sábado, 30 de marzo de 2013

2º Especial de Sábados de Brutos Escritores


Distinto tiempo
Por Juan Esteban Bassagaisteguy.

El agujero en medio de los ojos rezumaba humo, sangre y sesos, y el olor a pólvora invadía el lugar.
Se habían terminado los días en que, sumisa pero sufriendo un calvario inimaginable, aceptaba todo sin decir palabra.
Ya no más «¡hijadeputa!», «¡conchudademierda!», «¡boludaaa!» y el golpe certero posterior con que él, mientras le tiraba de los pelos, rubricaba su firma indeleble, ennegreciéndole un ojo, quebrándole la nariz o rompiéndole un brazo.
Todo tenía un final.
Y un principio.
Comenzaba la etapa donde el mayor de sus hijos, todavía adolescente, debía rendir cuentas ante la sociedad por lo que acababa de hacerle a su padre.

Cinco segundos
Por Raúl Omar García.

Giro sobre mis talones al oír el percutor, tan rápido como me es posible. La bala queda congelada a centímetros del orificio del revólver, envuelta en una espesa nube de humo. La oscuridad del ruinoso túnel resulta apenas quebrantada por el fogonazo de la detonación con un círculo de luz mustio, que me permite apreciar el rostro inconmovible del que me disparó.
Al principio me querían como conejillo de indias, pero hace meses que desean verme muerto.
Puedo detener el flujo del espacio-tiempo con solo cerrar los ojos por cinco segundos, y revertir la situación del mismo modo. Aun así, no fui capaz de impedir que asesinaran a mi familia.
Y todo por mi don.
Me rasco la cabeza, avanzo lagrimeando hacia mi atacante, me detengo ante la bala y abro grande la boca.
Estoy cansado de huir.
Dejo caer mis párpados y cuento mentalmente: uno, dos, tres, cuatro, cinco…

Bienvenida
Por Alejandra Lopez.

La paz del campo se había roto por una serie de robos en las humildes viviendas de Vaca Grande.
Ramón compró un arma para defenderse, no lo tomarían desprevenido.
Y llegó la noche en que la tuvo que usar. Escuchó ruido afuera de la casa y a los perros ladrando alborotados. Se asomó a la ventana y, aunque estaba muy oscuro, alcanzó a distinguir una sombra agazapada al lado de su puerta. Nervioso, apuntó con el revólver y le disparó al bulto. Esperó, y vio que no se movía, entonces fue a abrir la puerta y con horror comprobó que era su hermano menor a quien había matado.
Durante más de un año no supo nada de él, que ahora había recorrido más de ochocientos kilómetros desde su pueblo natal para darle una sorpresa.

Siendo un mercenario
Por Adrián Tovar.

Detrás del gatillo el miedo no tiene razón, sin embargo es un visitante frecuente, algo contrario a la compasión. Mis ojos recorren el lomo del cañón y mas allá, pendientes a quien aparezca amenazante, en perfecta coordinación mis dedos jalan del gatillo enviando al mas eficaz de la muerte. El disparo es preciso, la bala ahora se aloja en el ojo de un hombre, que tuvo la desgracia de ser mas lento.
Relajo mi arma confiado y dando un respiro hondo saboreo la pólvora flotante. Escucho un movimiento, mi amiga asesina salta preparada para defenderme.
Abro la puerta del armario para encontrarme a una mujer indefensa cuyos ojos se esconden mientras su boca invoca a la misericordia. "Misericordia entonces" ahora en su frente un hilo de sangre divide su cara. No me pagan por victimas, pero un alma desesperanzada reconoce a otra.
"Misericordia..." saboreo el cañón "...no para mi".

El magnicida
Por Héctor Priámida Troyano.

¿Cómo era posible que nadie lo percibiera? ¿De veras confundían a semejante fantoche con el primer mandatario de la nación? Su entonación era idéntica —eso era innegable, sí—, y su fisonomía imitaba la original —tampoco esto lo discutía—, pero en sus ojos no fulguraba destello alguno de humanidad. ¿Solo él advertía el brillo reptiliano de aquellas pupilas?
Mas la suplantación del Presidente saldría pronto a la luz. Allí estaba él, alerta gracias a las voces que le prevenían en el fondo de su cabeza. El Señor lo había honrado designándolo con su dedo, y los médicos, cómplices de la conspiración de los monstruosos invasores, habían resultado incapaces de acallar las revelaciones.
«¡Mátalo!», resonó la orden en su mente. El «elegido» disparó el arma y el proyectil, provocando una lluvia de diminutos cristales, impactó de lleno contra el rostro que le hablaba al país desde la pequeña pantalla.

[Sin título]
Por Jaume Albiol Escayola.

El chico se movió por pura supervivencia.Una acción,una reacción.Lo que vió despertó en él un instinto que hizo que únicamente pensara en defenderse.Tenía un arma y aunque no había disparado nunca lo había visto millones de veces en las películas.Presionó con el dedo índice el gatillo y ya estaba todo hecho.Una vez el proyectil salió del tambor no había vuelta atrás.La bala salió a una velocidad endemoniada y el chico se quedó embobado intentando seguir la trayectoria del proyectil con la vista.Imposible.Casi al instante de haber presionado el gatillo el tipo que tenía delate suyo dejó caer lo que llevaba en la mano e intentó tapar la hemorragia con las palmas de las manos en pleno estómago.Cuando el tipo cayó al suelo pudo observar lo que le había caído de las manos y no parecía ninguna amenaza.Quizá se había precipitado,pero una vez sale la bala no hay vuelta atrás.


sábado, 23 de marzo de 2013

El Ángelus


Por Ricardo José Vega.


Fué en la hora mas dorada 
 de la oración vespertina/
el campo estaba cansado
el campo se recogía… 

El capataz dió la órden…:
 ” -seguiremos de mañana!”-
 transmitida con silbidos
  y el tañir de una campana …

 se quitaron los sombreros /
 y ” el jerezano” es quien habla /
 con una oración muy sencilla/
 pero salida del alma 
 donde se agradece todo 
  la amistad…el pan y el vino/
  el buen jornal y la paga/
 …pero tambien pide cosas 
  del cielo 
 como es el agua
 que sin ella no hay cosecha 
 ni habrá jornal 
 ni habrá paga.

  El silencio se hizo noche /
no se escuchan ya las máquinas 
se recogen  escudillas, /
 platos, cantiles, navajas/

 que estaban desde el almuerzo …
en el Paiol abandonadas 

llegan estrellas muy pálidasl

  y se encienden los candiles

pá alumbrar la vuelta a casa

 …donde esperan los problemas

 mientras el campo descansa.

miércoles, 6 de marzo de 2013

La Torre

Por Carmen Gutiérrez.


