lunes, 21 de octubre de 2019

Cola anillada, cola cortada

—Aplique la anestesia —indicó el doctor—. En cuando haga pleno efecto tenemos que suturar.
—Con todo lo que se ha metido este tío, dudo que necesite mucha anestesia —comentó la enfermera.
—Un quirófano no es el sitio apropiado para gastar bromas, y menos de ese tipo. —El cirujano miró la cara del paciente a la espera de saber que la anestesia había hecho su efecto y podía comenzar con la operación.
Fuera, había una pareja de policías custodiando al individuo que iba a ser operado. Estaba detenido por intento de violación. Su víctima le había amputado el pene de un mordisco. Los policías le habían dicho al cirujano que se estaba registrando la zona donde le habían encontrado, con la esperanza que encontrar el trozo de pene que le había sido amputado.
***
El inspector Maldonado entró en la sala donde le estaban tomando declaración a una chica como víctima de una agresión sexual. Cuando tuvo noticia del suceso, envió a Lucas y a Vega al hospital a interrogar al detenido en cuanto despertase de la anestesia. Por lo que pudo apreciar, la muchacha se había puesto demasiada sombra de ojos, y aquello le daba un aspecto siniestro, como los muertos vivientes de las películas de serie B que veía en su juventud. Llevaba el pelo teñido de una manera extraña. Era morena, pero se lo había teñido con líneas horizontales rubias. Nunca había visto un teñido así.
—En la plaza de las Palmeras —respondía la chica a las preguntas de la policía que le estaba tomando declaración—. Unas calles antes me había separado de mis amigas para ir a mi casa.
La chica miró hacia Maldonado y continuó con su declaración.
—Escuché pasos detrás de mí, pero cuando me giré no vi a nadie. Seguí caminando, cada vez más rápido, pero los pasos continuaban allí. La siguiente vez que me giré sí que vi a un hombre que me seguía. Cuando quise darme cuenta se me había echado encima. —La chica sollozó, sacó un pañuelo de su bolso y le limpió—. Me dijo que no gritara. Me obligó a ir a un callejón oscuro y me mandó bajarme los pantalones. A mí me temblaban las manos y casi no podía hacerlo. Se empezó a poner nervioso y me dio un golpe en la cara.
—¿La golpeó a usted con algún objeto? —intervino el inspector.
—No, fue un tortazo, pero más con el brazo que con la mano. Creo que iba tan pedo que no midió bien.
La chica metió de nuevo la mano en el bolso y sacó una goma de pelo. Se recogió la melena en una cola de caballo. La mechas horizontales le daban a aquel peinado un aire más extraño aún que cuando lo tenía suelto. Maldonado pudo ver que la policía que le tomaba la denuncia tenía sobre su mesa un ejemplar de Opopónaco. Hacía apenas dos días que él mismo había estado en la presentación del libro y había charlado con su autor, Raúl Ógar.
Las manos y la ropa de la chica todavía estaban manchados de la sangre, ahora ya seca, de su agresor. Aunque se había lavado tras la toma de muestras por parte de la Policía Científica, no se le había quitado del todo.
—Con el golpe caí de rodillas, y en esa posición me quedé, cubriéndome la cabeza por si me pegaba más golpes. Pero se acercó, me agarró por la coleta y me dijo que le hiciera una mamada. Ya tenía la polla en la mano y la acercó hasta mi boca… Me obligó a abrirla tirándome más fuerte del pelo. Cuando me la metió dentro, no dudé un instante y mordí con todas mis fuerzas. Aparté la cara y escupí el trozo que le había arrancado.
»Ya me había soltado y no hacía otra cosa que gritar e insultarme. Debió ser eso lo que alertó a los vecinos y llamaron a la Policía, porque yo solo pude irme corriendo y llorar. —Las lágrimas de nuevo afloraron a las comisuras de los ojos (si es que en algún momento del relato habían cesado)—. En la avenida principal me encontré con un coche de policía y le conté lo sucedido. Avisaron por radio y, al rato, me dijeron que no me preocupara que mi agresor ya había sido detenido. Después de ir al médico me trajeron aquí.
» Necesito ir al aseo, por favor.
—Sí, por supuesto —respondió la funcionaria; sacó una llave del cajón del escritorio y acompañó a la muchacha hasta los baños. Aguardó en la puerta hasta que acabara.
***
—¿Tenemos alguna noticia del miembro amputado? —preguntó el doctor a los policías que estaban en la puerta del quirófano.
—Ninguna. Los compañeros han rastreado la zona y las calles aledañas por las que dijo la chica que había huido, y no han encontrado nada —le informaron.
