sábado, 17 de enero de 2015

El otro corredor


Por Daniel Mario Echeverria.


Se puede correr por un largo tiempo
Correr por un largo tiempo
Correr por un largo tiempo
Tarde o temprano, Dios te hará caer
Jonnhy Cash.


Hoy salí a correr como todos los días de mi vida. Digo de mi vida porque cuando uno pasó los cincuenta años, las cosas que hace, son las que hizo toda la vida. Nadie empieza algo nuevo después de los cincuenta. Para ser preciso debería decir que corro hace treinta años, pero no está mal pensar que tal cantidad bien puede ser una vida entera.
Las rutinas disuelven las fechas importantes. Da lo mismo que sea Navidad, año nuevo, el día de la bandera o mi cumpleaños o el de mis hijos. Yo me levanto, me pongo la remera (casi siempre uso una color naranja que me va cómoda ahora que estoy un poco gordo) las zapatillas, y salgo. Sin cuestionarme nada, sin pensar, llueva, truene o haga mucho frío. Corro.
A veces pienso cuán egoísta fui con mi mujer y con mis hijos por hacer lo que me gusta. Ellos nunca compartieron mis rutinas, y yo jamás dediqué mucho empeño por incluirlos. Me cacé grande y cuando nacieron mis hijos, las rutinas ya eran carne.
Hoy tomo este apunte no como una memoria sino porque ocurrió algo extraordinario. Pero antes debo contar algo más.
Otra rutina vitalicia y que también me aisló es la de escribir. Siempre llevo una libreta y una birome para que no se me escapen las ideas. Corriendo se me han ocurrido los mejores textos. Espero que este se pueda leer, porque escribo sin lentes –cuando salgo a correr no los uso-. No sé si podré terminarlo. Estoy recostado debajo de un árbol al costado del camino y me duele mucho el pecho.
Y a pesar de que escribir y correr se complementan: escribir me mantiene muchas horas sentado y correr lo contrario; hay un punto en el que no se llevan bien. La tensión de muchas horas escribiendo me hace fumar. Y fumo mucho, y también –y esto es literal-, de toda la vida. Un amigo médico me dice que deje de fumar o de correr, porque las dos cosas juntas son peligrosas. Yo no puedo.
Fui competitivo, quiero decir que de joven corría para ganar carreras aun fumando. Ahora, en cambio, corro casi exclusivamente para destapar de nicotina los pulmones. Una hora por día. Pero contra las siete u ocho que escribo y fumo, son pocas. Cada vez me cuesta más correr, sobre todo si hace mucho calor como hoy.
Correr duele y los corredores estamos acostumbrados al dolor. Duele al principio, pero con los kilómetros algunos dolores ceden. Yo los conozco, tuve todas las lesiones que se pueden tener, hasta una fractura en el cuarto metatarsiano. Sé cuándo conviene parar o cuando el dolor va a desaparecer.
Como últimamente, durante el primer kilómetro, me duele el pecho y se me seca la garganta, pero ni bien llego a la calle Roma, donde se cumple el primer kilómetro y empieza el camino, el dolor cederá.
Hoy, el dolor no me abandonó y por eso tuve que parar, pero antes ocurrió algo que jamás hubiera imaginado.
Jamás corro solo. Me sobrevuelan los fantasmas que creé a lo largo de mi carrera de escritor. Por el camino, a la vera del rio, dirimí sus conflictos, se enamoraron, se besaron y hasta tuvieron sexo –detesto la palabra coger-, frente a mis ojos. Vi sus caras sobre mi propia sombra, o entre las ramas de los sauces y los ceibos que bordean el camino. Acá, una mañana diáfana, se me apareció el demonio y nació mi novela sobre el pacto diabólico.
Ya dije que cuando corro no uso lentes y lo único que veo con claridad –además de los fantasmas-, son dos metros de camino delante de mí. Lo otro ocurre dentro de una niebla en la que sólo distingo los colores fuertes.
En el kilómetro tres, rumbo al punto en el que emprendo la vuelta, donde el follaje se cierra en un techo verde claro sobre el camino, vi que en sentido contrario avanzaba un corredor con una remera del mismo color que la mía. Nada extraño, por este camino corre mucha gente. Y suelen usar colores fuertes para llamar la atención cuando el camino se termina y se deben esquivar los autos en la calle. Pero al acercarse, la remera dejó de ser la única similitud. Corría con un estilo similar al mío, tenía la misma altura y hasta mis canas. A corta distancia, aunque aún dentro de la niebla que me circunda, escuché su respiración forzada, el mismo silbido asmático que tengo. Cuando nos cruzarnos, hice un gesto de saludo bajando un poco la cabeza. Él sonrió con naturalidad. Con la misma naturalidad con la que yo veía a los fantasmas de mis relatos. Tomé nota de sus rasgos, por la manía que tenemos los escritores. Y deberá creerse esto en sentido absolutamente literal: el corredor que crucé hace un rato, tenía mi cara.
Paré y me di vuelta. Mientras él se alejaba, pensé: esto no puede estar pasándome a mí. Es un argumento de película de bajo presupuesto. Le eché la culpa al calor, a la deshidratación, o a la falta de oxígeno que sufro por el cigarrillo.
Retomé la marcha, el pecho me dolía cada vez más. Pero en lugar de preocuparme, me pregunté si sería esa cara el inicio de la continuación de mi novela: el demonio que duplicándome se cobra la deuda que tengo con él.
Tuve que parar. Salí del camino y me senté debajo de un ceibo frondoso y florido. ¿Qué pasaría si ese tipo se presentara en mi casa? ¿Se darían cuenta mis hijos y mi mujer que otro estaba tomando mi lugar? Me puse de pie y volví al camino. Sobre el asfalto vi la imagen de ese hombre jugando con mis hijos. Besando a mi mujer. Caminando con ella abrazados por una playa.
El dolor en el pecho me venció y tuve que volver debajo del árbol en busca de un poco de aire fresco. Me recosté. Ahogado y casi inmóvil saqué la libreta. Estaba húmeda y me costaba escribir. Mi intención, más que literaria, fue la de avisar –cuando alguien encuentre la libreta-, a mi mujer y a mis hijos que los amo y que ese tipo que ahora está viviendo en mi casa no soy yo. Que estoy acá tirado, pasando el kilómetro tres.


Fin

2 comentarios:

  1. Me gustó... me pregunto si su familia no se vio beneficiada por el cambio jejeje

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  2. Me encanto ¿como sigue la historia? imagino que esa hora corriendo se sigue repitiendo, acaso dejo su rutina por puro descubrimiento personal ¿no se pregunta si volvera a verse a si mismo correr? un abrazo.

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