sábado, 31 de enero de 2015

Ilusión de indulto


Por Diego Hernández Negrete.



Retocó su rostro con aquel gel que se tornaba en una suave capa de espuma fragante. A la par con el individuo de mismos gestos y facciones, comenzó a retirar la espuma suavemente con la navaja de afeitar de antaño, dejando al descubierto una nueva piel que lucía ligeramente más clara que el resto de la cara.
Otrora le hubiese sido más sencillo utilizar la máquina de baterías recargables que le había regalado su prometida, sin embargo, ella ya no estaba. Prefirió sentir por última vez el delgado filo del acero inoxidable empezando no muy lejos de su yugular hasta un dedo del lóbulo de la oreja. Habiendo terminado de rasurarse dejó el rastrillo sobre el alféizar, trató de convencer a sus múltiples facetas de ese momento si sería o no, la mejor decisión. Existía en él una ausencia de sentimientos que le hacían perder cualquier esperanza de vida. Todo se había ido al carajo.

Amaneció un día más después de pernoctar su primera y última noche en el lugar que sería su misa de agradecimiento, decidió convertirlo en su lecho de muerte.

Habían pasado tan solo unas cuantas horas desde que había recuperado la conciencia después de aquel aparatoso accidente. Recordaba vagamente ir manejando tranquilamente con Ely a su lado. De pronto aquel camión de dieciséis ruedas embistió su lado izquierdo haciéndolo rebotar contra una fila de carros aparcados en el carril del extremo derecho. Dos vueltas y todo se tornó en obscuridad.

Despertó una vez en el hospital aunque de eso recuerda nada. Él pregunta sobre Ely aunque se vuelve a sumergir en el sueño.

Sebastián creyó que Ely había sobrevivido al accidente. Sin embargo su familia mintió para tranquilizarlo cuando éste apenas recuperaba su conciencia. No recordaba detalles aunque él mismo se culpaba de haber ocasionado la muerte de su amada. Ningún recuerdo podía servir de consuelo. Después de tantos planes ni siquiera podía encontrar un solo motivo para seguir en pie.

No había un dolor físico, mas bien sentía una agonía mental que desvalorizaba todo aquello a su alrededor. Era incapaz siquiera de derramar una lágrima, simplemente su alma se había mudado a otro lado y su cuerpo vagaba sin razón alguna en la triste e irremediable realidad.

La ilusión del indulto pareció más como la esperanza de que todo se tratara de una mala pesadilla o inclusive una pésima broma. Sin embargo Sebastián perdonó su vida toda la mañana.

Ya a medio día sacó una cuerda gruesa de aproximadamente cuatro metros de largo que le sería suficiente para hacer un nudo bajo la parhilera de la pérgola floral que en los días futuros inexistentes sería su altar de boda. Regó sobre el suelo los pétalos secos que arrojarían las inocentes criaturas al celebrar la utópica unión, colocó una de las sillas que sería destinada para los padres de la novia y subió a ella. No vestía el mismo traje que llevaría porque ese había sido olvidado en la tintorería. 


Sebastián ató la soga cuidadosamente por debajo de su hueso hioides y sin decir una palabra de despedida se arrojó al abismo en busca de su prometida. 

1 comentario:

  1. Riesgoso presentar al suicidio como acto romántico, casi poético.Las posibilidades inmensas de una persona deben incrementarse y alimentar su espíritu en los momentos de sufrimiento. Que no sea el dolor quien mate a la persona. Más bien que muera su vanidad o sus defectos. Que sirvan las penas atravesadas para exaltar sus valores, pues si al fin se morirá no tiene caso apresurar el deceso. Eso siembra dolor. Mejor vivir y sembrar algo glorioso.

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