lunes, 4 de noviembre de 2019

Real Dark Web

Buenas noches a todos, para empezar, comentar que observo a algunas parejas entre el público con una mirada de tensión que conozco muy bien. Os veo nerviosos mientras tenéis el móvil apoyado en vuestra rodilla, atentos por si vibra y os toca salir en desbandada del teatro. Tranquilos, da igual con quien hayáis dejado a vuestras fieras, seguro que están bien…bien conectadas a la red, me refiero. Me juego un millón de dólares a que si os pregunto si les dais el móvil a vuestros hijos con tal de tenerlos callados durante un rato y así poder, aunque solo sea por unos minutos, oír vuestros propios pensamientos, me diréis que no, que jamás lo hacéis… ¡Mentira!, no os lo creéis ni hartos de vino.
No dudéis que, en estos momentos, vuestros hijos están enganchados a YouTube mientras sus abuelos están absortos viendo Sálvame Naranja. De tal palo, tal astilla. No lo sabéis, pero vuestros padres, cuando os preguntan a qué hora volveréis, no es por que estén preocupados por vosotros. Es para tener el margen de maniobra suficiente para luchar con sus nietos y poder quitarles, de sus infantiles garras, esos aparatos que los tienen abducidos y sin molestar antes de que lleguéis vosotros. Minutos antes de que entréis por la puerta de vuestro hogar, el salón de vuestra casa es el escenario de una lucha tan encarnizada que ríete tú de la Batalla de los Bastardos. Pero no os hagáis los sorprendidos que vosotros sois peores. Así que es hora de coger el toro por los cuernos. Gritad conmigo a los cuatro vientos: ¡Yo soy el padre que le doy su dosis de móvil a mi hijo en cuanto tengo ocasión!
¿A que os sentís mejor ahora? Claro, si es que no hay nada como darle al César lo que es del César. Las nuevas tecnologías son las Supernannies de nuestra generación. ¿Para que nos vamos a encargar de entretener a esos diablillos si disponemos de todo un arsenal tecnológico que hace ese sucio trabajo por nosotros? Puede ser que los expertos, esos que os aseguro que no tienen hijos ni los tendrán, nos alerten de que Internet y sus secuaces, son las nuevas y peligrosas drogas, pero eso ya lo sabemos… ¡Y nos gustan!
Pero como todo lo bueno, tiene su lado malo, y es lo que os voy a contar hoy. En mi caso, todo empezó cuando les puse a mis hijos el primer video de YouTube con tal de que cenaran hipnotizados y yo poder cruzar, sin interrupciones, dos frases con un adulto. Grave error. Fue como dejarles entrar en una tienda de chuches con pase VIP. Ya no hubo medida. A partir de entonces cada vez que pueden, cogen su Tablet y se ponen a ver vídeos como si no hubiera un mañana. Y eso no es lo peor, lo peor es que cuando yo abro YouTube para ver mis vídeos, tengo que pasar varias pantallas llenas de descerebrados hasta llegar a ellos…al final me han obligado, os aseguro que, en contra de mi voluntad, a pasarme a Xvideos, con tal de no cruzarme con esos youtubers más de lo justo y necesario.
Aun así, no hay día en que no oiga sus chillonas voces retumbando por mi casa. Y, con sus idioteces, están llenando las cabezas de mis críos de tonterías y se los están llevando a su terreno. Se han convertido en adictos a los “likes” como sus héroes y, obviamente, quieren ser igual que ellos. Y no les culpo. ¿Habéis visto las casas que se gastan? ¿No? Es muy fácil, solo tenéis que poner Room Tour en el buscador y aparecen miles de vídeos en los cuales ellos, muy amablemente, te restriegan el castillo que se han comprado gracias a que, millones de alienados como tú, le habéis dado a la campanita y os habéis subscrito a su canal. ¡Si Pávlov levantara la cabeza! Nos daba de comer a su jauría sin pensárselo ni un segundo.
Pero lo peor no es eso, que ya jode, es que mientras te hacen el tour por su casa, parece que esa familia disfuncional vaya cargada de Popper hasta las trancas. Seguirlos por las decenas de habitaciones que tienen es como hacer una gincana con un sargento de la marina estadounidense. Todo es ir de un lado para otro como si les persiguiera una horda de zombis, chillando y haciendo muecas. Solo con verlos caes en un estado de ansiedad tal que luego tardas horas en relajarte. Yo, con la experiencia que me dan las infinitas horas que me han hecho tragar mis hijos, tengo un truco para que ya no me afecte tanto y es imaginarme todo lo que les harán a esos alelados, la banda de albano-kosovares que seguro están tomando notas para su próximo trabajo aprovechando que ellos ya les han enseñado todo. ¡Si solo falta que se graben poniendo el código de la alarma! A lo mejor se convierte en el nuevo reto viral: ¡Resistir un allanamiento de morada sin que te maten! Todo llegará.
