miércoles, 12 de abril de 2017

Cuarta parte por Moore

Seudónimo: Moore
    Autora: Carmen Gutiérrez


    —¡Tenemos que irnos! —Raúl tomó a Carmen del brazo y la guió en la oscuridad

—¿Dónde están los demás? —preguntó ella tratando de volver.

—¡Ella los tiene! ¡Es ella!

—¡Pues no nos vamos sin ellos! —exclamó Carmen zafándose de la mano huesuda de Raúl— No hasta que me digas que chingados está pasando…

Raúl se haló los cabellos, desesperado. Tenía que salir de esa maldita casa y Carmen lo retenía. Por una fracción de segundo pensó en dejarla ahí y largarse, pero eran muchos años trabajando juntos…

—Están muertos —dijo por fin sin creer todo lo que había visto, Roberto y Sergio muertos en el ático y… Ángela…

Carmen confió en él, como siempre y se dirigió a la salida. Antes de alcanzar la puerta se detuvo mirando a la escalera. Un grito mudo le desfiguró el rostro y Raúl corrió a sostenerla. Él siguió la mirada aterrorizada de su amiga y casi la deja caer por la impresión.

Flotando por las escaleras, con la cabeza en un ángulo antinatural, bajaba Ángela vestida de niña, con las manos y ropas llenas de sangre… sonriendo en la penumbra.

—Al fin te encontré —dijo abalanzándose sobre los dos últimos escritores del grupo.



martes, 11 de abril de 2017

Cuarta parte por Dr. A tomar por el culo

Seudónimo: Dr. A tomar por el culo
    Autor: Sergio Bonavida Ponce


             Los pasos de la niña se alejaban en dirección a la primera planta. Raúl entreabrió lentamente la puerta del zapatero y con la cabeza hizo un gesto a Carmen. Esta asintió. Sus ojos, muy rojos, estaban a punto de derramar lágrimas otra vez. Raúl la agarró de la mano y salieron de su escondite. A pesar de la poca distancia que los separaba de la salida avanzaban con estudiada lentitud. La claridad diurna se filtraba como un eco de salvación por los enormes cristales incrustados en la puerta. Un paso, dos pasos... Y de repente, un tablón crujió bajo sus pies.
            —¿Alguien quiere escapar? —la niña estaba detrás de ellos.
            —Corré... —Pero ya no surgieron más palabras de la boca de Raúl. Algo atravesó brutalmente su corazón y parte de la caja torácica. Un reguero de sangre y tejidos inundó los tablones de la estancia. El cuerpo del hombretón se desplomó al suelo. Carmen se acercó gateando hasta lo que quedaba de él: «Raúl. Raúl...». Sollozaba.
            —Ahora, dime donde está la escritora, y no morirás desangrada como una perra.
            —No, por favor.
            —Llorona como Sergio...
            Un dedito atravesó el ojo de Carmen. El chillido se escuchó por toda la casa.
           




            

Cuarta parte por Raskólnikov

Seudónimo: Raskólnikov
    Autora: Yol Anda


—Pito, pito, gorgorito… —Esa dulce voz enmascaraba el odio profundo que corroía el oscuro corazón del monstruo—. Uhm, Carmen, Carmencita, ¿no vas a preguntarme por tus amigos Sergio y Roberto? Nada te puede salvar… ¡Ja, ja, ja! A no ser… Sí, uhm, a no ser que confieses que fuiste tú la causante de mis, de mis, ¡¡de todos mis putos males!! ¿Por qué creaste esta historia?
Carmen permanecía maniatada y de rodillas en la habitación donde había encontrado la casita de muñecas. Después de un buen rato sin saber nada de sus compañeros, había aprovechado para inyectarse algo de morfina y tumbado en la cama. No recordaba nada más, y ahora se encontraba a merced de esa demente cuya presencia ponía en duda su propia cordura.
—Pim, pom, fuera…—continuó la niña mientras dirigía un cuchillo hacia los pechos de Carmen, que aparecían semidesnudos a través de las rasgaduras de su camisa.
De pronto, un grito la sobresaltó, y el lazo azul se soltó de los cuatro mechones que le quedaban en la cabeza.
—¡Engendro del demonio! ¡Suéltala si no quieres ver esto hecho añicos! —Ángela estaba dispuesta a quemar lo que parecía un manuscrito amarillento muy antiguo.


