Por Diego Hernández Negrete.
I
La
ley del talión
Leodegario era un niño no tan
común, ni tan corriente. A menudo llegaba de la escuela golpeado, con chicles
en el pelo, pezones retorcidos, escupitajos en la espalda, con el elástico del
calzón descosido (no necesito explicar a qué castigo oriental me refiero) y
hasta una vez llegó con el cabello tuzado.
Hijo de una fanática religiosa,
Mary era una puritana; una santurrona que maldecía todos los placeres de la
vida, su especialidad consistía en que todo lo bueno era precisamente lo que a
Leo no le gustaba hacer, para el mayor de los colmos nunca le prestó demasiada
atención.
Mary siempre lo recibía con la
sonrisa de los mil pesares, aun viéndole el labio sangrando o el cuero
cabelludo expuesto, fingía que todo estaba bien y cualquier situación la quería
remediar con una tonta sonrisa.
Leo aprendió a pagarle con la misma
moneda por lo que se limitaba a anunciar su llegada y después ponía el seguro
de la puerta de su habitación durando largas jornadas somníferas encima de su
colchón.
Nunca tuvo un amigo, o al menos que
fuera racional y de carne y hueso. La mayor parte del día estaba utilizando su IPhone, regalo que le dio Mary cuando
cumplió doce años, Leo no quiso pastel, ni fiesta o visitas de la abuela Eduviges ,
solamente rogó por su IPhone.
Cuando recién lo obtuvo duró dos
días sin asistir a la escuela, Mary se dio cuenta que no iba porque en el
refrigerador estaban las cinco tortas que le preparaba por semana para comer
durante el receso, hubiera sido más sencillo echar un vistazo a la perilla del
cuarto de Leo para darse cuenta que seguía encerrado, sin embargo como ya te
has dado cuenta, Mary era un poquito distraída.
Como te iba diciendo, Leo no salía
a jugar con sus vecinos, tampoco iba a darle la vuelta en bicicleta a la
manzana, prefería pasar horas jugando Angry
Birds o buscando nuevas
aplicaciones en su IPhone que le permitieran sumergirse en su
mundo sin tener que verle la cara a nadie.
Todas las noches lo despertaba una
voz y en su mente resonaban tres nombres: Moisés,
Raúl y Ascencio.
II
Dulces
sueños
Moisés, Raúl y Asencio. Eran los
tres nombres que más odiaba Leo, estaban en su salón de clase y eran los que
siempre lo acechaban. Una vez metieron su cabeza en un inodoro lleno de heces,
Leo no pudo contenerse y vomitó, lo hizo hasta que le resbalaba por las
comisuras de la boca un líquido amarillento, su garganta ardía por las arcadas.
Ese fue el único día que Leo
insultó a su madre, llegó llorando a casa y Mary le ordenó que bajara a saludar
a la abuela Eduviges ,
le respondió llamándola ¡Albóndiga
de mierda!
Ella pudo haberlo castigado, aunque
quedó petrificada al oír semejante insulto, Mary se quedó unos segundos de cara
a la puerta y con los nudillos pegados a la madera, no supo como reaccionar por
lo que una vez más, sonrió e hizo como si tal evento jamás hubiera existido.
Leo consiguió un poco de calma
cuando encontró una aplicación en su IPhone llamada Dream on, el nombre desde luego era muy
llamativo, en la reseña explicaba el desarrollador, que se trataba de un
controlador de sueños, podías soñar con los diferentes escenarios y sonidos que
ofrecía la
aplicación. Desde un jardín pacífico hasta una batalla en el
desierto salvaje.
Consistía en poner el IPhone a un
lado de la almohada, éste detectaba los movimientos de Leo mientras dormía y
justo en el momento, reproducía el sonido del ambiente que había elegido.
Al principio no fue mas que un
engaño, intentó con diferentes ambientes y las primeras tres veces resultó
decepcionante, su iPhone a un lado conectado a la luz y sin ningún resultado
favorable. La cuarta ocasión tenía un vago recuerdo de haber soñado algo, no
lograba descifrar nada, de hecho estuvo apunto de borrar la dichosa aplicación,
aunque decidió intentarlo una vez más.
Aquella noche, Leo confiaba en
obtener resultados, eligió un paseo por Tokio. Enchufó el cable alimentador a
la corriente y puso su IPhone boca abajo, a un costado de su cabeza.
Y en sus sueños por fin conoció a
un amigo, se presentó como Dante, lo llevó a conocer las calles transitadas de
Japón, toda la gente tenía la misma cara, hablaban un idioma muy cómico y sus
ojos parecían cerrarse. Leo deseó soñar por siempre, nunca despertar ni volver
a ver la cara a su madre, tenía una amplia sonrisa de oreja a oreja.
III
Paseo
por Tokio
El despertador sonó un lunes a las
6:45, los números que daban la hora eran de color rojo y tenía un extraño
recuerdo de que alguna vez habían sido verdes. Leo bajó, tomó su torta y salió
a la calle en espera del autobús, el jardín de la entrada lucía diferente,
aunque nunca le prestó demasiada atención parecía estar más colorido, se
distrajo un momento observando con detalle una raflessia que jamás había visto
en su vida y que le producía una exhuberante tripofobia, volvió en sí hasta que
el operador del colosal amarillo con franjas blancas estuvo apunto de cerrar
sus puertas.
Mientras Leo recorría el autobús
notó que todos sus compañeros tenían un extraño parecido, a excepción de los
asientos del fondo que ocupaban Moisés, Raúl y Ascencio.
Por primera vez en lo que llevaba
de conocerlos, no le lanzaron bolas de papel ni avioncitos, Leo encontró un
lugar vacío y se sentó, las ventanas del autobús estaban empañadas y no podía
ver hacia el exterior, de repente se empezó a dibujar sobre la humedad una
frase: DANTE VIVE.
De repente todos los niños
comenzaron a gritar, el autobús patinó y se desequilibró apuntando hacia un
muro. Leodegario despertó, todo había sido un sueño.
Los números verdes parpadeaban y el
aparato producía un estridente sonido de campana, se hacía tarde y Leo aun no
se levantaba. Cuando abrió la puerta del refrigerador agarró su torta y contó
las restantes; solo quedaban tres, para confirmar sus pensamientos volteó hacia
el calendario y vio que era martes ¿Acaso se había dormido todo el Lunes? Era
absurdo basar sus días en tortas, tal vez Mary había hecho una menos, o quizá
solo había comprado cuatro bolillos en el supermercado, ¿ A quién carajo le
importaba eso? Su jardín retornaba a la normalidad, subió al autobús y lo
primero que vio fue un asiento vacío al fondo. Moisés estaba ausente.
Leo jamás había visto derramar una
sola lágrima a Carmela, su maestra de historia. No podía ni hablar cuando
intentó explicar la dolorosa muerte de Moisés, lo encontraron en un terreno
baldío con la cara inmersa en un charco de agua, se había hinchado tanto que
sus ojos no se veían, igual que los japoneses.
Esa noche, Leo sentía un terrible e
inexplicable remordimiento, se colocó óleo en las sienes y buscó un escenario
tranquilo en dream on. Eligió Jardín
pacífico.
IV
Jardín
pacífico
Dante estaba en un jardín de
raflessias sentado en posición de flor de loto, su rostro dibujaba una
horrorosa sonrisa, Leo sabía que Dante tenía que ver algo con el asesinato de
Moisés. Dante asintió con la cabeza y empezó a carcajearse, su garganta se
movía de una forma extraña, emitía una risotada distorsionada y cruel.
A un lado de Dante estaba un mantel
de cuadros y una canastilla de mimbre, Leo alcanzó a ver en el interior una
cabeza ensangrentada, corrió para vaciarla y cayó una torta envuelta en una
bolsa de plástico con cierre, las mismas que utilizaba Mary.
Leo se alejó corriendo y tropezó
con algo, buscó a tientas el objeto que lo hizo caer, era un collar con un
diente de marfil. Recordó habérselo visto alguna vez a... ¡Raúl!
Despertó de inmediato y bajó con
grandes pasos, abrió el refrigerador y había dos tortas. Inconscientemente ya
estaba a la espera del autobús, esperó y esperó, aunque el camión nunca pasó.
