miércoles, 13 de diciembre de 2017

Un billete para Aokigahara, solo ida

Por Robe Ferrer.

   Droz Luna leía «Las aventuras de Sherlock Holmes» aquella tarde a la vez que escuchaba una canción de Spinetta, «seguir viviendo sin tu amor»; minutos antes había escuchado «Hey you».
A sus diecinueve años, aquella buhardilla era su Fortaleza de la Soledad particular contra la soltería, donde disfrutaba de sus libros y su música. Dejó el libro que leía junto al de «Cementerio de animales» que reposaba en la mesita de café. Se acercó al poster de Leo Messi que tenía decorando la puerta de entrada y lo arrancó de golpe. La cara del futbolista quedó rajada al medio.
El último chico que le había roto el corazón no había vuelto a dar señales de vida desde el mensaje que le había mandado a su teléfono móvil una semana atrás. En él, cobardemente, le decía que su relación se había acabado. Desde entonces no respondía a sus llamadas ni a sus mensajes. Lo había buscado por todo Adrogue, pero era como si se lo hubiera tragado la tierra. Aquello había hecho que la depresión se comenzara a apoderar de ella. No quería comer, no podía dormir y lo único que le reconfortaba era pasar las horas leyendo en su buhardilla.
—¡Luna! —la voz de su madre le llegó desde la cocina en la planta de abajo. Por el tono, la chica notó que estaba enojada—. La mesa no se va a poner sola.
Odiaba poner la mesa y más en el estado en el que se encontraba. No tenía fuerzas mentales para enfrentarse con su progenitora, así que cerró el libro y salió de la buhardilla. Su santa sanctorum quedó cerrado y esperando su regreso, pero este no se produciría. Su Adrogué natal iba a quedar muy lejos en pocas horas, pero ella aún no lo sabía. Un nuevo grito de su madre asustó a la chica. Temía a aquella mujer cuando estaba enfadada. Aquellos ojos que la miraban destilando odio, como encendidos en fuego le causaban pavor.
Desde pequeña había temido a su madre y a sus ataques de ira. Cuando hacía algo mal, ella le gritaba y la humillaba llamándola inútil, desgraciada y recordándole una y otra vez que había sido una hija no deseada. Después de aquello, en ocasiones la golpeaba y en otras la encerraba en el sótano, en lo que ella llamaba el cuarto de las ratas. Allí realmente no había ratas, sin embargo en una ocasión, durante las inundaciones de 2011, ella estuvo allí castigada durante toda la tormenta y algunas ratas se colaron allí escapando de la tromba de agua. Desde aquel día temía a las ratas tanto como la ira de su madre.
—Perdoná, vieja —le dijo la chica—, tuve que acabar de recoger algunas cosas de mi cuarto.
La mujer pareció conformarse con la excusa. Luna cogió dos platos, dos vasos y dos juegos de cubiertos y se encaminó hacia la puerta para llevar el menaje hasta el comedor. Entonces su madre la agarró por la cola de caballo con la que adornaba su pelo y jaló hacia atrás. La vajilla se hizo añicos contra el suelo y los cubiertos repiquetearon contra él cuando la chica dio un paso de espaldas. Después su frente se estrelló con la encimera de mármol ayudada por la mano de su madre. La sangre comenzó a brotar unos centímetros por encima de su ceja.
—Cuando yo te llamo, quiero que vengás enseguida.
—Soltame, pelotuda —pataleaba la joven.
Otro golpe llegó por parte de su madre, pero esta vez fue un fuerte puñetazo contra las costillas, a la altura de los riñones. Después otro más. Luna seguía revolviéndose intentando zafarse de su madre. La mujer adulta agarró una sartén e intentó golpear la cabeza de la muchacha, pero esta, esperándose ese movimiento se protegió con su brazo. El sonido metálico vibró por toda la habitación.
Luna se consiguió soltar de la presa de la madre e intentó ponerse a salvo. Una lluvia de vasos calló sobre ella, que se protegía la cara con sus brazos. Cuando los jarros se terminaron, la madre comenzó a buscar algo con lo que atacar a la chica; momento el cual ella aprovechó para devolverle a su madre alguno de los proyectiles que ella le había lanzado segundos antes.
Después intentó abandonar la cocina, pero antes de que pudiera salir su madre atacó de nuevo golpeándola con otra sartén en un hombro. La chica empujó a su madre contra la nevera. Un nuevo golpe, esta vez con la mano vacía, atinó sobre la oreja de su hija. La chica se tiró a morder el brazo de la madre y apretó con todas su fuerzas. Un grito desgarrador se elevó hacia el cielo. La chica continuó apretando cuando otro golpe se estrelló otra vez contra su oreja. Luna soltó a su presa y la empujó, esta vez contra la encimera.
Las discusiones, e incluso los golpes, entre ambas eran frecuentes, pero nunca habían llegado a aquella magnitud. Discutían, se insultaban y alguna vez su madre le había dado una cachetada, pero ahí se había acabado siempre.
La madre agarró un cuchillo largo y afilado y lanzó varias estocadas contra su hija, aunque todas erraron. Un nuevo empujón hizo caer a la madre y que se golpeara en la cabeza perdiendo el conocimiento.
Aquello había sido la gota que había colmado el vaso de la paciencia de Luna. Corrió hacia su cuarto, sacó una gran bolsa de viaje y comenzó a llenar de ropa y objetos de aseo. También recogió sus documentos personales y el dinero del que disponía. Sin volver a pasar por la cocina, abandonó la casa para siempre.
Haciendo autostop y cogiendo un autobús llegó hasta el aeropuerto de Buenos Aires. Allí deambuló durante casi doce horas sin saber a dónde ir, hasta que encontró un folleto tirado al pie de una papelera. Era de Japón, del bosque de Aokigahara. Al principio no le llamó la atención hasta que llegó al párrafo donde decía que aquel era conocido como el bosque de los suicidios. En él, se decía, habitaban las almas errantes de las personas que había decidido acabar con su vida de una manera temprana y terrible.
A Droz Luna siempre le había fascinado el tema de los espíritus y las almas errantes. Entonces decidió que viajaría a Japón y visitaría aquel bosque.
—Hola —le dijo al hombre del mostrador—. Un billete para Aokigahara, solo ida.
Dos días después la chica deambulaba por los parajes bucólicos de aquella zona maldita del país del Sol Naciente. A pesar de haber ciertas zonas restringidas al público, la chica consiguió burlar la seguridad y logró llegar hasta la zona más profunda del bosque. La más interesante.
Según las leyendas locales, allí, Yamatohime Mako, hija del emperador Koichi Mako, se quitó la vida por culpa de un amor prohibido. Yamatohime se había enamorado de un mozo de cuadra. Una relación prohibida llevada en secreto durante algunos años, hasta que el Emperador convino el matrimonio con un príncipe europeo. La joven escapó con su amante en una noche sin luna y se refugiaron en el bosque de Aokigahara. Cercados por el ejército imperial, caminaron hasta el interior, pero fue en vano. Los soldados los capturaron y bajo las órdenes del Emperador, el mozo fue ahorcado allí mismo acusado del secuestro de la Princesa. La muchacha, al observar impotente como su amante era asesinado, le arrebató la katana a un soldado y se atravesó de parte a parte con ella. Bajo  las lágrimas de su padre murió desangrada en el interior del bosque. Desde aquel día el espíritu de la princesa se aparece a las personas que visitan el bosque. Les pide ayuda para evitar que maten a su novio y cuando no lo consiguen les quita la vida ahorcándoles del mismo árbol del que colgaron al mozo de cuadra.
Luna conoció aquella historia y quiso comprobar la realidad de la misma. Sabía que era poco probable que un fantasma pidiera su ayuda y que si no se la prestaba la asesinara, pero no tenía nada que perder.
