1
En la
camioneta, Mädchen no dejaba de pensar en las aves entre los árboles que
crecían fuera de la casa que dejaban atrás en Palmer, Nueva Jersey, mientras
miraba por la ventana con un cansado interés. Se ajustó de nuevo los
auriculares en los oídos.
Al otro
de lado del asiento, Brody se encontraba pegado al cristal, casi en la misma
posición desde que entraran y sin hacer más que una que otra pregunta a veces.
El videojuego portátil, bastante caro por cierto, que le habían obsequiado la
navidad anterior descansaba apagado junto a su pequeño trasero. Mädchen no
creía haber visto aquel fenómeno antes, el juego lejos de las manos del chico,
pero a la vez lo entendía.
La
camioneta se agitaba como una vieja licuadora mientras viajaba sobre los cien
kilómetros por hora. Kevin Paterson, el hombre de gafas que era el padre de
Mädchen y Brody apretaba con fuerza el volante de aquella camioneta.
Tessa
Paterson, su mujer, barría cada estación de la fm y am con la radio de la
camioneta, produciendo un montón de chasquidos y chispazos de estática en las
bocinas de la Chrysler modelo noventa y ocho.
—¡Oh por
dios! — Exclamó Tessa cuando el Chevrolet plateado los rebasó con brusquedad
para luego volver a insertarse entre los autos de adelante. Pero además de eso,
no dijo otro cosa. Ni ningún otro miembro de la familia.
Era como
si aquel cielo oscuro hubiese lanzado un hechizo sobre la familia Paterson.
Quizás sobre todas las personas de Jersey, pensó Mädchen.
El cielo
donde podía observarse una profundidad abismal y salpicada como nunca de
estrellas sobre una Jersey parcialmente oscura. Un cielo que a los ojos de
Mädchen se miraba extraño, con estrellas y planetas que parecían asomarse y
estar a punto de caerles encima. No era aquel el mismo cielo que inspirara
tantos poemas, menciones en canciones y citas románticas.
Y estaba
aquel detalle que quizás resultaba ser el detonante para confundir y enloquecer
a todo el mundo por ahí. El sol, flotando enorme e incandescente sobre aquella
espesa oscuridad.
Para
Mädchen, eso y el recuerdo de las aves entre los árboles la hacían sentirse
mareada.
—Tessa,
basta, por favor.
— ¿Qué?
—Preguntó la mujer con aquel tono irritado que acostumbraba.
—La
radio, basta con eso.
—Kev,
intento encontrar el noticiero, alguna estación, al presidente tal vez.
—Pero no
vas a encontrar nada, llevas media hora dándole vueltas a esa perilla sin parar
y ninguna estación transmite. Lo único que vas a conseguir es darme una jaqueca
de muerte y arrancar la perilla del aparato.
—Ya veo
¿Es eso lo que te preocupa, no? ¿El estúpido estéreo, de tu estúpido auto? No
te preocupes, Kevin, no voy a joderte nada, la perilla va a estar bien. A
menos que quieras…
“Ahí van de nuevo” Pensó, Mädchen. La chica miró su móvil. “Sin señal” Ni si quiera se molestó en
abrir la portátil que llevaba en la mochilita entre los pies.
Eran las
dos con quince de la tarde y sin embargo, aquella parecía ser la noche más
oscura de la historia.
2
—Creo
que el culpable podría ser ese ruido. Sus notas cambian, y algunos de los que
antes no habían perdido la cabeza luego terminan por hacerlo. Las aves por
ejemplo, casi todas enloquecieron desde el inicio, supongo que esas se tragaron
al resto. Pero los perros parecían encontrarse bien, hasta dos semanas después
que escuché aquel ruido. Era distinto.
— ¿Cómo
lo sabes? —Inquirió su madre con los ojos asustados, rodeados por cuencas que
parecían escavarse solas. A causa del hambre quizás.
—Mi oído
es absoluto y creo que un poco más que solo eso. Me lo dijo el director Mc
Kane. —La madre quedó en silencio, sin replicar esta vez. Mädchen pensó que
quizás ella ya nunca más creería que haber pagado el internado de artes había
sido un desperdicio.
3
— ¿Crees
que papá estará bien?
Brody
observaba a su padre a la luz de las velas. Kevin Paterson recostado, sangraba
aún espesamente por la nariz desde que comenzara la fiebre un día atrás.
