sábado, 21 de enero de 2017

Tiempo de calabazas


Por Paloma Celada Rodríguez.


Caminaba campo a través sin levantar la vista del suelo. La última misiva recibida no dejaba lugar a la duda: le habían dado calabazas. Él no quería saber nada de ella.

    A pesar de llevar la vista clavada en el suelo no vio lo que la hizo tropezar y que a punto estuvo de hacerla caer. Aturdida y con las palabras de rechazo de su amado en la mente miró lo que la había hecho trastabillar: unas calabazas. Pensó que la vida se empeña en escarbar en las heridas que ella misma inflige con simbolismos cargados de ironía: le acababan de dar calabazas dejándola en un estado anímico inestable y unas calabazas –esta vez de las de verdad– la habían tambaleado literalmente.

    Quizás fuera una señal, aunque de ser así bien podría haberse tropezado con esas cucurbitáceas antes de escribir aquella carta cargada de sentimientos no correspondidos. Sentimientos que había entregado cual presente generoso a alguien que los rechazó con la misma celeridad con la que se rehúsa algo molesto o incómodo.

    En estas reflexiones divagaba cuando observó que una de las calabazas se movía. Había algo en su interior. Recordó un cuento de su infancia donde una calabaza se convertía en una carroza para participar en una historia de amor algo rocambolesca pero con final feliz.

    Esperó a ver en qué quedaban esos movimientos extraños. Tras unas sacudidas, por la parte inferior apareció un sapo. Fue entonces cuando recordó otro cuento de su niñez donde, bajo la apariencia de un bicho igual, se encontraba un apuesto príncipe. ¿Y si aquello también era una señal? 

    Mirando fijamente al batracio también recordó que había que besar al bichejo para restablecer la forma principesca.

    Decidió seguir caminando mirando al suelo y volver a sus negros pensamientos: le habían dado calabazas.

viernes, 20 de enero de 2017

La última habitación. Carlos Navas Martinez-Marquez


SINOPSIS DE LA NOVELA:

Todo edificio guarda secretos. El célebre y enigmático edificio Secret Garden, situado a las afueras de Madrid, no es una excepción. Su fachada de piedra natural y color negro azabache, esconde, tras sus paredes, la versión más siniestra e inquietante de la naturaleza humana.
Este libro recoge las llamadas telefónicas registradas en el interior del edificio "Secret Garden" y en zonas colindantes, durante la noche del viernes 27 de Noviembre de 2015.
Un edificio donde el mal se desata de la manera más atroz, depravada e imprevisible.
Secretos que convierten el día a día en una infame rutina.
Secretos sin escrúpulos que siembran de pánico tu existencia.
Secretos que esconden el verdadero infierno de la vida, y que perduran ocultos sin ningún tipo de castigo...
...hasta esta noche.
Esta noche, alguien va a descubrir esos secretos.
Un thriller de suspense y terror psicológico con un desenlace sobrecogedor e imprevisible.
(No le cuentes a nadie el final...)

EL AUTOR:

Carlos Navas Martínez-Márquez nace en Madrid un 28 de Febrero de 1974, aunque su sangre y andadura profesional se reparten entre Madrid, Las Palmas de Gran Canaria y Málaga, donde reside y trabaja actualmente. Es licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga, y desde hace más de cuatro años, creador y administrador de "La Web del Terror", una página de facebook con contenidos relacionados con el terror, la fantasía y el género fantástico en general. "La última habitación" es su primer libro en solitario, una novela que el propio autor define como un "thriller de suspense y terror psicológico que conduce a un desenlace sorprendente e inesperado", aunque anteriormente ha sido coordinador en las antologías "Esta noche conectaremos con el infierno" y "Dejen morir antes de entrar", ambas disponibles en Amazon; y ya trabaja con nuevos proyectos literarios en mente para los próximos meses, todos enmarcados en el género de terror/suspense/fantástico.



CRÍTICAS BRUTALES:

¿QUÉ OPINAN LOS LECTORES DE LA OBRA?



WEB OFICIAL DE LA NOVELA:

PÁGINA DE FACEBOOK DE LA NOVELA:

LINKS COMPRA:
EN ESPAÑA: http://amzn.eu/g5NdVjc 
FUERA DE ESPAÑA:  http://mybook.to/laultimahabitacion 

FICHA TÉCNICA:
TÍTULO: LA ÚLTIMA HABITACIÓN
AUTOR: CARLOS NAVAS MARTÍNEZ-MÁRQUEZ
Nº PÁGINAS: 220
FORMATO: TAPA BLANDA
EDITORIAL: CREATESPACE (AMAZON)
IDIOMA: ESPAÑOL
ISBN-13: 978-1537270661 
DIMENSIONES: 14 x 1.4 x 21.6 CM. ; 345 G.
PRECIO (AMAZON): 13,90 EUROS



jueves, 12 de enero de 2017

Tacones en tu corazón


Por Soledad Fernández.


Entrás a la casa de la avenida 54 y en el segundo en que atravesás la puerta, un aire espeso se filtra en tu nariz. Te penetra. Avanza por tus fosas nasales y se anida en tu cerebro. Esa es tu señal. La señal de peligro, de que algo no anda bien. Aunque como siempre, no hacés caso.

Mientras tratás de no enredarte en una guirnalda, saludás a unos cuantos que se te hacen conocidos. A Marcia la conocés de la oficina. Ella te sonríe. Estás casi seguro que quiere acostarse con vos. Pero no te gusta. “Quizás cuando esté muy desesperado”, te decís y sonreís. La imaginás gimiendo y te causa repulsión. No, ni siquiera cuando estés desesperado. 

“Hay que dar una vueltita y ver”, pensás mientras agarrás de una mesa un vaso con una bebida naranja. Tiene mucho hielo. No es jugo, obvio. El alcohol quema tu garganta y llega enseguida a tus neuronas. Sabés que no deberías tomar. Pero hoy te lo permitís. Después de todo, es 31 de diciembre. “Venite a la fiesta de fin de año”, decía la tarjetita que encontraste en tu escritorio, “La vas a pasar bomba”, continuaba. “¿Por qué no?”, te dijiste. A pesar de todo lo que eras, a pesar de ser el jefe mal arreado, rezongón e incluso, a pesar de ser casi un acosador de las secretarias, te apreciaban. ¿Lo hacían? Por supuesto. Nadie se resistía a tus encantos. 

Si, sos irresistible. Sobre todo para Laura, la de las fotocopias. Ella te guiña el ojo cuando le mirás las tetas y le hablás de la minita que te llevaste la noche anterior a la cama. También te escucha cuando te burlás de Marcia. Todos lo saben. Ella y vos son incompatibles, aunque ella te vea como la madre de sus hijos.
Por ahí fue ella la que te invitó. Eso te deja pensando. Junto a la notita había una flor, una rosa negra. “Extraño color”, pensaste. Pero te pareció adecuado llevarla. Como un código secreto de encuentro. En la solapa del saco, la llevás puesta. Esa es tu entrada triunfal: el traje de la oficina y la rosa. Estar presentado es tu fuerte. Y tus ojos claros. También los hoyuelos que se te hacen al sonreír. Esos son tus atributos. Y hacerlas gemir en la noche. Con una copa de champán y esa pastillita que las relaja. Así no preguntan, así no te exigen. O no te demandan por acoso. 

Marcia seguro que quiere probar. La pastilla, la tuya, todo. Pero te hacés el difícil. Aunque hoy está más presentable. Maquillada y con tacones tiene un aire misterioso. Como por la mañana. Ella nunca usa perfume, pero hoy le sentiste un aroma sensual. Diferente. Muy raro. ¿Estás seguro que nunca te la llevaste  la cama? Ya perdiste la cuenta de cuántas fueron y hasta tenés dudas. Quizás en una noche de desesperación y alcohol…quizás una noche como la de hoy, de fin de año solitaria. Las burbujas de alcohol te juegan una mala pasada en momentos así. Tus recuerdos se alborotan. Pensás en Marcia y la mantenés ahí por si no surge otra alternativa. Siempre como última opción. 

Aunque cuando llegás al living de esa casa llena de gente, mujeres al parecer (¿todas?), observás unas curvas vestidas de rojo. Unos tacos aguja negros, un cuello blanco. “No puede ser ella”, pensás. Pero estás seguro de que es. Esos rulos recogidos en un rodete se te hacen demasiado familiares. Querés escaparte, pero ya es tarde. Ya te vio. “Hacete el boludo”, pensás y te bajás de un saque el vaso que venías saboreando. Hacés que saludás a otra compañera que ni te mira y amagás con irte, pero ella avanza hasta vos. No podés evitar observarle las tetas que están apretadas en ese vestido escotado. Tampoco podés evitar pensar en la noche en que te la llevaste a tu departamento e hiciste con ella todo lo que se te antojó. La pastilla funcionó mágicamente. María fue tu primera. El debut de las mujeres empastilladas. Luego de ella, lo demás se te hizo vicio. 

La saludás ausente. Ella te habla pero no le entendés. La música te ensordece. Las lucecitas que se encienden y se apagan dan un fulgor extraño, con sombras grotescas en las paredes, demoníacas. Querés irte, pero ella te toma de la mano y esa sensación extraña se disipa. “Bueno”, pensás, “Si empezamos así…” y te lleva por una escalera. Caminás detrás de ella, observando su culo enorme, rojo, ajustado. Aunque sentís que todo te gira. “No voy a poder”, pensás. Pero no te importa. Quizás te quedes dormido entre sus tetas. Sería el cielo, aun sin hacer nada. Sí, estás seguro de que esta noche es perfecta para dormir sobre su cuerpo desnudo. 

Subís las escaleras. Se te hacen eternas como la mañana en que ella fue a encararte. Te acusó de violarla. “Yo no te obligué a nada, amor”, le habías contestado. Pero ella insistió. Tuviste que encerrarla en aquella clínica. Cuando se es el jefe es fácil tener abogados poderosos que estén a tu disposición. “Parece que la estancia en el sanatorio le hizo bien…en todos los aspectos”, pensás mientras de refilón te parece ver a Mónica, otra de tus conquistas. 

Alguien, otra chica vestida de traje negro, te da un vaso con una bebida verde. “Es especial para vos”, te susurra al oído y la tomás. No es sed lo que te impulsa, es la misteriosa mujer de labios carnosos que casi roza tu piel cuando te habla. Querés irte con ella, pero tu dama de rojo te tironea y obedecés como un niño tonto. 

Atrás queda la de negro e imaginás su puchero. “Hay para todas”, pensás mientras tus pies tropiezan con un escalón. Caes de rodillas, pesado. El equilibrio te abandona momentáneamente y casi rodás escaleras abajo. Te agarrás de la baranda y sentís la adrenalina en tu pecho. Ese acelere peligroso, el calambre en el estómago. La taquicardia se instala mientras tratás de despejarte del alcohol. “Vamos tontito”, dice tu guía femenina y te parás con dificultad para seguirla, “Ya falta poco”, te susurra mientras te ayuda a seguir. “¿Tan desesperada estás?”, le preguntás y ella te sonríe. O eso parece esa mueca en sus labios. Algo maquiavélico se filtra en sus ojos y por un segundo dudás. Pero alguien te empuja. Una mano en tu espalda, más abajo tal vez. No podés distinguir, aunque te gusta. Es la de negro. “Así, sí”, te reís estúpidamente. 

Entran los tres a la habitación. Hay velas y una cama con dosel bordó. Como aquella vez. Como todas las veces. Es una réplica de tu habitación. El aire espeso te penetra otra vez y sentís que el piso se mueve. En un segundo todo se oscurece a tu alrededor. 

Un ardor penetrante te despierta. Estás agitado. Tus pupilas están dilatadas, tu respiración se entrecorta. El terror inunda cada uno de tus poros. Buscás a tu alrededor. Todo está borroso. Te querés levantar pero algo te lo impide. Estás atado. Hay risas y murmuraciones a tu alrededor. Son ellas. Son todas. María sobresale. El rojo llamativo que viste se te hace incandescente. Ella sonríe. Vos no tanto. 

Un dolor en el costado te hace mirar a tu derecha. Está Marcia ahí. “A ella no le hice nada”, pensás, aunque el desprecio puede ser terrible para alguien que te desea. Llorás de dolor. “¿Qué es esto?”, decís con la palabra entrecortada. Algo te molesta en el costado y sentís la humedad en tu espalda, caliente, viscoso. Hacés un esfuerzo sobrehumano y alcanzás a ver algo clavado en tu costado ¿es un zapato? Es un tacón, son muchos. En el pecho, en la panza, en tus piernas. Llorás como un nene. Suplicás como un cobarde.
Son ellas que clavaron sus zapatos en tu cuerpo. ¡Reaccioná! Los mismos zapatos que exigías que usaran en tus encuentros, en tus sesiones dopadas de sexo abusivo y sin control. Aullás de dolor. Agonizás. Rogás que se termine.

María se acerca con su zapato. Tiene un taco de 15 centímetros, extremadamente fino, afilado como ella, como el odio que juntó durante tanto tiempo en la clínica. Eleva el zapato y con la violencia de quien estuvo encerrada, privada de una vida, te clava el último tacón en el corazón, y aunque parezca que no tenés uno, enseguida queda demostrado que sí. Cuando de pronto deja de latir.