Miró en todas direcciones, sobre todo hacia arriba, en busca de la princesa o del cadáver ahorcado de su amante, pero no halló rastro de ninguno de los dos. La noche iba cayendo y la vista se le iba haciendo cada vez más corta; sin embargo, el oído se le iba afinando debido al silencio del lugar. Entonces un ruido la alertó. Tenía que ser un cuidador del parque que fuera avisando a la gente que se acercaba la hora del cierre y debían de abandonar el lugar.
Luna, lejos de querer irse, se ocultó entre unos arbusto. Tendida en el suelo y tapada por algunas ramas, pasó inadvertida a los ojos del vigilante, no así de otros ojos, más profundos y tenebrosos.
—¡Corre! —le dijo una voz cercana. La muchacha se asustó y se puso en pie con el corazón latiéndole con gran velocidad—. Estás en peligro, corre.
Miró a derecha e izquierda pero no encontró al propietario de la voz.
—Aquí arriba —le dijo de nuevo.
Miró hacia donde le indicaban y se encontró con una silueta masculina que colgaba de uno de los árboles más altos del lugar. En su busca anterior, no había reparado en él porque estaba demasiado alto y oscuro. Luna emitió un grito y enseguida se llevó las manos a la boca para acallarlo.
—¡Ayúdame! —pidió la voz con dificultades respiratorias—. Me han colgado de este árbol y me estoy ahogando.
—Conozco tu historia. Los soldados del Emperador te han colgado ahí pensando que has secuestrado al a princesa.
—¡NO! Yo no he secuestrado a nadie —dijo—. Ni soy un fantasma como dice la leyenda. Me llamo Akira Nohara y vine desde Tokio a visitar el bosque.
—Voy a buscar la forma de bajarte de ahí.
La chica comenzó a mirar los árboles cercanos en busca del otro extremo de la cuerda del que pendía el joven, pero no encontró nada. Decidida, empezó a trepar por el tronco del árbol del que suponía que colgaba el chico. Cuando llegó a las primeras ramas y se tomó un descanso, escuchó otra voz, esta vez femenina.
—¡Nadie nos volverá a separar jamás! —le dijo—. Mi padre ya lo intentó, pero fue en vano, porque yo conseguí unirnos para siempre. Mataremos a todas las personas que lo intenten.
—Yo no quiero separaros —argumentó Luna—. Solo quiero salvar la vida de ese muchacho, que creo que tampoco tenía intención de separaros.
—Son muchos los que lo han intentado y no lo hemos permitido —dijo ahora otra voz de hombre: el amante de la princesa Yamatohime.
—No os miento. Yo no quiero separaros, y seguramente nadie de los que por aquí pasean lo intente. De hecho lo que se cuenta es que la princesa pide ayuda a los vivos para evitar que el Emperador te mate. La gente no quiere separaros, si no ayudaros.
—¡Ayúdame! —pidió el chico ahorcado.
—Dejad que le baje de ahí. Va a morir y, al igual que vosotros, seguro que está enamorado y alguien lo espera en su casa, no hagáis lo que os hicieron a vosotros. Permitid que viva y así vosotros podréis continuar viviendo vuestro amor  eterno ahora que sabéis que nadie os quiere volver a separar.
Y así lo hicieron. Como flotando, el muchacho llegó al suelo y quedó tendido inconsciente. Luna descendió por su propio pie y se arrodilló a su lado.
—No temas —le dijo el espíritu de la princesa Mako—. No está muerto. En breve recuperará el sentido y no recordará nada de lo sucedido. Gracias por salvar nuestro amor.
Los dos espíritus se desvanecieron. El chicho fue abriendo los ojos mientras estos iban enfocando la imagen de la chica más guapa que jamás había visto y la que sería el amor de su vida.

--FIN--

Datos del receptor:
Nombre: Droz Luna.
Edad: 19 años.
Lugar de nacimiento: Adrogue, Argentina.
Estado Civil: Soltera
Libros: Cementerio de animales y Las aventuras de Sherlock Holmes
Canciones: Seguir viviendo sin tu amor(spinetta) hey you (pink floyd)
Miedo: A mi Mamá y a las ratas.
Lugar: Aokigahara (bosque del suicidio en Japón)
Aficiones: La literatura y el fútbol
Consigna: Relato romántico con final feliz

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