— Creo
que todos estaremos bien. —Respondió Mädchen, acariciando el cabello de su
hermano aun cuando no creía haber visto un solo animal recuperarse después de
que la fiebre se presentara. Ninguno
recuperaba la cabeza después de que empezaba a perderla.
El sonido había vuelto a aparecer hacía solo un día y ella sabía que eso era lo que tenía a su padre así. Hacía ya un mes que el cielo era una constante ventana al universo. Los días y las noches eran todos idénticos. La gente en las calles era cada vez más escasa, más furtiva y hostil, aún aquellos que no habían enloquecido gracias a los sonidos. Realmente comenzaba a preguntarse si había diferencia entre los cuerdos y los “lunáticos”.
El sonido había vuelto a aparecer hacía solo un día y ella sabía que eso era lo que tenía a su padre así. Hacía ya un mes que el cielo era una constante ventana al universo. Los días y las noches eran todos idénticos. La gente en las calles era cada vez más escasa, más furtiva y hostil, aún aquellos que no habían enloquecido gracias a los sonidos. Realmente comenzaba a preguntarse si había diferencia entre los cuerdos y los “lunáticos”.
4
—Bajen
del auto. —El hombre jaló del percutor.
— Mamá,
vamos.
Tessa
Paterson sin embargo parecía hipnotizada, aferrada al volante con las luces del
auto alumbrando a aquella chica con el bebé entre brazos. La chica con el vestido
de puntos y el arma apuntando directo en su lado del parabrisas.
— ¡Mamá!
El motor
rugió con fuerza. Se produjeron dos detonaciones y una brisa cálida cayó en el
interior del auto como llovizna veraniega.
5
—Creo
que no entiendes la situación, preciosa.
—El hombre la roció con su aliento, susurrando cerca de su oído— Quizás haya a donde ir, pero no mucho que
encontrar además de edificios vacíos, paramos deshabitados, al menos
deshabitados por personas normales. Pero
aquí estarán bien, mientras sepas como hacerme feliz, yo te haré feliz a ti,
¿entiendes? Así de sencillo. Tú me das lo que necesito, y yo a ti. Realmente no
lo has pensado bien, te ofrezco más de lo que una chica podría imaginarse en
estos días. —El hombre le sonrío con aquella fila superior de dientes dorados y
le guiñó el ojo.
—No
vamos a quedarnos en ninguna parte, no los necesitamos.
El
hombre miró a Brody con semblante molesto. La misma expresión que habría hecho
respecto a una mosca incomoda.
6
El
hombre de la capucha había salido desde ninguna parte y los “lunáticos”, la multitud de gente
enloquecida con las narices sangrantes, aparecieron también como un rebaño
enfurecido que ha destrozado el corral, corriendo por todas partes.
— ¡Es
él! ¡Dispárenle al hijo de puta! —Grito el hombre de los dientes de oro.
— ¡Son
demasiados, Johnny!
Los
hombres que habían rodeado a Mädchen y Brody se dispersaban entre disparos y
rugidos de motocicleta.
— Corran
hacia la puerta, sigan hasta el fondo; los sacará de aquí. No se detengan aún
cuando crean que no hay nadie detrás de ustedes. —Rugió el hombre encapuchado
después de quitarles dos “lunáticos”
de encima.
—¡Maddey,
vámonos! ¡Maddey! —Brody daba tirones del suéter de la chica que observaba al hombre
encapuchado alejarse como una sombra entre la caótica multitud que se
apretujaba y despedazaba unos con otros. Los
cuernos rotos de aquella capucha negra…
7
—
¡Ellen! ¡Ellen! ¡Vuelve aquí vida mía, has dejado las luces encendidas otra
vez! ¡Toda la noche, pequeña! ¡Ven aquí! —Gritaba el hombre de la nariz
sangrante que perseguía a la chica y el pequeño por los interminables y
desolados pasillos de aquel edificio.
—
Ya-no-puedo más. —Jadeaba Brody.
Entonces
una puerta se abrió al frente y a la derecha.
— ¡Por
aquí! —Exclamó aquel hombre de cabello blanco, con acento británico.
8
— ¿Se
encuentran bien? Traeré un poco de té. Siéntense, pónganse cómodos. Aquí están a salvo. El señor Wayne llegará en
unos momentos.
El
hombre británico desapareció de la habitación. Aquel era el lugar más cálido y
reconfortante en el que Mädchen y Brody habían estado desde que partieran de
casa.
— ¿Quién
es el señor Wayne, Mäddey?
—No lo
sé. —Pero en su mente apareció la imagen de aquel hombre encapuchado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario