viernes, 27 de diciembre de 2013

Una soleada navidad

Por Gabriel Herbas.

Con pasos cuidadosos y obligándose sin éxito a ser más veloz, Muriel se paseaba por la cocina de su casa, en estos momentos extrañaba la soltura y agilidad que poseía en su juventud. La cena de navidad aun no estaba lista y sus dos hijos y sus tres nietos llegarían en cualquier momento para pasar la velada juntos.
    Muriel no había tenido sobrinos, ella era hija única y ninguno de los hermanos de Antonio (su esposo de toda la vida) había tenido hijos, por lo que sus nietos en este momento eran como sus hijos. A pesar de no entender por completo sus extrañas aficiones y su extraña música moderna, los amaba. Por su parte Muriel y Antonio aun conservaban en su habitación una pequeña colección de discos de acetato que habían sobrevivido a años y años de uso y abuso, tenían Dream Evil de Dio, Fly on the wall de AC/DC, Turbo de Judas Priest y algunos otros.
    Dos años atrás, sus nietos habían visto aquella pequeña colección y cuando su abuela les había indicado para que eran, los niños no lo creyeron, con paciencia, Muriel se decidió a  desempolvar su viejo reproductor de discos y puso la aguja sobre las primeras líneas del Seventh son of a seventh son de Iron Maiden. Al escuchar la susurrante y misteriosa voz del, ya hace años desaparecido, Bruce Dickinson, los niños habían ahogado un grito de susto. ¿Cómo era posible que aquel objeto circular y plástico proporcionara música? Era aterrador.

    Cuando el timbre sonó tres veces seguidas, Muriel supo que su hijo menor Esteban, había llegado, aquella tripleta era su marca registrada.
    — ¡Antonio!— gritó desde la cocina — ¡Antonio joder, abre la puerta!
    Antonio seguía dormido en su sillón reclinable favorito, su barba blanca se balanceaba arriba y abajo a medida que roncaba.
    Muriel salió de la cocina y fue hacia él, lo zarandeó por el hombro mientras decía:
    — Antonio llegó esteban, ábrele mientras termino la cena.
    — ¡Ah!, sisisi — exclamó Antonio con un ojo cerrado — ya voy — se levantó de un salto y de inmediato se llevó una mano a su calva cabeza, a veces también olvidaba que tenia 63 en lugar de 23.

   
    Esteban abrazó a su padre en cuanto éste abrió la puerta, sus dos hijos, Catalina de 12 años y Kevin de 10 entraron corriendo a la casa en busca de las galletas horneadas de su abuela, las cuales sólo comían una vez al año.
    Muriel abrazó a sus nietos y sintió su amor hacia ella, también sintió su juventud y su energía y deseo poder tener su edad. Un momento después entro Noemí, la esposa de esteban, radiante a pesar del suéter que ocultaba su figura.
    Minutos después, cuando la mesa ya estaba puesta y la cena lista, llegó Ricardo, su hijo mayor, acompañado de su único hijo Michael de 13 años. Ricardo se había separado de su esposa tres años atrás debido a “diferencias irreconciliables”, Muriel pensaba que Ricardo debería tener otro hijo, no quería que Michael fuera hijo único toda su vida, ella había vivido esa experiencia y hubo momentos en su vida en los que se sintió increíblemente sola, no deseaba que su nieto mayor pasara por aquello. Pero era navidad, guardaría esa sugerencia para enero cuando la falsa algarabía festiva se apaciguara.

    Después de una cena de pavo insípido (Muriel seguía pensando que el pavo no era el mejor animal para una cena, por más que se rellenase, no tenia sabor), ensalada fría y un vino de cosecha antigua, Noemí se fue a dormir, por su parte los hermanos Esteban y Ricardo fueron a la azotea descubierta de la casa para admirar la ciudad, beber whisky y ponerse al corriente de sus vidas.
    Muriel y Antonio quedaron en la sala con sus nietos, era hora de otra de las tradiciones navideñas de la familia Tomé Menéndez. Era hora de las historias antiguas de los abuelos. Cada año, los tres niños escuchaban con atención, incredulidad y un poco de miedo las historias de sus abuelos, lo que hacían, lo que comían, como se habían conocido. El año anterior Muriel y Antonio habían charlado largo y tendido sobre las redes sociales que afloraron en su época de adolecentes y que terminaron de la misma forma como llegaron, abruptamente.
    Pero este año, al ver que Antonio tomaba asiento en su sillón reclinable favorito, para entregarse (una vez mas) a los placeres del sueño, Muriel pensó que podría confiar a los niños, a sus amados nietos, una historia que nadie había conocido, ni siquiera el hombre dormido a su lado.
    — ¿Quieren escuchar una historia niños? —preguntó Muriel a sus nietos.
    De inmediato y obedientes como un aparato electrónico, los niños tomaron asiento a los pies de Muriel, con las caras expectantes ante la inminente historia de su abuela.
    Muriel empezó:

