lunes, 30 de marzo de 2015

La Chica que Sonreía con los Ojos — Parte Dos — Antonio F. Ortiz


Sinopsis de la novela:

La vida del escritor mexicano Alejandro Fuentes, gira inesperadamente, debido al enorme éxito de la publicación de su libro ‘La Chica que Sonreía con los Ojos’ Dicho acontecimiento, donde narró la aventura vivida junto a su buen amigo, el afamado violinista Gonzalo Loureiro, influirá de tal manera en su presente, que definitivamente asume una gran lección de vida. Ello, le conducirá a España, de nuevo. En concreto, a Álora, su querido pueblo malagueño, donde vivirá una nueva odisea, en la que lo arriesgará todo…

Ella no era un sueño, hecho realidad…
Era la realidad, hecha sueño…”

La Chica que Sonreía con los Ojos  Parte Dos:

El año pasado tuvimos la fortuna de contar entre nuestros libros recomendados, con la novela del autor español Antonio F. Ortiz, con el sugerente título “La Chica que Sonreía con los Ojos” Obra que el pasado 13 de marzo, se alzó con el galardón a la mejor novela Círculo Rojo, superando miles de obras, en una gala literaria celebrada en El Ejido, Almería (España)


Dicha obra, narraba la odisea vivida por dos buenos amigos, que viajan desde México a España, buscando a la ex novia de uno de ellos, concretamente de un famoso violinista español, llamado Gonzalo Loureiro. La novela en cuestión, estaba narrada en primera persona, por el otro personaje protagonista de la misma, llamado Alejandro Fuentes, una suerte de “alter ego” de Antonio F. Ortiz, también escritor, y a través del cual, descubrimos a su quijotesco amigo, en busca de su Dulcinea particular, ni más ni menos que veinte años después…

Ahora, Antonio F. Ortiz nos presenta la segunda parte de este premiado libro, añadiendo al título original la extensión “PARTE DOS” De este modo, “La Chica que Sonreía con los Ojos – Parte Dos” nos devuelve al interesante personaje de Alex. Pero, sin desvelar nada de la primera obra, nos encontramos a un nuevo Alejandro Fuentes, el cual ha aprendido una valiosa lección de su amigo Gonzalo. Y trata de aplicarla a su vida, ante las nuevas circunstancias que le rodean.

(El autor)

Antonio F. Ortiz destaca por una escritura clara, sencilla, ágil y humilde. Huye de la recurrente hojarasca. Y curiosamente, utiliza a su alter ego, para mostrarnos cómo es él, y cuáles son sus inquietudes e inseguridades como escritor. Algo muy común en todos aquellos que nos dedicamos a hilar frase tras frase…

La obra ya está recibiendo muy buenos elogios, pues resulta una continuación que roza lo ideal (o incluso, lo supera) dejando la aparente inocencia de la primera obra en un segundo plano, destacando así la emoción contenida; la pasión desbordada con frases como flechas directas a nuestro corazón. Y donde la mitología griega, diviniza a los hombres, idealizándolos. Así como humaniza sentimientos divinos…

En resumen, una novela que no dejará indiferente a nadie. Donde querrás devorar cada página, degustándola como nuestro plato preferido.

sábado, 21 de marzo de 2015

Desposeída


Por Soledad Fernández.


