sábado, 21 de enero de 2012

Zizu


Por Angélica Leal Rodríguez.


1
La recuerdo y un calor helado recorre mi cuerpo. Saber que estoy estúpidamente condenado a vivir con ella por el resto de mi existencia me provoca unas terribles ansias de sacar el revólver del cajón y pegarme un tiro en la cabeza para terminar de una vez por todas con esta vida de mierda; pero no puedo, solo me queda esperar. Sí, esperar a que la vida me premie con el mejor regalo que puedo recibir: su muerte. Pero no vayan a pensar que estoy loco o que soy un psicópata, si estuvieran en mis zapatos me comprenderían. Todo empezó aquel día…

2
Era una cálida mañana de agosto, me levanté tan temprano como siempre para salir a trabajar; tomé un baño, me vestí y me dispuse a desayunar. Una humeante taza de delicioso té verde me daba la bienvenida al comedor, y ella con una sonrisa y con el sol en su rostro hacía brillar mi día, Akemi, mi Akemi; teníamos poco más de nueve años de casados, el nuestro a diferencia de la mayoría, sí era un feliz matrimonio. Hablábamos mientras disfrutábamos el arroz,  el daikon, el tofu y el pescado, todo conformando una exquisita mezcla de sabores; era un placer compartir ese momento del día con ella y con nuestros hijos, ¡una verdadera bendición pasar la vida a su lado! Teníamos unos gemelos hermosos, los traigo a mi memoria y aún me es posible escuchar sus risas llenando la casa, oír sus pasos yendo de un lado a otro jugando con “Zizu”, un angora turco de siete años que había llegado a formar parte de la  familia el mismo día en que nacieron nuestros hijos la fresca tarde de aquel veintiocho de noviembre.
Dos días después del parto llegamos a casa con los bebés, no podíamos estar más felices, ¡desbordábamos alegría! Aquella vez, mientras caminaba por el pasillo que da a la recámara principal algo me distrajo, era una pequeña bolita blanca que daba saltitos, fui hacia ella y descubrí a “Zizu”, ¡era todo ternura! Aunque mi esposa y yo adorábamos los gatos no habíamos tenido ninguno en casa por falta de tiempo para atenderlo pues los dos pasábamos el día fuera por las múltiples ocupaciones de cada uno, pero ahora con los nenes Akemi  ya no trabajaría, así que había tiempo de sobra para compartir nuestra felicidad con un gatito. Investigamos si se había escapado de alguna casa vecina pero no hubo resultado, como si él hubiera decidido llegar a vivir a nuestro hogar, lo llevamos a vacunar y lo acogimos con cariño como un miembro más de la familia.  Fue creciendo al mismo tiempo que Hikaru y Kouki, nuestros hermosos hijos.
Todo transcurría con normalidad, hasta aquella madrugada…
Eran casi las tres, mi esposa y yo dormíamos plácidamente cuando nuestro sueño fue interrumpido por el llanto de uno de los gemelos, Akemi quiso ir a ver qué le pasaba al niño pero no permití que la calidez de su cuerpo entre las cobijas desapareciera, le pedí que se quedara en la cama y me levanté para ir a la recámara de los nenes. Llegué ahí y abrí la puerta, al entrar vi a Kouki llorando asustado hecho bolita en un rincón, decía algo entre sollozos, no logré entenderlo, esperé a que se calmara mientras lo abrazaba; la cortina azul con balones estampados en la ventana ondeaba con la brisa fresca de aquel diciembre  —¿a quién se le había ocurrido dejarla abierta?— Me separé por un momento de su cuerpecito tembloroso para ir a cerrarla... regresé con Kouki que ya estaba más calmado y logró decirme al fin qué le había provocado tal sobresalto, aún con las limitaciones propias del lenguaje de un niño de poco más de dos años pudo decirme algo como:“—Zii… Zuu… Ichi…—.” Eché un vistazo a la habitación y no vi por ninguna parte a nuestro gato, mientras Hikaru dormía en su camita ajeno a lo que había pasado… Seguí abrazándolo hasta que el sueño lo venció, lo acomodé en su lecho y lo arropé con cariño, se quedó tranquilo.  Corroboré que las ventanas estuvieran cerradas y regresé a mi recámara.  Mi esposa dormía como un bebé…
