Lógicamente, cuando empezó el desastre, las
multitudes subían al templo a buscar consuelo en Lani, la Guía de los Cielos.
Desesperados y asustados, los dolientes se descarnaban los pies al subir los
tres mil escalones, soportaban la altura con los pulmones a punto de colapsar
y, aun así, la mayoría eran rechazados por las sacerdotisas pues tenían el mal
muy avanzado y no podían ser atendidos. Pero Lani sólo esperaba a una persona.
Refugiada detrás de las cortinas, contaba el tiempo y se peinaba los rojos
cabellos pensando en su argumento. Cuando él llegara, ella estaría lista.
Las puertas se abrieron y él apareció rodeado de
su séquito de guardias.
—¡Lani! —gritó el hombre sacudiendo su capa
dorada y provocó que las sacerdotisas huyeran como pajaritos temerosos.
—Aquí estoy
—contestó ella con fingida humildad.
—Vengo por respuestas. No acepto tonterías de
“diosas” y esos temas con los que siempre quieres explicar las cosas —se sentó
en el primer sitio disponible, tratando de recuperar el aliento con disimulo—.
No quieras jugar conmigo, Lani. Te lo advierto.
—Si usted, mi Supremo Canciller, Amo de la
humanidad, Marro, hijo de la Gran Madre, no quiere escuchar de las diosas creo
que ha venido al lugar equivocado —Lani se inclinó de nuevo en señal de
respeto.
—Esto es una pérdida de tiempo, Supremo
Canciller —susurró uno de los guardias—. Todos sabemos que la guía perdió sus
poderes cuando… cuando…cua…
Marro se apartó a tiempo, justo antes de que el
chorro de vómito le salpicase la cara. El guardia en cuestión se tapaba los
oídos mientras el contenido de su estómago salía a borbotones por su boca.
Todos miraban horrorizados al enfermo y gritaban alejándose de él.
—¿Qué está pasando? —gritó Marro con fiereza—
¡Lani, tienes que hacer algo!
Ella dio una palmada y de la nada aparecieron
tres sacerdotisas quienes tomaron al pobre infeliz que balbuceaba palabras
irreconocibles con la lengua colgando como un trapo y lo lanzaron por la
puerta.
—No hay nada más que hacer, mi señor. Estaba
escrito que…
—¡No me hables de esa estúpida profecía! —Marro
desenvainó su espada y la amenazó con ella— ¡Quiero soluciones!
—Mi señor, debió detener la construcción de La
Torre ¿Acaso no se da cuenta? —preguntó Lani acercando su cuello a la espada,
logró ocultar el temblor en la espina dorsal cuando el frío acero tocó su piel,
pero continuó— El mundo está a sus pies, toda la raza está a su disposición. Si
el Supremo Canciller ordena, se hace. ¡Lo único estúpido aquí es su insaciable
sed de poder!
Todos los guardias sacaron sus espadas y se
acercaron en un momento a la Guía al escuchar el insulto hacía el Supremo. Él
los detuvo con un gesto justo antes de que las sacerdotisas aparecieran de
nuevo y rodearan a Lani protegiéndola con sus cuerpos. Marro guardó su arma resignado.
—Lani, no hay necesidad de más derramamiento de
sangre. Somos nosotros, un solo pueblo, unidos y nos amamos. Sabemos que somos
los únicos y que la Gran Madre nos dio el poder del raciocinio y la
civilización. Estamos solos en este mundo. En la inmensidad del mar y los
cielos…
—Supremo…—interrumpió Lani— ese argumento ya lo
conozco.
La tensión era tangible en el templo, Canciller
y Guía mirándose en silencio, tratando de vencerse uno al otro. Hombre y mujer,
como al principio de todas las cosas.
Finalmente Marro se desplomó en el suelo halando
sus cabellos, años de mostrar una fortaleza que no sentía, de no mostrar
debilidad, de tener el control quebraron su carácter hasta liberarse en
sollozos desesperados.
—¡No lo entiendes! —gritó el hombre y su voz
hizo eco en los corazones de todos los presentes y hasta en las pobres almas
que intentaban subir para salvarse— ¡Nadie lo entiende! Mi gente está perdiendo
la razón. Se matan entre ellos para callar el terrible murmullo...
—¡Claro que lo entiendo, maldito egoísta! —Esta
vez los guardias estaban demasiado impresionados como para reaccionar ante tal
irreverencia— ¡Le advertí que esto pasaría! ¡Le dije que llegaríamos a esto!
¡Pero usted tenía que continuar y tratar de ser mejor! ¿Mejor que quien? No hay
nadie mejor que usted, excepto las Diosas. ¡Y usted las ofende!
—Interceda por mi… ¡Te lo suplico! —rogó el
Canciller con lagrimas en los ojos— Nuestro pueblo no puede acabar así…
Lani se acercó a él, arrodillándose para quedar
a su nivel, con toda la compasión posible de demostrar en el rostro de una
mujer, acarició los cabellos negros tratando de confortarlo. Él rompió en
llanto de nuevo y las sacerdotisas desaparecieron comprendiendo que no había
peligro.
—Canciller…Supremo…—lo llamó ella con voz muy dulce—
Marro, amor mío… No puedo hacer nada. Sellaste nuestro destino cuando decidiste
hacer La Torre. El pueblo, nuestra raza, se dispersará en el tiempo. Nadie
recordará tu nombre, ni el mío. Nadie conocerá a la Gran Madre y tampoco serán
bendecidos por nuestras Diosas. El mundo, tal y como lo conocemos, será
destruido. De nuestras cenizas nacerán
los hijos del Gran Padre…
—Lo sé —afirmó el canciller con una media
sonrisa y los ojos hinchados—. Lani, esa profecía ya la conozco…
—Marro, mi señor y amo, no queda más que
esperar. Uno tras otro caeremos enfermos y deberemos dejar este mundo. Los
hijos del Gran Padre, perdidos en su soberbia cambiarán la historia, pero el
tiempo de nosotros ha terminado. Nos desvaneceremos en el aire y nadie sabrá de
nosotros.
Él la rodeó con sus brazos y cerró los ojos.
Ella entregó su cuerpo y se refugió en su amo.
Primero fueron ellas, las sacerdotisas una a
otra comenzaron a balbucear y a vomitar. Sin perder la conciencia se refugiaron
en un rincón y esperaron a que todo pasara. Los guardias siguieron, con sus
brazos fuertes se golpeaban unos a los otros para hacerse entender y tratar de
protegerse del murmullo.
Lani rogó por qué todo fuera rápido, Marro rogó
por morir en sus brazos. Las Diosas escucharon y decidieron terminarlo. La
Torre se derrumbó sobre ellos liberándolos del dolor y de la humillación de
haber sido el único pueblo, el bendecido, el elegido y ahora, el rechazado.
Los pocos sobrevivientes huyeron lejos,
caminaron por tiempos interminables, algunos se agruparon para matar a los
otros y después entre ellos mismo lucharon por exterminarse hasta conseguirlo.
Los hijos del Gran Padre siguen intentando
terminarse, nunca entendieron ni entenderán las bendiciones otorgadas. Y el
mundo siguió su curso hacía el fin… día tras día.
Muy interesante la historia y la forma de narrarla y el final me gustó, gran imaginación aunque no sé si sea un libro o una leyenda, saludos.
ResponderEliminar