—Lo siento por él —aunque se lo merece, dijo para sí—, pero vamos a tener que suturar la parte que aún tiene; si esperamos más, nos arriesgamos a que se necrose la zona y que se pueda infectar. —Y dicho esto entró de nuevo al quirófano para realizar su trabajo. Cuando acabó la operación, condujeron al paciente a la habitación donde sería custodiado por los policías e interrogado cuando despertase.
***
La chica entró en el cubículo del retrete y abrió el bolso. De él sacó un pañuelo arrugado manchado de sangre y lo desenvolvió. En su interior guardaba el trozo de pene amputado. Lo tiró al inodoro y accionó la cisterna haciéndolo desaparecer para siempre.
—Así aprenderás a no abandonarme.
***
—¡Jefe! — entró gritando Vega. Su compañero Lucas venía tras él intentado recuperar la respiración. Se notaba que había ido corriendo—. ¿Dónde está la chica?
—En el baño —respondió Maldonado—. ¿Por qué?
—Porque hay que detenerla de inmediato. La cosa no sucedió como nos ha contado. Hemos hablado con el detenido y con varios de sus amigos y todos nos han dado otra versión diferente. También hemos visto unas grabaciones de las cámaras de seguridad que había por la zona y las versiones coinciden con lo que ve en las imágenes.
—Contadme lo que sepáis.
—Pues los amigos nos han dicho que a la chica no la conocían de nada. Que salieron a celebrar la despedida de soltero de uno de ellos. Ya sabe cómo van estas cosas: ir a cenar y luego beber hasta que no les entra más. Vamos, que iban como las Grecas.
»Entonces, cuando se iban a una discoteca, a la altura de la plaza de las Palmeras, se les acercó una chica con los ojos muy maquillados y una coleta a con mechas horizontales y les dijo que quién quería follársela.
—No, según varios amigos, lo que dijo fue "¿Quién quiere follar con un mapache?". Y empezó a frotarse con ellos, sobre todo con el detenido —interrumpió Lucas.
—Eso. Pensaron que estaba borracha y empezaron a hacer el idiota, que si tú, que si yo… en fin, que al final engancharon al detenido y le dijeron "Tú, Gonzalo, que eres amante de los animales". Y el muchacho se fue con la chica que lo llevó hasta un callejón. Luego los amigos se fueron a sus casas y no tuvieron más noticias de él hasta que hemos ido nosotros a interrogarlos. Los tenemos a todos identificados y citados para declarar a lo largo de la mañana.
—¿Qué os ha dicho el detenido? ¿Sabía quién era la chica y por qué le hizo eso? —preguntó el inspector. Esta vez fue Lucas quien respondió.
—Nos dijo que fueron a un callejón, allí la chica se ofreció a hacerle una felación con el resultado que todos conocemos. También nos dijo que sí que sabe quién es la chica, pero que no la reconoció por la noche. Que se ha dado cuenta de que era ella pasado el rato. Nos ha dicho que se llama Sonia Díaz, que fueron juntos al colegio en primaria. Con once años encontraron un mapache herido y lo cogieron para cuidarlo. Cuando se recuperó, decidieron devolverlo a donde lo habían encontrado, en la ribera del río. Al llevarlo allí, no sabe que le pasó al bicho, que se lanzó contra su amiga y comenzó a morderla. La chica tropezó y cayó al río. Confesó que se asustó y salió corriendo en lugar de intentar ayudarla. Murió ahogada. Lo hemos comprobado.
—Si está muerta no puede ser ella, vamos a ver quién es la muchacha que está aquí y por qué le ha arrancado la polla al chico.
Los tres acudieron hasta los aseos femeninos. Le preguntaron a su compañera si la chica seguía dentro.
—Sí, está dentro. Acaba de tirar de la cadena —respondió.
Maldonado llamó a la puerta tres veces. Diez segundos después, y tras no obtener respuesta, llamó con más insistencia. Tampoco obtuvo contestación.
—¿Señorita, se encuentra bien? —Silencio. Larga pausa—. Mierda, no responde.
—¡Apártese de la puerta, la voy a forzar! —Vega cogió dos pasos de carrerilla y cargó con el hombro contra la endeble madera. Hizo saltar los cierres y la puerta chocó con violencia contra la pared. Para sorpresa de todos, el cubículo se encontraba vacío. A excepción de un objeto.
—¿Dónde se ha metido? —preguntó retóricamente el inspector Maldonado.
—De aquí no ha salido —dijo la policía—, y no hay otra puerta ni ventanas por los que haya podido huir.
En el interior del cubículo solo había un pañuelo de papel lleno de sangre tirado en el suelo.

Consigna principal: Escribir un relato basándose en la noticia del mapache.
Consigna secundaria: Hacer mención al libro Opopónaco de Raúl Ógar.

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