miércoles, 22 de febrero de 2012

El diligente y el prisionero (el signo de la fatalidad)


Por Cherman Sanz "aka" Velvet Revolver.


Llegó una tarde de enero y desde entonces su hogar no fue más que una grotesca celda que los reclusos denominaban “la celda de los condenados.”
Tenía la apariencia de un ser completamente perturbado, sus grandes y ominosos ojos parecían sumergirse plácidamente en la repugnancia de la oscura celda barroca como dormidos, quizás soñando despiertos o simplemente reviviendo los acontecimientos que lo empujaron a estar en aquella jaula asquerosa que olía a mierda y muerte.
Todo comenzó una cruda noche de invierno a un poco más de un año de la llegada de Joe al penal Auburn, se encontraba sentado de cuclillas en una de las esquinas de la celda, aferrando sus rodillas con las manos y presionándolas contra su pecho en el mismo momento que me acerque con el banquete, lo que en la jerga carcelaria llamamos “la ultima cena.” Como Joe no había pedido nada, tome el atrevimiento de llevarle una porción de pollo con papas y un vino de clase como un agradable gesto en lo que sería la última noche de su vida.
Me acerque y se lo deje para que lo tome por una pequeña rejilla que había para el paso de los alimentos, sus grandes ojos inyectados en sangre me miraron entonces bajo la tenue luz de la lámpara de queroseno que proyectaba las sombras inmortalmente estáticas de las rejas a medianoche, pero sus labios no profirieron palabra alguna. Lo contemple un instante, pero rápidamente su mirada se volvió a mecer hacia algún lejano horizonte, muy lejos de estas recónditas criptas tejidas de tristezas. Estaba a punto de marcharme cuando sus labios se articularon de una forma torpe y lenta, como si en todo ese tiempo no hubiesen propiciado palabra alguna, olvidando quizás el valor de estas en la soledad de lo que llego a ser su hogar.
Lamber ¿puede acompañarme esta noche? No quisiera… no quisiera quedarme solo…no esta vez.
Que podía hacer, tenía apenas veintitrés años y la suficiente bondad en mi corazón para que sus palabras lograran conmoverme, no sería moral ni de buen cristiano dejar tirado a un hombre a su suerte la última noche de su vida, aun para alguien como Joe ese castigo era demasiado. No estaba en mis capacidades juzgar, ya había tolerado suficiente e iba a pagar con su vida por sus errores. Sus palabras sin embargo me tomaron completamente por sorpresa, en los largos días y largas noches que llevaba en la prisión jamás me había dirigido la palabra y apenas si había probado bocado alguna vez, sin embargo se encontraba en una inmejorable forma física, algo que era el meollo de los comentarios de los guardiacárceles de Auburn.
Claro —respondí mientras sentía como emergía una gota fría en mi frente y trataba de deslizárseme por la sien, me la seque rápidamente mientras simulaba acomodarme la gorra de plato azul. Aguarde que acerque una silla.
Estuve un largo rato sencillamente mirándolo, como sus ojos danzaban hacia el rincón opuesto de la celda donde el halo de luz se desvanecía sin tocar la piedra desgranada de la pared y volvían a ponerse en mi dirección, estuvo así una buen tiempo hasta que por fin profirió una especie de mueca, la clase de siniestro gesto que antecede un largo y perturbador relato. Parecía como si estuviese viendo un fantasma, esa fue mi sensación entonces, un fantasma. Sí.
Voy a prescindir del pollo Lamber –dijo finalmente. ¿Pero me permite? —señalo la botella.
Claro.
La tomo y se la zambulló de lleno a la boca, el gorgoteo que se produjo cuando el pico se incrusto bruscamente en la comisura de los labios de Joe, fue semejante al de una pequeña cascada chocando contra las magulladas rocas del fondo de un río, una melodía extendida, uniforme y encantadoramente triste. Un fiel reflejo acorde al contexto de aquel viejo momento.
¿Me haría el honor?
