Estaban sentados alrededor de la
fogata cuando Rubén se acercó y pidió un lugar para sentarse. Se disponía a
hablar y recordó que estaba en un lugar nuevo, con personas y costumbres
nuevas. Pidió la palabra aplaudiendo una vez y tocándose suavemente la garganta
con su mano derecha.
—¿Quieren saber mi historia? —Vio de
izquierda a derecha y encontró con que todos los rostros lo animaban a
continuar—. Muy bien, les advierto que ni yo mismo lo entiendo.
Los sabios murmuraron unos con otros,
pero la curiosidad -tanto por la historia como por la apariencia del forastero-
era mas fuerte que ellos.
—No es cuestión que entiendas o no, si
aún quieres formar parte de esta familia
y ganarte nuestro respeto y confianza, cuéntanos —dijo Mentor, el sabio mayor,
levantando su cayado—. Y haz has tu mayor esfuerzo porque si no… te corresponde
el exilio.
Rubén se aclaró la garganta y
continuó:
—Voy a empezar por decirles que el
día en que el mundo dejó de ser mundo, yo estaba y no estaba en él.
—¡Imposible! —alzó la voz mildro el
mas joven del círculo, sus ojos brillaban de envidia—. Sólo los dioses pueden
hacer algo asi.
Mentor le lanzó una mirada de
reproche fugaz.
—Disculpe usted al joven — dijo
bajando la mirada.
Rubén se sintió con mas confianza. Para
¿inventar?... No. Decidió decir su verdad, aunque pareciera imposible, aunque
ellos no le creyeran y lo mandaran de igual forma al exilio por lo inverosímil
de su historia.
Mi verdad, es media verdad cuando llega a tus oídos —pensó—.
Empezó a narrar cómo habían sucedido
las cosas y aunque había partes del relato que iban a quedar en blanco, se armó
de valor y empezó:
—Como dije, cuando aconteció todo yo
estaba y no estaba presente. En mi mundo hay un lugar especial en el mar al que
llamamos “El Triángulo de las Bermudas”. —Dibujó la forma en la arena para
hacerse entender mejor—.
—¿Naciste allí? —escuchó que alguien
preguntó.
Rubén no supo quién. Sin darse
cuenta, había empezado su relato con la mirada fija en la forma geométrica recién
dibujada en la arena. Alzó la vista, vio a su alrededor y se prometió no
levantar mas la mirada hasta no culminar su historia.
—No nací en ese lugar, llegué allí
de la misma forma desconocida como lo hice aquí. En esos tiempos, la mano del
hombre estaba exterminando toda la vida en la Tierra. Talaban
las selvas vírgenes, alteraban los cursos de agua de los ríos, envenenaban al
mar.
Hasta que un día, el planeta se
cansó de todos los malos tratos y utilizó su fuego para liberar. El fuego tiene
un efecto purificador.
—Sí, te entendemos forastero. Para
limpiar nuestras tierras le prendemos fuego ceremonial y observamos como va
cobrando vida, al pasearse por nuestros sembradíos — intervino de nuevo Mentor.
A Rubén le agrado la idea que al
menos en ese momento tuviesen algo en común.
Sucedió hace mucho tiempo, aunque en
honor a la verdad el tiempo ya no era lo mismo para él. Desde el día en que se
enteró que el planeta – su planeta- se estaba desintegrando y desapareciendo.
Los volcanes, desde los activos
hasta los inactivos, hicieron erupción casi al unísono. Una capa de ceniza fue
cubriendo el planeta, sumergiéndolo en una oscuridad espesa. Los rayos de sol
ya no alimentaban a la tierra, ni a sus selvas. El calor tostaba hasta la
vista.
—¿Y si todo estaba asi de caótico,
como es que tu sobreviviste forastero?
—Simple, ¿recuerdan que les comenté
sobre el lugar especial? —señaló hacia el dibujo en la arena.
—Sí, lo recordamos. Triángulo de las
Bermudas se llamaba.
—Exacto, mi estimado Mentor.
Sobrevivió porque todos los
“desaparecidos” que, a lo largo de los años, intentaron atravesar ese triángulo,
fueron llamados a repoblar la tierra luego que se presentara el comando de
limpieza.
—Pero si era tan aislado como nos
los haces ver, forastero. ¿Qué hiciste para saber lo que estaba pasando en las
afueras de ese “lugar Especial”?
—Una de las bondades que ser
ecologista es que siempre ves la manera de transformar lo que contamina por
algo no contaminante. Y así inventé un panel solar que alimentaba al sistema de
energía del yate. Con esa energía limpia generándose en mi embarcación, pude
escuchar en todas las frecuencias de radio que el fin del mundo estaba
llegando.
— qué es el paraíso?— dijo mejor, el sabio mas
viejo—. Creo que saber a qué te refieres, pero explicate para que podamos
transmitir tu información.
— un paraíso es un lugar donde no te tienes que
preocupar mas de la cuenta. De hecho, mas te ocupas que pre ocupas.
— Dinos mas, tenemos muchas preguntas te las
haremos luego que nos cuentes de cómo terminó todo.
—
— entiendo.
— no se decirles cuando comenzo, porque de una
cosa si estoy seguro es de que el final que tuvimos fué orquestado — conciente
o inconcientemente— por nosotros.
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