miércoles, 13 de diciembre de 2017

No hagas enfadar a Santa

Por Ismael Manzanares.

    «El contorno parece estar en orden. La línea ondulada … sí, también. Los colores del fondo son engañosos, hay que revisar con mucha atención. El plástico parece estar intacto, pero nunca se sabe. ¿Esto es un punto, o una punzada? Hmmm… A ver, la tipografía: “Sensibilidad natural”, “Sabor a fresa”, “Tamaño gigante”. Nada. Todo está en orden».
Mr. Ironicus termina la inspección del paquete de preservativos y resopla satisfecho. Hamlet y McFly se desperezan, y en ese momento los tres se dan cuenta de que ocurre algo extraño.
No se escucha ningún sonido.
Luis se incorpora. Le duele la espalda. Ha pasado un rato absorto en la inspección del paquete que ahora sostiene. Si Hamlet no fuera tan neurótico, no habría hecho falta que Mr. Ironicus revisara el puto paquete hasta la extenuación. Pero ¿quién sabe? Cualquier culero puede pinchar el paquete y chingarle la vida a un hombre. En fin.
La cosa es que es extraño que un supermercado en hora punta esté tan silencioso. Luis está solo en el pasillo, entre baldas repletas de jabones líquidos y acondicionadores de pelo. La quietud hace que Hamlet se revuelva un poco, pero no se atreve a quejarse después de la escena del paquete de condones. McFly lleva tanto tiempo aburrido que parece no existir. Luis se encoge de hombros, toma los preservativos y camina por el pasillo solitario hacia las cajas registradoras.
Entonces las luces se apagan con un chasquido, primero las del fondo con un clac rotundo; después la siguiente hilera, recortando el limitado horizonte del autoservicio; y así, como una marea creciente, recorren todo el espacio hasta inundar el lugar que ocupa Luis con su negrura. Hamlet chilla, Mr. Ironicus aguza el oído, McFly se activa. Luis, en definitiva, se detiene en espera de acontecimientos.
Pero nada ocurre. Todo está en silencio. El espacio, tan diáfano y luminoso hace apenas unos instantes, se ha transformado en una cortina impenetrable de oscuridad.
—Me asfixio —dice Hamlet.
—Calma, insensato —responde Mr. Ironicus—. Todo se resolverá en unos instantes.
—Que no se resuelva —intercede McFly—. ¿Es que no os dais cuenta de las posibilidades? Si esto dura, podremos hacer lo que queramos. Imaginad: el pasillo de los juguetes, con los monopatines para hacer lo que queramos. O mejor, imaginad: el pasillo de las bebidas alcohólicas.
La emoción de McFly, desatada ante la posibilidad de aventura, fluye por las venas de Luis como un líquido incandescente. Mr. Ironicus hace un rápido cálculo y estima que el citado pasillo de las bebidas espiritosas se encuentra, aproximadamente, en aquella dirección. Todos ignoran al lloroso Hamlet, y Luis se pone en movimiento con cuidado, extendiendo los brazos para no golpearse con las baldas.
Es extraño. La cuestión es que hay una sección de televisores que debería proporcionar cierta iluminación atmosférica, pero en el espacio abierto del supermercado no se advierte claridad alguna. Pese a todo, Luis comienza a distinguir contornos a medida que sus ojos se van acostumbrando a la ausencia de luz. Aquí, una esquina; allá, el borde de un canasto…
Luis tropieza con algo y se cae.
—¡Maldita sea! —masculla Luis. La exclamación resuena de manera incómoda en el silencio. Cuando el sonido se desvanece queda un vacío mayor, más silencioso si cabe.
—La oscuridad nos está escuchando —gime Hamlet.
—La oscuridad nos escucha —se burla McFly— y a mí me ha dicho al oído que el ron cubano está por allí.
—La oscuridad no nos escucha —responde categóricamente Mr. Ironicus—. Qué desfachatez. ¿Con qué nos hemos tropezado?
Luis se gira y tantea. Hay un bulto en el pasillo: no debería haberlo. Recuerda la pequeña linternita que metió en el bolsillo anoche, durante el largo turno en el hotel, cuando tuvo que levantar el fusible de la luz. Echa mano de ella y la enciende.
La luz de la linterna ilumina el rostro de un cadáver. Luis reprime el grito que Hamlet emite sin parar. La cara está contraída en una mueca de terror; por la comisura de los labios desciende una línea roja de sangre; los ojos, abiertos, se fijan con vidriosa insistencia en Luis, que se apoya en Mr. Ironicus para morderse la lengua, pero no tanto como para no retroceder asustado. La linterna ilumina febrilmente los alrededores, dejando ver diversos bultos más a un lado y otro.
—Oh, oh —dice McFly—. ¡Esto se pone interesante!
—Silencio —interrumpe Mr. Ironicus. El tembloroso Hamlet tiembla y se calla, previendo futuros desastres.
Y así es. En el silencio impenetrable de la oscuridad más allá del alcance de la linterna, un gruñido se eleva, bajo pero inconfundible. No recuerda el sonido de ningún animal que Luis conozca. De hecho, no recuerda el sonido de ninguna cosa que esté viva. Esta vez ni McFly ni Mr. Ironicus hacen comentario alguno. Hay veces que no es necesario.
De entre la negrura, al fondo del corredor, se hacen visibles dos cuernos altos y retorcidos sobre una cabeza peluda, algo vagamente diabólico, sucio y tenebroso, sin rastro alguno de humanidad. Luis no necesita más. Se levanta y corre.
—Lo sabía lo sabía lo sabía lo sabía —gime incansablemente Hamlet.
Un bramido resuena a sus espaldas. Luis corre a ciegas, con la luz de la linterna iluminando espasmódicamente los pasillos repletos de comida para gatos, de abrillantador de coches, de libros, de peras y manzanas. Corre y corre, pero el bramido a su espalda no hace sino aumentar de intensidad. Corre y salta, porque el suelo sigue sembrado de cadáveres en las posturas más inverosímiles. Corre y golpea los laterales, haciendo caer paquetes de cereales y torres de papel higiénico, con el afán de que los productos frenen el avance de aquello que le persigue y que suena cada vez más cerca.
—¡Maldita sea, lucha! —gime McFly. Pero está en minoría.
Luis reconoce el corredor. La salida está al final. Pero hay una figura que bloquea el paso. Luis se abalanza sobre ella, jadeante. No tiene energías para decir nada. El hombre que le sujeta afablemente mientras recupera el aliento no es ni más ni menos que el mismo Santa Claus.
—Quieto, Rodolfo, quieto. —Por el corredor se acerca el reno, dando pasos con lentitud—. ¿No ves que has asustado al pobre chiquillo?
Luis intenta parapetarse como mejor puede detrás del robusto brazo de Santa, pero este no se lo permite. La risa jocosa del anciano resuena un tanto lúgubre en la oscuridad. El reno Rodolfo no se parece en nada a como lo describen en las fábulas navideñas. Más bien parece un engendro expulsado del infierno por mal comportamiento.
—Veamos, qué tenemos aquí… —dice Santa, extrayendo un papel grasiento del bolsillo—. Luis Ironicus Maximus. Natural de Guadalajara, aficionado a los videojuegos y a las películas. Soltero, bla bla bla —suspira—. Vamos a ver, Luis, ¿qué regalos has pedido este año?
—Un monopatín volador —responde McFly.
—Una jaca que me monte hasta dejarme en carne viva —responde Mr. Ironicus.
—Yo solo pido que me dejen vivir en paz —responde Hamlet.
—Nada. No he pedido nada, señor —responde Luis, indeciso.
Rodolfo resopla con pesadez, dejando caer un reguero de baba sobre el suelo. Plic, plic. Santa se mesa la barba, pensativo.
—¿Así que nada? ¿Estás seguro?
—Mala pinta. Arréale y sal pitando —sugiere McFly.
—Sé honesto. Santa sabrá si mientes —apunta Mr. Ironicus.
—¡Dile que sí has pedido algo, adúlale, miente como un bellaco! ¡Le vas a hacer enfadar! —gimotea Hamlet.
—Le estoy siendo sincero —responde Luis, algo trémulo.
—Hmmm… está bien. Rodolfo, descansa —responde Santa Claus—. Parece que Luis no es uno de esos chingones que hacen de mi vida un auténtico infierno. Quizás… —Rodolfo emite un bramido suave, cargado de mal aliento y moco— pero sí, tienes razón, viejo amigo. Es mejor asegurarse. Dime, amigo Luis, ¿qué música te gusta? ¿Acaso te gustan los villancicos?
El silencio se envuelve alrededor de los tres: Luis, aún jadeante y sintiendo una fría corriente de aire correr por su nuca; Santa, gordo y mal encarado, observándole con unos ojos astutos y duros; Rodolfo, frente a ellos, con los cuernos manchados de un rojo brillante.
—Korn —responde McFly.
—¿Por dónde empezar? Mago de Oz —responde Mr. Ironicus.
—Uh… ¿Pantera? ¿Megadeth? ¿AC/DC? —gime Hamlet.
—No me las canciones navideñas, señor. Lo mío es el rock duro —responde, con seguridad, Luis.

Santa parece asentir y se desplaza imperceptiblemente a un lado. Luis se da la vuelta y camina hacia la salida, dejándoles a sus espaldas. La luz que entra por la única puerta del supermercado, entre cadáveres de empleados y compradores, dispara una punzada de dolor en su cabeza. McFly, Mr. Ironicus y Hamlet se hunden en las profundidades de su mente. Luis empuja el cristal y sale, sintiendo nacer los principios de una nueva jaqueca.

--FIN--

Datos del receptor:
Luis Ironicus
Aficiones: videojuegos y ver peliculas
Lugar donde se desarrolla: un supermercado
Edad: 32
Estado Civil: Muy soltero
Lugar de nacimiento: Guadalajara México
Trabajo: Reepcionista nocturno en un hotel (creo que esta embrujado)
Miedo mas profundo: que me toque un condón defectuoso
Dos libros películas o canciones: Hamlet (libro) y Volver al futuro (pelicula)
Consigna: Relato dramático en el que ocurra una muerte



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