¡Quién hubiera imaginado que alguien como ella podría cambiar tanto! ¡Lo que diera hoy porque Akemi fuera como antes!
Habían pasado cuatro años, nuestra vida siguió su curso normal después de ese curioso episodio con el niño. Yo tenía un muy buen trabajo, una adorable esposa, dos encantadores hijos, una linda casa y una tierna mascota, teníamos un hogar de ensueño, una hermosa familia, ¿qué más podíamos pedir? Todo salía a pedir de boca hasta que algo rompió la armonía cotidiana.  A media mañana mi esposa recibió una llamada del colegio de los niños, la profesora le explicó a Akemi que Kouki se había puesto mal, se asustó mucho y me llamó en cuanto terminó de atender la llamada. Se adelantarían para no perder tiempo valioso.
Cuando llegué al hospital encontré a mi esposa desesperada caminando de un extremo a otro del pasillo, su angelical rostro se había tornado pálido, tenso y reflejaba preocupación, era como un cachorrito asustado buscando a su mamá, no pude menos que abrazarla, decirle palabras de aliento y regalarle un tierno beso en la mejilla, alguien tenía que ser fuerte. Luego el médico nos explicó que la situación de nuestro pequeño era muy delicada, pues los síntomas que presentaba no correspondían a nada similar que hubieran atendido antes en ese lugar, lo cual era aún más preocupante. Fueron días de mucha tensión, el ambiente estaba enrarecido, Hikaru se sentía abandonado por nosotros y echaba de menos a su hermanito, Akemi tenía ya una semana en el hospital acompañando a Kouki, que no mostraba mejoría, cada día se notaba más decaído, tenía dificultad para respirar, casi no podía hablar, había perdido el tono rosado de su piel y sus ojitos parecían ver desde un profundo abismo (cuando todavía podía abrirlos), sin duda el cuarto doscientos dieciocho sería su hogar por varios días más; mientras los médicos seguían sin encontrar explicación a su mal. Ni los mejores profesionales de la Medicina en todo el país fueron capaces de identificar la razón del padecimiento de mi hijo, pasaría lo inevitable… solo quedaba esperar.
Los días pasaron sin novedad positiva, cada uno era copia fiel del anterior, Kouki estaba igual de decaído, mi esposa se veía mal física y psicológicamente, yo estaba apático en el trabajo y no faltaba mucho para que me exigieran la renuncia, nuestro hijo Hikaru llevaba casi todo ese mes al cuidado de su abuela materna, y sabíamos que nos extrañaba igual que nosotros a él… Fue muy difícil que comprendiera lo que le pasaba a su hermanito, estaban más que unidos por la sangre, eran uno solo, pero encontraba un poquito de consuelo en Zizu y sus arrumacos.   Hasta que un buen día se presentó en el hospital un médico que venía de América, específicamente de aquel país llamado Canadá; nos dijo que podía identificar lo que nuestro Kouki tenía, y ese mismo día empezó con las pruebas, le realizaron análisis exhaustivos y urgentes —confieso que al principio Akemi se negó a que sometieran al niño, pero luego pude convencerla de que era por su bien, para que regresara a ser el niño feliz que antes era, y terminó cediendo ante la esperanza de que lo que yo le decía pudiera convertirse en realidad.
Dos días después el galeno canadiense fue al frío cuarto doscientos dieciocho a comunicarnos los resultados, se le veía compungido y preocupado, entonces para no hacer más tenso el momento en un perfecto japonés nos dijo: “—Lo que su hijo tiene es un raro padecimiento causado por una especie de virus mortal recientemente descubierto en Occidente — continuó— el cual provoca todos los signos y síntomas que presenta Kouki, acaba con el tejido de los órganos internos, daña irremediablemente el cerebro y terminará muy pronto con la vida del niño; normalmente destruye el cuerpo en el que se aloja en menos de seis semanas.”