Por supuesto —tomé la botella de sus manos por entre las rejas y la sostuve un momento, tras una leve admiración le di un picotazo seco. ¡Nada mal he!
Dígame Lamber ¿cree que la perversidad del ser humano, es sobre todas las cosas…el principal aliciente que nos compone?... Somos al fin y al cabo BESTIAS ¿no es verdad?
Supongo —Sus palabras sonaron muy medidas. Me tomo unos segundos poder reincorporarme. Usted es el condenado, usted más que nadie debería saberlo bien –dije finalmente.
Muy bien, supongo que así son las cosas. ¿Quieres saber, no es así?
Joe se paro nuevamente para tomar la botella de mis manos y acabarla de un trago, una vez humedecido sus labios y rejuvenecido sus fibras con el embriagante elixir tomo asiento en la retorcida cama armada con caños, la cual expulsaba un grotesco olor a oxido que, fusionado con la asfixiante esencia del queroseno formaban una bruma esbelta que se respiraba en todo aquel ambiente de pesadilla.
La celda de los condenados a muerte se encontraba en el bajo fondo de la prisión, se llegaba bajando unas largas y arqueadas escaleras de adoquín. Tras recorrer un largo pasillo de unos treinta metros alumbrado solo por unas cuantas antorchas que en raras ocasiones se encendían, se llegaba al final del trayecto a la celda de Joe, el único prisionero destinado a ese agujero de aquellos últimos dos años.
Allí en la completa soledad de aquel basurero, en las mazmorras de la prisión Auburn un hombre solo podía matar su tiempo con una furtiva imaginación e ilusiones de algo que podría haber sido, de haber sido otra cosa. Pero para un monstro como Joe Sullivan solo había un camino; consumir e inyectarse esporádicamente narcóticos, especialmente ampollas de morfina para mantenerse en un estado comatoso hasta el día del juicio final. Esto lo conseguía gracias a que aseguraba firmar el día de su muerte un testamento a nombre de varios guardias con la intención de heredarle sus tierras.
Muy bien, veo que de verdad quiere saber concluyó después de unos minutos y dio comienzo a su relato.  Aún hoy, después de tantas décadas recuerdo con espantosa claridad aquellas funestas palabras.

“Mi padecimiento comenzó en 1865 un año antes de comenzar con mis delirios, de la noche a la mañana se me hizo imposible conciliar el sueño. Terribles pensamientos me habitaban y daba interminables vueltas en mi alcoba antes de poder encontrar el ansiado descanso, cuando por fin lo habitaba me sumergía profundamente en ensoñaciones tan vívidas y macabras que me costaba discernir la realidad de ellos. Paulatinamente esto se fue convirtiendo en una constante y de pronto me vi envuelto entre las sombras de mi aposento, trabajando, cortando y pegando artículos periodísticos, rellenando hojas en un idioma místico que se me fue invocado a escribir entre otras cosas y convirtiéndome al fin y al cabo en un solitario.
Poco a poco lo fui aceptando, su causa comenzó a ser mi causa y sus muertos comenzaron a ser los míos, cuando caía en ese profundo coma de los sueños y cruzaba el umbral que une la realidad y la mera ficción de las construcciones emotivas de oscuros mundos, me encontraba con él, su poderosa figura me captaba por completo, me envolvía en sabiduría y abría mi mente de par en par lista para llenarse de ese nuevo conocimiento del cual se me proveía, los secretos de la existencia amigo mío, la vida y la muerte, el bien y el mal, no son más que pequeñas distracciones que obnubilan nuestros caminos y nos alejan de nuestros destinos. Cuando eso sucede, cuando alguien se aleja demasiado de su deber místico en este soplo de tiempo y vida que nos congrega y nos aúna, entonces Lamber, entonces él se los lleva. Esto lo sé, porque todo lo que un hombre puede aprender en cien vidas se me fue dado en un suspiro, en un momento elegido y cupo en un renglón del alma.
