domingo, 21 de febrero de 2021

Strange fruit

 

Texto:

Carmen Jones nació del odio clavado en el barro, de las entrañas revueltas de la tierra, de las heridas que la atraviesan. Del dolor de una noche y el zumbido del miedo. Su primer latido, un golpe seco contra el suelo; su primera lección, el desprecio hacia una raza. Carmen Jones nació cuando no debía, creció como pudo y vivió bajo las normas. También juró venganza.

Aquellas navidades transcurrían de forma diferente. La familia había decidido reunirse en la antigua casa de los abuelos para celebrar juntos la Nochebuena. En pocas ocasiones los nietos habían visitado esa zona y estaban encantados y ansiosos. A Tim le hacía especial ilusión viajar a aquella casa que parecía perdida en mitad de ninguna parte. Ahora que los abuelos habían decidido reformarla e instalarse en ella, era una ocasión única para conocerla.

Su madre, mancillada al amparo de la nada, la crio sola, despacio y con ganas. En un mundo de hombres blancos donde la fuerza y el aliento a whisky eran poder, Carmen Jones y su madre poco tenían que hacer, pero sus atractivos cuerpos, su piel exótica y los ojos rasgados tenían mucho que decir. Muchos rehusaban mirarlas; otros se las comían con ojos de lobos hambrientos. Mordían sus delicados cuellos y aullaban al compás de sus lamentos.

El jardín de la antigua casa no era como Tim había visto en antiguas fotografías. Ni el camino de piedra ni las escaleras. Todo le parecía postizo. Nuevo sobre viejo. Se sintió algo molesto por ello sin comprender por qué y acarició la gélida barandilla antes de entrar en la casa. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Aun así, siguió acariciándola hasta llegar al último escalón.

En el gran salón ardía la leña y se escuchaba el canturreo de su abuela en la cocina. Tirado en la alfombra boca arriba, ante la indiferencia de su familia, se quedó anonadado contando el número de pequeños cristales que componían la enorme lámpara.

—Vamos a cenar dentro de nada. ¿Te has lavado las manos? —Interrogó su madre acercándose.

—Sí, mamá… —contestó él sin haberla escuchado.

—Déjame ver… ¿Qué son estas manchas? ¿Qué has estado haciendo? ¿Y todo este barro? Corre ahora mismo al lavabo y compórtate.

Tim continuó tumbado unos segundos ante la mirada furiosa de su madre y levantó los brazos queriendo alcanzar la lámpara. Allí tirado todo parecía pequeño. Todo estaba a su alcance. Giró la cabeza y divisó el árbol de Navidad. Desde esa perspectiva, guiñando un ojo y acercando un dedo, podía tocar las llamas de la chimenea sin quemarse. Vio a su madre marchar aireada poniendo un pie delante del otro. Continuó sumergido en sus pensamientos y se durmió.

Soñó con árboles gritando de dolor con las ramas manchadas de sangre y con las raíces estremeciéndose como nidos de serpientes. Las hojas de los álamos bailaban una triste danza al son de aquellas canciones del viejo sur. El chirrido de las cadenas acompañaba al macabro balanceo de los cuerpos colgados. En su sueño, Tim se acercaba a los pies de una mujer colgada. Pendía desnuda y su espalda estaba llena de heridas provocadas por los latigazos. Pese al dolor que sentía, acercó una mano al tobillo de la mujer. Lo acarició con suavidad y miró hacia arriba. La boca de la mujer dibujaba una mueca horrible pero, al mirarla, cambió y le sonrió. Seguidamente, se alejó de todo aquello caminando de espaldas. Abandonó la estampa sureña donde los cuerpos colgados de varios negros parecían frutos colgando de las ramas.

Carmen Jones estuvo con su madre hasta el final. Ella siempre pensó que no fue la enfermedad la que se la llevó, sino los demonios blancos que la acechaban. Se quedó sola al amparo del señor y ahí empezó su maldición. Noche tras noche. Día tras día. Pero tuvo una idea. Tomó todo lo execrable de su vida y creó una capa tersa y suave, opaca, sin fisuras, a juego con su piel oscura. Piel sobre piel. Recreándose, había cubierto ceremoniosamente todo su cuerpo con la tierra que le había dado la vida, especialmente por sus codiciados muslos. Nadie más volvería a tocar su verdadero cuerpo. Protegida, aislada, enmascarada. Carmen embadurnó su cuerpo con una capa de insondable rencor.

—¡Tim, despierta! —gritó su hermana— ¡La abuela va a contarnos la leyenda de Carmen Jones!

—Todos los años igual, hijita. ¿No preferís otra historia? ¿La del fantasma de Rene Asche Rondolier? ¿El hombre de dos cabezas de Georgetown?

—¡No! ¡Carmen Jones! Queremos escuchar esa historia otra vez, ¿verdad, Tim?