Lógicamente, cuando empezó el desastre, las multitudes subían al templo a buscar consuelo en Lani, la Guía de los Cielos. Desesperados y asustados, los dolientes se descarnaban los pies al subir los tres mil escalones, soportaban la altura con los pulmones a punto de colapsar y, aun así, la mayoría eran rechazados por las sacerdotisas pues tenían el mal muy avanzado y no podían ser atendidos. Pero Lani sólo esperaba a una persona. Refugiada detrás de las cortinas, contaba el tiempo y se peinaba los rojos cabellos pensando en su argumento. Cuando él llegara, ella estaría lista.
Las puertas se abrieron y él apareció rodeado de su séquito de guardias.
—¡Lani! —gritó el hombre sacudiendo su capa dorada y provocó que las sacerdotisas huyeran como pajaritos temerosos.
—Aquí estoy  —contestó ella con fingida humildad.
—Vengo por respuestas. No acepto tonterías de “diosas” y esos temas con los que siempre quieres explicar las cosas —se sentó en el primer sitio disponible, tratando de recuperar el aliento con disimulo—. No quieras jugar conmigo, Lani. Te lo advierto.
—Si usted, mi Supremo Canciller, Amo de la humanidad, Marro, hijo de la Gran Madre, no quiere escuchar de las diosas creo que ha venido al lugar equivocado —Lani se inclinó de nuevo en señal de respeto.
—Esto es una pérdida de tiempo, Supremo Canciller —susurró uno de los guardias—. Todos sabemos que la guía perdió sus poderes cuando… cuando…cua…
Marro se apartó a tiempo, justo antes de que el chorro de vómito le salpicase la cara. El guardia en cuestión se tapaba los oídos mientras el contenido de su estómago salía a borbotones por su boca. Todos miraban horrorizados al enfermo y gritaban alejándose de él.
—¿Qué está pasando? —gritó Marro con fiereza— ¡Lani, tienes que hacer algo!
Ella dio una palmada y de la nada aparecieron tres sacerdotisas quienes tomaron al pobre infeliz que balbuceaba palabras irreconocibles con la lengua colgando como un trapo y lo lanzaron por la puerta.
—No hay nada más que hacer, mi señor. Estaba escrito que…
—¡No me hables de esa estúpida profecía! —Marro desenvainó su espada y la amenazó con ella— ¡Quiero soluciones!
—Mi señor, debió detener la construcción de La Torre ¿Acaso no se da cuenta? —preguntó Lani acercando su cuello a la espada, logró ocultar el temblor en la espina dorsal cuando el frío acero tocó su piel, pero continuó— El mundo está a sus pies, toda la raza está a su disposición. Si el Supremo Canciller ordena, se hace. ¡Lo único estúpido aquí es su insaciable sed de poder!
Todos los guardias sacaron sus espadas y se acercaron en un momento a la Guía al escuchar el insulto hacía el Supremo. Él los detuvo con un gesto justo antes de que las sacerdotisas aparecieran de nuevo y rodearan a Lani protegiéndola con sus cuerpos.  Marro guardó su arma resignado.
—Lani, no hay necesidad de más derramamiento de sangre. Somos nosotros, un solo pueblo, unidos y nos amamos. Sabemos que somos los únicos y que la Gran Madre nos dio el poder del raciocinio y la civilización. Estamos solos en este mundo. En la inmensidad del mar y los cielos…
—Supremo…—interrumpió Lani— ese argumento ya lo conozco.
La tensión era tangible en el templo, Canciller y Guía mirándose en silencio, tratando de vencerse uno al otro. Hombre y mujer, como al principio de todas las cosas.
Finalmente Marro se desplomó en el suelo halando sus cabellos, años de mostrar una fortaleza que no sentía, de no mostrar debilidad, de tener el control quebraron su carácter hasta liberarse en sollozos desesperados.
—¡No lo entiendes! —gritó el hombre y su voz hizo eco en los corazones de todos los presentes y hasta en las pobres almas que intentaban subir para salvarse— ¡Nadie lo entiende! Mi gente está perdiendo la razón. Se matan entre ellos para callar el terrible murmullo...
—¡Claro que lo entiendo, maldito egoísta! —Esta vez los guardias estaban demasiado impresionados como para reaccionar ante tal irreverencia— ¡Le advertí que esto pasaría! ¡Le dije que llegaríamos a esto! ¡Pero usted tenía que continuar y tratar de ser mejor! ¿Mejor que quien? No hay nadie mejor que usted, excepto las Diosas. ¡Y usted las ofende!
—Interceda por mi… ¡Te lo suplico! —rogó el Canciller con lagrimas en los ojos— Nuestro pueblo no puede acabar así…
Lani se acercó a él, arrodillándose para quedar a su nivel, con toda la compasión posible de demostrar en el rostro de una mujer, acarició los cabellos negros tratando de confortarlo. Él rompió en llanto de nuevo y las sacerdotisas desaparecieron comprendiendo que no había peligro.
—Canciller…Supremo…—lo llamó ella con voz muy dulce— Marro, amor mío… No puedo hacer nada. Sellaste nuestro destino cuando decidiste hacer La Torre. El pueblo, nuestra raza, se dispersará en el tiempo. Nadie recordará tu nombre, ni el mío. Nadie conocerá a la Gran Madre y tampoco serán bendecidos por nuestras Diosas. El mundo, tal y como lo conocemos, será destruido.  De nuestras cenizas nacerán los hijos del Gran Padre…
—Lo sé —afirmó el canciller con una media sonrisa y los ojos hinchados—. Lani, esa profecía ya la conozco…
—Marro, mi señor y amo, no queda más que esperar. Uno tras otro caeremos enfermos y deberemos dejar este mundo. Los hijos del Gran Padre, perdidos en su soberbia cambiarán la historia, pero el tiempo de nosotros ha terminado. Nos desvaneceremos en el aire y nadie sabrá de nosotros.
Él la rodeó con sus brazos y cerró los ojos. Ella entregó su cuerpo y se refugió en su amo.
Primero fueron ellas, las sacerdotisas una a otra comenzaron a balbucear y a vomitar. Sin perder la conciencia se refugiaron en un rincón y esperaron a que todo pasara. Los guardias siguieron, con sus brazos fuertes se golpeaban unos a los otros para hacerse entender y tratar de protegerse del murmullo.
Lani rogó por qué todo fuera rápido, Marro rogó por morir en sus brazos. Las Diosas escucharon y decidieron terminarlo. La Torre se derrumbó sobre ellos liberándolos del dolor y de la humillación de haber sido el único pueblo, el bendecido, el elegido y ahora, el rechazado.
Los pocos sobrevivientes huyeron lejos, caminaron por tiempos interminables, algunos se agruparon para matar a los otros y después entre ellos mismo lucharon por exterminarse hasta conseguirlo.
Los hijos del Gran Padre siguen intentando terminarse, nunca entendieron ni entenderán las bendiciones otorgadas. Y el mundo siguió su curso hacía el fin… día tras día. 

