martes, 5 de marzo de 2013

Fin femenino

Por Camila Carbel.


    —¿Cuanto crees que logremos resistir?—preguntó Maria realmente preocupada, pero tratando de que no se notara en su voz.
     —No se. Y la verdad que ahora no me preocupa demasiado. Lo que si me alegra es dejar que escuchar esos ruidos. Mis oídos no daban más. Por suerte hace ya… ¿Cuántos días hace que no se escucha nada? ¿Cuatro? ¿Seis?... Que importa, creo que la guerra acabo, eso es lo que me tranquiliza.—Dijo Lucia.
     —Si, es cierto. A mi también me alegra no escuchar más las explosiones. Pero necesitamos comer, un lugar seguro y abrigado donde dormir.
     »¿Seremos las única sobrevivientes? Eso no deja de darme vueltas en la cabeza. ¿Qué vamos a hacer?
     —Tratar de sobrevivir un tiempo, hasta que nos extingamos. Solo eso.
     —¿Pero es posible que solo quedemos nosotras?—Se sobresalto Maria con lágrimas en los ojos. Ya no podía aguantar más la angustia, el miedo, pero sobre todo su total desconcierto, no saber que hacer, ni lo que podría pasar. La desesperaba.
     No quedaban rastro de todo lo conocido, las ciudades habían volado por los aires, solo quedaban escombros y cadáveres. Los campos habían sido abandonados hacia unas cinco décadas atrás. Todo era desconocido para las jóvenes, pero había una sola cosa de la cual Lucia estaba segura, ellas eran las únicas habitantes de todo el continente americano. Nadie le había brindado esta información pero estaba totalmente segura de ella. Y lo peor era que eran dos mujeres, era imposible la reproducción. Era el final.
     Respondiendo a la pregunta Lucia le contesto: — Posible es, pero es casi imposible averiguarlo.
      » No podes andar mucho más. Me duelen los pies. Busquemos algún lugar donde pasar la noche. Y si, tenemos que encontrar más comida, me duele más el estomago que las piernas… —Pensándolo mejor unos minutos más tarde agrego: —¡Me retracto!, hay un sonido que si extraño, el cantar de un ave. Este silencio total ya me esta matando. Los animales no pueden estar todos muertos —En las últimas palabras, Lucia levantó la vista mirando el cielo, buscando algún rastro de vida. Pero no lo encontró, la única vida que había eran los árboles del bosque, y su nueva compañía, una mujer de veinticinco años, a la cual odia por no ser un hombre que le diera un poco de seguridad y algo de sexo.
     Caminaron unos minutos más, recolectaron unos pocos frutos de vegetación cercana y comieron en silencio, sin mirarse directamente a los ojos por temor a descubrir el miedo que habitaba en el interior de cada una. Creían tener todas las de perder, lo cual era lógico luego de los últimos años caóticos que habían vivido. Primero la lucha por el agua entre las grandes naciones, los suicidios, las muertes en los países más pobres, el cierre de las fábricas, el colapso económico, y por fin la guerra, durante largos cinco años, poco a poco fueron desapareciendo pueblos y ciudades. En fin, con la poca humanidad que quedaba. La población mundial había descendido en un 40%.


     —Lucia despertate. Busquemos algo para desayunar.
     »¡Vamos Lucia! ¡Levántate!
     Pero su compañera se limitó a abrir minimamente los ojos, y levantar una mano, en seña de “no molestes”.
     Maria ya no estaba molesta, si no preocupada, nunca había pasado algo así, por lo general era Lucia quien se despertaba de buen humor, teniendo en cuenta que no tenían un lugar donde vivir, ni comida y que todas las personas que habían conocido estaban muertas.
     Le toco la frente y sus dudas se afirmaron, la muchacha estaba con fiebre. Con todo el temor del mundo, la dejo sola y busco un rio en las cercanías para poder mojar un trapo y colocárselo en la cabeza.