—¿Los lagartos de Sweetylake? —insistió la anciana.

—Abuela, por favor… —colaboró Tim mientras se recomponía de su pesadilla y se quitaba restos de tierra de las uñas.

Comenzó puntualizando que hacía exactamente doscientos años de lo acontecido y, como era habitual, los dos niños se dejaron engullir por la famosa historia.

En un mundo de blancos, su piel se llamaba tentación. Negra como la noche. Negra como las cosas que suceden en la noche. Carmen Jones sabía que los volvía locos. Caminaba despacio, viendo pasar un pie delante del otro. Tacones, la falda sobrepasando el límite de las pantorrillas, la cintura alta y la blusa desabrochada lo suficiente. Sabía cómo atraer los instintos más sucios de los hombres. Ella los limpiaría a cambio de sus almas.

Afuera llovía. La abuela continuaba con su versión de la historia y los niños, embobados, permanecían atentos como si fuera la primera vez que la escuchaban. Se acercó al ventanal y vio cómo llovía con fuerza. Las pocas hojas que todavía quedaban en las copas de los álamos eran arrancadas con brutalidad por el viento huracanado.

—Así que, sola y desamparada, cayó en manos del pecado. Pero se dice que no es que cayera en él, sino que lo llevaba consigo. Ella era el pecado.

—Pero, ¿qué podía haber hecho, abuela?

—Siempre hay opciones, Tim.

—No siempre.

—Cállate, Tim. Ahora viene lo mejor. ¡Deja a la abuela que continúe!

Afuera llovía. La tierra ansiosa se abría sedienta para recoger el agua. Penetraba en ella y la saciaba. Entonces, su interior se removió, renació, sucumbió a la vida. Despertó por fin. No podía abrir los ojos ni moverse, no tenía sentido del olfato, pero sabía que la tierra húmeda con su particular aroma estaba ahí. La sentía. Una sacudida recorrió su cuerpo haciéndolo temblar. Quería salir, pero carecía de fuerzas. Recordó. Un espasmo alzó su cabeza y dirigió su brazo rígido hacia la superficie.

—Por eso dicen que su espíritu todavía ronda por aquí. Durante la Nochebuena se la ve caminando cabizbaja, triste, arrepentida de sus actos, sin rumbo fijo.

—Qué pena que muriera así.

—Era el castigo para quien no cumplía las normas, pequeña.

—Querrás decir para los negros —matizó Tim.

—Eran otros tiempos, querido. También murieron muchos blancos en manos de negros. Fue una época oscura.

—¿Tú la has visto alguna vez, abuela?

—No, por suerte no me la he encontrado. Pero nuestra vecina cuenta que le pareció verla la Nochebuena pasada. Dice que no fue más que una sombra, un pálpito, un escalofrío recorriéndole el cuerpo; pero tiene la seguridad de que era ella. Se quedó petrificada. Hubo un momento en que el espectro la miró, y sus ojos negros brillaron como el fuego.

—¡Qué pasada! ¿Y realmente es tan guapa? ¿Pudo verla bien? —preguntó la niña encantada.

—Dice, como el resto de testimonios, que vaga desnuda exhibiendo su cuerpo como hacía cuando vivía.

—¿Y tú te crees esta versión, enana?

—¿Por qué no iba a creerlo, pequeño? Mucha gente la ha visto durante todos estos años... —convino misteriosamente la anciana.

La niña miró a los ojos de su abuela asustada pero, seguidamente, apareció en su pequeña boca una sonrisa pícara. Se encontraba completamente seducida por la leyenda.

—Acusarla de robo y colgarla después de todo lo que tuvo que pasar no fue justo —añadió Tim negando con la cabeza.

—Os he contado esta historia miles de veces... ¿Te encuentras bien, Tim?

—Morir así tiene que ser terrible... —prosiguió.

—Te noto pálido.

—Estoy bien. —Y se levantó del suelo.

—¡Pero, hijo! ¿Qué llevas en las botas? —inquirió su madre de pronto.

—Solo es tierra, mamá. Nada peligroso —contestó con una mueca.

—Pero si te las he limpiado antes... —observó extrañada—. ¿Has vuelto a salir?

—Solo es tierra...

Un brazo recubierto de tierra negra como la noche, negra como las cosas que suceden en la noche, atravesó la superficie. Los huesos de los dedos crujieron uno por uno. Al poco, otra mano emergió del fondo de la tierra como queriendo agarrarse al cielo. Ambos brazos en alto. Todo a su alcance. Poco a poco, el resto del cuerpo de Carmen Jones fue aflorando. Un parto agónico; el nacimiento de algo muerto. Un castañeteo de dientes de lo que ya debería ser polvo y estar olvidado. Pero Carmen Jones jamás se rindió. Jamás se detuvo. Su cuerpo denostado no había llegado a descomponerse nunca.