Estábamos solos en la tarde tranquila, y su pequeño corazón, al fin desposeído, había dejado de latir. Silencio, mucho silencio a mí alrededor, en mi corazón. Lo observé largamente. Me acerqué a su rostro: olía a almendras y chocolate, quizás a caramelo. ¡Era tan bello su aroma, tan dulce…! y su rostro. Estaba cálido, él siempre había sido así.
Una lágrima brotó. Los recuerdos se tornaron agobiantes. Incontrolables. Mi mente no paraba de rememorar cada instante y paz era lo que menos encontraba en mis pensamientos. Necesitaba entender, aunque la claridad no llegaba.
Lo observé otra vez. Su expresión… él era un ángel, el custodio de mi vida. Mi pecho se contrajo con aquel pensamiento. Suspiré. Con sus apenas cinco años había sido un sol que iluminaba mis días, aún los más tristes.
Hasta que todo empezó.
Al principio fueron detalles, indicios mínimos que denotaban cambios en su comportamiento. Pequeñeces que sólo una madre dedicada puede notar. Y así lo hice. Miradas de soslayo, palabras que antes no existían en su vocabulario. Era tan pulcro y de repente, un día me llamó “víbora venenosa”. ¿Qué se supone que debía hacer? Primero desesperé porque jamás él…. De inmediato lo tomé del brazo y lo llevé al baño. Le lavé la boca con jabón, por supuesto, y juntos fuimos a la iglesia a rezar. Dios debía perdonar sus faltas.
Pero era preocupante. Si, comencé a pensar que si a esa corta edad él debía pedirle perdón a Dios… ¿qué pasaría luego?
"Es cosa de niños", me decían las vecinas.
"Si, por supuesto. Pero si lo dejo… cuando sea más grande entrará a las drogas o a una pandilla… no, la educación comienza por casa. Así decía mi madre. Y en casa estoy yo.
Y estaba yo porque su padre… cobarde.
Luego de aquella vez, las cosas se calmaron un poco. Mi niño volvió a ser ese ángel maravilloso al que me había acostumbrado, el mismo que cuando era bebé. Pero luego de unos meses aparecieron nuevamente las miradas y ciertas palabras, demoníacas palabras. Me asusté, entré en pánico. Tal vez mi hijo escuchaba a otras personas que hablaban así. Personas inescrupulosas, personas a las que nada les importaba. Ni siquiera el Señor.
Comencé a rastrear cada acción, cada lugar, todo aquello que estaba en contacto con él. Hablé con su maestra del jardín de infantes y sólo tuvo palabras de halago para con él.
"Es un niño maravilloso, un ángel realmente".
Así que, al parecer, no era allí donde aprendía esa conducta. Pero no desistí, continué investigando, analizando cada variable. Hablé con las mamás de sus amigos. No tenía muchos, pero si dos o tres. Las mamás juraron que sus niños se portaban como ángeles y que mi hijo era así en sus casas. Así que tampoco eran las compañías.
Pero la conducta impropia continuaba, día a día. Y esa mirada acusatoria. Esos ojos penetrantes, oscuros que escrutaban mi alma cristiana. En aquellos momentos comenzamos a frecuentar aún más nuestra iglesia e incluso hablé con el Padre, le conté mis temores.
"Son los temores de toda madre… el niño es sano, es bueno, es un ángel del Señor".
Rezamos. Rezamos mucho. Le pedí al Señor piedad por mí, por mi hijo, por nuestras almas. Le pedí fuerzas para sobrellevar esa carga, esos ojos, esas palabras.
Luego de ello, la calma retornó pero esta vez fue más breve. Recuerdo esa tarde en particular. Él estaba jugando con sus autitos en el jardín trasero de la casa y ya había llegado la hora de la merienda. Siempre merendábamos a las cinco en punto, como cuando yo era pequeña. Recuerdo que mamá me hacía lavar las manos con lavandina… o quizás es lo que recuerdo. Sería jabón, sí. Pero siempre a las cinco. Ni un minuto antes, ni uno después. Se respetaba lo que mamá decía. Sobre todo si no quería que la tormenta se desatase… y eran oscuras tormentas.
“A merendar, cariño”, recuerdo que le dije y él no contestó. Entonces, urgida por la hora y viendo que todo estaba preparado, salí a buscarlo.
“Vamos, corazón mío a merendar…”, insistí.
"No quiero, estoy jugando", contestó sin mirarme. Sus palabras eran ásperas. Cerré mis puños para no desesperar y le hablé calmadamente: “Pero es la hora… vamos que se enfría… mi vida”.
