sábado, 24 de agosto de 2013

Testigo


Por Gabriel Herbas.



Creo que todo empezó cuando mi hermana compró las dos computadoras portátiles, eran de una marca que no conocía pero acepté con gusto cuando Marly me regaló una.
Es irónico, pues creo que mi hermana seguiría con vida si no hubiese comprado las computadoras, por otro lado, gracias a que ella me regaló una, puedo escribir este pequeño relato, que no es un diario ni un testamento, sino un testimonio de hasta donde ha llegado la decadencia humana.
La computadora fue mi escape de la realidad, a mi realidad, que nunca llegué a aceptar. Me pasaba las horas viendo videos en Youtube, leyendo sobre acontecimientos de la humanidad o jugando a ser otra persona en algún chat, cuando me aburría con la compu veía televisión, no me gusta salir a la calle, el mundo exterior es desconocido para mí desde hace mucho tiempo, así que mi habitación se convirtió en el mundo que necesitaba para vivir.
Marly en cambio utilizaba la computadora para buscar novio, no le conocía uno desde que tenía 15 años y era mucho más delgada, así que no la culpé por eso. Cuando compró la compu, empezó  a convertirse en un robot, llegaba a casa a las siete o siete y treinta de la noche, calentaba en el horno microondas restos del almuerzo que preparaba doña Luisa y se sentaba frente al computador, con la pantalla iluminándole la cara, yo la veía desde mi cuarto, desde mi mundo y pensaba “antes hablábamos mas” (bueno, ella hablaba, yo escribía), las computadoras nos alejaron, nos dieron algo mejor que nosotros mismos, nos abrieron los ojos a mundos desconocidos, nos entregamos a esos mundos con los brazos abiertos y sin la menor de las precauciones, quizá por eso pasó lo que pasó.
Dije que todo empezó con las computadoras, sí, lo malo empezó con ellas, pero lo terrible, lo realmente trágico empezó con un mensaje de texto. Lo sé, porque Marly no dejó de hablar de ello durante una semana y porque lo vi con mis propios ojos. Al parecer tenía un “admirador secreto”, y aquel día le envió un mensaje diciéndole que estaba muy hermosa, supongo que la emoción de mi hermana recaía en que ella no se sentía cómoda con su figura. A pesar del ejemplo que tenía en mí, siempre renegaba de su cuerpo, a veces entraba a mi cuarto y se miraba en el espejo grande del armario:
– Creo que estoy muy gorda Lucio, ¿no crees? – Decía – pero, ¿por qué?, ¡si yo casi no como!, doña gloria cocina todo frito, creo que voy a dejar de ir allá, voy a buscar unos almuerzos más saludables… ¿tú qué opinas Lucio? – Me miraba. yo le escribía que estaba bien, que se aceptara como era, que lo importante va por dentro y toda clase de cosas que se le dicen a las personas con baja autoestima, yo siempre trataba de articular una sonrisa lo mejor que podía.
El día del mensaje de texto, entró bailoteando en mi cuarto (hacía bastantes días que no lo hacía) y me tomó de las manos para bailar conmigo e irradiarme un poco de su felicidad.
– ¡Mira lo que me enviaron hoy Lucio! – Me dijo con una gran sonrisa que inundaba su cara, sacó el celular y lo puso en mi cara – ¿Qué tal eh? – el mensaje decía:

Eres más linda en persona
que en fotos, hoy te vi mientras almorzabas
espero que nos podamos
conocer muy pronto
;)

