lunes, 18 de enero de 2021

No habrá más ositos de peluche (Kitasato)

 

Me gustan los coches de policía. Esas luces azules y rojas son muy bonitas. Se parecen a los coches que tenemos Luisín y yo pero más grandes. Las luces se reflejan en los abetos y ahora que está anocheciendo el bosque se parece al belén que montamos por Navidad o, mejor, a la juguetería del pueblo. Los polis son muy serios y fuertes. Me gustaría tener uno de esos trajes que llevan, pero solo si no se me pone la cara enfadada, como a ellos. A Luisín seguro que también, y luego diría que el suyo es mejor, y pelearíamos, y entonces uno de los dos haría de ladrón y el otro de poli.

Ahora han dejado de hacer ruido; solo están las luces encendidas y hablan por las radios que llevan colgadas. A Luisín le encantaría ver a los polis hacer de polis. Pero no es como cuando jugamos nosotros, porque ellos se pasean mirándolo todo, hacen preguntas, hablan por los walky talkies y dicen “cambio” cuando terminan una frase. La próxima vez voy a saber jugar a polis mejor que nadie.

Papá y mamá están de pie, abrazados, frente a la casa y hay un policía al lado haciéndoles preguntas. Es un hombre feo, con un bigote negro y que huele muy mal, como la peluquería donde todos fuman y echan humo blanco. Me gusta el humo blanco, pero no me gusta cómo huele. A Luisín tampoco. Dice que fumar es malo y que los malos fuman. Mamá tiene en brazos el osito de peluche de Luisín y lo abraza con fuerza, y lo acaricia y le da besitos. Me acerco a la pierna de mamá y me cojo a ella. Yo también quiero que me dé besitos y me abrace, pero el policía se acerca a mí y me coge de la mano. Parece que quiere ser mi amigo porque me habla con voz suave, como el lobo hace con cabritillos del cuento. Ya me lo esperaba, pero no me gusta. Me ha dado una piruleta azul. Me la guardo porque a mí me gustan las rojas, pero no se lo voy a decir; a lo mejor se ofende. Me hace preguntas otra vez y yo les cuento (¡otra vez!) la misma historia. Le digo que el señor con cara de malo se llevó a Luisín por el camino del bosque. Estábamos jugando al escondite en el claro que hay junto al pozo, como todos los sábados después de desayunar. Me escondí y Luisín tardaba mucho en encontrarme. Salí del escondite que era muy bueno, detrás del árbol, porque allí nunca se le ocurriría mirar y podía ir girando por el tronco para que nunca me viese. No veía a Luisín por ningún lado y entonces miré en el caminito que se aleja del pozo. Y el señor se lo llevaba a brazos pero ya estaba muy lejos. Era un señor muy grande, que fumaba. Esta vez le digo que tenía bigote, porque los bigotes son de malos, como él. Le digo otra vez que Luisín gritaba y lloraba, pero que el señor lo sujetaba con fuerza y no le dejaba escapar. Le digo otra vez que el osito quedó en el suelo y que yo lo recogí. Pero ahora lo tiene mamá y lo abraza como si fuera Luisín, pero ahora el osito es mío y tendría que estar abrazándome a mí.

El poli me pregunta otra vez sobre cómo era el señor y le digo que era alto y un poco calvo por delante. Y tenía bigote y parecía enfadado. Me enseña unas fotos de varios señores calvos por delante. Pero le digo que no sé si era alguno de ellos. Son muy parecidos. Me han preguntado lo mismo un montón de veces pero no me creen. ¿Por qué no me creen? Siempre les cuento lo mismo. Menos lo del bigote. Eso no se lo había dicho antes.

Entro en casa y me siento en el sofá. La tele está apagada y no quiero encenderla. Me duermo y después de un rato me despierto. Me han puesto encima la manta rosa pero yo quería la azul de los aviones, es la que más nos gusta a Luisín y a mí, pero él siempre se la queda. Tengo hambre pero la cena no está hecha. Voy al armario de las galletas y cojo cinco, una para cada dedito. Son mis favoritas. Luisín nunca come galletas, dice que prefiere los cereales. Mejor para mí.

Aún hay gente en la casa. Son un par de polis y una señora. Ella no tiene uniforme de poli, pero habla y los polis la obedecen. Me ve llegar y dice que quiere hablar conmigo. Quiere preguntarme cosas. Otra vez. Tendré que contarle otra vez lo mismo y ella me preguntará cosas que no comprendo. ¿Por qué no me creen? Tendrían que estar buscando por el bosque, por donde les he dicho que el señor se llevó a Luisín, o metiendo en la cárcel a todos los señores un poco calvos y con bigote que fumen, pero en lugar de eso quieren preguntarme otra vez. Le diré lo del bigote. Es un detalle importante. Y volveré a insistir en lo del camino del bosque que se aleja del pozo.

Papá no está, pero mamá está de pie. No ha dejado de abrazar el osito de peluche de Luisín. Ese osito es mi favorito, pero Luisín nunca me lo deja. Dice que es suyo y que yo tengo otros juguetes. Mamá está llorando y me mira. Entonces, llora más y más. Le pido el peluche y me lo da. Lo abrazo muy fuerte y mamá me abraza a mí. Afuera se oyen ruidos raros y la señora sale. Miro por la ventana. ¡Hala! Ha venido una furgoneta nueva, súper chula, y han bajado unos perros. Entonces entran en casa y se ponen a olerlo todo. Me gustan mucho los perros. Se acercan y me huelen, meneando la cola. Entonces la señora me quita el osito. Grito porque ahora el osito es mío. Esa señora es mala y fea también. Les acerca el osito a los perros y ellos lo huelen. Lo huelen mucho. Se queda el osito. No es justo. La señora dice a mamá que ahora los perros seguirán la pista. Los perros pueden identificar cualquier olor y seguirlo. Nos lo contó a Luisín y a mí el señor Antonio, el pastor, un día que pasó por aquí con sus ovejas y sus perros. Los perros son capaces de encontrarlo todo. Yo no sabía que la policía tenía perros. No. No lo sabía. ¿Quién hubiera podido imaginarlo?

Empiezo a llorar yo también. Mamá me coge en brazos y me aprieta fuerte. Dice que no pasa nada, que Luisín volverá y que volveremos a estar juntos. Pero no lloro por eso. Ahora lloro porque no recuerdo muy bien si al final también tiré la piedra con sangre al pozo junto con el cuerpo de Luisín.

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