Mi esposa rompió en llanto, yo no pude contener la tristeza y sentí la tibieza en mis mejillas, el nudo en mi garganta no quería desaparecer. ¡Maldita sea! ¿Por qué a él?... Los dos volteamos hacia la cama a ver a nuestro hijo, se estaba yendo, era como si solo le quedara un respiro ahogado; ver su cuerpecito invadido por tubos y agujas, su cabello extinto y no escuchar su vocecita tierna era algo muy fuerte para nosotros.  Tomé fuerza no sé de dónde, aclaré mi garganta y pregunté al médico cómo había sido posible que Kouki hubiera contraído ese virus, sin sospechar lo terrible que sería lo que vendría después… A lo que él respondió: “ —Fue provocado por la mordida de un gato infectado, lo cual diseminó el virus por todo el torrente sanguíneo—”  Mi esposa dejó por un momento el llanto ante la sorpresa de lo que acabábamos de escuchar. ¡No lo podíamos creer! ¡Había sido Zizu el causante del deterioro de nuestro hijo! Parecía descabellado, y más aún si tomamos en cuenta que el gato nunca mostró signos de enfermedad (luego sabríamos que en los animales no se manifestaba, solo estaba latente)… ¡Claro! Había ocurrido aquella madrugada… Fui un tonto al no poner atención cuando el niño mencionó al gato, ¿pero dónde lo había mordido? No tenía rastro visible de heridas. El médico nos informó que había sido en el piecito izquierdo. No podía soportar más, salí corriendo de ahí y conduje mi auto hacia la casa de mi suegra; minutos después me encontraba en la sala de estar, Kouki corrió a recibirme con un abrazo y la alegría se reflejó en su rostro al verme, aparté al niño como pude, no era momento para muestras de cariño, mi suegra apareció de pronto por el pasillo que conducía al patio trasero, tenía puesto un mandil y guantes de jardinería, se sorprendió al verme, preguntó si había pasado algo, no respondí, se quitó los guantes y fue a abrazar al niño que lloraba ante mi indiferencia.  A zancadas recorrí casi toda la casa buscando a Zizu, no escuchaba sus maullidos ni estaba en su cajón de arena, ¡era como si el maldito supiera que estaba buscándolo! Sé que los animales no son conscientes, pero de alguna forma tenía que descargar mi dolor… ¿y qué mejor que con el culpable?
Lo llamé con voz melosa y de repente lo vi entrar, ahí estaba, no había duda de su belleza ni de su ternura, pero ahora lo veía como el peor demonio que jamás hubiera existido.  Sentí mi corazón acelerarse, mi respiración estaba agitada y una sonrisa malévola se dibujó en mi rostro al verlo venir hacia mí; fue un placer tenerlo en mi poder, lo tomé y me dirigí hacia la cocina, agarré un o'hitsu (recipiente de madera) porque fue lo primero que vi, puse al animal sobre una mesita, lo oprimí fuertemente con mi brazo izquierdo y con el o'hitsu empecé a golpearle la cabeza, ¡quería matarlo de una vez! Al principio no se estaba quieto, pero conforme lo golpeaba perdió su voluntad. Disfruté mucho ver correr su sangre sobre el blanco pelaje, sus maullidos ahogados eran un placer para mis oídos, le destrocé la cara, los globos oculares quedaron reducidos a nada, halé su lengua hasta arrancarla y la tiré al piso; mi suegra gritaba preocupada y horrorizada ante mi comportamiento, mi hijo Hikaru no podía creer lo que veía, lloraba, me suplicaba a gritos que dejara en paz a su gatito… Pero ya era tarde, llegué decidido a matarlo y eso había hecho, no conforme con ver que el animal ya no respiraba tomé lo que quedaba de su cuerpo y salí al jardín, a mi paso gotas de sangre quedaban en el piso, ni qué decir de mis manos y mi ropa que se había salpicado; ahí encontré las tijeras podadoras que la anciana había utilizado minutos antes, las tomé, me senté en posición de loto y puse al gato en el suelo frente a mí, empecé a cortarlo, primero fue la cola, luego cada una de las patas, lo que quedaba de la cabeza, todo… me había convertido en un carnicero, disfruté mucho cercenarlo, es un placer que aún no puedo olvidar aún con todas las cosas tristes que pasaron después.