2124

Por Gean Rossi.



Año 2124.
…habitantes del mundo, antes que nada, esta será tal vez la última vez que me vean la cara, tal vez no vuelvan a ver a muchos de sus familiares y amigos. Tenemos unas fuertes noticias que decirles… No es fácil pero tengo que ser claro. El mundo como lo conocemos está acabado, no podrá aguantar mucho más y mucho menos con nosotros dentro.
—El fin ha llegado —le dijo a su esposa sin mirarle a la cara, tenía los ojos inmersos en lo que emitía la televisión.
Los presidentes de todos los países se hallaban reunidos en sus sillas flotantes en un gran salón en el fondo de la pantalla de la televisión tridimensional.
Ya no hay vuelta atrás, como habrán notado: la contaminación ha crecido tanto que poco a poco los pulmones de los humanos no aguantan más, las máscaras que se han creado en Rusia ya no sirven, no hay tecnología que pueda con la magnitud de la contaminación. Ya no hay remedio factible para la situación actual, por lo que se ha decidido por votación del gobierno acabar con la humanidad de una vez por todas. El futuro ya está aquí, estamos sobre él, ya no habrá más nada por delante. Esta noche a las diez y media el cielo se verá iluminado por la luz de las bombas nucleares que han sido esparcidas y puestas por todo el mundo de manera que no quede una persona. Esto no es algo que queramos hacer, pero se ha convertido en una situación que no podemos controlar. No puedo pedirles que mantengan la calma, pues es algo imposible luego de estas palabras, pero por lo menos tratemos de reflexionar un poco, de recordar los buenos momentos de nuestras vidas y tratar de reunirnos con nuestros familiares y amigos para pasar el último día de la humanidad. Un cordial saludo a todos y que Dios los bendiga.
—Pendejos del gobierno, sucia política, siempre haciendo lo que les da la gana —dijo el hombre obeso de setenta y ocho años sobre su silla flotante mientras con un chasquido de dedos, hacía que la pantalla de cincuenta pulgadas frente a él desapareciera—. Ya veía venir que estas personas iban a solucionarlo todo con sus remedios drásticos, no me sorprende para nada esto la verdad.
—Amor, ¿cómo puedes hablar así? —preguntó su esposa también obesa, de aproximadamente la misma edad, en su propia silla flotante—. Yo sinceramente no sé qué decir, estoy impactada…
—¿Impactada de qué? —preguntó su esposo mientras giraba con una palanca la silla para quedar en una posición en la que pudiera mirar a su esposa—. Esto es algo que se veía venir desde hace mucho tiempo, nunca se tomaron las medidas necesarias para controlar todas esas industrias, productos contaminantes y el exceso de basura. La Tierra no es tan grande y por supuesto tiene sus limitaciones. —Se detuvo un momento para tomar aire—. La sobrepoblación, el crecimiento de todo lo que conocemos hoy o creemos conocer, hizo que nuestro planeta colapsara. Progresábamos y progresábamos pero no nos dábamos cuenta de lo que íbamos creando. Un planeta en destrucción, todo fue como una montaña rusa, subíamos cada vez más pero no nos dimos cuenta que al final siempre estará la caída. Todo empezó con la tecnología, teléfonos celulares más inteligentes que nosotros, nos vimos dominados por estos aparaticos que nos encerraban en su pantalla y nos alejaban de la sociedad. La tecnología nos dio tantas facilidades a las personas, que prácticamente no teníamos que hacer nada. Y mira el resultado, una sociedad de obesos que no pueden ni pararse de un sillón flotante que los transporta a todos lados porque no logran cargar su propio peso y mantenerse en pie más de un minuto. Los ejercicios quedaron obsoletos; salir a jugar fútbol, voleibol, o simplemente a las escondidas, todo eso quedó en el pasado del cual no disfrutamos mientras los celulares nos devoraban las neuronas. Las reuniones entre amigos se convirtieron en chats a distancia, no era necesario hacer un esfuerzo por encontrarnos con las personas porque se podía mantener contacto con ellas a larga distancia. Y para completar todo, el crecimiento. El crecimiento poblacional, la falta de trabajo sustituido por maquinarias que lo hacen todo y en mayores cantidades. El exceso de industrias que vertían sus desechos en la superficie de la tierra. La muerte del ochenta por ciento de animales marinos y aves. Hizo falta alguien que se diera cuenta de a lo que íbamos a llegar, tal vez lo hubo quién sabe, pero por más que sea, los gobiernos, los sucios gobiernos controlaban todo a su manera. La obsesión por el dinero que originó tantos problemas e inconvenientes, separaciones entre países, estados y hasta familias enteras. Nadie se dio cuenta del camino en el que íbamos, el camino al que llegamos y después de tantas cosas y distracciones, llegó a su fin. El fin de la carretera, de la autopista, de la montaña rusa o de como se le pueda llamar. —Luego del largo monólogo, emitió un fuerte suspiro al darse cuenta que su esposa se había ido.
Se dirigió con su silla a la ventana de su casa y quedó un rato viendo el cielo marrón por la contaminación en el que no pasaba ni un destello del sol. Una lágrima cayó sobre su mejilla. Así pasó al menos veinte minutos cuando su esposa regresó de la habitación con un álbum de fotos en las manos:
—Por fin lo encontré —dijo ella para sí mientras se acercaba a su esposo.
—¿Qué intentas? —preguntó éste.
—Pues… es nuestro último día vida así que, decidí que quería pasarlo recordando todos los buenos momentos de nuestra vida, de nuestra juventud. Cuando vivíamos bien y no lo sabíamos.
Abrieron el álbum, tenía puras fotos del baile de graduación. Él portaba un elegante chaleco a rayas sobre una camisa blanca y ella relucía en un vestido verde como la grama por la mañana tras haber recibido la humedad del rocío. En esto se les fue todo el día, pasaban al menos treinta minutos con cada foto, unas eran posando, algunas él solo, otras ella sola y la mayoría, fotos de los dos juntos. Fueron novios desde la escuela y luego de más de cincuenta años seguían formando parte de un vínculo especial que los unía como pareja casada. Se hizo de noche, y seguían viendo las fotos del mismo álbum, nunca tuvieron hijos, no les gustaban los niños, y tampoco eran de muchos amigos, por lo que no se preocuparon por más nadie sino ellos dos. Por fin llegaron a la última foto. Era una de ellos dos bailando en el medio de la pista. Apenas la vieron brincaron —o al menos eso intentaron— de felicidad. Lo recordaban todo tan claro, los reflectores sobre ellos, los pies de ambos moviéndose al compás de la música, y al fondo su canción favorita, la favorita de los dos. Una canción lenta que los representaba, Auld Lang Syne se llamaba. Las lágrimas corrieron por sus mejillas temblorosas.
—Qué bonito recuerdo. —Las palabras de la mujer se entrecortaban por el llanto.
—Espera aquí —dijo su esposo mientras daba media vuelta y se dirigía al reproductor de música, pasó un minuto buscando entre las canciones hasta que la encontró.
—Me estás jo… —Una sonrisa nerviosa se asomó en la boca de la mujer mientras el reproductor empezaba a reproducir el sonido del piano de Auld Lang Syne.
—Vamos a recordar las cosas como lo eran antes. —El hombre de al menos ciento cuarenta kilos, haciendo sus más grandes esfuerzos se levantó del sillón flotante, titubeó por un momento pero logró recobrar el equilibrio y empezó a caminar con pequeños pasos hacia su esposa.
—Esto no puede estar pasando… —susurró la mujer con la cara empapada por las lágrimas.
Su esposo ahora frente a ella, estiró lo más que pudo el brazo:
—¿Me concede esta pieza bella dama?
—Cómo no. —La mujer se aferró a la mano de su marido mientras este hacía su mayor esfuerzo para levantarla de la silla.
Ahora, unidas sus manos uno frente al otro, comenzaron a bailar con el sonido de la música, pasos lentos pero elegantes.
—Juntos por siempre —le susurró al oído a su esposo.
—Para toda la eternidad —respondió al susurro de su mujer.
De pronto, una fuerte luz iluminó la habitación a través de la ventana, sabían perfectamente de lo que se trataba, ni siquiera se preocuparon en echarle una ojeada a la ventana. Estaban tan perdidos en sus miradas y sus pasos. Un fuerte estrépito retumbó en el apartamento pero esto llegó a sus oídos como un sonido sordo pues estaban sumidos en la música que seguía sonando.
Y juntos bailaron mientras la humanidad llegaba a su fin.



martes, 5 de marzo de 2013

Una ultima mirada

Por Ernesto Suárez.


El hombre recordó el día en que los invasores llegaron y como empezaron a destruir todo lo que conocía.  Recordó el famoso dicho que asegura que una guerra avisada no mata gente y no pudo evitar reír al pensar en que esta guerra, si es que podía llamarse así, era la excepción a la regla. Su risa se hizo más fuerte al percatarse de que no era una guerra en lo absoluto, porque en ellas cada ejército ataca al otro y ellos no lo hacían, no podían hacerlo; estaban viviendo un exterminio y la única opción que habían encontrado viable fue la de huir en todas direcciones aún sabiendo que sólo posponían lo inevitable. 
   Su inoportuna carcajada se cortó y dejó de correr cuando se produjo una fuerte explosión detrás de él; y aunque en el fondo no quería hacerlo, no pudo evitar voltearse y observar una gigantesca columna de fuego que se alzaba a un par de kilómetros de donde se encontraba.  Permaneció largo rato viendo como el fuego se desvanecía y daba paso a una nueva columna, esta vez de humo negro, tan alta que parecía perderse en la atmósfera; escuchó atento una serie de pequeñas explosiones y gran cantidad de disparos; vio como varios hombres y mujeres surgían de entre las ruinas de las casas que le rodeaban y huían sin destino fijo.  Una mujer se detuvo un par de segundos delante de él y le gritó que huyera, el hombre no le dijo nada y vio como se alejaba, vio como rápidamente se alejaban todos aquellos que aún creían que era posible sobrevivir; los vio perderse en la distancia, abriéndose paso a través del polvo que ahora flotaba en el ambiente y de los escombros que constituían el nuevo paisaje, y fue entonces cuando decidió dejar de huir, dejar de sentir miedo, de creer que existía alguna esperanza, decidió que había sido suficiente de este absurdo intento de vivir.

