martes, 12 de abril de 2016

Winds of change

Por Asier Rey Salas.

Padre entró en la habitación. Su hijo dormía plácidamente, ajeno al revuelo que su inocente pregunta había causado en el hogar.
Tras comprobar que el pequeño descansaba, Padre salió con el gesto contrariado y la furia desbordándose de su interior.
—¡Cualquier libro, decían, cualquier libro! Mañana mismo iré al colegio a hablar con el director, o con el jefe de estudios, o con quien demonios haga falta. ¿Cómo se les ocurre darles esta porquería a nuestros hijos?
Madre intentaba serenar los ánimos, sin éxito.
—Pero, cariño... sé que es un libro enorme para nuestro pequeño, pero seguro que, con esfuerzo...
—¡No digas bobadas! Nuestro hijo puede con un libro de este tamaño y con muchos más —dijo Padre, visiblemente enojado—. Lo que no comprendo es cómo pueden darles un libro tan.. tan... tan subversivo, eso.
Madre intentó calmar a su marido y acarició suavemente sus aspas, que redujeron su velocidad. Cuando Padre se enfadaba, estas giraban a un ritmo endemoniado, capaz de decapitar a algún gato despistado que pasara cerca. Este año ya habían pasado tres mascotas diferentes por la casa.
—Piensa, querido, que, por mucho que nos moleste, aquello forma parte de nuestra Historia.
—Nuestra Historia —repitió él, burlón.
—Sí, cariño. Mal que nos pese, estamos unidos al destino de ese libro y así seguirá siendo.
Ella tenía razón. Desde que aquella voluminosa novela se había publicado, raro era el día que los de su especie no eran nombrados en alguna escuela o universidad de la Tierra. Los Molinos habían terminado por aceptar su particular destino, su encasillamiento perenne en el papel de unos inofensivos adversarios para el excéntrico Quijote. Todos los Molinos terminaban por leer aquel libro, que les había dado enorme fama en el planeta azul, pero que al mismo tiempo les había otorgado una imagen patética y despreciable. Los terráqueos les consideraban meros decorados de la gran epopeya de aquel viejo barbado, como si su elegante nariz solo sirviera para dar vueltas al son del viento.
Pero servía para mucho más, se dijo Padre.
Dormir ocho horas había servido para que aquel Molino irascible se apaciguara, pero el niño tuvo la terrible idea de repetir la pregunta ya formulada. Entre bocado y bocado de harina, el pequeño disparó a bocajarro.
—¿Entonces, papá, dices que el Quijote derrotó a los Molinos?
Padre se atragantó y, entre toses, negó enérgicamente con la cabeza.
—Verás, cof, lo cierto es que el Quijote no nos venció, cof, simplemente nos vio y, cof, pensó, cof, que éramos gigantes.
—Somos gigantes, papá.
— Ya lo sé, hijo, ya lo sé.
¿Cómo explicarle a aquel renacuajo que aquel Alonso Quijano tenía toda la razón? ¿Que había sido el primero y —hasta la fecha— el único que había comprendido su verdadera naturaleza? Aún peor, ¿cómo explicar a un Molinito de ocho años que un único y avejentado humano se había atrevido a atacarlos? Para una raza que se cree la cúspide de la pirámide trófica interestelar, aquella certeza les convertía en meros adornos, despreciaba el poder que les había llevado a planetas tan distantes como Mercurio o Plutón. Más de dos mil años llevaban entre los terráqueos, y ni siquiera sus más devastadoras actuaciones habían tenido el reconocimiento adecuado. Para los habitantes del planeta azul, no eran más que bloques de cemento y madera.
Encolerizado por las preguntas de su hijo, Padre pensó que había llegado el momento. Dejó su desayuno a medio terminar, se preparó rápidamente y salió en dirección a su puesto de trabajo, en el ala oeste de su enorme mansión. Todos los Molinos que encontraba a su paso entrecerraban sus ventanucos, en señal de respeto. Un líder merece eso y mucho más.
Se sentó sobre una butaca mullida y comenzó a aporrear el teclado que tenía frente a él; un sinfín de  luces se fueron encendiendo y varios códigos alfanuméricos desfilaron por la pantalla. El ansiado día, el día con el que sus antepasados habían soñado durante años, había llegado.