El diligente, comenzó a frecuentarme una noche cuando estaba sumergido en la más profunda y estelar de las visiones, entonces pude sentir y ser consciente en ese estado somnoliento de que una puerta se estaba abriendo, traté de resistirme e intenté en vano despertar, mi cuerpo no respondía a los mandatos de mi mente, fue cuando decidí dar el primer paso hacia el umbral, lo cruce completamente. Una nebulosa me envolvió entonces y mi espíritu se estremeció de sensaciones nunca antes experimentadas, sentía terror, pánico, pero también emoción.
Comencé a vagar por interminables extensiones de tierras, me sentía neurótico como si hubiese ingerido una gran cantidad de narcóticos, mi visión era borrosa y desaparecía en ratos y se aclaraba en otros, era una alucinación tan vívida que escapaba a mi comprensión de aquellos días. Hasta que lo vi, la fina silueta que se dibujaba en la bruma pasada de la medianoche e iba torneando una negra y nefasta forma en parte humana, en parte aura… como un espectro. El diligente me seguía a una distancia prudencial como levitando, se movía de una forma recta y su largo tapado negro era casi una mancha en el horizonte arrastrado por la brisa de aquellos días otoñales.
Llegado un momento, cercano a las tres de la madrugada según mi reloj de bolsillo en que él se adelantaba largos trechos para posarse a lo lejos como la imagen grotesca de una estampilla del infierno, entonces sus víctimas caían… tres minutos pasadas las tres, sencillamente así sucedía, podía ser un descampado, una casa, un burdel, siempre terminaba de la misma manera, la víctima y el diligente. En ocasiones llegue a presenciar terribles accidentes, como la mujer que terminaba la visita con su amante y salía despavorida hacia su hogar para cumplir a la mañana siguiente con su función de madre  en plena tormenta torrencial, corría y corría cuando de la nada un árbol se desprendió cayendo sobre su lomo para luego retorcerla en la acera, o el caso del niño ciego que se perdió y termino ahogado en el río, también y solo en algunas ocasiones he presenciado atroces crímenes, por los cuales paradójicamente se me incrimina. Solo los presencie tras su perturbadora esencia, vi lo que sus ojos miraban y sentí lo que su ente sentía, paz.
A él no le importa como llegue el suceso, de que terrible forma su víctima pague su error, su misión es marcar y ejecutar, ¿la mía? Te estarás preguntando leal compañero, la mía es llamada en la santa lengua EL DESTIERRO. Consiste en ultrajar el cajón de la victima una vez sea sepultada, y desproveerla de cualquier artilugio religioso que posea para a continuación invocar las santas palabras que le darán el descanso merecido al ente que ocupe dicho cuerpo, esto puede consistir en una elevación del espíritu o en un forzado descenso según los meritos del individuo en el por qué de esa desvinculación de su destino, hay recompensa si el alejamiento de ese camino fue por inmaculada fe y un propósito noble que lo llevo al fin y al cabo al sacrificio, así como hay pena si se debió a las arraigadas formas que el pecado puede tener en un soplo de vida. Por mi experiencia puedo decirte Lamber y aunque suene atroz escucha… la forma de despedirse de este mundo dice mucho de quien fuiste en vida y quienes luego se alzan como los más puros de los arcángeles amigo mío, siempre perecen en este plano de la forma más aberrante y nefasta que te puedas imaginar, llevan marcado el sello de la violencia en sus carnes. Su virtud como seres humanos, es su castigo divino, su prueba de fe.
El diligente como podrás ver, no es más que un mercenario, un títere que está más allá y que escapa a nuestra comprensión. Alguien tan nefasto como necesario, necesario para mantener el equilibrio, pero esa ya otra historia. No tengo todas las respuestas pero si te diré algo, todos nacemos marcados e individualizados, tenemos un propósito por el cual se nos ha otorgado este soplo de vida y tiempo, podemos elegir aprovecharlo o podemos elegir desviarnos del camino. El destino es tan impalpable como espontáneo, pero puedes apostar que existe y que tiene un plan para ti, al final todos somos juzgados por los místicos campos superiores que gobiernan el universo, todos formamos parte de él, somos eslabones que componen un todo y que se necesitan para funcionar y si una pieza cae, es necesario sacarla y reemplazarla rápidamente para no dañar…”
El equilibrio —dije instantáneamente  completando así la frase final.