   Cerró la puerta y apoyó su espalda contra ella. Levantó su mirada, sin dirigirla hacia ningún punto en particular, trató de ordenar sus ideas y de encontrar las palabras exactas para explicarle la decisión que había tomado.  Temía, y era un gran temor en realidad, que ella no aceptara y que quisiera seguir aferrándose a esta ridícula vida.
  ¿Encontraste suministros? –El hombre se sobresaltó al escuchar su voz y la miró fijamente.  Ella estaba de pie junto a los escombros de lo que había sido la escalera que llevaba al segundo piso, tenía sus brazos cruzados delante de su pecho y también le miraba fijamente–. ¿Algo?
   –Nada –contestó–. Esta zona quedó totalmente destruida por los primeros bombardeos. No ha quedado nada.
   La mujer bajó la mirada un par de segundos, luego la levantó y dio tres pasos hacia él.
   –La conexión de internet se ha perdido del todo.
   –Tuvimos suerte de que hubiera durado lo que duró –acotó el hombre, aún tratando de encontrar las palabras que necesitaba.
   –Estuve escuchando la última estación de radio que quedaba.  Su señal se cortó hace media hora.
   –¿Dijeron algo que valie…
   –Dijeron que habían arrasado con todos en Europa y con miles en América del Sur –le interrumpió ella, sin apartar sus brazos de enfrente de su pecho.
   –¿Ya no queda nadie en Europa?
   –Nadie.  Los exterminaron a todos.
   El hombre no terminaba de creer lo que escuchaba, los ataques habían empezado seis días atrás y en menos de una semana habían conseguido acabar con todos los que vivían en un continente.
   –Vi a una docena pasar corriendo frente a la casa gritando que había que huir…, que estaban muy cerca…, que…, que…
   –Yo también los he visto.
   Otra fuerte explosión sacudió la casa en la que llevaban refugiados los últimos dos días.  La ruinosa pared que separaba a la cocina del comedor finalmente se desplomó pero ninguno de los dos se inmutó ante ello.  Continuaron mirándose fijamente, en silencio, escuchando como se acercaban los disparos.
   –Ya no quiero seguir huyendo –dijo ella con firmeza, rompiendo el silencio que flotaba entre ambos.
   –¿Qué dices?
   –Digo que es estúpido seguir corriendo…, estúpido… –su voz se quebró un instante y usó un instante para recuperar la compostura–.  No importa hacia donde corramos…, no…, no hay a donde ir…, no hay…, no sé…
   –Ya no digas nada –le interrumpió el hombre, segundos antes de atraerla hacia él y de abrazarla lo más fuerte que podía.  Ella cerró los ojos, cruzó sus brazos por detrás del hombre y le devolvió el abrazo–. Yo también pienso lo mismo.  No tiene sentido extender nuestra agonía.
   –¿En serio?
   –Muy.
   –¿Crees que será rápido? –preguntó la mujer con voz entrecortada–. No crees que decidan torturarnos primero o hacer algo cruel, no sé, humillarnos antes de…, de…
   –No lo creo –le aseguró, aunque era una posibilidad que también le preocupaba.
   –¿Porqué son tan malos?
   –No lo sé…, yo…, realmente no lo sé.
   Una nueva explosión puso a temblar todo a su alrededor y escucharon como una parte de la fachada posterior, o tal vez toda, se desmoronaba. Permanecieron abrazados por unos segundos más, segundos que les parecieron eternos, luego se miraron, se sujetaron de las manos y se sentaron en el piso.
   –¿Recuerdas el día que nos conocimos? –preguntó la mujer con una sonrisa en el rostro.
   –Por supuesto –respondió él, también esbozando una sonrisa–. Estabas en la cocina lavando todos los platos que habían quedado sucios de la fiesta de la noche anterior.
   –Bueno, esa fue la primera vez que tú me viste a mí –dijo ella, mientras la casa se sacudía nuevamente–. Yo te vi primero a ti, en el jardín, trabajando en los rosales que adornaban la fuente.  Estaba tratando de limpiar una olla cuando te vi a través de la ventana –rió un momento y el hombre rió también–.  Te veías tan serio y tan concentrado en esas rosas, parecías un científico tratando de encontrar una cura para el cáncer.
   –Siempre me absorbía mi trabajo.
   –Te veías tan especial –dijo ella, apretando las manos de él con un poco más de fuerza–.  Fue ahí cuando sentí ese cambio dentro de mí, cuando entendí que no quería vivir lejos de ti.
   –A mí me pasó lo mismo cuando te vi.
   Escucharon a los invasores afuera de la casa, gritando y haciendo mucho ruido, comprendieron que su momento había llegado y continuaron mirándose, sin soltarse de las manos.
   –Lord y Lady Rutherford no se alegraron mucho al descubrir lo nuestro –dijo ella, aún sonriendo.  El hombre se alegró al notar que ya no había miedo en su voz.
   –Es verdad, pero al menos nos apoyaron –contestó él–.  Estos noventa seis años que he vivido contigo, han sido los mejores de mi vida.
   –También han sido los mejores de la mía.
   La puerta por la que el hombre había entrado, junto con gran parte de la pared, estalló.  Ambos fueron golpeados por una lluvia de piedras, astillas y vidrios que cubrió sus cuerpos de heridas profundas.  Casi la mitad del cuero cabelludo de la mujer desapareció y el ojo derecho del hombre se salió de su órbita y cayó al suelo entre ambos, pero continuaron sujetándose de las manos, sonriendo y mirándose cariñosamente.
   –Te amo PA237 –dijo él.  Varias chispas empezaron a salir del lugar donde había estado su ojo.
   –Te amo XL119 –respondió ella, mientras una sustancia azulada emanaba de su cabeza y cubría todo su rostro.
   Dos soldados entraron rápidamente y les apuntaron con sus ametralladoras modelo KP, armas especialmente diseñadas para el proyecto de aniquilación que sus superiores habían orquestado y que ellos ayudaban a ejecutar.
   –¡No se muevan malditos monstruos! –gritó uno de ellos.
   –¡No intenten hacer nada! –gritó el otro.
   –No haremos nada –respondió calmadamente el hombre, sin apartar su vista de la mujer–.  Las reglas de la robótica no nos impiden cuidarnos pero siempre nos han impedido atacar a los humanos.  No era necesario que llegaran a esto.
   –Tal vez –dijo un tercer soldado mientras entraba a la casa. Se detuvo junto a los dos primeros y observó al hombre y a la mujer, sentados en el piso y con sus manos entrelazadas–. Pero llegó el día en que decidieron ser independientes, luego llegó el día en que decidieron formar colonias, y después llegó el día en que empezaron a levantar sus propias ciudades. No podíamos arriesgarnos a que llegara el día en que pensaran que el mundo sería un lugar mejor si ustedes lo manejaran.
   –Lo sería –respondió el hombre. El tercer soldado no dijo nada más y se limitó a observarlos en silencio por todo un minuto, sentados ahí, sin moverse, mirándose el uno al otro, por un instante pensó en separarlos pero inmediatamente desechó la idea.  Observó a los hombres que les apuntaban, asintió con su cabeza y se alejó caminando.
   El hombre y la mujer apretaron sus manos con más fuerza, sonrieron y, segundos antes de ser destruidos por una ráfaga de balas capaces de atravesar un blindaje de titanio, se obsequiaron una última mirada, una mirada amorosa; la misma mirada, alcanzaron a darse cuenta, y a pesar de la deformidad de sus rostros, que se habían obsequiado el uno al otro el primer día que se conocieron. 



Fin femenino

Por Camila Carbel.


    —¿Cuanto crees que logremos resistir?—preguntó Maria realmente preocupada, pero tratando de que no se notara en su voz.
     —No se. Y la verdad que ahora no me preocupa demasiado. Lo que si me alegra es dejar que escuchar esos ruidos. Mis oídos no daban más. Por suerte hace ya… ¿Cuántos días hace que no se escucha nada? ¿Cuatro? ¿Seis?... Que importa, creo que la guerra acabo, eso es lo que me tranquiliza.—Dijo Lucia.
     —Si, es cierto. A mi también me alegra no escuchar más las explosiones. Pero necesitamos comer, un lugar seguro y abrigado donde dormir.
     »¿Seremos las única sobrevivientes? Eso no deja de darme vueltas en la cabeza. ¿Qué vamos a hacer?
     —Tratar de sobrevivir un tiempo, hasta que nos extingamos. Solo eso.
     —¿Pero es posible que solo quedemos nosotras?—Se sobresalto Maria con lágrimas en los ojos. Ya no podía aguantar más la angustia, el miedo, pero sobre todo su total desconcierto, no saber que hacer, ni lo que podría pasar. La desesperaba.
     No quedaban rastro de todo lo conocido, las ciudades habían volado por los aires, solo quedaban escombros y cadáveres. Los campos habían sido abandonados hacia unas cinco décadas atrás. Todo era desconocido para las jóvenes, pero había una sola cosa de la cual Lucia estaba segura, ellas eran las únicas habitantes de todo el continente americano. Nadie le había brindado esta información pero estaba totalmente segura de ella. Y lo peor era que eran dos mujeres, era imposible la reproducción. Era el final.
     Respondiendo a la pregunta Lucia le contesto: — Posible es, pero es casi imposible averiguarlo.
      » No podes andar mucho más. Me duelen los pies. Busquemos algún lugar donde pasar la noche. Y si, tenemos que encontrar más comida, me duele más el estomago que las piernas… —Pensándolo mejor unos minutos más tarde agrego: —¡Me retracto!, hay un sonido que si extraño, el cantar de un ave. Este silencio total ya me esta matando. Los animales no pueden estar todos muertos —En las últimas palabras, Lucia levantó la vista mirando el cielo, buscando algún rastro de vida. Pero no lo encontró, la única vida que había eran los árboles del bosque, y su nueva compañía, una mujer de veinticinco años, a la cual odia por no ser un hombre que le diera un poco de seguridad y algo de sexo.
     Caminaron unos minutos más, recolectaron unos pocos frutos de vegetación cercana y comieron en silencio, sin mirarse directamente a los ojos por temor a descubrir el miedo que habitaba en el interior de cada una. Creían tener todas las de perder, lo cual era lógico luego de los últimos años caóticos que habían vivido. Primero la lucha por el agua entre las grandes naciones, los suicidios, las muertes en los países más pobres, el cierre de las fábricas, el colapso económico, y por fin la guerra, durante largos cinco años, poco a poco fueron desapareciendo pueblos y ciudades. En fin, con la poca humanidad que quedaba. La población mundial había descendido en un 40%.