"¡Dije que no quiero! Estoy jugando con mis autos", respondió con dureza. Y me miró con esos ojos vacíos, oscuros, que escrutaron mi alma atormentada. Acto seguido y presa del pánico por la situación inesperada, lo tomé del brazo con fuerza e intenté llevarlo adentro. "Dejame. ¡Dejame!", gritaba desaforado.
“Va…mos aden...tro. Es.. hora de… la merienda”, le dije mientras forcejeábamos.
Pero entonces pasó lo que jamás creí posible que sucediera: él me empujó con violencia haciéndome trastabillar y caer al suelo, mientras me gritaba: “Bruja, no me toques más. Te odio. ¡Te odio!”
Fueron puñales en mi pecho. Solo pude salir corriendo a mi cuarto a rezar. Tomé la Biblia e intenté encontrar una respuesta que al principio se negaba a aparecer. Pero de repente, mientras oraba por el alma de mi indefenso niño, la respuesta llegó a mí como una Revelación y entendí de qué se trataba todo. Entendí el motivo por el que mi ángel actuaba de esa manera y lo peor de todo, entendí que nadie más que yo lo veía. Supe de esa manera, que debería llevar adelante yo misma aquel ritual del que hablaban las escrituras sagradas.
Entonces, lo hice… esa tarde, mientras él descansaba lo observé. La luz del sol se escondía y con sus últimos destellos lo bañaba haciendo que se viera más angelical aún, y por un momento dudé de mi decisión. Pero entonces entendí que el Diablo puede seducirte de mil maneras y esa cara de ángel era una de sus tantas trampas.
Lo levanté con suavidad entre mis brazos y lo llevé al patio. Allí había preparado el lugar, debajo de un árbol centenario. Recordé cómo mi madre había hecho lo mismo cuando yo era pequeña, “y resulté de lo más normal”, pensé. Aunque por un momento mis manos y todo mi cuerpo se estremecieron con el recuerdo.
Suspiré. Despacio, casi como si me faltasen las fuerzas suficientes, comencé con un rezo pero de inmediato mi pequeño despertó y asustado, comenzó a gritar de una forma extraña. Sus alaridos no eran de este mundo y por un instante me aterrorizaron más que el recuerdo de mi madre y su enorme crucifijo. Un gruñido demoníaco que devastó mi corazón, brotó de esos pequeños labios y yo recé muy fuerte, cerré los ojos y mientras hice aquello, puse mi mano en su pequeña boca, desesperada por que parase de vociferar.
“Ya…shhh… silencio. Dios ayúdalo… ¡silencio que no puedo pensar bien!”
Y mientras con la mano obstruía su boca, impidiendo que gritase, continué con mi ritual sanador. Recé fuerte. Usé la palabra del Señor mientras mi pequeño se agitaba, endemoniado. De esa manera no podía seguir. Sus pataditas no me dejaban concentrar, entonces me coloqué sobre sus piernas y sin quitar la mano de su boca, continué con la oración. Luego de unos minutos de intenso rezo, sus movimientos de a poco fueron menguando. Si, el exorcismo funcionaba. Mi bebé se calmaba con cada palabra, con cada amén. Y entonces los movimientos acabaron de golpe y su cuerpo se volvió flácido. El bien había triunfado. Si.
Pero entonces, retiré mi mano de su rostro como si su piel quemase, aunque ya no ardería jamás y lo miré: sus labios estaban azulados, sus ojos entreabiertos, dilatados… vacíos. No entendí que salió mal. “Esto no está bien… no”, dije. Mientras lo sacudí para que reaccionase.
Luego de unas horas llegaron algunos vecinos que al verme con mi Ángel en brazos y sin vida, sólo me acusaron con sus miradas.
“Están todos poseídos como lo estuvo mi bebé. Sí, pero yo lo salvé. Ahora su pequeña alma, pura como cuando nació, irá con el Señor”, dije evitando que me saquen a mi pequeño.
Y todos esos recién llegados, en aquella apacible tarde, me dieron sus miradas oscuras, vacías, desaprobando mi accionar, y se llevaron a mi pequeño ángel.
“¿No ven que hice lo correcto? ¿Por qué me lo quitan? ¡No se lo lleven… nunca estuvo lejos de mí! Teníamos que merendar a las cinco…”
No se lo lleven, por Dios. Nunca estuvo solo… le teme a la oscuridad.
Y como esos demonios no me escuchasen, fue que busqué un cuchillo y desesperada lo hundí en mi garganta… para ir con él, con mi angelito, y acompañarlo eternamente.