Y hablando de retos. Os tengo que confesar que yo ya estoy en el siguiente nivel. He alcanzado la fase en la cual he caído en las garras de esta Internet profunda. Todo pasó muy rápido. Me vi obligado. Hice lo que tenía que hacer para borrar de la cara de mis hijos esa mirada perversa que me recordaba lo inútil que era al no darles todo lo que prometían esos gilipollas. Así que ya me he convertido en un sectario más y estoy metido de lleno en hacer los malditos challenges. Hasta donde hemos llegado. Antes, si se te ocurría molestar siguiera a tus padres con una estupidez, te daban una hostia bien dada y a otra cosa mariposa. Ahora no. Ahora tienes que convertirte en estúpido para ser un padre enrollado. Así que me está tocando intentar todos y cada uno de los miles de retos que invaden Internet. Y si, digo intentarlos, ya que para que te salgan bien tienes que ser un estúpido integral o un físico nuclear. Y como no soy un científico pues ya sabéis lo que soy. Estoy en ese amplio espectro de la población con un coeficiente intelectual tan bajo que es capaz de vencer, por simple, a su instinto de supervivencia con tal de hacer las mayores locuras inventadas por el hombre y quedar bien con los demás idiotas del rebaño.
Los hay inocentes…a primera vista. Como, por ejemplo, todos aquellos que tienen que ver con los malditos slime. ¿Quién no ha intentado hacer un puto slime con sus hijos? Parecen lo más fácil del mundo. Coges los ingredientes, sigues las instrucciones y, como en la Thermomix, te deberían salir a la primera… ¡Y una mierda! Por mucho que desesperes, jamás te salen igual. A ellos les sale un moco con el que dan ganas de hacer el amor. A ti te sale un grumo que si te descuidas se convierte en un Blob cualquiera dispuesto a disolver toda la carne de tu cuerpo.
Es en ese momento de desesperación cuando te quieres rendir y abandonar, pero tus adorables acosadores siguen machacándote minuto tras minuto haciéndote sentir basura. Así que sigues y sigues. Bajas al chino a comprar las miles de posibilidades que existen dejándote el sueldo de un mes en purpurina, silicona o bórax, y con ellos en la mano, subes al ascensor de vuelta a la mazmorra de torturas que te espera y es en ese momento cuando piensas, ¿Y si me trago todo lo que llevo y acabo con este sufrimiento? Pero no lo haces y al final, como era de esperar, no consigues un slime decente ni por saber morir. Pero aun así tu mente sigue con esa cantinela incesante martilleando tu alma: ¡Slime!, ¡Slime! ¡Slime! Hasta tal punto me obsesioné que, en uno de esos momentos de amor solitario de los cuales un padre puede disfrutar en escasas ocasiones, soñé que lo conseguía y juró que vi como eyaculaba un maravilloso slime de purpurina que, mientras llenaba el cuarto de baño de hermosos arcoíris, me llevaba al mayor éxtasis jamás conocido. Y no sucedió por el orgasmo, fue por la ilusión de haber conseguido un slime perfecto. Lástima que todo fue imaginación mía. En fin, no hay tregua. Como os he dicho, los retos son infinitos y mis torturadores quieren hacerlos todos, uno detrás de otro. Así que no me queda más remedio que ser un pluriempleado y actuar por las noches haciendo monólogos.
Perdón, me vibra el móvil. Es la señal. La cámara que he puesto en su habitación me muestra que mis padres ya los han acostado. Justo a tiempo. Tal y como les dije, en quince minutos llegaré a casa. Tengo toda la noche para prepararme mentalmente para el reto que quieren hacer mañana. El del Ice Bucket Challenge. Adivinad quien se pondrá debajo del maldito cubo. Y diréis, ¿Por qué no les obligas a que se pongan ellos bajo el agua congelada? Os podría mentir y deciros que es porque los quiero, pero la verdad es que cuando vuestros hijos se conviertan en maniacos a los cuales ni siquiera Pennywise querría acercarse para darles un globo rojo, ya hablaremos. ¡Buenas noches!

Consigna: Un monólogo (tipo Club de la Comedia) con tema libre.

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