     —Lucia despertate. Busquemos algo para desayunar.
     »¡Vamos Lucia! ¡Levántate!
     Pero su compañera se limitó a abrir minimamente los ojos, y levantar una mano, en seña de “no molestes”.
     Maria ya no estaba molesta, si no preocupada, nunca había pasado algo así, por lo general era Lucia quien se despertaba de buen humor, teniendo en cuenta que no tenían un lugar donde vivir, ni comida y que todas las personas que habían conocido estaban muertas.
     Le toco la frente y sus dudas se afirmaron, la muchacha estaba con fiebre. Con todo el temor del mundo, la dejo sola y busco un rio en las cercanías para poder mojar un trapo y colocárselo en la cabeza.


     —¿Qué hora es?
     —¡Despertaste! ¿Como te sentís?
     —Bien, ¿que pasó?
     —Dormiste durante un día entero. Te dio fiebre, es todo lo que se. Tendrías que tomar líquido para evitar una rehidratación.
     —Bueno.
     » ¿A que hora partimos? Ahora siento bien.
     —¿Estas segura? No quiero arriesgarnos, no hay problema que pasemos otra noche acá.
     —Segura. Vamos a caminar, no al mismo ritmo, pero vamonos. ¿O crees que es algo jodido lo que tengo? Yo me siento bien, me duele un poco el cuerpo, pero fuera de eso… nada más.
     —No, no se. Me preocupe un poco, pero creí que lo mejor era dejarte descansar. Al fin y al cabo lo único que podía hacer era ponerte un paño frió en la frente. Estamos jodidas. No se nada de médicamentos, de todas formas tampoco serviría.
     »¿Sabes? Creo que en las escuelas deberían enseñar superviviencia, en vez de perder tantas horas con historia y química.
     —¿Durante cuanto tiempo crees que lo lograremos?—Pregunto Lucia dejando ver, por primera vez el miedo en sus palabras.
     —No se. La verdad que no tengo idea, ni me gustaría saberlo. Solo tenemos que conseguir comida y… esperar.
     —Supongo que si. ¿Caminamos hacia el norte?—Preguntó la chica señalando hacia la izquierda.
     —Por mi esta bien, pero el norte queda para allá—Dijo Maria mientras extendía su brazo hacia la dirección contrario que su compañera. Se miraron sin saber que hacer, hasta que Lucia alzo los hombros y empezó a caminar en dirección contraria a la que había señalado.
     —Busquemos algo para comer. No doy más del hambre que tengo.
     —Yo estoy igual, lo que daría por una hamburguesa con papas fritas.
     —Y yo por una pizza con anchoas. Siempre fue mi comida preferida. Y ahora solo comemos estas mierdas de frutitos que no te llenan un ni una puta muela.
     —Mi vieja preparaba unos niños envueltos, para chuparse los dedos durante toda una semana—recordó en voz alta Maria , mientras pensaba que hablar de comida, sabiendo que quizás nunca volverían a tener una vida normal con comida de verdad, era algo masoquista de su parte.
     —¿Que es eso? Nunca lo probé…
     —Nooo, ¿me estas jodiendo? Es carne, con arroz, envueltos en hoja de parra, una comida árabe. Es riquísima.


     Luego de una semana de agotadoras caminatas que no les conducían a ningún lado, hicieron un pequeño campamento.
     —¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer? Yo no puedo más, no puedo más. Tengo hambre, sueño, me duele todo el cuerpo, esto es una gran mierda. No doy más. Nunca debería haber salido de la civilización. Tendríamos que habernos muerto con todo el mundo.
     —No digas eso—dijo muy poco convencida Lucia.
     —Es cierto, y lo sabes. De que nos sirve estar con vida si no hay nadie. Todo el mundo esta muerto. Mierda. Al menos tendríamos que haber buscado un arma para poder escribir nuestro final.
     —…
     —No se vos, pero yo no me pienso moverme más. Me quedo acá.
     —¿Y qué, nos morimos de hambre?
     —Mientras que terminemos muertas, yo no tengo problema. Pero no quiero seguir más así. No puedo.
      Lucia  pensaba igual que su compañera pero no podía decirlo. Morir de hambre debía ser muy doloroso, si tan solo tuvieran algún modo de acabar más rápido el asunto…
     —¿Entonces el plan es sentarnos acá… hasta que esto acabe?
     —Si, al menos el mió. ¿A vos se te ocurre alguna idea mejor?— pregunto Maria.
     —No. Me sumo al tuyo. —ambas mujeres estaban totalmente resignadas a su suerte, o mala suerte, desde su punto de vista. —Solo pensaba… Que si somos las únicas sobrevivientes de la guerra, ¿no deberíamos luchar un poco más?
     —No serviría de nada, en algún momento vamos a morir. Es imposible dejar descendencia, siendo dos mujeres. ¿Para que seguir sufriendo? Por mi, hasta acá llego el hombre. ¿Qué irónico, no? Llego el hombre y somos mujeres.
     —Si, siempre me molesto eso. El Hombre, debería ser, simplemente seres humanos. Desde ahí nos dividimos en hombres y mujeres. Malditos machistas.


     Luego de dos días…
     —No puedo más, no tengo fuerzas, pero no puedo hacer esto. Abandonarnos así. No puedo. Vamos, busquemos algo de beber y comida. Seguro encontramos algunas frutas por ahí que nos darán fuerzas hasta llegar a un arrollo.  Por favor—rogó Maria.—Pensé que iba a poder, pensé que seria más fácil, ¡¡¡Pero no lo es!!!
     —No, yo me quedo acá. Fue tu idea, ya me resigne. Ya acabara pronto—Dijo Lucia en voz baja, recostada en el tronco de un árbol.
     —No puedo, no puedo Lucia. ¿Qué no entiendes?—gritaba Maria con las pocas fuerzas que le quedaban, mientras se levantaba y echaba a andar.


Pocos minutos después de la partida de Maria, al otro lado del océano, en Australia, falleció el último hombre aún cargando a su pequeño niño, también muerto. 

lunes, 4 de marzo de 2013

Con la música a otra parte.