3
Pasé por mi casa a cambiarme de ropa, no podía regresar así al hospital, para cuando llegué con mi esposa la vieja ya la había puesto al tanto de mi arrebato con el animal que tantas alegrías nos había dado. Akemi me lanzó una mirada recriminatoria, y me dijo que no había estado nada bien lo que hice, pero no me importó, defendí mi punto pero no logré persuadirla.
La noche había caído, seguíamos en el nosocomio pero queríamos irnos a casa, llevarnos a nuestro hijo y despertar de una vez por todas de esa horrible pesadilla.  Esa noche quise quedarme a acompañar a mi esposa, eran casi las dos de la mañana y yo no podía dormir, así que  fui abajo por un café, me hacía falta, contrario a la mayoría a mí el café me hace dormir… No pasaron ni diez minutos para cuando regresé al doscientos ocho con un vaso de unicel en mano, me llamó la atención encontrar la puerta entreabierta, pasé y lo que vi fue aterrador, instantáneamente el café terminó en el piso…

4
¿Quieren saber más? No vale la pena, es algo triste, mejor ya no les cuento mi trágica vida, de cualquier forma mi martirio no terminará pronto… Está bien, no los dejaré con la historia a la mitad. Continúo.
Entré y quedé estupefacto ante lo que mis ojos vieron…
Sobre la sábana blanca que cubría la cama estaba el consumido cuerpecito de mi Kouki bañado en sangre, tenía heridas en el pecho, en el cuello, en brazos y piernas, sus ojitos se abrieron por última vez y me regalaron una mirada penetrante y tétrica que nunca olvidaré, parecía venir del más allá. Se me revolvió el estómago, fui corriendo al cuarto de baño y saqué todo lo que tenía dentro, el dolor y la repugnancia que sentía hacia el maldito que le había hecho eso a mi hijo, nunca en mi vida me había sentido tan triste. Había olvidado a mi esposa, no estaba en la habitación. Cubrí el cadáver con una cobija que había en el sofá, y salí a avisarle a alguien y a pedir ayuda. Los médicos dijeron no haber visto nada, igual las enfermeras, ¡era imposible que alguien hubiera cometido tal atrocidad con mi pequeño! Se hicieron las diligencias necesarias para que me entregaran el cadáver de mi hijo al día siguiente, ¡era tan grande mi dolor!
Habiéndome calmado un poco llamé a casa de mi suegra para preguntar si mi esposa había ido hacia allá, escuché el timbre en repetidas ocasiones hasta que sonó la grabación del buzón, colgué y volví a marcar… Nada… Decidí ir a buscarla.  Cuando llegué todo estaba en silencio, no había rastro de la vieja ni de mi hijo Hikaru, mucho menos de Akemi; recorrí el mismo camino que había transitado mientras buscaba al gato hacía unas horas, luego de unos minutos llegué a la que había sido la recámara de mi esposa durante sus primeros dieciséis años de vida… Tenía un tapiz rosado, varias mariposas estampadas y había repisas llenas de muñecas por toda la habitación, y ahí en un rincón rodeada de manchas de sangre estaba ella, agazapada, con el terror y la culpa en la mirada repetía sin parar: “Yo no quería hacerlo, pero no había otra salida. ¡No podía soportarlo más!”, me negué a creer lo que acababa de escuchar, había sido ella, mi esposa quien asesinó a nuestro hijo.  ¡Quise matarla! La dejé ahí y salí a buscar a Hikaru, lo llamé a gritos y no respondió, terminé en la recámara de mi suegra, fue impactante lo que vi, mi pequeño yacía en la cama, inmóvil, con sus ojitos cerrados, como si estuviera durmiendo, y al pie de la cama estaba mi suegra ensangrentada, había sido apuñalada brutalmente, ¡quería morirme! Poco después supe que Akemi había sido presa de un episodio psicótico que le destrozó los nervios y provocó que ya no pudiera sobrellevar la enfermedad de nuestro Kouki, terminó asesinándolo en un arranque de locura, no conforme con eso fue a casa de su madre y le dio a beber algo a Hikaru para provocarle la muerte, el niño inocente jamás pensó que su té lo llevaría al más allá, mientras ella se justificó diciendo que para nadie sería la vida igual sin nuestro otro hijo, que no tenía caso vivir así; su madre intentó calmarla cuando se puso mal después de que el niño se tomó el té, empezó a sospechar, pero Akemi tomó un cuchillo de la cocina y le dio varias puñaladas en el abdomen a la anciana, ¡sin duda se había vuelto loca! Yo estaba destrozado, mi vida había cambiado tanto en tan poco tiempo, me corrieron del trabajo, perdí a mis hijos a manos de mi esposa, sí, ¡de esa maldita loca! Pero lo peor no fue eso, sino que en ningún hospital psiquiátrico aceptaron recluirla, habíamos quedado en la calle con todos los gastos del hospital y los funerales, no me quedaba otra opción más que vivir con ella hasta su muerte, o hasta la mía…

