Distinto tiempo
Por Juan Esteban Bassagaisteguy.
El agujero en
medio de los ojos rezumaba humo, sangre y sesos, y el olor a pólvora invadía el
lugar.
Se habían terminado los días en que, sumisa pero sufriendo un
calvario inimaginable, aceptaba todo sin decir palabra.
Ya no más «¡hijadeputa!», «¡conchudademierda!», «¡boludaaa!» y el
golpe certero posterior con que él, mientras le tiraba de los pelos, rubricaba
su firma indeleble, ennegreciéndole un ojo, quebrándole la nariz o rompiéndole
un brazo.
Todo tenía un final.
Y un principio.
Comenzaba la etapa donde el mayor de sus hijos, todavía
adolescente, debía rendir cuentas ante la sociedad por lo que acababa de
hacerle a su padre.
Cinco segundos
Por Raúl Omar García.
Giro sobre mis
talones al oír el percutor, tan rápido como me es posible. La bala queda
congelada a centímetros del orificio del revólver, envuelta en una espesa nube
de humo. La oscuridad del ruinoso túnel resulta apenas quebrantada por el
fogonazo de la detonación con un círculo de luz mustio, que me permite apreciar
el rostro inconmovible del que me disparó.
Al principio
me querían como conejillo de indias, pero hace meses que desean verme muerto.
Puedo detener
el flujo del espacio-tiempo con solo cerrar los ojos por cinco segundos, y
revertir la situación del mismo modo. Aun así, no fui capaz de impedir que
asesinaran a mi familia.
Y todo por mi
don.
Me rasco la
cabeza, avanzo lagrimeando hacia mi atacante, me detengo ante la bala y abro
grande la boca.
Estoy cansado
de huir.
Dejo caer mis
párpados y cuento mentalmente: uno, dos, tres, cuatro, cinco…
Bienvenida
Por Alejandra Lopez.
La paz del campo se había roto por una serie de robos en las
humildes viviendas de Vaca Grande.
Ramón compró un arma para defenderse, no lo tomarían desprevenido.
Y llegó la noche en que la tuvo que usar. Escuchó ruido
afuera de la casa y a los
perros ladrando alborotados. Se asomó a la ventana y, aunque estaba muy oscuro,
alcanzó a distinguir una sombra agazapada al lado de su puerta. Nervioso,
apuntó con el revólver y le disparó al bulto. Esperó, y vio que no se movía,
entonces fue a abrir la puerta y con horror comprobó que era su hermano menor a
quien había matado.
Durante más de un año no supo nada de él, que ahora había
recorrido más de ochocientos kilómetros desde su pueblo natal para darle una
sorpresa.
Siendo un mercenario
Por Adrián Tovar.
Detrás del gatillo el miedo no tiene razón, sin embargo es un
visitante frecuente, algo contrario a la compasión. Mis
ojos recorren el lomo del cañón y mas allá, pendientes a quien aparezca
amenazante, en perfecta coordinación mis dedos jalan del gatillo enviando al
mas eficaz de la muerte. El disparo es preciso, la bala ahora se aloja en el
ojo de un hombre, que tuvo la desgracia de ser mas lento.
Relajo mi arma confiado y dando un respiro
hondo saboreo la pólvora flotante. Escucho un movimiento, mi amiga asesina
salta preparada para defenderme.
Abro la puerta del armario para encontrarme a
una mujer indefensa cuyos ojos se esconden mientras su boca invoca a la
misericordia. "Misericordia entonces" ahora en su frente un hilo de
sangre divide su cara. No me pagan por victimas, pero un alma desesperanzada
reconoce a otra.
"Misericordia..." saboreo
el cañón "...no para mi".
El magnicida
Por Héctor Priámida Troyano.
¿Cómo era posible que nadie lo percibiera? ¿De veras
confundían a semejante fantoche con el primer mandatario de la nación? Su
entonación era idéntica —eso era innegable, sí—, y su fisonomía imitaba la
original —tampoco esto lo discutía—,
pero en sus ojos no fulguraba destello alguno de
humanidad. ¿Solo él advertía el brillo reptiliano de aquellas pupilas?
Mas la suplantación del Presidente saldría pronto a la luz.
Allí estaba él, alerta gracias a las voces que le prevenían en el fondo de su
cabeza. El Señor lo había honrado designándolo con su
dedo, y los médicos, cómplices de la conspiración de los monstruosos invasores,
habían resultado incapaces de acallar las revelaciones.
«¡Mátalo!», resonó la orden en su mente. El «elegido» disparó
el arma y el proyectil, provocando una lluvia de diminutos
cristales, impactó de lleno contra el rostro que le hablaba al país desde la
pequeña pantalla.
[Sin título]
Por Jaume Albiol Escayola.
El chico se movió por pura supervivencia.Una acción,una
reacción.Lo que vió despertó en él un instinto que hizo que únicamente pensara
en defenderse.Tenía un arma y aunque no había disparado nunca lo había visto
millones de veces en las películas.Presionó
con el dedo índice el gatillo y ya estaba todo hecho.Una
vez el proyectil salió del tambor no había vuelta atrás.La bala salió a una
velocidad endemoniada y el chico se quedó embobado intentando seguir la
trayectoria del proyectil con la vista.Imposible.Casi al
instante de haber presionado el gatillo el tipo que tenía delate suyo dejó caer
lo que llevaba en la mano e intentó tapar la hemorragia con las palmas de las
manos en pleno estómago.Cuando el tipo cayó al suelo pudo observar lo que le
había caído de las manos y no parecía ninguna
amenaza.Quizá se había precipitado,pero una vez sale la bala no hay vuelta
atrás.
Muy buenas microhistorias, excelente participación.
ResponderEliminar¡Felicitaciones a sus autores!
Saludos...
Todas me gustaron, unas mas que otras pero me perecieron creativas y buenas historias.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias por comentar, Romina.
EliminarSaludos.