Salió de mi cuarto y se dirigió a donde la señora Luisa, seguramente a mostrarle el mensaje también. La señora Luisa es una vecina del edificio, la única amiga de Marly – y mía – en realidad. Tiene 76 años, no tiene familia cercana, solo una hermana en Venezuela que se llama Marta, enviudó hace 8 años, lo único que tiene es el apartamento en el edificio. Es nuestra única compañía y nosotros la suya, muy seguido me cuida en las tardes y hace el almuerzo. No acepta que Marly le pague un peso por ello.
Cuando Marly regresó aquel día de ver a Luisa, regresó molesta, la miré y le pregunté qué pasaba.
– La estúpida anciana me dijo que quizá se habían equivocado de número al enviarme el mensaje… está celosa, está celosa porque su vida sexual se acabó hace mucho, y yo en cambio tengo una vida por delante, ¡vieja envidiosa!
Estos altercados entre mi hermana y doña Luisa no eran infrecuentes, de hecho, esa actitud fue la que hizo a los demás vecinos alejarse de Marly. Pero Luisa y mi hermana siempre terminaban reconciliándose porque sabían que no tenían a nadie más.
Al pasar de los días sucedieron cosas similares (al parecer Luisa se había equivocado), Marly llegaba feliz del trabajo y me mostraba mensajes que le enviaba su admirador, muchos de los cuales, similares al primero. Desde la muerte de mamá y papá creo que mi hermana no había estado realmente feliz, pasó 8 años sintiéndose mal, y cuando encontró algo que le alegró el día, lo exageró magnánimamente hasta cegarse, ya que esa es la única palabra para expresar el comportamiento de Marly durante el poco tiempo que duró su relación, ceguera.
Una noche, diez o doce días después del primer mensaje, Marly me sacó de mi letargo nocturno con un grito:
– ¡Lucio!, ¡Lucio ya sé quien me está enviando los mensajes! – Corrió hasta mi cuarto, se sentó en la cama junto a mí y me mostró la pantalla de la computadora, – Se llama Fernando Caselle, es de España, hace tres días cambió su ciudad actual de Facebook a Bucaramanga, ¿te imaginas Lu?, ¡yo! Con un español – el tipo de la foto tenía el cabello largo atado en una cola de caballo, sostenía entre su boca sonriente un cigarrillo encendido, tenía la camisa abierta y dejaba al descubierto un pecho velludo.
– ¡Ay dios mío! – Gritó Marly de pronto – ¡Se conecto! – Se paró de la cama y se encaminó a la sala – voy a hablarle, buenas noches Lu.
La mañana siguiente Marly no fue a trabajar, de hecho cuando desperté, la vi en la sala, aún pegada a la computadora, era poco menos de las siete de la mañana.
Marly trabajaba en un salón de belleza, más o menos diez horas diarias, sus ingresos eran nuestro único sustento, por lo menos hasta que aprobaran la indemnización por la muerte de papá y mamá, que parecía imposible, ya que llevaban 7 años posponiéndolo. A veces las cosas buenas tardan tanto en llegar que olvidamos que nos las debían.
Después de una semana de charlas virtuales, escuché a mi hermana y a su admirador hablando por teléfono, al principio solo hablaban cosas triviales, como había estado su día, como se sentían, cuál era su comida favorita. Marly aprovechaba este interés, para desbordarse y hablar de todo tipo de cosas, hablar de sus tristezas, sus deseos, sus alegrías, sus más íntimos sueños. Me parecía que Marly se dejaba llevar y se ilusionaba muy rápido con alguien a quien ni siquiera había visto en persona, pero a pesar de todo, la entendía. ¿Qué mujer no quiere hablar de ella misma?
 Una noche, pasada la medianoche, estaba en el chat de turno tratando de convencer unas chicas para que me enviaran fotos ligeras de ropa, y de pronto escuché unos gemidos extraños que provenían del cuarto de Marly, al principio pensé que le sucedía algo malo, pero después de escuchar con atención lo entendí. Eran los ruidos inequívocos del sexo, del sexo telefónico en este caso. Imaginar a mi hermana tocándose con placer me dio asco, cerré el chat y abrí Youtube, puse música y busqué los auriculares bajo mi almohada.
El día siguiente de su relación sexual telefónica, mi hermana conoció a su admirador, lo invitó a cenar a nuestra humilde morada. Vivimos – creo que debo decir: yo vivo. – en un apartamento en un tercer piso, alquilados. Al morir nuestros padres nos dejaron una casa a medio pagar, el banco nos la quitó dos años después del accidente. Marly no podía reunir el dinero de la cuota, a pesar de la ayuda de nuestros abuelos, ellos eran la única familia que teníamos, papá era hijo único y el único hermano de mamá se fue a Estados Unidos, y al no poder hacer realidad el “sueño americano”, se dedicó a la fabricación y comercialización de drogas ilícitas, ahora está en la cárcel, y aun falta mucho para que le den la libertad condicional. Mis abuelos murieron hace dos años, con dos meses de diferencia, el anciano no soportó vivir solo.
A pesar de todo lo negativo en mi hermana, su baja autoestima, su poco valor para hacer una dieta o seguir un régimen que le diera algún tipo de resultado, también salían a flote sus cualidades positivas, me cuidó durante muchos años, aún a sabiendas de que mi condición tenía muy pocas posibilidades de mejorar. No le molestaba sacrificar sus necesidades con tal de comprarme algunos medicamentos, – creo que en el fondo Marly seguía siendo una niña, y creo que era muy inocente, tal vez por eso pasó lo que pasó – pero su mayor cualidad era su esperanza, siempre tenía esperanza de que podríamos recuperar la casa que nos dejaron nuestros padres, siempre estaba esperanzada en recibir la indemnización. Cuando estaba muy triste, entraba a mí cuarto llorando, me abrazaba y me decía:
– Oh Lucio, muy pronto nos largaremos de aquí – las lagrimas hacían más brillantes sus hermosos ojos verde claro, creo que en realidad era lo único hermoso que tenia Marly – vamos a recuperar la casa, vamos a encontrar una cura para ti, volverás a caminar, viviremos felices, ¡LO MERECÉMOS!
Yo lloraba con ella, por supuesto me emocionaba la idea de volver a caminar, de hacer todas las cosas que hacía antes, pero al final sólo fueron castillos en el aire, sueños que fue mejor nunca haber tenido. Los sueños se mueren cuando empiezas a confiar en algo que no eres tú, mi hermana confiaba en cosas ajenas a ella (la agencia de seguros por ejemplo), nunca en sus capacidades como persona, y vaya que las tenía.

Lo que más me sorprendió al conocer al novio de Marly, fue que en realidad era la persona que aparecía en su foto de Facebook, el tipo era bien parecido, el desgraciado era tan bien parecido que no necesitaba editar las fotos que subía a Facebook. Esto me hizo dudar de él, en mi letargo he leído las suficientes novelas de Agatha Christie como para sospechar de cualquier actitud extraña en una persona, en este caso lo extraño era que este tipo se hubiera fijado en Marly, la gorda Marly, la gorda y bajo-autoestimada Marly.
Por la expresión de su rostro al verme, supe que Marly no le había hablado de mí, no la culpo por eso. Traduje la expresión de su cara en una frase: “todo no podía ser tan fácil”. Y después una expresión de resignación.
– Hola – me dijo mientras estrechaba mi mano, el olor de su colonia era agradable, esta clase de tipos siempre usan aromas agradables. – Me da gusto conocerte – “mentira”, pensé -, tu hermana me ha hablado mucho de ti – “mentira” –, soy Fernando – ahora con el tiempo, sé que esto fue mentira también.
Antes de la cena, mi hermana había limpiado el apartamento de pies a cabeza, cambió el mantel de la mesa por uno más limpio y decorado, y puso dos velas blancas sobre él.
En la cena, Marly tomó la palabra y habló de más, como suele hacer la gente emocionada, la gente que no calcula las consecuencias de sus actos.
– Tengo tres cuentas en tres bancos diferentes – le dijo, entre muchas otras cosas – una para emergencias, en esa casi no hay nada, y otras dos donde ahorro para poder recuperar la casa que nos dejaron papá y mamá. – Fernando asentía con la cabeza – no es que haya muuucho dinero pero si ha significado un gran esfuerzo para mí ahorrarlo.
– Muñeca – dijo Fer – nunca me has contado lo que le sucedió a tus padres.
Marly contó toda la historia, todo el accidente aéreo, todos los percances y pormenores que sufrimos. Fer escuchaba con atención y asentía comprensivamente cuando era necesario, cuando Marly terminó, Fer habló:
– Mis padres también murieron en un accidente, yo tenía 9 años, era un chaval, es muy difícil relacionarte con las personas después de una tragedia como esa – se secó una lagrima que no estaba allí – te entiendo, te entiendo perfectamente, es difícil ver a tus amiguitos con sus padres, disfrutando, viviendo…
Fer tenía la cara de un “chaval” regañado, y mi hermana, cuando la miré, supe que estaba rendida a los pies de ese “chaval”. Esa historia era lo último que le faltaba para derretirla emocionalmente.
– Dime una cosa – le dijo Marly en medio de la cena – ¿Por qué escogiste Colombia para re-hacer tu vida?, en Europa hay países muy hermosos.
– Te diré una cosa muñeca, – al parecer ese era el apodo con el que se referiría siempre a Marly, en todo caso si mi hermana parecía una muñeca, sería a una Matrioska – no me va bien con otros idiomas – rió entre dientes y agregó: ­– además, no hay como las mujeres Colombianas ¿eh? – levantó una ceja en ademán sexy y ambos rieron.
– Además Europa está en crisis, – dijo al cabo de un momento – no hay a donde ir. Colombia está en vías de desarrollo, – sonrió – siempre se dice que los países del tercer mundo están en “vías de desarrollo”, pero eso es mentira, es un eufemismo. Colombia tiene un buen futuro – concluyó.
Al terminar la cena, “Fer” invitó a mi hermana al cine, el español apagó las velas con las yemas de los dedos y después salieron.
Pocos días después “Fer” se quedó en la casa por primera vez, después se quedaba día por medio, hasta que un día llegó con una maleta de viajes con sus pertenencias. Fer no tenía trabajo, según le contó a Marly, desde que llegara a la ciudad se estaba quedando con un tío abuelo lejano o algo así, Fer no tenía confianza con el tipo, así que se ofreció a “cuidarme”, y a cambio vivir en la casa mientras conseguía un buen trabajo. Marly no puso ningún reparo, a veces dicen que los hombres piensan con el pene, no diré que mi hermana pensaba con la vagina, pero sí creo que actuaba algo similar a cuando los hombres “piensan con el pene”.
La primera semana que Fer se quedó en casa, empecé a intuir lo que tramaba, lo imaginaba en mi cabeza, pero me parecía un plan tan maléfico que preferí no darle importancia, preferí tratar de aceptar la nueva realidad. Fer era un buen cocinero, cuando estuvo en casa siempre cocinaba y tenía la comida lista para cuando Marly llegaba, a mí no me dirigía la palabra, no lo culpé, ya estaba acostumbrado al rechazo.