Por Nati Lou.


Esa mañana de jueves venía siendo bastante anormal. No séqué fue lo primero que me hizo dar cuenta, pero creo  que fue el radio - despertador, programado a las 6:00 en mi FM favorita.
     ¡Buenos  días gente hermosa! —amaba la voz de ese locutor —hoy tendremos otro dia soleado, con una temperatura de 25° C, así que pueden ir guardando el saquito de ayer, porque no lo van a necesitar.
      ¡Buenísimo Pato! —Exclame (siempre tuve esa costumbre: hablo con la radio, con la televisión, con los personajes de mis libros. Creo que el hecho de que no me escuchen es bastante liberador).
Y ahí, todos los días, debía sonar una canción. La primera del triple de éxitos de las 6:05. En vez de eso, Patricio siguió hablando.
     Y les cuento que hoy las calles del acceso oeste a Capital Federal están cortadas por la fuerte tormenta de ayer…
Deje de escuchar y fui a desayunar. No laburaba en Capital, vivía en Mendoza, y francamente, me importaba un bledo los porteños y sus inundaciones. Al fin y al cabo, en Mendoza también había llovido, hasta cayo granizo.
Prendí la televisión.
     Y por la tormenta de ayer, repetimos, están cortados absolutamente todos los servicios de transporte en Capital y Gran Buenos Aires. —ahora la del noticiero me venía a hablar de Capital y de los pobres diablos que no podrían viajar.
     No me importa Nati, vivo en Mendoza y puedo ir al trabajo caminando.
     Y pasamos a los títulos.
Apague el noticiero. Sabía que se venían las consabidas imágenes, calidad celular, de  esos pobres diablos inundados.
Cuando llegue a la oficina había una gran excitación. Todos hablaban entre sí, mientras tomaban el 2do o 3er café del dia.
     Y hoy cuando venía en el auto, te juro que no pude enganchar una puta canción.
     Me paso lo mismo. ¿escuchaste la radio? No paso el triple de las 6:05, es más, creo que ni siquiera había canciones en las publicidades.
     Sí, es todo muy raro.
     ¿Habrá muerto algún compositor famoso y estarán todos de luto?
     No seas pelotuda Pau, eso es imposible.
     Yo tampoco pude escuchar ninguna canción hoy —dije—. Es como si todos se hubieran puesto de acuerdo en no pasar música.
     ¡Otra más! ¿Por qué harían eso?
Viviana, que siempre fue la máspráctica, pego un grito.
     ¡che, miren esto!
      Tu IPod. Nos los mostraste varias veces.
     En serio Juan. Mira la lista de reproducción.
Miramos todos. En vez de encontrar música digna del IPod de Viví, había un cartelito “no hay canciones en la lista de reproducción”
     Se pusieron todas de acuerdo para hacerme una joda ¿no? —Juan sonrió. —voy a buscar un CD al auto y terminamos con esto.
Volvió con un CD de Green Day. Lo puso en el DVD que teníamos para las conferencias, y para escuchar música. El DVD dio error.
     Esto es raro — dijo Juan.
Y así venimos  desde hace cinco días. Intentando siquiera hacer ritmo con las ollas para simular una batería. O silbar una canción, cualquiera. Aun no logramos nada. Y, según estuve investigando por Internet (YouTube no reproduce videos musicales, y las canciones que bajamos del Ares no se escuchan) es a nivel mundial.
Y nadie sabe aún que hacer.

viernes, 1 de marzo de 2013

El viaje

Por Luis Seijas.


Estaban sentados alrededor de la fogata cuando Rubén se acercó y pidió un lugar para sentarse. Se disponía a hablar y recordó que estaba en un lugar nuevo, con personas y costumbres nuevas. Pidió la palabra aplaudiendo una vez y tocándose suavemente la garganta con su mano derecha.
—¿Quieren saber mi historia? —Vio de izquierda a derecha y encontró con que todos los rostros lo animaban a continuar—. Muy bien, les advierto que ni yo mismo lo entiendo.
Los sabios murmuraron unos con otros, pero la curiosidad -tanto por la historia como por la apariencia del forastero- era mas fuerte que ellos.
—No es cuestión que entiendas o no, si aún quieres formar  parte de esta familia y ganarte nuestro respeto y confianza, cuéntanos —dijo Mentor, el sabio mayor, levantando su cayado—. Y haz has tu mayor esfuerzo porque si no… te corresponde el exilio.
Rubén se aclaró la garganta y continuó:
—Voy a empezar por decirles que el día en que el mundo dejó de ser mundo, yo estaba y no estaba en él.
—¡Imposible! —alzó la voz mildro el mas joven del círculo, sus ojos brillaban de envidia—. Sólo los dioses pueden hacer algo asi.
Mentor le lanzó una mirada de reproche fugaz.
—Disculpe usted al joven — dijo bajando la mirada.         
Rubén se sintió con mas confianza. Para ¿inventar?... No. Decidió decir su verdad, aunque pareciera imposible, aunque ellos no le creyeran y lo mandaran de igual forma al exilio por lo inverosímil de su historia.
Mi verdad, es media verdad cuando llega a tus oídos —pensó—.
Empezó a narrar cómo habían sucedido las cosas y aunque había partes del relato que iban a quedar en blanco, se armó de valor y empezó:
—Como dije, cuando aconteció todo yo estaba y no estaba presente. En mi mundo hay un lugar especial en el mar al que llamamos “El Triángulo de las Bermudas”. —Dibujó la forma en la arena para hacerse entender mejor—.
—¿Naciste allí? —escuchó que alguien preguntó.
Rubén no supo quién. Sin darse cuenta, había empezado su relato con la mirada fija en la forma geométrica recién dibujada en la arena. Alzó la vista, vio a su alrededor y se prometió no levantar mas la mirada hasta no culminar su historia.
—No nací en ese lugar, llegué allí de la misma forma desconocida como lo hice aquí. En esos tiempos, la mano del hombre estaba exterminando toda la vida en la Tierra. Talaban las selvas vírgenes, alteraban los cursos de agua de los ríos, envenenaban al mar.
Hasta que un día, el planeta se cansó de todos los malos tratos y utilizó su fuego para liberar. El fuego tiene un efecto purificador.
—Sí, te entendemos forastero. Para limpiar nuestras tierras le prendemos fuego ceremonial y observamos como va cobrando vida, al pasearse por nuestros sembradíos — intervino de nuevo Mentor.
A Rubén le agrado la idea que al menos en ese momento tuviesen algo en común.
Sucedió hace mucho tiempo, aunque en honor a la verdad el tiempo ya no era lo mismo para él. Desde el día en que se enteró que el planeta – su planeta- se estaba desintegrando y desapareciendo.
Los volcanes, desde los activos hasta los inactivos, hicieron erupción casi al unísono. Una capa de ceniza fue cubriendo el planeta, sumergiéndolo en una oscuridad espesa. Los rayos de sol ya no alimentaban a la tierra, ni a sus selvas. El calor tostaba hasta la vista.
—¿Y si todo estaba asi de caótico, como es que tu sobreviviste forastero?
—Simple, ¿recuerdan que les comenté sobre el lugar especial? —señaló hacia el dibujo en la arena.
—Sí, lo recordamos. Triángulo de las Bermudas se llamaba.
—Exacto, mi estimado Mentor.
Sobrevivió porque todos los “desaparecidos” que, a lo largo de los años, intentaron atravesar ese triángulo, fueron llamados a repoblar la tierra luego que se presentara el comando de limpieza.
—Pero si era tan aislado como nos los haces ver, forastero. ¿Qué hiciste para saber lo que estaba pasando en las afueras de ese “lugar Especial”?
—Una de las bondades que ser ecologista es que siempre ves la manera de transformar lo que contamina por algo no contaminante. Y así inventé un panel solar que alimentaba al sistema de energía del yate. Con esa energía limpia generándose en mi embarcación, pude escuchar en todas las frecuencias de radio que el fin del mundo estaba llegando.  
  

