domingo, 5 de febrero de 2017

El cartero siempre llama una...dos...

Por María Galerna.

      El timbre de la puerta sobresalta a la señora Kuiper que se encuentra ensimismada arreglando unos arietes de peonías en el jardín trasero de su encantadora casa. El cartero vuelve a insistir y la anciana, frotándose las manos contra el mandil verde pistacho, se dirige sin prisa alguna hacia la puerta de entrada.
      El hombre de uniforme gris, gorra de plato y sonrisa de esas que dicen <<estoy hasta los mismísimos…>> le entrega una carta certificada al tiempo que le dice:

—¿Me hace usted el favor de firmar aquí, en la hoja, al pie, donde pone <<firma del receptor >>?

La mujer lo mira con cara de no entender y una muda interrogación en sus burlones ojos azules.

—Siiii señora Kuiper, igual, igual que las últimas veinte veces que le he traído otras cartas parecidas —refunfuña el tipo— Y es de su hijo, igual, igual, que las otras veinte…

     La buena mujer firma, mirando de reojo y con sarcasmo al estoico funcionario, procurando eso si, que éste no se entere, sólo faltaría eso…
El hombre le entrega la carta y dando media vuelta se aleja mientras murmura entre dientes alguna maldición. Igual, igual, que todas las otras malditas veinte veces.   

     La señora Kuiper rasga con cuidado el sobre:

Mi muy querida madre:

      Como todos los años por estas fechas, emprendo mis vacaciones, le avisaré a mi vuelta.

                                        Le besa su hijo.

                                                                    Simplicio.

—¡Otra vez se va de vacaciones! Y no se da cuenta que ya no queda sitio… —mira a su espalda, hacia el jardín y continúa con su monólogo— ¿Unas margaritas o unas caléndulas? ¡Uhm! Tendré que mirar las flores de temporada.

     Simplicio es un muchacho de cara alargada sin fuste, ojos grandes y estúpidos y sin chicha que le cubra los huesos, esos que al trasluz se podrían hasta contar. Esta mañana se muestra nervioso, se acerca el momento de irse de vacaciones y aún no ha decidido el destino. Acaba de romper su hucha de cerdito y lo que encuentra no le alcanzaría ni para salir al portón de su casa. En fin, echará mano de los ahorros que guarda para emergencias.
     Enciende el ordenador y empieza una búsqueda en Google << Viajes para pobres sin espíritu >> y espera…la pantalla parpadea, un resultado encontrado, lo mira, lo remira, lee las ofertas y lo que incluye el viaje.

¡¡VENGA con nosotros a un lugar distinto, disfrute del calor, del paisaje y  de sus variopintos habitantes.  No se arrepentirá.
Excursiones en barca. Espeleología. Fauna autóctona.
Un paraíso del que no querrá regresar!!

      Reserva sin pensarlo, entra dentro de sus posibilidades. Anota la ruta para decírselo a La Yeni, su GPS.

     Prepara el equipaje que consiste en una mochila con lo imprescindible y una maleta  de dimensiones aceptables que deja vacía. ¿Qué por qué la lleva así?, bueno, siempre que vuelve de su viaje la trae llena. Se ahorra comprar una nueva en cada salida.

     El coche, un Renault Gordini de un color gris desvaído y con años para aburrir, se queja cuando lo ve llegar  <<¡Buf! Otro año más…>>, chirría su carrocería. Simplicio acomoda la maleta en el maletero y la mochila en el asiento del pasajero. Y se prepara para la aventura.

     Tras horas y horas de vicisitudes, pérdidas de rumbo y mil cosas más, que darían para tres tomos de <<Lo que no se debe hacer cuando sales de viaje>>, llega a su destino.