Diez días después de vivir con nosotros, me di cuenta de que Marly le había dado a Fer la tarjeta de crédito, quise decirle algo a Marly, pero me contuve, era su vida, era su dinero, era su felicidad. Fer la hacía sentir mujer, la hacía sentir como nadie, o como nada, pues estoy seguro que Fer fue su primer – y único – hombre.
Una tarde no me callé lo que quería decir, vi a Fer espiando la cuenta de Facebook de Marly y sus cuentas en bancos, me dirigí a él con un papel que decía: “NO ME PARECE BIEN LO QUE HACES”. Al leerlo, Fer sonrió, hizo una bola con el papel y me lo tiró a la cara.
– Por mi te puedes ir a la mierda – dijo sin mirarme – no te metas en lo que no te importa. ¿Escuchaste verdad?, ¿puedes escuchar? – me miró. Yo asentí con la cabeza – muy bien, ocúpate de tus cosas o tendré que matarte como pienso hacer con la vieja Luisa.
Me había olvidado por completo de La señora luisa, días atrás había venido y le había expresado a Marly su inconformismo con Fer, le parecía un aprovechado, seguro Marly le había comentado eso a Fer y el planeaba callar para siempre a la anciana.
– ¿Me escuchaste tullido? – dijo Fer, yo reaccioné asustado y asentí de nuevo – si abres la boca… bueno, no puedes abrir la boca porque no puedes articular bien ni una palabra, si dices algo te mataré. O quizá te haga sufrir un tiempo… sufrir en silencio – mientras me decía esto, me miraba, con una mirada de odio, yo era todo lo que el temía ser, él, el bien parecido odiaba siquiera la idea de ser como yo. Al terminar de hablar, volvió la mirada hacia la pantalla, ignorándome.
Era increíble, Marly estaba loca de amor por este tipo, y este tipo estaba clínicamente loco.
No pude, sencillamente no logré acomodar palabras para expresarle a Marly la conversación entre su novio y yo, y de un momento a otro, la muerte encontró la dirección de nuestro hogar.
Una noche, como diez días después de mí “conversación” con Fer, nos visitó doña Luisa, fue la última vez que la vi, y estoy seguro de no volver a verla jamás. Nos contó que se iba para Venezuela, pues la única hija de su hermana Marta, había muerto en un accidente automovilístico. La chica en cuestión solo tenía 18 años, esto me hizo recordar mi propio accidente, y espero que me queden fuerzas para escribir aquí sobre ello.
A pesar de la tristeza reflejada en el rostro de doña Luisa, me alegré por ella, en el tiempo que estuviera fuera de la ciudad, yo convencería a Marly de deshacerse de Fer, y así alejarnos (a los tres) de todo peligro. La señora Luisa se fue el domingo 7 de abril, el lunes 8 Marly llegó al apartamento al mediodía, Fer no estaba, era poco común que Marly viniera a casa al mediodía, tenía que suceder algo inesperado para que ella lo hiciera. Esta vez vino por que tenía miedo, tenía sospechas sobre algo que yo estaba completamente seguro, pero me había rehusado a contar, ahora me arrepiento, me arrepiento con toda el alma.
– Lucio estoy preocupada – me dijo – y tengo miedo, creo que Fer ha averiguado las claves de mis tarjetas… de todas. Le di la tarjeta de crédito, pero creo que me ha robado dinero de las de ahorros.
– “LLAMA A LA POLICÍA” – Le escribí en una hoja en blanco de Word.
– No, Lucio, no tengo pruebas, solo sospechas, en realidad, me falta poco dinero – en su cara vi la esperanza, la esperanza de lo imposible, como un náufrago aferrado a un pequeño trozo de madera, que espera ser rescatado, pero en el fondo sabe que no tiene opción más que dejarse llevar por la corriente. –, pero no puedo dejar que él haga algo así.
– “HABLA CON ÉL” – Le escribí, en cuanto lo leyó, mi hermana iba a decir algo pero se detuvo pues la puerta principal sonó a su espalda. Fer había llegado.
– ¡Hola muñeca! – Saludó – ¿saliste temprano hoy?
Marly me miro preocupada, fue la última vez que me miró.
– Hola muñeco – saludó sin ganas, se levantó de mi cama y se dirigió a la sala – tenemos que hablar – le dijo a Fer.
– Dime muñeca – dijo él, tranquilo, como recitando un guión que hubiese practicado por mucho tiempo.
– ¿Has…? – Para Marly era algo difícil en verdad, un hombre nunca conocerá el corazón de una mujer en realidad – ¿has sacado dinero de mi cuenta de ahorros? – Marly lo miraba como si él fuese su perro que acaba de mearse en la alfombra, con rabia pero sin odio y principalmente con esperanza, esperanza de que aprendiera la lección.
– Muñeca, necesitaba algo de dinero – dijo Fer lentamente, casi disculpándose – sabes que no he conseguido trabajo y no quería pedirte, pues me daba mucha pena contigo…
Marly frunció el ceño, se puso seria, no recordaba que su expresión pudiese denotar semejante seriedad. Yo lo veía todo desde mi habitación.
– ¿Cómo conseguiste la contraseña?
En ese momento vi que Fer estaba perdido, su cuerpo hizo un leve movimiento, como si se agachara ante semejante pregunta, no tenía una respuesta para dar. Se encaminó a la nevera y tomó un poco de agua. Marly lo seguía con la mirada.
– ¿Cómo conseguiste las contraseñas? – repitió Marly mientras metía su mano derecha en su pantalón para sacar su teléfono celular. Fer la miró, rendido. Marly empezó a llorar.
– ¿Pué… puedes… ex… explicarme, por… favor? – dijo entre hipos.
– No… – dijo Fer serio, ahora se acercaba hacia ella – no puedo explicarlo – sonrió, fue la sonrisa más horrible que jamás veré
Se acercó a ella y sin mediar palabra le asestó un golpe en la quijada, Marly cayó, creo que semi-inconsciente y manchó las baldosas blancas con su sangre.
Yo de inmediato abrí mi perfil de Facebook y escribí apresuradamente: “AUXILIO LOCO EN CASA”, fue lo único que se me ocurrió, cuando le di “publicar”, tres líneas ondulantes aparecieron invitándome a que esperara, después una burbuja de texto me anunció que “el cable de red estaba desconectado”. El maldito había planeado todo, lo había planeado en el momento que se dirigió a la nevera.
– Tus días de internet se acabaron hijo de puta – me dijo Fer desde el umbral de mi habitación, después entró y rápidamente me golpeó en la cara y el cuerpo con sus fuertes puños casi tan grandes como mi cabeza.
En la cocina Marly empezaba a hacer ruidos guturales, Fer salió de mi cuarto y fue hacia ella, la golpeó y pateó, eso no lo vi, sólo lo escuché. Cuando regresó a mi cuarto, traía a una ensangrentada Marly del cabello, la lanzó al piso de mi cuarto y se arrodilló como si deseara amarrarse los cordones de sus botas, pero en vez de eso, sacó una pequeña navaja que llevaba pegada a su pantorrilla, después se posó sobre Marly, que aún estaba anestesiada por los golpes. Con la mano izquierda le tapó la boca y con la derecha clavó el cuchillo en su nuca. El sonido que produjo, fue horrible, yo cerré mis ojos y escuché el rugido gutural que provenía de mi hermana.
Fer sudaba pero no decía una palabra, era un profesional, estoy seguro.
No satisfecho con la anterior tortura, agarró el cabello de Marly y levantó su cabeza del suelo, después pasó el cuchillo por el cuello de Marly, el frío y duro metal afilado, contra la suave y delicada piel humana, se rompieron venas y tendones y el suelo se pinto de sangre, color sangre, el color más difícil de traducir en palabras.
Fer se levanto y por fin dijo algo:
– Ahora, te toca… – Permaneció un rato mirándome y de pronto abrió los ojos y sonrió como si se le acabara de ocurrir la mejor idea que jamás hubiera tenido – ¿es cierto que no puedes hablar? – Se acercó a mí con el cuchillo – ¡¿es cierto?! ¿O es solo un engaño para dar lastima? - yo asentí, sólo asentí, no quise escribir nada. Había escondido el portátil debajo de la sabana, para que él no lo viera, para que no lo destrozara.
Fer empezó a reír, con grandes carcajadas. Agarró mi silla de ruedas y la sacó de la habitación, miró rápidamente alrededor y asintió satisfecho, solo había dejado un cuerpo tirado en el piso y un medio hombre asustado en la cama. Nada más importaba.
– Disfruta a tu hermana – dijo mientras cerraba la puerta de mi habitación, pasó el cerrojo por fuera y colocó un candado, lo escuché reírse mientras lo hacía.