Mojada de arriba abajo, siguió absorbiendo las gotas de lluvia a través de los jirones de su piel. Desnuda, comenzó su danza macabra caminando arrítmicamente por la yerma superficie. Se detuvo. Un chasquido de huesos anunció que había girado súbitamente la cabeza hacia aquella antigua mansión. Buscaba. Y había encontrado.

Tim lloraba encerrado en el cuarto de baño. Sentía rabia, odio, injusticia. No comprendía por qué. Se levantó del frío suelo y apoyó los brazos en el lavabo. Alzó la mirada para ver su reflejo en el espejo y, de pronto, se detuvo en seco. Un chasquido en la ventana le hizo girar bruscamente la cabeza. Se acercó. Y vio.

Quieta. La mirada vacía, fija, impasible, hacia el ventanuco del primer piso de la casa. Sabe a quién acudir. La piel putrefacta de su espalda rezuma pus ante el hallazgo. Ella ya no puede sentir, pero está llamando. No puede ver, sus cuencas están vacías, pero le está mirando. El viento agita su cabello y eriza sus pezones. Lo que fueron sus caderas señalan hacia el ventanal del salón de forma descarada.

Tim ahoga un grito de terror. Es Carmen Jones. No lo puede creer. Abre los ojos como nunca lo ha hecho antes y siente. Escucha el lamento. Una lluvia de tristeza y abandono le abate y le deja casi sin sentido. El escozor de la espalda y el clamor de la entrepierna le paralizan. Siente que le falta el aire. Comienza a ahogarse y tose, tose sin parar.

Sus rizos y sus ánimos se arrastran por el agua. La tarde, magullada, se acurruca para dejar paso a la oscuridad. Carmen recuerda su vida, su historia, la Historia. Deja los brazos caídos al balanceo del viento. Del interior de la casa emerge una cálida luz que recorta y afila las sombras. Cálida para quien puede dormir sin tener pesadillas.

Quieto. La mirada vacía, fija, impasible. Carmen Jones ha acudido a él y él ha respondido. La espalda le arde y le martiriza, le enfurece a cada segundo. Se siente vil, sucio y con todo el cuerpo en carne viva.

Toma mi rabia, toma todo mi odio. Carmen Jones tuvo un pasado. Nunca tendrá un futuro, pero vivirá en ti. ¿Duelen las bofetadas? ¿Sus uñas te desgarran la piel? ¿Sientes que se te escapa la vida al romperse tu cuello? Lamo tus latigazos, todo pasará, pequeño. Hazlo y vivirás en mí.

Tim sonríe. Sale del cuarto de baño y baja hasta la entrada de la casa. Nadie se percata. Huele la noche. Huele la tierra mojada, escucha el musgo creciendo lentamente, siente los gusanos deslizándose sigilosamente por su cuerpo. Pero también huele a magnolias frescas y carne quemada. Escucha el batir de las alas de los cuervos acercándose a los cuerpos. La ama.

La familia no consigue encontrar a Tim en la casa. ¿Tim? ¿¿¿Tim??? El dolor es insoportable, el aroma de la culpa ha llegado para quedarse. Tras la incredulidad llega la ira. Y unas huellas de barro que se adentran en el bosque les hacen estremecer y preguntarse si acaso es posible, si la venganza es posible.

 

Una brizna de hierba roza su pómulo intentando hacerle cosquillas, pero ella no lo siente. Una mueca se dibuja en su rostro feliz y sereno mientras camina por el valle con Tim de la mano. Él mira a lo lejos con el orgullo de quien ha hecho algo importante. La ha salvado. Una lombriz asoma por la cuenca de su ojo, pero ella no la siente. Tim, afectuoso, la retira y la lanza a la oscuridad. Marchan juntos en la noche.


CANCIÓN

Strange fruit (Billie Holiday)

Southern trees bear a strange fruit,

Blood on the leaves and blood at the root,

Black bodies swinging in the southern breeze,

Strange fruit hanging from the poplar trees.

Pastoral scene of the gallant south,

The bulging eyes and the twisted mouth,

Scent of magnolias sweet and fresh,

Then the sudden smell of burning flesh.

Here is a fruit for the crows to pluck,

For the rain to gather, for the wind to suck,

For the sun to rot, for the trees to drop,

Here is a strange and bitter crop.

 

Extraña fruta (Billie Holiday)

De los árboles del sur cuelga una fruta extraña,

Sangre en las hojas y sangre en la raíz,

Cuerpos negros balanceándose en la brisa del sur,

Extraña fruta que cuelga de los álamos.

Escena pastoral del galante sur,

Los ojos saltones y la boca torcida,

Aroma de magnolias dulce y fresco,

Y el repentino olor a carne quemada.

Aquí hay una fruta para que la arranquen los cuervos,

Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire,

Para que el sol la pudra, para los árboles la suelten,

Esta es una extraña y amarga cosecha.


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