Llegó a la escuela con el corazón a
ciento sesenta latidos por minuto. Mientras caminaba hacia su salón, vio de
reojo que Carmela estaba en la dirección, parecía un muerto viviente, pálida y
con la mirada despistada. Leo chocó con la madre de Raúl quien había salido de
su salón de clase, tenía las mismas características y en sus manos llevaba una
caja llena de trabajos manuales y libros.
Un letrero pegado en el salón
decía: se suspenden clases del
102 hasta nuevo aviso.
Leo regresó llorando a casa, quería
arrojar su IPhone al concreto, lo sacó del bolsillo y vio que tenía una
notificación de dream on.
¿Quieres vivir un Apocalipsis
zombie o un paseo por la casa embrujada? Prueba los nuevos sonidos para esta
noche de brujas, solo por tiempo limitado.
¡Nuevos escenarios disponibles
en la tienda de sueños, pruébalo esta noche!
Leo llegó a casa, su madre no
estaba, (o al menos el silencio lo decía) tampoco la abuela Eduviges ,
la casa olía a rancio, a carne podrida. Un olor similar al de las raflessias.
Subió a su cuarto y conectó su
IPhone al contacto de luz, quería su última noche de brujas.
V
Noche
de brujas
Las calles de Jerome estaban
oscuras, llenas de niños disfrazados pidiendo dulces en las casas, niños
vestidos de Jason, Michael Myers, Pennywise y unas cuantas brujitas con nariz
postiza.
Leo afilaba un cuchillo de cocina
con una piedra, tenía preparado su disfraz. Un saco negro lleno de hoyos y su
cara maquillada de manera que parecía piel de rana, lucía agujeros por todos
lados.
Salió a la calle con su dulcero en
forma de calabaza, todos lo miraban atónitos y muertos de miedo, Leo no se
detuvo, tenía claro su destino. Brincó la barda para acceder a la parte trasera
de una casa, miró a través de la ventana y ahí estaba Ascencio, estaba ayudando
a su hermano menor a ponerse una capa de vampiro, se veía más temible que ese
que se dice llamar vampiro, aquel que lucha contra lobos feroces para defender
a su novia humana que después, convertirá en vampiro para estar con ella hasta
la eternidad, al final resulta que la hija se casa con un lobo (archi- enemigo
del vampiro narcisista) y todos terminan felices, vaya estupidez, pensó Leo.
Asomó por la siguiente ventana, el
cuarto estaba vacío, entró sigilosamente y cerró la ventana. Caminó
pegado a la pared esperando el momento exacto, la luz empezó a fallar hasta que
el foco del cuarto se fundió, echó la última mirada hacia la ventana y sonrió
cuando vio que se había dibujado el nombre de Dante.
Ascencio cruzaba la penumbra con su
hermano cuando Leo se abalanzó hacia él, le hundió el cuchillo en la garganta
hasta que la sangre salió a chorros, Leo apretaba los dientes y no se dio
cuenta que el pequeño vampiro yacía desmayado en el charco de sangre, ¿Qué
ironía no? El vampirillo ya no necesitaba salir en busca de alimento, el lago
hemático sería suficiente para esa noche.
Se escucharon fuertes alaridos por
toda la ciudad, las lejanas sirenas cada vez se hacían más próximas. En Jerome,
la ciudad se había pintado de rojo, rojo como las raflessias.
Fin
Muy bueno, Diego, genial el suspenso el empleado por vos en la trama.
ResponderEliminarMucha y muy interesante tu imaginación: hay un gran material allí para trabajar, eh :) .
Debo decir, nobleza obliga, que la lectura se me dificultó un poco debido, quizás, a una puntuación que (opinión muy subjetiva, claro), creo, debe modificarse (por ejemplo, veo demasiadas "," que frenan un poco la lectura...) en pos de dotar de más agilidad, aún, a la lectura del texto por nosotros, tus lectores.
Por supuesto, si lo escrito no te sirve se descarta de plano, sin inconvenientes :) .
¡Saludos!
Muchas gracias Juanito, son las criticas que mas ayudan a crecer, desde luego creo que hace falta echarle una manita, no es más que falta de experiencia pero daré un doble esfuerzo para mejorarlo, saludos!
ResponderEliminarAtte: Diego