Eso pasó hace tres días, en cuanto Fer cerró las puertas me tiré de la cama y me arrastré hasta la puerta, la golpee con mis brazos, pero son muy débiles, nunca los ejercité después del accidente, así que empecé a golpearla con mi cabeza, cuando empezó a sangrar lo dejé.


Las fuerzas se me acaban, en esta habitación no hay agua y menos comida, solo yo y mi hermana muerta, y las moscas que se posan sobre ella y después sobre mí.
Escribo esto en mi computadora con mi último aliento, para que cuando nos encuentren sepan lo que pasó.

Fin.

domingo, 18 de agosto de 2013

¡Yippee-ki-yay!

Por Pepe Martinez.

1

Yo iba a San Asra y conocí a un hombre con siete mujeres, cada mujer tenía siete sacos, cada saco tenía siete gatos, cada gato tuvo siete gatitos. Gatos, sacos y esposas. ¿Cuántos iban a San Asra? Mi número de teléfono es 044-33-11…

Es lo que pinte en la pared del departamento de mi  tercera víctima. Su cerebro ahora decora la encimera de la cocina.

2

Puede que sea un fetiche, pero le encanta verla quitarse la ropa. Cada prenda que cae al suelo deja al descubierto la tersa piel blanca libre de imperfecciones. La joven pide que apague las luces, pero no le hace caso y yo lo agradezco. Además ella odia la oscuridad.

—No te quites las bragas —la veo decirle mordiéndose el labio inferior.
—¿Por qué no?
—Porque es un desperdicio cariño —dice desabotonándose la blusa y concuerdo con ella—. De que serviría que pasaras horas buscando el conjunto adecuado para nuestro pequeño encuentro si yo no pudiera admirarlo.

No se dicen nada más, las dos se funden en un beso apasionado y se dejan llevar por las caricias. En los pocos meses que las he estado espiando, me he dado cuenta que Lucia la ha cambiado. Se ha trasformado en una experta en el arte de dar y recibir placer. No es que se considere la mejor amante del mundo, pero Lucia es quien la anima, la guía y aconseja donde presionar, donde acariciar y cuando usar la fuerza, en poco veo estallar el éxtasis en los dedos de la agente Rodríguez y el grito ahogado de placer es opacado por el ringtone de Great Balls of Fire interpretado por Jerry Lee Lewis.

—¿Tienes…que…contestar? —quiere saber Lucia quien agitada se cubre con la sábana blanca de su cama.
—Es de la oficina y estoy de servicio.
—¡Amanda!
—Sé que te dije que sería toda tuya, pero estoy a nada de que me promuevan.

Lucia sabe que discutir con la agente Amanda Rodríguez es tiempo perdido.

—Regresare en unas horas —promete Amanda.
—No hagas promesas que no puedes cumplir —responde con un puchero en el rostro.
—Cariño…estaré aquí para la cena.

Existen varios tipos de promesas. Están las que salen de nuestra boca por acto reflejo. Las que sabemos que no podemos cumplir, pero aun así nos comprometemos y las que salen de nuestros corazones, esas que estamos dispuestos a cumplir a pesar de que todo esté en nuestra contra. Para Amanda es ese tipo de promesa y a mí me encantaría decirles que la cumplirá…pero no puedo.


3

—¡Mierda! —es lo primero que sale de la boca del agente Álvarez.

Lleva tanto tiempo en la fuerza como su pareja la agente Rodríguez, no quiere ser promovido y no le interesa un pimiento lo que le ha pasado al pobre desgraciado que ve en las fotos.

—¿Ya estas tomando notas? —dice la agente Rodríguez a su espalda.
—Claro que sí jefa —dice con desgana, sacando de su escritorio libreta y bolígrafo.
—¿Qué es lo que tenemos?
—No mucho, no tiene identificaciones, el departamento es rentado y los datos son falsos. El casero no hacia muchas preguntas. Los chicos de forense dicen que fue una bomba en el móvil.
—¿Tenemos un nombre? —pregunta al ver las fotos de la escena del crimen.
—Escucha esto, le decían Bruce.
—Eso explica la nota en la pared —espeta mostrándole la imagen del acertijo.
—No comprendo.
—Duro de Matar 3: La Venganza —dice Amanda con una sonrisa de placer—, es una de mis favoritas.
—No me van las películas de acción y por lo visto al tal Bruce tampoco.
—Así parece, la respuesta es muy sencilla.
—Pero” Brucie” no sabía multiplicar —dice con una carcajada el pobre idiota—, es claro que no pudo marcar dos mil cuatrocientos uno.
—Y tú no sabes leer, la respuesta es uno —no dice nada más y se sienta a examinar las fotos de mis otros regalos. El Asesino McClane es como me llaman los periódicos, supongo que es porque todas mis ofrendas se relacionan con las películas Die Hard.

 Al primero lo deje en el elevador de un conocido hotel del centro de la ciudad. El rostro era irreconocible, dispare en la cabeza tantas veces que no quedo nada. En su pecho deje colgando un cartel que decía: “Ahora tengo una ametralladora, Jo, Jo, Jo”.

Mi segunda víctima casi se les pasa por alto, no puedo culparlos. Hice también el trabajo que parecía un caso clásico de suicidio. Enfunde al tipo con un traje fino de marca europea, lo arroje de una azotea de un edificio corporativo y me largue. No fue hasta que llegaron a la morgue que el forense dictamino que el hombre ya estaba muerto antes de estamparse contra el pavimento. Además de que la barba era falsa y le raje en plena frente: ¡Soy Hans Gruber!

—¡Joder! —la escucho gritar, seguro que se ha dado cuenta.
—¿Qué pasa?
—El acertijo en la pared, es de la tercera parte.
—Sí, ya me lo has dicho.
—Parece que a McClane no le gusta su segunda parte y no pudo culparlo —le dice al soquete que tiene en frente—. Lo que quiere decir que tenemos que buscar ir al metro.

La veo salir corriendo, lástima que es demasiado tarde. El tren eléctrico exploto diez minutos después de que llego a la oficina. La conozco tan bien que sé que desde ahora tomara esto de forma personal. Pero aun no es personal, no hasta que llegue a la casa de su amante.

4

—“Aves del mismo plumaje vuelan juntas, lo mismo hacen los porcinos y los cerdos, las ratas y los ratones siempre tiene su oportunidad, así que yo también tendré la mía.”
—Simon Gruber.
—Así es querida —le digo con expresión divertida.
—¿Dónde está?
—Muerta, ella cargaba la bomba del tren —sé que es otro más de esos clichés, pero lo digo enserio. La chica exploto en mil pedazos— No temas, en realidad no voy a ofrecer resistencia, soy todo tuyo.

No me contesta, parece estar dolida en realidad. No es como pensé que pasaría, la creía más dura, pero supongo que de verdad la amaba y el shock es demasiado. Me es inquietante lo que hará ahora. ¿Me entregara a las autoridades?, ¿Tomara venganza con sus propias manos? O ¿Querrá saber mi motivación?

—¿Por qué lo hiciste?
—La tercera opción —me mira contrariada y no la culpo. Solo ha sido un títere en mi hermoso juego—. Por nada en especial en realidad, veras. He vivido más de lo que se debe y he visto más de lo que puedes imaginar. Soy un hombre de un estatus económico que bien puede rivalizar con los más ricos de este país y aun así nunca has visto mi rostro o escuchado mi nombre. Pero eso ya no importa, porque cuando me lleves a la cárcel, saldré en las noticias y pasaran mi cara por los noticieros en esta misma fecha y los periódicos hablaran de mis fechorías durante años y homenajean a mis víctimas.
—¿Que te hace pensar que te dejare vivir? —está fúrica, puedo notarlo en su tono de voz— Bien podría darte un tiro en este instante y terminar con esto. Nadie lo sabría y tú seguirías siendo un desconocido.
—Pero yo ya he dejado marca —le digo apuntando a ella—. Tú me recordaras por el resto de tus días.

¡Yippee-ki-yay, motherfucker!grita al disparar su arma.

5

He despertado, en una sala de hospital. No sé qué hago aquí, la cabeza me duele un infierno, frente a mi cama se encuentra una mujer. Creo que es policía, lleva una placa colgando al cuello.

—¿Sabe qué día es? —me pregunta un médico.
—No.
—¿Sabe cuál es su nombre?
—¿Qué clase de pregunta es esa? —pregunto, pero a la vez me hago esa misma cuestión. ¿Quién soy?

Veo al médico caminar hacia la mujer policía, parece que tiene una plática acalorada. Algo en mi interior me dice que no le agrado mucho a esa mujer quien ahora camina hacia a mí. Intento pararme, pero me doy cuenta que no puedo hacerlo, estoy encadenado a la cama.

—El matasanos dice que no tiene ni puta idea de quién eres, ni lo que has hecho —me escupe con odio—. Pero me importa una mierda, solo vine a decirte que el jurado está por decir su veredicto y espero que sea la pena de muerte.

Después de eso, se marcha. ¿Qué es lo que habré hecho?





 Me toco un relato Policíaco.







































Las cartas de Logan

Por Muriel Menéndez.

Como todos los cuentos, este no podría empezar de otra forma. Erase una vez, una pareja de hermanos que disfrutaban de un helado al filo de la piscina. Lis, la pequeña, se había caído hacía un rato y tenía una herida en la rodilla. Su hermano, Víctor, la había curado y ahora la consolaba. Siempre era igual, Víctor siempre cuidaba a su hermana, y eso era, según decía Víctor muy a menudo, porque él era su protector.
-          Y ¿por qué eres mi protector? Siempre me dices eso, Víctor, y nunca me quieres decir por qué. Siempre dices que cuando sea mayor me lo enseñarás, pues bien, ya soy mayor. – Dijo la pequeña Lis, aún con algunas lágrimas debidas al golpe en la rodilla.
-          Lo cierto es, que tienes razón. Tienes la edad apropiaba, 8 años. Con esa edad me lo encomendaron a mí.
-          ¿Quién? ¿Mamá y papá?, ¿el abuelo?
-          Nada de eso. Fue un mago. Ven, puedo enseñártelo. – Víctor llevo a Lis hasta su cuarto, sacó una caja de bombones que había bajo la cama y cuando la abrió había un montón de cartas. – Te las ordeno, y las lees. Así me creerás. La primera carta, apareció en mi almohada el día 9 de septiembre. Ten.

Martes, 9 de Septiembre de 2005
Querido Víctor,
Es un placer informarle que ha sido escogido para una misión muy importante. Necesitará valor, fuerza, destreza, y lo más importante, paciencia.
Mi nombre es Logan, el mago protector. Y necesito que encuentres una flor. Pero no una flor cualquiera, ésta es muy especial. Para ello te iré ayudando dejándote cartas como ésta.
Espero que seas lo suficientemente valiente, para aceptar esta misión. Si es así, escríbeme y deja tu primera carta en el jardín, junto a las flores que habéis plantado.
Un saludo, se despide:
Logan, el Mago Protector
PD: Esto debe de ser un secreto entre tú y yo.

-          ¡¡Vaya!! ¿Esto es de verdad? ¿Y qué pensaste cuando la leíste?
-          Pues la verdad, al principio pensé que era una broma. Pero a la mañana siguiente, cuando salí al jardín, las flores que habíamos plantado ya había crecido. Eso fue muy raro, ya sabes cuánto tardan en salir las flores. Así que pensé que podría haber sido el mago.
-          ¿Y no te dio miedo? ¿Le escribiste?
-          Claro que le escribí, debe estar por aquí. – Víctor cogió el puñado de cartas y comenzó a ordenarlas. – Toma, ésta es la siguiente.

Miércoles, 10 de Septiembre de 2005
Hola Logan,
Nunca había recibido una carta como ésta. Bueno ni como ésta ni ninguna para ser sincero. No sé si podré ayudarte a encontrar la flor. Todas las flores que hemos plantado están aquí. Me gustaría ayudarte, y tranquilo, mantendré el secreto.
Se despide con un saludo:
Víctor, el niño

-          Jajaja, ¿el niño? ¿por qué lo tachaste?
-          Él tenía puesto lo del mago y quedaba muy chulo. Quería poner algo igual que él, pero una vez lo escribí, no me gustó, y lo taché.
-          ¡Víctor! ¡La mesa!
-          Mamá me llama, Lis. Toma, lee. Están ordenadas. Baja cuando termines, no son muchas. Luego guárdalas otra vez.
Víctor dejó a su hermana en su habitación y bajó a poner la mesa, mientras, Lis siguió leyendo.

Sábado, 13 de Septiembre de 2005
Querido Víctor,
Me alegra mucho que hayas aceptado la misión. Lo cierto es, que si no lo hacías tú, dudo que pudiera hacerlo otra persona. Como habrás podido observar, soy un mago verdadero, hice crecer las flores en apenas un día. Pero esta flor que necesito que cuides, no es una flor cualquiera, y no puedo hacerla crecer yo. Deberás quedarte a su lado y cuidarla para que esté bien, con mucho mimo y delicadeza.
Pero antes de empezar esta misión mágica, deberías saber que como toda flor, antes tuvo que ser planta, y antes de planta, semilla.
Como habrás visto, dentro del sobre hay una semilla muy especial, se puede comer y sembrarse dentro de uno. Necesito Víctor, que le des esta semilla mágica a tu madre, sin que ella sepa lo que es. Cuando lo consigas, escríbeme y deja la carta junto a las flores del jardín.
Buena Suerte!
Logan, el Mago Protector

Martes, 16 de Septiembre de 2005.
Hola Logan, siento haber tardado. Pero mi madre últimamente no se encontraba bien. Ha estado vomitando mucho y pensé que no sería buena idea darle la semilla en ese estado.
Pero por fin lo he conseguido. Se ha quitado de fumar y después de comer suele decir, “ahora es cuando me fumaba mi cigarro”. En ese momento le dije, “ten una gragea para que no tengas más ganas”. Mi madre me sonrió, miro a mi padre y se la tomó. Y además me dio las gracias por estar atenta a ella.
Estoy muy emocionado por haber conseguido este primer paso, por haber “plantado la semilla” Espero impaciente la próxima carta.
Víctor, el jardinero

Miércoles, 17 de Septiembre de 2005.
Querido Víctor.
Me alegra mucho que hayas conseguido sembrar la flor. Y me alegra aún más, el modo en el que lo has hecho. Esta flor es muy especial y tu madre influirá en su crecimiento.
Tranquilo, la flor no será dañina para ella en ningún momento, veas los cambios que veas en tu madre.
Esta planta que va a crecer ahora, tiene un largo proceso. Y para que crezca bien deberás estar pendiente de tu madre, notando los distintos cambios. Si tiene frío, llévale una manta, si tiene hambre, un vaso de leche, y así.
La próxima carta la recibirás dentro de unos 6 meses.
Suerte!
Logan, el Mago Protector

Miércoles, 23 de Marzo de 2006
Querido Víctor,
Espero que todo haya ido bien en este tiempo.
Cuéntame, ¿Cómo va la planta?
Logan, el Mago Protector

Jueves, 24 de Marzo de 2006
Hola Logan, lo cierto es que ya estaba preocupado. Mamá está muy gorda y dijiste que no le haría daño, pero lo cierto es que le cuesta andar, se queja de que le duele la espalda debido a la barriga.
Prométeme que no le está haciendo daño a mi madre, sino le enseñaré todas las cartas.
Víctor.

Sábado, 26 de Marzo de 2006
Querido Víctor,
Todo por lo que está pasando  tu madre es normal, y por lo que dices, tanto ella como la flor van bien. Sigue así, dentro de 3 meses florecerá y entonces será cuando debas cuidarla.
Ten paciencia, vas en el buen camino.
Logan, el Mago Protector

Viernes, 3 de Junio de 2006
Logan, mi madre lleva todo el día en el hospital, no sé si será por la flor, yo la he cuidado bien y ahora no puedo verla. Si le pasa algo a mi madre por su culpa le juro que no se lo voy a perdonar.
¡V I C T O R!

Sábado, 4 de Junio de 2006
Querido Víctor,
Siento haberte tenido tan preocupado, debí advertirte del proceso final. Pero si tienes esta carta es que todo ha ido bien, y la flor crecerá junto a ti.
Un saludo, Víctor, el hermano protector.
Se despide:
Logan, el Mago Protector

ME HA TOCADO ESCRIBIR UN CUENTO INFANTIL ESCRITO EN FORMA EPISTOLAR (CARTAS)

viernes, 16 de agosto de 2013

Con el pie derecho

Por Matías Raña.

El amor poco tiene que ver con las citas, con el protocolo de conquista, con la ansiedad que genera esa mano que no se anima a tocar la otra mano pese al manto de oscuridad que proporciona una sala de cine. El amor no juega ningún papel cuando una de las partes se queda de veinte a treinta minutos de pie, con el celular en la mano, de frente a la heladera de su casa cual autista, debatiéndose si debe enviar ese mensaje de texto que dice “te extraño”, por miedo a quedar como una persona desesperada. No fue amor lo que llevó a Melenao a pelear por Helena, desembarcando en Troya con un ejército temible. ¿Podríamos llamar amor a la relación de Hamlet y Ofelia? El amor, pensó Elena – como la griega, pero sin la muda consonante delante -, es un detalle ínfimo escondido entre miles de circunstancias cotidianas que se confunden fácilmente con el sentimiento tan anhelado.
Ella ya había decidido que no iba a intentar muchas movidas más en ese campo. Algunas noches extrañaba un compañero de cama, pero había encontrado reemplazos que no le preguntaban, momentos después, si el yogurt que había en la heladera estaba vencido. Otras veces se encontraba con algún compañero cuyos códigos de convivencia transitoria incluían levantar la tapa del inodoro y acertar al blanco elemento sanitario. Así mantenía un sano equilibrio entre su trabajo, la carrera mil veces postergada de Relaciones Públicas, una madre hipocondríaca con un severo caso de “necesito un nieto antes que mi espalda no pueda cargarlo”, y un grupo de amigas con una obsesión por el anillo dorado que deja a Golum como un niño de pre-escolar.
Pese a esto, aceptó la invitación de Nicolás, un ex compañero de la facultad que la llenó de mensajes por Facebook y celular. No fue la insistencia, no fue la ductilidad en la redacción de los mismos – “dale morocha, ¿xq no me das 1 chanc”- ni siquiera una cuestión de atracción física, ya que Nico no se acercaba a su canon de belleza ni tomando un atajo. Aceptó la invitación para acallar los rumores sobre la elección “consciente” de convertirse en una tía solterona, en una vieja bruja incapaz apasionada por los exámenes médicos, en una alimentadora compulsiva de palomas callejeras. Nicolás era un placebo para su grupo social, la prueba fehaciente de su buena voluntad para sociabilizar con el sexo opuesto a un nivel íntimo. Era su fachada. El crimen perfecto.
Tampoco Nicolás buscaba a su Dulcinea. En sus años mozos se la pasó intentando meterse debajo de cuanta falda pudiera. Tenía un humor tan naif que hasta los profesores no podían evitar jugarle bromas que jamás entendía. Pese a esto, sumó conquistas insólitas, de esas que provocan a quienes se enteran un sentimiento de alegría por lo épico. Es mítica la anécdota de Silvana, una ex modelo devenida en alumna condecorada en Medicina. Rebotó a tantos hombres con propuestas de lo más diversas, estableciendo su reputación de “imposible”. Reputación que Nicolás derribó una noche de boliche, cuando consiguió alejarse con ella hacia la zona de los reservados. Para darle más crédito al improbable Adonis, Silvana era abstemia. El alcohol no jugó ningún rol en la toma de la Bastilla.  
Algo tenía el muchacho. Era el placebo perfecto.
Sin expectativa de ningún tipo en cuanto a la salida, eligió una pollera que apenas llegaba a las rodillas, pero que resaltaba sus curvas aún intactas. Una camisa turquesa y algunos accesorios – no muchos, ni pocos, los necesarios – complementaron el atuendo. Se admiró frente al espejo y decidió que no se veía como una mujer desesperada por compañía. Juntos a las palabras adecuadas, no había posibilidad que Nicolás interpretara aquella salida como un indicio de apertura a la seducción. Sería, entonces, una mera salida con un ex compañero de facultad, para rememorar viejas épocas, reírse un poco y volver a la comodidad del colchón y el aire acondicionado antes de las doce de la noche.
Tan sólo cuatro cuadras, cuatrocientos metros insignificantes la separaban del bar en el cual debía encontrarse con Nicolás. Pero desde los primeros cuarenta, todo empezó a torcer el rumbo. En la primera cuadra descubrió que se había puesto unas medias de nylon demasiado finitas. No pasó más de un minuto hasta que un arbusto traicionero estiró una rama y le hizo un tajo en la prenda que se veía desde la esquina. No le dio mayor importancia, se repitió como un mantra que no tenía más intensiones que charlar, no impresionar a su cita.
La segunda cuadra le reparó una segunda sorpresa: el tacón de su zapato izquierdo se inmoló en un pequeño bache, agujero urbano que en cualquier otra circunstancia no hubiera significado obstáculo alguno para su firme andar. El sacudón del cambio de equilibrio fue brusco, lo cual hizo que el broche que sostenía su cabello en un sobrio rodete saliera despedido, revelando la naturaleza salvaje de sus ondas. Pronto no tardó en absorber la humedad veraniega del exterior, y comenzó a inflarse cual pochoclo.
Renqueante, duplicó el tiempo que habitualmente le llevó hacer los cien metros que componen una cuadra. Descubrió que el terreno de las veredas, con el enorme mosaico de baldosas de distintas tramas, fisuras y hasta promontorios en miniatura era una pista de rally para aquellos que no disponen del calzado adecuado. Ir descalza no era una opción, los fines de semana cientos de esquirlas de vidrio copaban los caminos, en una prueba fehaciente del desprecio que tiene Dios para con las mujeres que usan tacos endebles. El reflejo de una enorme vitrina le devolvió la imagen de un león antropomorfo desgastado, rengo y con cara de pocos amigos.
El conductor de una camioneta reparó en la tan peculiar mujer, frenó la marcha, bajó la ventanilla y largó una de esas poesías guarras citadinas carentes de gusto alguno. “¡Si te agarro yo te dejo igual mamita, pero por lo menos te llevo en auto hasta tu casa!” Aceleró, tras reírse solo, dejando a Elena de mal humor, y con un renovado odio hacia los conductores con labia de troglodita.
En la tercera cuadra, el trayecto se convirtió en una odisea digna de una película de los hermanos Farrely: un paseador de perros, con su jauría excitada, copó el escaso ancho de la pasarela. Fue una aparición sorpresiva, el hombre salió del palier de un edificio con los canes, y le interceptó el paso. Auriculares de por medio, clavó la vista en el suelo y avanzó hacia ella, que intentó una maniobra fútil para esquivarlos. No funcionó. Un enorme weimaraner gris, más simpático que inteligente, entendió que el agitar de los brazos de Elena eran una invitación a unos mimos, y no un desesperado intento por mantener el equilibrio. Se paró sobre sus cuartos traseros y apoyó sus enormes patas en el pecho de la mujer, que cayó al suelo con un golpe sordo. Dos lambetazos más tarde, la mujer se encontró con el nuevo estampado de su camisa en forma de huella perruna, el maquillaje corrido por el amor del animal, y la imagen de si misma derrumbada.
Sacó fuerzas de algún lugar desconocido avanzó, renga, con un peinado leonino, las manchas del perro, la media de nylon rotas, maquillaje corrido y un nuevo aprecio por el sillón de su casa y la televisión de treinta y dos pulgadas, cuestionando a cada torpe paso por que no daba media vuelta y, con dos mensajes de texto le encajaba una excusa al muchacho para cancelar la salida. Si al final, ni amigos eran.
“Es un tipo que me quiere llevar a la cama, nada más que eso, y yo que no tengo ganas ni de comer una lata de atún, menos ganas tengo de bancarme sus estrategias idiotas para seducirme. Aparte, me va a ver y se va a reír por dentro, va a pensar que soy una loca, que mi casa está habitada por gatos viejos que dominan mi vida, que ni siquiera tengo autoestima suficiente para arreglarme bien un sábado a la noche.”
Le quedaban unos sesenta metros ya, eternos, dolorosos, un poco humillantes. Divisó la figura de Nicolás a lo lejos, de pie, con su porte un poco encorvado y los lentes enormes – “ahora tan de moda por esos retrógrados que se creen cool”, pensó ella – y una impaciencia traducida en el rítmico repiquetear de su pie derecho contra la vereda. “Puntual el muchacho. Por lo menos la salida va a durar menos si no tengo que esperarlo.”
Casi arrastrando la pierna más corta, reprimiendo unas lágrimas de impotencia ante la risa maliciosa de dos mocosas, llegó ante el hombre. Le tocó el hombro para sacarlo de su universo, ya que Nicolás estaba silbando alguna melodía insulsa con la vista clavada en algún punto cardinal que ella ya no podía identificar. Lo primero que Elena vio, cuando él giró la cabeza para enfrentarla, fue su reflejo en los cristales. “Esto es peor de lo que pensaba, es un papelón con todas las letras, en mayúsculas y resaltadas.”
“Perdón por la demora.” Escupió, con la furia de Hefestos tras descubrir que le habían birlado el fuego. Alguien pagaría las consecuencias, y ese alguien era el pobre e inocente Nicolás. Lo supo desde que abrió la boca para largar un saludo que nunca llegó. “Fue un camino bastante accidentado, disculpa.”
Entonces, algo cambió. Con un movimiento torpe e inocente, Nicolás sacó su mano de la espalda y le entregó dos rosas, una blanca y otra roja, envueltas con ahínco en papel celofán. Elena notó el rubor en las mejillas del hombre, el temblor del brazo estirado, la desesperación ante la expectativa de saber si ella recibiría el agasajo o no. La tomó por sorpresa, completamente por sorpresa.
Tal era su estupor, que no amagó siquiera a recibir el regalo. Ella, desarreglada por una lluvia de calamidades, se había calzado un refuerzo extra a su armadura, que cedió ante el gesto tierno de su cita.
“Sé que puede sonar ridículo, y que hace mucho que no nos vemos ni hablamos, pero quiero decirte que estas mucho más hermosa de lo que me acordaba Elena.”
¡Alerta! Lagrimales trabajando, humedad en los ojos, emoción a flor de piel. ¡Abortar! ¡Abortar!
Pero no pudo abortar. Se emocionó. Nada le indicaba que aquella frase, dicha con soltura, pero con vestigio de timidez, encerrara otra intensión que la de manifestar un pensamiento añejo, encarcelado. Aquella oración le sonó al grito de libertad del alma, y se sintió honrada. Por ahí no era un tipo que se la quería llevar a la cama y nada más, por ahí Nicolás tenía planes más profundos que una simple sesión de sexo y después volar como polilla saciada. ¿O tan bajo podía caer un hombre para decirle a una mujer de tan castigado aspecto que era bella? No recordaba a su ex compañero como un cínico, ni por error.
Nicolás se puso del lado rengo de Elena, y se ofreció como muleta. Ella aceptó, junto al pañuelo de papel que él le extendió para que se limpiara el maquillaje corrido. El contacto de aquella mano sobre la cintura le provocó una linda sensación, nada erótica, sino más hermosa aún: sintió que era correcto que él la agarrase por aquella zona geográfica de su cuerpo. Apoyó el peso de su cuerpo desequilibrado en él, y los dos se adentraron al bar.
Ya no le importó la mirada curiosa de cuanta persona cruzaron. Ni siquiera reparó en el tono petulante de la mesera, mucho más joven y presentable que ella en aquel momento.
“Lo que sí, Elenita, me vas a tener que contar contra cuantos soldados persas te enfrentaste hasta llegar hasta acá.” Dijo él, desviando la mirada de inmediato, con el temor a haber arruinado la cita por aquel chiste insulso. Sin embargo, ella sonrío, y a eso le siguió una risa que fue subiendo de volumen.
Los nervios de él se calmaron.
Ella giró la cabeza, un poco avergonzada, y se descubrió coqueta pese a todo.
La cita comenzó, contrario a todo el trayecto de ida, con el pie derecho y paso firme.   
    
La consigna era escribir un cuento inscripto dentro del género “comedia/comedia romántica”