Fin

Autor: Soledad Fernández - Todos los derechos reservados 2015

Imagen: de la web

sábado, 14 de marzo de 2015

Entrenamiento fatal


Por Patricia Fabiana Ferrari.


Marta salía de estudiar como todas las noches. A paso vivo recorría las seis cuadras hasta su casa. Nunca tenía miedo ni siquiera en las oscuras noches invernales pero aún así era precavida y caminaba atenta. Para sentirse más segura y evitar el stress y la angustia que la situación le infundía a su alma, tiempo atrás había tomado la decisión de comprar un arma. Ya con nuevo "chiche" en su poder, llamó a su mejor amigo.
Walter trabajaba desde los dieciocho años en el polígono de tiro de la ciudad donde ambos vivían. Con su amplia experiencia, toda su habilidad y paciencia en pocos días la convirtió en una experta tiradora.
Ella nunca esperaba enfrentarse a una situación límite, pero los tiempos que se vivían donde la inseguridad era la soberana del día y la noche, de alguna forma había que protegerse.
Esa noche recorría su rutinario trayecto a casa. No iba sola, ya lo transitaba en compañía de su flamante arma. Caminaba sosteniéndola a través de una pequeña abertura que dejaba el cierre de la cartera apenas deslizado. De pronto, alguien rodeó su cuello. Sin dudarlo, Marta sacó el arma, la orientó detrás de si buscando apoyarla sobre el cuerpo de su atacante y apuntó. Todo ocurrió en cuestión de segundos. Al girar lo vio ahí tendido.
Con su último aliento y apenas un hilo de voz que se desvanecía más y más con cada palabra, alcanzó a balbucear:
_ ¡Qué bien te entrené, guacha!

sábado, 7 de marzo de 2015

Para siempre


Por Ricardo José Vega.



Todo habia sido muy duro...
abogados y audiencias 
las pruebas y las defensas
demandas , declaraciones 
recursos , y la humillante
sensación 
de fracaso, 
ante los hijos
aprendíendo rápido ,
que el amor de pareja
puede irse ...ausentarse.

Acuerdos sobre valores ,
inmuebles . alimentos , libros,
escuelas , y las visitas 
vacaciones e imprevistos.

Mas ,... cartas , fotos y alianzas 
quisieron personalmente 
devolverse mutuamente.

Donde ?

Nada mas neutro 
que un puente, dijo él...
y ella asintió.

Como en un duelo de antaño
y a la hora señalada,
cada uno por un lado 
se vinieron acercando.

Al llegar a la mitad 
tensos 
y muy abatidos
( ella un poquito llorosa)
Intercambiaron los sobres...
y la lluvia comenzó !
suave ,discreta , silenciosa...

Y ahora ?? --preguntó él
mas ella , rapidamente,
introdujo diligente 
la mano
en su bolsa de hombro
apretó el botón de "play"
de su IPOD pequeño
y entonces, como en un sueño
fluyó suave  melodía 
que los dejó hipnotizados ...

es que cargando el pasado 
les llegaba " su canción ",
la música que había sido " de ellos..".

Ella se arregló el cabello...
y cuando él , 
fué a decir...: " Vamos ?"

sonriendo le preguntó :
--" y si por última vez...
bailamos ?"