***

    Una vez yo también tuve su edad. Fue hace mucho, mucho tiempo. Les voy a contar una historia de cuando yo tenía 6 años y vivía en el campo.
    Mis padres cuidaban una hacienda muy grande en la que vivimos alrededor de un año, en ella había caballos, gallinas, conejos y vacas… imagino que habrán estudiado sobre las vacas en la escuela ¿no?, pues ya están extintas.
    Muy bien, si fue cuando tenía 6 años, entonces fue hace exactamente 56 años, en 1997. El 25 de diciembre de 1997.
    Me levanté de mi cama y encontré bajo nuestro árbol de navidad una muñeca que había querido mucho tiempo atrás, ya no recuerdo muy bien como era, pero sí recuerdo que me puse muy feliz.
    El día transcurrió normal, vi un poco de televisión y jugué con mi muñeca. En la tarde llegaron a la hacienda mis familiares y jugué con mis primos por todo el campo… el problema llegó en la tarde. A eso de las 6 de la tarde el sol seguía brillante en el cielo, a nadie pareció sorprenderle, por lo que a mí tampoco me importó mucho.
    Me fijé de nuevo en el sol a eso de las 7 y de nuevo a las 8 de la noche, pero de igual forma, a nadie le importaba, nadie decía nada al respecto. Me dio miedo, me dio mucho miedo, empecé a tener la sensación de que algo malo iba a pasar, de que si el sol seguía en el cielo a las 9 de la noche era por que algo andaba mal.
    A las 10 de la noche mis primos ya se habían ido a dormir, también mis tías, solo quedaban mi papá y unos tíos bebiendo ron. Salí al campo, el sol seguía en el cielo y yo tenía más miedo que nunca. Me parecía que en cualquier momento el cielo se abriría y la mano de dios destruiría el mundo como ya lo había hecho antes… pero nada de eso pasó.
    Pero si vi algo muy extraño en el campo. Recuerdo que me paré frente al corral de las vacas y las miré detenidamente, después de un momento me fijé en que estaban llorando.
    Sé que suena a mentira pero juraría ante un tribunal que eso fue lo que vi, de los ojos de la docena de vacas salían lágrimas, las vacas lloraban y gemían con dolor.
    Después de ver eso salí corriendo hacia mi habitación, me acosté en la cama pero no dormí en lo absoluto aquella noche, me pasé en vela llorando y rezando, tratando de recordar todas las oraciones que pudiera.
    El día siguiente fue normal, el sol se ocultó a la hora acostumbrada y poco a poco yo fui olvidando el incidente.

***

    Catalina estaba boquiabierta, había arrancado una considerable cantidad de sus cabellos rubios a medida que su abuela contaba la historia.
    Kevin en su lugar, había arrancado trozos de alfombra y ni siquiera lo había notado.
    Michael por el contrario, al ser el mayor, miraba a su abuela con duda, no creía mucho lo de las lágrimas en los ojos de las vacas, aunque él nunca hubiera visto una vaca.
    Muriel sonrió a sus nietos y los instó a dormir. Uno a uno los chicos subieron las escaleras en busca de sus habitaciones.
    En la sala, una vez más, sólo eran Muriel y Antonio. Pero Antonio no roncaba, dormía en silencio.
    — Antonio vamos a dormir — dijo Muriel asiendo a su esposo por el hombro — ¿Antonio?, ¿Antonio? — se preocupó, la sensación de que algo malo iba a suceder se apodero de ella de nuevo, esta vez de forma inevitable. — ¡Antonio despierta!
    Tal vez, el hecho de revivir aquella historia, aquella historia que era sólo suya, hubiera invocado la maldad de aquel día, 56 años atrás, solo que esta vez, la maldad era real.
   

1 comentario:

  1. Un presagio de algo inevitable? Por qué recordar esa historia y no otra? Muy buena!!!

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