Cuarta parte por Mesme

Seudónimo: Mesme
    Autora: Nieves Muñoz


Ángela frunció el ceño y casi tuvo lástima del guiñapo en el que se había convertido su compañera. Carmen se retorcía sobre el suelo de la biblioteca con el vientre sajado de parte a parte. Sus últimos estertores le tiñeron de sangre los labios.
—No me creerás si te digo ahora que lo siento, ¿verdad? —Ángela se acuclilló junto al cuerpo de la mujer y limpió el filo del cuchillo en se camisa—. No hay otra opción. Tengo que conseguir la maldita casa de muñecas como sea y no consentiré que alguno de vosotros me la arrebate. Esa cría no sabe lo que ha hecho al enviarnos la ubicación de esta casa. Tantos años esperando volver a encontrarla…
Se levantó de nuevo al escuchar cómo Raúl se arrastraba hacia la puerta dejando un rastro rojizo tras de sí. Ángela cubrió los metros que le separaban de él y, con un golpe seco, le clavó una de las palmas de la mano a la madera del suelo. La mujer le tapó la boca.
—Shhhh… No puede saber aún que soy yo y que sé que viene a por mí. Primero conseguiré la casa de muñecas y después… borraré su historia. 


Cuarta parte por Leeloo

Seudónimo: Leeloo
    Autora: Yolanda Boada Queralt


—Raúl... Raúl pactó con tu puta madre —escupió Roberto, palpándose la cabeza. Sangraba profusamente. Recordó cómo, al entrar en aquella habitación, había encontrado a Sergio atado y amordazado. Al arrodillarse para liberarlo, aquella niña maldita le había golpeado, dejándolo inconsciente. Intentó incorporarse, pero descubrió que también estaba atado.
La niña tiró del lápiz que atravesaba el ojo de Sergio y, con un «plop», el globo ocular emergió de la cuenca, quedando ensartado en el lapicero. Como si de un macabro chupa-chups se tratara, se lo acercó a los labios y lo lamió. Sonrió.
—Si eso es cierto, te recompensaré: morirás el último.
Y, con un movimiento veloz, hundió el lápiz en la cuenca vacía, perforando el cerebro de Sergio.

*** (...) ***

—¡Carmen! ¡Mira lo que encontré! —exclamó Ángela. Su amiga, que estaba registrando la habitación de al lado, acudió con premura.
—¡Por Quetzalcóatl! ¡La casa de muñecas!
Ángela abrió unas ventanitas y descubrió un libro.
Una corriente de aire frío invadió la estancia.
Ángela sintió una suerte de descarga que, desde las yemas de los dedos, le recorrió todo el cuerpo. Cayó en un pozo negro y quiso gritar, pero ya no era dueña de su cuerpo.
—Mi viejo Diario...



Cuarta parte por Flander furiosito

Seudónimo: Flander furiosito
    Autora: Ángela Eastwood


La niña lo miró como se miran los juguetes rotos: con fastidio. Luego le propinó una fuerte patada en los testículos y salió en busca de otra presa. En la penumbra de la biblioteca, Ángela leía, ensimismada. No le fue difícil colocarse a su espalda y administrarle una dosis justa de cloroformo. Luego, ya dormida, la arrastró escaleras arriba y la ató en el lado opuesto a Sergio, que aún yacía desmayado y esposado.
—A ti te voy a arrancar los tatuajes uno a uno y luego te pondré sal sobre la carne viva. Verás que risa.
La niña soltó una carcajada y Sergio se despertó asustado, buscando a su agresora.
—¡El bello durmiente despertó por fin! ¿Quién de los dos me va a decir lo que quiero saber? —preguntó la niña, recorriendo el perfil de Sergio con su dedito. Se paró justo en el lápiz.
—¡Ella lo sabe! —chilló Sergio, histérico, señalando a su compañera.
—¡Deja de moquear, nenaza. Bien, entonces voy a despertarla. Quiero verla aullar mientras la desuello.
Cuando Ángela abrió los ojos vio frente a ella a una dulce niña blandiendo una navaja.
—Hola puta. ¿Qué tatuaje te gusta menos?
Un alarido profanó el silencio.


Cuarta parte por Abram Gannibal

Seudónimo: Abram Gannibal
    Autor: Asier Rey Salas


   Carmen abrió los ojos, sobresaltada. Se palpó, temerosa de no encontrarse, pero su cuerpo estaba intacto. Quizá todo había sido una horrible pesadilla.
Miró a su alrededor, hacia los brazos y piernas amputados que chorreaban sangre. Tuvo que reprimir una arcada para no vomitarse encima. Entonces, se fijó en que a su lado yacía una cabeza humana. Ya no medía dos metros, pero el rostro de Raúl era inconfundible
Toda la ropa acabó empapada de náusea.

***

Estos bastardos no sueltan prenda. O son muy valientes —¡ja!— o no tienen ni idea de lo que está pasando... quizá ellos no tienen la culpa.
Quizá la culpa es tuya, querido lector.
¡Sí, no me mires así, maldito sádico cabrón! Eres tú quien está disfrutando con cada gota de sangre que extraigo a estos idiotas. Eres tú quien se ríe de mi enanismo, de la puta de mi madre y del cabrito que se la follaba todas las noches. ¿Pues sabes qué te digo, jodido monstruo?
Que sé dónde vives. Qué comes. Cómo duermes. En quién piensas mientras te tocas.
Lo sé todo sobre ti. Y tú, escritorzuelo de pacotilla, no sabes nada.
Ni siquiera me has oído entrar en la habitación.