—¿Cuanto crees que logremos
resistir?—preguntó Maria realmente preocupada, pero tratando de que no se notara
en su voz.
—No se. Y la verdad que ahora no me
preocupa demasiado. Lo que si me alegra es dejar que escuchar esos ruidos. Mis
oídos no daban más. Por suerte hace ya… ¿Cuántos días hace que no se escucha
nada? ¿Cuatro? ¿Seis?... Que importa, creo que la guerra acabo, eso es lo que
me tranquiliza.—Dijo Lucia.
—Si, es cierto. A mi también me alegra no
escuchar más las explosiones. Pero necesitamos comer, un lugar seguro y
abrigado donde dormir.
»¿Seremos las única sobrevivientes? Eso no
deja de darme vueltas en la cabeza. ¿Qué vamos a hacer?
—Tratar de sobrevivir un tiempo, hasta que
nos extingamos. Solo eso.
—¿Pero es posible que solo quedemos
nosotras?—Se sobresalto Maria con lágrimas en los ojos. Ya no podía aguantar
más la angustia, el miedo, pero sobre todo su total desconcierto, no saber que
hacer, ni lo que podría pasar. La desesperaba.
No quedaban rastro de todo lo conocido,
las ciudades habían volado por los aires, solo quedaban escombros y cadáveres.
Los campos habían sido abandonados hacia unas cinco décadas atrás. Todo era
desconocido para las jóvenes, pero había una sola cosa de la cual Lucia estaba
segura, ellas eran las únicas habitantes de todo el continente americano. Nadie
le había brindado esta información pero estaba totalmente segura de ella. Y lo
peor era que eran dos mujeres, era imposible la reproducción. Era el final.
Respondiendo a la pregunta Lucia le
contesto: — Posible es, pero es casi imposible averiguarlo.
» No podes andar mucho más. Me duelen los
pies. Busquemos algún lugar donde pasar la noche. Y si, tenemos que encontrar
más comida, me duele más el estomago que las piernas… —Pensándolo mejor unos
minutos más tarde agrego: —¡Me retracto!, hay un sonido que si extraño, el
cantar de un ave. Este silencio total ya me esta matando. Los animales no
pueden estar todos muertos —En las últimas palabras, Lucia levantó la vista
mirando el cielo, buscando algún rastro de vida. Pero no lo encontró, la única
vida que había eran los árboles del bosque, y su nueva compañía, una mujer de
veinticinco años, a la cual odia por no ser un hombre que le diera un poco de
seguridad y algo de sexo.
Caminaron unos minutos más, recolectaron
unos pocos frutos de vegetación cercana y comieron en silencio, sin mirarse
directamente a los ojos por temor a descubrir el miedo que habitaba en el
interior de cada una. Creían tener todas las de perder, lo cual era lógico
luego de los últimos años caóticos que habían vivido. Primero la lucha por el
agua entre las grandes naciones, los suicidios, las muertes en los países más
pobres, el cierre de las fábricas, el colapso económico, y por fin la guerra,
durante largos cinco años, poco a poco fueron desapareciendo pueblos y
ciudades. En fin, con la poca humanidad que quedaba. La población mundial había
descendido en un 40%.
—Lucia despertate. Busquemos algo para
desayunar.
»¡Vamos Lucia! ¡Levántate!
Pero su compañera se limitó a abrir
minimamente los ojos, y levantar una mano, en seña de “no molestes”.
Maria ya no estaba molesta, si no preocupada,
nunca había pasado algo así, por lo general era Lucia quien se despertaba de buen
humor, teniendo en cuenta que no tenían un lugar donde vivir, ni comida y que
todas las personas que habían conocido estaban muertas.
Le toco la frente y sus dudas se
afirmaron, la muchacha estaba con fiebre. Con todo el temor del mundo, la dejo
sola y busco un rio en las cercanías para poder mojar un trapo y colocárselo en
la cabeza.
—¿Qué hora es?
—¡Despertaste! ¿Como te sentís?
—Bien, ¿que pasó?
—Dormiste durante un día entero. Te dio
fiebre, es todo lo que se. Tendrías que tomar líquido para evitar una
rehidratación.
—Bueno.
» ¿A que hora partimos? Ahora siento bien.
—¿Estas segura? No quiero arriesgarnos, no
hay problema que pasemos otra noche acá.
—Segura. Vamos a caminar, no al mismo
ritmo, pero vamonos. ¿O crees que es algo jodido lo que tengo? Yo me siento
bien, me duele un poco el cuerpo, pero fuera de eso… nada más.