  







— qué es el paraíso?— dijo mejor, el sabio mas viejo—. Creo que saber a qué te refieres, pero explicate para que podamos transmitir tu información.
— un paraíso es un lugar donde no te tienes que preocupar mas de la cuenta. De hecho, mas te ocupas que pre ocupas.
— Dinos mas, tenemos muchas preguntas te las haremos luego que nos cuentes de cómo terminó todo.
— entiendo.
— no se decirles cuando comenzo, porque de una cosa si estoy seguro es de que el final que tuvimos fué orquestado — conciente o inconcientemente— por nosotros.

La habitación de metal

Por Patricia Porta.



—Dime todo lo que sabes —Le dijo un hombre que acababa de entrar en la habitación.
Raúl frunció el ceño. Trató de aclararse las ideas, lo último que recordaba era haberse quedado dormido en su habitación en la tienda comercial.
—No entiendo a qué te refieres —respondió después de unos segundos—. Estaba durmiendo tranquilamente, y ahora me despierto aquí, atado a una silla, dentro de una habitación toda de metal —miró para todos lados—. Yo no hice nada malo, no entiendo por qué me apresaron.
—¿Qué estuviste haciendo estos últimos ocho años?
—Sobrevivir.
—Dime cómo comenzó todo ¿Qué sucedió hace ocho años?
Raúl pestañeó varias veces, incrédulo.
—¿Me vas a decir que no sabes eso?
—Queremos conocer tu versión. ¿Qué pasó hace ocho años?
Raúl asintió con la cabeza y comenzó a hablar:
Finalmente llegó el día en que el mundo como lo conocíamos llegó a su fin. No fue a manos de los zombies, ni por una gripe superfuerte que mató a la mayoría de la población, ni por un virus que transformó a las personas en asesinos sin cerebro; el fin del mundo llegó a causa de los insectos, tanto las hormigas, las cucarachas, las moscas, mosquitos, abejas, todos cambiaron un día, no sé ni cómo ni cuando pero cambiaron, se hicieron más fuertes, más grandes, empezaron a atacar a los otros seres vivos, atacaron en grupo, será porque no crecieron mucho, apenas al doble del tamaño que tenían, así que solos no podrían haber ocasionado tremenda matanza. Seguramente es más o menos lo que tú recuerdas.
—Digamos que sí. Continua. ¿Qué pasó después? ¿Cómo llegaron al centro comercial?
—Yo era guardia de seguridad allí, al igual que Miguel y Juan, si ellos están aquí también, deben haber dicho lo mismo.
—Eso no importa ahora. Sigue contándome.
—El día que empezó la locura, el 13 de marzo del 2013, la noche en realidad, el centro comercial ya había cerrado, sólo estábamos nosotros tres, teníamos el turno de noche. Estábamos mirando la televisión en el mostrador de entrada que pertenecía a informes y en las noticias empezaron a mostrar los primeros casos de insectos atacando a humanos, era una locura, estaba sucediendo por todo el mundo según decían, y entonces empezamos a escuchar los gritos provenientes de afuera, nos acercamos a la puerta para ver, con las armas en las manos, y entonces un grupo de personas, entre ellas una mujer con un bebé en brazos, se acercó corriendo hacia la puerta, el bebé estaba llorando muy fuerte, se escuchaba su llanto aún más que los gritos, ese grupo eran las únicas personas que no estaban siendo atacadas.
—Un grupo de personas y un bebé que no estaban siendo atacados, se unieron a ustedes tres, y sobrevivieron ocho años, en un centro comercial ¿Cómo es posible que los bichos no entraran?
—No lo puedo explicar del todo, nos dimos cuenta un poco después, el llanto del bebé ahuyentaba a los insectos, no sólo los ahuyentaba, directamente ni se acercaban al centro comercial, la niña lloraba mucho.
—¿La niña? —preguntó el captor.
—Sí, Ama, deben haberla encontrado también, ahora tiene ocho años, la niña percibe cuando se acercan los insectos, entonces grita, y finalmente ni se acercan, así sobrevivimos, gracias a ella, en el centro comercial hay tiendas de todo tipo, alimentos por montones gracias al supermercado y hasta el patio de comidas que nos sirvió para los primeros tiempos, cuando todavía había gas y se podía cocinar.
—Y la niña se llama Ama, que conveniente.
—¿Conveniente? Se llama Amalia, le decimos Ama, cariñosamente.
El captor se acercó a la puerta, la abrió, hizo un gesto y entró otro hombre, mucho más joven.
—Mi nombre es Adán —dijo el hombre que lo había estado interrogando­—. Él es David. Hay algo que tienes que entender, las cosas no son como tu crees, a estas alturas ya estamos perdidos, no tiene sentido que te tengamos atado —se acercó a Raúl y comenzó a desatarlo, mientras le seguía hablando—. Ya hace un mes que estás aquí, estabas inconciente, tuvimos que inducirte un coma farmacológico para limpiarte la mente. Vamos, te mostraré la realidad. Te llevaré a  ver a Amalia.
Raúl siguió a los dos hombres, quería hacer muchas preguntas pero prefirió esperar a ver qué le decían, no quería que lo volvieran a amarrar.
El lugar por el que caminaban era todo de metal, puros pasillos y puertas. Adán y David se detuvieron frente a una puerta cuyo extremo superior era de vidrio, miraban hacia adentro.
Raúl se les acercó y miró. La vió. Entonces recordó, como flashes empezaron a surgir los recuerdos de los últimos ocho años. Y entonces lo supo, estaban perdidos. La humanidad tal como la conocían ya había dejado de existir.


FIN