Así es Lamber, así es…
Sus palabras me sonaron entonces tan perturbadoras como increíbles, Joe era sin duda un lunático muy peligroso y había estado el suficiente tiempo encerrado en aquella jaula como para profundizar y agudizar sus delirios, sin embargo algo de todo aquello seguía teniendo un dejo de verdad. En la vida, somos sencillamente eslabones, somos una sociedad con nuestros mas y nuestros menos, pero al fin y al cabo, como seres humanos nos necesitamos los unos a los otros para sobrevivir, nuestra vida es corta pero en muchos casos productiva y con suerte dejaremos impreso nuestro pequeño eco en el mundo que nos vio nacer y que nos vio morir ¿acaso será eso lo que quiso decirme con eso de los eslabones, que así como caen se remplazan? ¿Vida y muerte? ¿Si te sales de los limites de tu destino eres marcado y ejecutado? Reemplazado por una nueva vida que emerge al mundo. Es ridículo, así lo creía en verdad.
Joe jamás intento defenderse de las acusaciones, ni hablo de lo sucedido. Testigos lo incriminaron en los episodios y las pruebas refutaron su participación en los hechos, su morada era una especie de santuario místico, un completo basurero repleto de adornos religiosos, velas multicolores de varias formas (santos y gárgolas) y recortes de diarios de espantosos crimines con pequeñas notas puestas en un idioma irreproducible.
Los objetos que las victimas cargaban en sus féretros y se encontraron en su hogar terminaron por arrastrarlo hasta la prisión Auburn, donde cumpliría su condena al día siguiente. Su castigo por esos atroces crimines fue la silla eléctrica, un objeto tan aberrante y funesto como los propios crímenes de Joe, a veces la corriente se atascaba y no daba los voltajes suficientes para una muerte rápida. Esto provocaba  sentencias interminables, minutos que en ocasiones llegaban a la hora, con cuerpos reventados y quemados que sufrían una agonía indescriptible.
Joe, el profanador como se lo conocía en el penal jamás llego a padecer tan atroz amargura, murió esa misma mañana de los hechos que he narrado con anterioridad. Lo encontramos colgado de su cinturón al hierro horizontal de las rejas con una pequeña nota escrita en sangre sobre su pecho; equilibrio.
Joe Sullivan se quito la vida esa misma noche de invierno de 1894 que le siguió a nuestro encuentro, su cuerpo fue enterrado en una fosa común sin lapida ni nada que lo identifique en el patio de recreación Auburn y jamás fue reclamado por ningún allegado o familiar. En cuanto a mí, jamás me permití volver a pensar en aquella noche. El recuerdo me provocaba demasiada angustia y dolor.
Hace un tiempo los médicos me diagnosticaron seis meses de vida, es lo que se estimó que viviría una persona con un cáncer tan avanzado como el mío. Ya llevo un año y medio desde entonces y por primera vez en mis cincuenta y dos años siento una corriente de energía fría que me hiela la sangre y me hace percibir esa sensación esquizofrénica que altera el comportamiento, revelando esa cara oculta que se muestra al momento de sentir el miedo calando hondo en los huesos, miedo porque por primera vez creo entender las palabras de Joe es el equilibrio y él se los lleva Lamber. Fueron sus últimas palabras antes de despedirse, Lo deje morir señalado como un asesino, ahogando su historia en la escabrosa cripta de mis recuerdos para siempre, hasta hoy… el diligente, esa bruma oscura y desalineada que se dibuja frente a la cama en la que estoy recostado me observa y espera paciente, a través de su capucha creí verlo con sus grandes y ominosos ojos neuróticos inyectados en sangre, proclamando esa mueca de victoria apretada entre los dientes. Están a punto de ser tres minutos pasadas las tres, ya no siento miedo, no quiero tenerlo, el santo esta aquí, ha venido por mí, EL PRSIONERO.


FIN
  

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