5
Han pasado ya varios inviernos desde que eso pasó, y la desgraciada aún sigue respirando, quisiera amanecer y encontrarla muerta, quisiera que de repente un día el demonio se apiadara de mí y viniera por su alma, o por lo menos que mi corazón dejara de latir y Dios me librara de esta terrible condena. Confío… y espero.

Fin.



7 comentarios:

  1. Durísima historia...
    Muy buena la redacción, mucho suspenso desde el comienzo hasta el fin, es imposible no ir preguntándose a medida qué avanza la historia cómo se desarrollarán los tramos siguientes de la misma...
    Y un gran final...
    ¡¡ Felicitaciones, Angie !!

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    1. ¡Muchas gracias, Bassa! Es un gran honor para mí que te haya gustado tanto mi escrito. ¡Gracias!

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  2. Angie, muy buen relato! Todo perfectamente redactado y con un desenlace más que apabullante... Te deja duro!
    ¡Felicitaciones!

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    1. ¡Muchas gracias, Sebastián! ¡Gracias!

      Angie =)

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  3. Angie... eres una mentirosa! no dijiste que no te gustaba el terror y el suspenso? me encantó. está muy bien escrito y lo que mas me gusta es que le das un tono negro a tus letras... te estamos pervirtiendo muaha!"

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  4. Carmen! Recién veo tu comentario. Sí me gusta el terror y el suspenso, mucho de hecho, pero esto es lo primero que escribo que más o menos se va por ese rumbo, y me alegra que les haya causado tan buena impresioó =) ... Gracias!! Y sí, me están pervirtiendo :p Abrazo!

    Angie

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  5. Muy bueno! Felicidades... Pero oye eso le paso al señor y a su esposa por no cuidar bien a su hijo xD uno cuando tiene hijos nunca debe dejarlo solos ni un momento una vez me dijo mi mama: Yo no podia ni ir a hacer mis necesidades con ustedes! xDDDDDD pero fuera de eso MUY BUENO aunque me dio un poco de lastima todo T___T Pobre gato el que culpa tiene de que los padre no cuidaron bien a su hijo? xDDDDD en fin es que no me gusta muchoel suspenso y terror y la sangre esas cosas pero me hiciste leer hasta el final xD

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