     El lugar no puede ser más desolador, un monte pelado y unas puertas desvencijadas.  Se arma de valor y pasa al interior acompañado por el tétrico chirriar de las bisagras. Un golpe de calor le da en toda la cara y apenas alcanza a ver al enorme perro que lo mira con sus seis ojos inyectados en sangre y le enseña los colmillos de sus tres feroces fauces. Oye un carraspeo a su espalda.

—Joven —le dice una voz con tonalidades cavernosas—  Debe cambiar su dinero por el del complejo, puede hacerlo en esa taquilla. Y le señala una caseta de feria situada cerca de un lago hediondo y más negro que la noche más negra. Simplicio se dirige hacía el lugar indicado no sin antes echar un vistazo al propietario de tan peculiar acento. Se trata de un tipo entrado en años, con tripa y un bonito color encarnado. Lleva un extraño sombrero adornado en su copa con dos puntas de ¿cuernos? El chapoteo de un remo en el agua lo distrae del examen del colorado personaje.

     Una barca se acerca a la orilla guiada por una figura encapuchada. Al ver a Simplicio extiende una mano.

—Su visita guiada —le dice— ¿Tiene los óbolos? Sino tendrá que hacerla nadando.

     El joven le da tres monedas, le ha advertido el gerente que le convenía ser generoso porque el barquero tiene malas pulgas. Según el tipo había clientes de temporadas pasadas aún esperando, por tacaños.

     Ya cumplido con el trámite, sube a la barca y entonces es cuando la ve…la criatura más hermosa que vieran sus vacuos ojos. Si la tuviera que definir, diría que es etérea. Rostro blanco lechoso, con unas graciosas ojeras negras alrededor de unos ojos que ocupan media cara; transparente, porque no es delgada, es más. Y vestida de novia premonitoria…

     A partir de ese instante el viaje pierde interés para Simplicio. No se percatará de las abrasadoras termas, ni de los baños de barro, ni las bañeras de hidromasajes con aguas burbujeantes, ni siquiera de las grandes saunas con enormes fuegos humeantes…Ni de sus variopintos usuarios que con sus gritos amenizan el lento deslizar de la barca.


     Ha pasado un mes desde la última vez que fue a casa de la señora Kuiper y se le ha hecho corto el tiempo. El cartero mira el sobre que lleva entre manos y llama al timbre. Clotilde, que así se llama la buena señora, abre la puerta.

—¿Me hace usted el favor de firmar aquí, en la hoja, al pie, donde pone <<firma del receptor >>?

La mujer lo mira con cara de no entender y una muda interrogación en sus burlones ojos azules.

—Siiii señora Kuiper igual, igual que las últimas veintiuna veces que le he traído otras cartas parecidas —refunfuña el tipo— Y es de su hijo, igual, igual, que las otras veintiuna…

     La buena mujer firma, mirando de reojo y con sarcasmo al estoico funcionario, procurando eso si, que éste no se entere, sólo faltaría eso…
El hombre le entrega la carta y dando media vuelta…

—¿Podría usted esperar un segundo? —le dice Clotilde al cartero mientras sigue leyendo la carta— me haría un gran favor. Miré, mi hijo me dice que este año no vendrá y tengo que plantar unas margaritas, pesan mucho y le estaría muy agradecida si…

     Si las miradas matasen, la señora Kuiper habría caído fulminada en ese mismo instante, pero como funcionario, se debe a la comunidad (maldita sea su estampa).

—Por supuesto, será un placer —le dice atragantándose con  las palabras.

     La mujer lo acompaña hasta el jardín, le señala unas enormes macetas y cuando el tipo se agacha a coger una…

 Mi muy querida madre:

      He conocido a una chica especial. Iremos a visitarla a usted las próximas vacaciones. Es la hija del dueño complejo vacacional. Aquí le mando una foto de nosotros dos.

P.D. La maleta sigue vacía.

                                         Le besa su hijo

                                                                     Simplicio



     <<Bueno, espero que a las margaritas les guste el cartero…>>piensa la señora Kuiper mirando la fotografía que tiene entre sus manos…


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