—No, no se. Me preocupe un poco, pero creí
que lo mejor era dejarte descansar. Al fin y al cabo lo único que podía hacer
era ponerte un paño frió en la frente. Estamos jodidas. No se nada de
médicamentos, de todas formas tampoco serviría.
»¿Sabes? Creo que en las escuelas deberían
enseñar superviviencia, en vez de perder tantas horas con historia y química.
—¿Durante cuanto tiempo crees que lo
lograremos?—Pregunto Lucia dejando ver, por primera vez el miedo en sus
palabras.
—No se. La verdad que no tengo idea, ni me
gustaría saberlo. Solo tenemos que conseguir comida y… esperar.
—Supongo que si. ¿Caminamos hacia el
norte?—Preguntó la chica señalando hacia la izquierda.
—Por mi esta bien, pero el norte queda
para allá—Dijo Maria mientras extendía su brazo hacia la dirección contrario
que su compañera. Se miraron sin saber que hacer, hasta que Lucia alzo los
hombros y empezó a caminar en dirección contraria a la que había señalado.
—Busquemos algo para comer. No doy más del
hambre que tengo.
—Yo estoy igual, lo que daría por una
hamburguesa con papas fritas.
—Y yo por una pizza con anchoas. Siempre
fue mi comida preferida. Y ahora solo comemos estas mierdas de frutitos que no
te llenan un ni una puta muela.
—Mi vieja preparaba unos niños envueltos,
para chuparse los dedos durante toda una semana—recordó en voz alta Maria ,
mientras pensaba que hablar de comida, sabiendo que quizás nunca volverían a
tener una vida normal con comida de verdad, era algo masoquista de su parte.
—¿Que es eso? Nunca lo probé…
—Nooo, ¿me estas jodiendo? Es carne, con
arroz, envueltos en hoja de parra, una comida árabe. Es riquísima.
Luego de una semana de agotadoras
caminatas que no les conducían a ningún lado, hicieron un pequeño campamento.
—¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer?
Yo no puedo más, no puedo más. Tengo hambre, sueño, me duele todo el cuerpo,
esto es una gran mierda. No doy más. Nunca debería haber salido de la
civilización. Tendríamos que habernos muerto con todo el mundo.
—No digas eso—dijo muy poco convencida Lucia.
—Es cierto, y lo sabes. De que nos sirve estar
con vida si no hay nadie. Todo el mundo esta muerto. Mierda. Al menos
tendríamos que haber buscado un arma para poder escribir nuestro final.
—…
—No se vos, pero yo no me pienso moverme más.
Me quedo acá.
—¿Y qué, nos morimos de hambre?
—Mientras que terminemos muertas, yo no
tengo problema. Pero no quiero seguir más así. No puedo.
Lucia pensaba igual que su compañera pero no podía
decirlo. Morir de hambre debía ser muy doloroso, si tan solo tuvieran algún
modo de acabar más rápido el asunto…
—¿Entonces el plan es sentarnos acá… hasta
que esto acabe?
—Si, al menos el mió. ¿A vos se te ocurre
alguna idea mejor?— pregunto Maria.
—No. Me sumo al tuyo. —ambas mujeres estaban
totalmente resignadas a su suerte, o mala suerte, desde su punto de vista. —Solo
pensaba… Que si somos las únicas sobrevivientes de la guerra, ¿no deberíamos
luchar un poco más?
—No serviría de nada, en algún momento
vamos a morir. Es imposible dejar descendencia, siendo dos mujeres. ¿Para que
seguir sufriendo? Por mi, hasta acá llego el hombre. ¿Qué irónico, no? Llego el
hombre y somos mujeres.
—Si, siempre me molesto eso. El Hombre, debería ser, simplemente seres
humanos. Desde ahí nos dividimos en hombres y mujeres. Malditos machistas.
Luego de dos días…
—No puedo más, no tengo fuerzas, pero no
puedo hacer esto. Abandonarnos así. No puedo. Vamos, busquemos algo de beber y
comida. Seguro encontramos algunas frutas por ahí que nos darán fuerzas hasta
llegar a un arrollo. Por favor—rogó
Maria.—Pensé que iba a poder, pensé que seria más fácil, ¡¡¡Pero no lo es!!!
—No, yo me quedo acá. Fue tu idea, ya me
resigne. Ya acabara pronto—Dijo Lucia en voz baja, recostada en el tronco de un
árbol.
—No puedo, no puedo Lucia. ¿Qué no
entiendes?—gritaba Maria con las
pocas fuerzas que le quedaban, mientras se levantaba y echaba a andar.
Pocos minutos después de
la partida de Maria, al otro lado del océano, en Australia, falleció el último
hombre aún cargando a su pequeño niño, también muerto.
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