Satisfecho con el resultado, se rascó la puerta y exhaló un suspiro de tranquilidad. Ahora, solo quedaba comunicarle a los suyos la buena noticia.
Prepararon el estudio y las cámaras en media hora, pues no había tiempo que perder. Cuando entraron en directo, las televisiones de medio mundo dejaron de emitir un documental sobre Chicago y el rostro pétreo del líder fue quien se materializó en la pantalla.
—Molinos míos, os habla vuestro líder. Buenos días.
Aunque no podía oírles, se imaginaba a miles de conciudadanos susurrando: "Buenos días, Padre".
—Me dirijo a vosotros para haceros partícipes de una excelente noticia que os aseguro os llenará de júbilo y felicidad. En estos momentos, el planeta conocido como AK-47 ha sido capturado. Aún es pronto para saber hasta qué punto se defenderán, pero estoy tan convencido de la victoria que no he podido evitar contaros esta buena noticia. ¡Que el viento prevalezca!
Una vez que su imagen desapareció de las pantallas, una algarabía de gritos y risas inundó el pequeño planeta de los Molinos. La euforia reinante era tal, que hasta Padre se contagió de ella y rió a carcajada limpia. La invasión del planeta azul había comenzado.
A miles y miles de kilómetros, un extraño viento recorría la Tierra de un lado a otro, obligando a los molinos eólicos a trabajar a pleno rendimiento. Los propietarios de los terrenos se frotaban las manos con semejante vendaval de dinero, pero los molinos sonreían secretamente aún más. Pronto, la fuerza de sus hélices terminaría por sacar al planeta de su órbita y empujar a aquella miserable roca en dirección al planeta de los Molinos, al verdadero epicentro del Universo que ya esperaba con ansia la lucha por la hegemonía interplanetaria.
Mientras, los seres humanos, ajenos a su suerte, bailaban al son de un prodigioso viento que les despejaba la mente y les hacía sonreír. Las fuerzas de la naturaleza, se decían, son tan hermosas como incontrolables.
El único que no parecía disfrutar con las ráfagas de viento que se habían levantado era un hombre anciano, casi ausente de carnes que lo sujetaran, aferrado a su sempiterna lanza y a una bacía magullada por el uso. Miraba a los transeúntes de la calle, borrachos de una extraña felicidad que les incitaba a abrazarse y a cantar melodías de fraternidad y cambio. Tras escupir al suelo, se mordió el labio inferior y miró a lo lejos, a los campos de La Mancha que ahora tan lejanos le quedaban y que durante tantos años había recorrido infatigablemente junto a su fiel escudero Sancho.
—Esta vez, no me cogeréis desprevenido— dijo, entre dientes.
Se levantó fatigosamente, como si cuatrocientos años le pesaran en el cuerpo. Aldonza lo miró de hito en hito y, temiéndose lo peor, sujetó a su marido por el famélico brazo.
—¿A dónde vas tú ahora, mequetrefe?
—A defender nuestra tierra, querida. Vuelven los malos tiempos.
Ella rió de buena gana y soltó repentinamente a Alonso, que no cayó al suelo de bruces de puro milagro. Molesto por la burla, salió apresuradamente al exterior, a la calle donde el viento era cada vez más intenso y había que aferrarse a algún objeto contundente para no perder la verticalidad. Definitivamente, algo malo estaba sucediendo.

"Nada malo ha de pasar mientras aún siga aquí", dijo Alonso, más convencido que nunca de su inmortalidad.


1 comentario:

  1. Es bueno ver que no estamos sólos en esta locura del escribir. ^^

    ¿La invasión planetaria de los malvados molinos del espacio exterior? Ed Wood hubiera enloquecido por no habersele ocurrido a él este relato para una de sus películas.

    Como única crítica, en la siguiente linea hubiera utilizado comillas angulares, que son las que recomienda la RAE:

    "Nada malo ha de pasar mientras aún siga aquí"

    por

    «Nada malo ha de pasar mientras aún siga aquí»

    http://lema.rae.es/dpd/srv/search?id=SSTAZ5sDyD6h59vijX

    El texto me ha hecho reir mucho, sobre todo la parte de ¿cómo hacer entender a un molinito de 8 años todo aquello? jajaj Demencial.

    Abrazos. ^^

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