     —¿Qué hora es?
     —¡Despertaste! ¿Como te sentís?
     —Bien, ¿que pasó?
     —Dormiste durante un día entero. Te dio fiebre, es todo lo que se. Tendrías que tomar líquido para evitar una rehidratación.
     —Bueno.
     » ¿A que hora partimos? Ahora siento bien.
     —¿Estas segura? No quiero arriesgarnos, no hay problema que pasemos otra noche acá.
     —Segura. Vamos a caminar, no al mismo ritmo, pero vamonos. ¿O crees que es algo jodido lo que tengo? Yo me siento bien, me duele un poco el cuerpo, pero fuera de eso… nada más.
     —No, no se. Me preocupe un poco, pero creí que lo mejor era dejarte descansar. Al fin y al cabo lo único que podía hacer era ponerte un paño frió en la frente. Estamos jodidas. No se nada de médicamentos, de todas formas tampoco serviría.
     »¿Sabes? Creo que en las escuelas deberían enseñar superviviencia, en vez de perder tantas horas con historia y química.
     —¿Durante cuanto tiempo crees que lo lograremos?—Pregunto Lucia dejando ver, por primera vez el miedo en sus palabras.
     —No se. La verdad que no tengo idea, ni me gustaría saberlo. Solo tenemos que conseguir comida y… esperar.
     —Supongo que si. ¿Caminamos hacia el norte?—Preguntó la chica señalando hacia la izquierda.
     —Por mi esta bien, pero el norte queda para allá—Dijo Maria mientras extendía su brazo hacia la dirección contrario que su compañera. Se miraron sin saber que hacer, hasta que Lucia alzo los hombros y empezó a caminar en dirección contraria a la que había señalado.
     —Busquemos algo para comer. No doy más del hambre que tengo.
     —Yo estoy igual, lo que daría por una hamburguesa con papas fritas.
     —Y yo por una pizza con anchoas. Siempre fue mi comida preferida. Y ahora solo comemos estas mierdas de frutitos que no te llenan un ni una puta muela.
     —Mi vieja preparaba unos niños envueltos, para chuparse los dedos durante toda una semana—recordó en voz alta Maria , mientras pensaba que hablar de comida, sabiendo que quizás nunca volverían a tener una vida normal con comida de verdad, era algo masoquista de su parte.
     —¿Que es eso? Nunca lo probé…
     —Nooo, ¿me estas jodiendo? Es carne, con arroz, envueltos en hoja de parra, una comida árabe. Es riquísima.


     Luego de una semana de agotadoras caminatas que no les conducían a ningún lado, hicieron un pequeño campamento.
     —¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer? Yo no puedo más, no puedo más. Tengo hambre, sueño, me duele todo el cuerpo, esto es una gran mierda. No doy más. Nunca debería haber salido de la civilización. Tendríamos que habernos muerto con todo el mundo.
     —No digas eso—dijo muy poco convencida Lucia.
     —Es cierto, y lo sabes. De que nos sirve estar con vida si no hay nadie. Todo el mundo esta muerto. Mierda. Al menos tendríamos que haber buscado un arma para poder escribir nuestro final.
     —…
     —No se vos, pero yo no me pienso moverme más. Me quedo acá.
     —¿Y qué, nos morimos de hambre?
     —Mientras que terminemos muertas, yo no tengo problema. Pero no quiero seguir más así. No puedo.
      Lucia  pensaba igual que su compañera pero no podía decirlo. Morir de hambre debía ser muy doloroso, si tan solo tuvieran algún modo de acabar más rápido el asunto…
     —¿Entonces el plan es sentarnos acá… hasta que esto acabe?
     —Si, al menos el mió. ¿A vos se te ocurre alguna idea mejor?— pregunto Maria.
     —No. Me sumo al tuyo. —ambas mujeres estaban totalmente resignadas a su suerte, o mala suerte, desde su punto de vista. —Solo pensaba… Que si somos las únicas sobrevivientes de la guerra, ¿no deberíamos luchar un poco más?
     —No serviría de nada, en algún momento vamos a morir. Es imposible dejar descendencia, siendo dos mujeres. ¿Para que seguir sufriendo? Por mi, hasta acá llego el hombre. ¿Qué irónico, no? Llego el hombre y somos mujeres.
     —Si, siempre me molesto eso. El Hombre, debería ser, simplemente seres humanos. Desde ahí nos dividimos en hombres y mujeres. Malditos machistas.


     Luego de dos días…
     —No puedo más, no tengo fuerzas, pero no puedo hacer esto. Abandonarnos así. No puedo. Vamos, busquemos algo de beber y comida. Seguro encontramos algunas frutas por ahí que nos darán fuerzas hasta llegar a un arrollo.  Por favor—rogó Maria.—Pensé que iba a poder, pensé que seria más fácil, ¡¡¡Pero no lo es!!!
     —No, yo me quedo acá. Fue tu idea, ya me resigne. Ya acabara pronto—Dijo Lucia en voz baja, recostada en el tronco de un árbol.
     —No puedo, no puedo Lucia. ¿Qué no entiendes?—gritaba Maria con las pocas fuerzas que le quedaban, mientras se levantaba y echaba a andar.


Pocos minutos después de la partida de Maria, al otro lado del océano, en Australia, falleció el último hombre aún cargando a su pequeño niño, también muerto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario