preocupase. Y cuando trato de posar su mano sobre la espalda del Padre del joven su mano atravesó el cuerpo del mismo. Lo que lo llevo a suspirar y susurrar:
—Ah, siempre olvido que yo tampoco puedo ir;  ni a donde está este hombre, ni adonde esta ella…
Y cuando termino de decir aquello se desvaneció en el aire y el cielo rompió en una torrencial lluvia que obligo a todos a buscar refugio menos al hombre arrodillado que permaneció allí hasta que su dolor se hubo calmado.


De que trata el Desafío: El Edén de los novelistas brutos te informa que debes escribir un relato de terror o suspenso para competir en el mundial que estamos realizando.