domingo, 5 de febrero de 2017

Noviembre

Por Asier Rey Salas.

             El mundo se iba a la mierda. Desde que los tamagochis, los lunnis y hasta los paninis habían llegado al planeta Tierra, el arte de lo políticamente correcto había convertido a hombres hechos y derechos en completos majaderos sin futuro. Despertaban, iban a trabajar en puestos aburridos y mediocres y retornaban a casa, a hablar de las mechas californianas de Karmele Marchante y del escroto postizo de Alessandro Lecquio. Pura energía desaprovechada, caldo de cultivo para que auténticos Flanders de la vida se convirtieran en los malotes del barrio. El universo se colapsaba sobre sí mismo, en una hermosa explosión de sirope de arce y cacahuetes con sabor a gamba.
Todo estaba perdido... ¿todo?
No, rediós; una panda de ultrafrikis monstruosos, comandados por Sinead O'Connor, mantenían la dignidad del ser humano en un punto intermedio entre Betanzos y Laredo, por no decir donde Cristo dio las tres voces.
Un día de verano, cuando Zakatrón vio lo que la hiperglucemia le estaba haciendo a todos sus amigos, se puso una cresta de clavos, se pintó como una puerta y gritó a los cuatro vientos: "¡aquí está mi polla!". Rebuscó entre los barrios marginales, puso anuncios en fotocasa... hasta pagó por entrar a un concierto de Iron Maiden, con la secreta esperanza de encontrar a duros supermachos entre sus fieles. Para su desgracia, no había más que seres pusilánimes con capacidad cero de asustar al personal. Infraseres. Desechos humanos, que veinte años atrás habrían sido apalizados por todos sus compañeros de clase, pero que ahora eran lo más de lo más, la flor y nata de una sociedad alienada.
Solo en su particular cruzada, dejó a un lado el onanismo y se puso a hacer dominadas en el parque del Retiro, a meditar sobre la deriva del planeta y a ponerse cachas como un mulo. Pero hete aquí que, sin comerlo ni beberlo, una payasa con el pelo corto bajó de su cajón de madera, le agarró del paquete inguinal y le susurró bajito al oído: "no eres el único malote del mundo... aún quedamos unos supervivientes".
A Zakatrón se le puso como un litro vino de pensar que había aún esperanza. Siguió confiado a aquella desconocida, mientras se masajeaba los huevos y tarareaba: "nazin compers tu yuuuu". Penetraron en zonas boscosas, el parque del Retiro quedó muy atrás, casi se veían los estudios de Fuencarral cuando Zakatrón se atrevió a preguntar:
—¿Pero tú ya sabes a dónde vamos, shiquilla?
Y Sinead le guiñó un ojo y siguieron caminando, sin rumbo fijo, hasta llegar al mar.
Allí, un grupo de perroflautas cantaba alocadamente éxitos de Tino Casal, con falsete y todo, lo que le provocaron arcadas a Zakatrón. Estaba Peloloro, estaba la Maritoñi y un hijo secreto de Joaquín Sabina, con bombín a juego. Eran la antítesis de lo que andaba buscando.
Sinead se acercó a ellos y detuvo la música con su presencia.
—Dejad de hacer el gocho y saludad a nuestro nuevo compañero. Se llama...
—Blakandeker -mintió Zakatrón. No le gustaba aquel hatajo de niñatos.
—Bienvenido, Blakandeker. Bienvenido a la sociedad secreta de los fils du sang.
Aquello le sonó a patochada al bueno de Zakatrón, pero decidió quedarse, a ver qué coño fumaban aquellos tarados. Aparte, que no llevaba bonobús del Alsa y lo mismo se perdía entre carballos.
El hijo secreto de Sabina se tocó un botón oculto bajo el bombín y una compuerta se abrió entre la hierba. Comenzaron todos a bajar ordenadamente, ante la atenta mirada de Zakatrón. Lo mismo estaba ante unos auténticos conspiradores de la pradera.
Sinead cerró el portón y alguién encendió una luz. Lo que apareció ante los ojos de los presentes dejó sin aliento al recién incorporado.
—Te mola, ¿eh, Blakandeker?
Claro que le molaba. Ahí, ante sus ojos, había infinidad de instrumentos de tortura; había una doncella de hierro del siglo XV, un arsenal de cuchillos mal afilados... y, como guinda del pastel, un hombre. Desnudo y amordazado, permanecía atado sobre una silla de mimbre, sudoroso, jadeante. Alguien le había cortado las dos orejas, y el tic nervioso de su ojo dejaba bien claro que no estaba disfrutando con ello.
Maritoñi se acercó lentamente, con una navaja de capar gorrinos en la mano, mientras el hombre balbuceaba cosas ininteligibles. Estaba completamente aterrado.
—Has sido un hombre muy bueno, ¿verdad?
El hombre asentía, entre lágrimas. Aquellos bastardos le habían jodido la vida.
—No sé si sabes que aquí queremos justo lo contrario. Queremos que seas malo, muy malo...
Volvió a asentir, con la mirada confundida.
—Así que sé malo. Vamos, te desataré si me prometes que le meterás tu micropolla a mi amiguita la payasita mona. ¿Trato hecho?
Asintió por tercera vez. Maritoñi cortó las cuerdas con la albaceteña y dejó que aquel desdichado se acercara, lujurioso, a Sinead. Esta apenas se movía, indiferente, como si no tuviera miedo de ser mancillada por ese Doraemon de carne.
La agarró de las muñecas, la tiró contra el suelo. Justo cuando las cosas parecían ponerse interesantes para el hombre sin orejas, llegó Maritoñi desde atrás y resolvió aquel nudo gordiano con exquisita precisión.
—¡Que le corten la cabeza!
Y de un certero tajo, la micropolla del hombre se deshizo sobre el suelo del zulo. Un segundo después, una bola de queso con ojos cayó sobre el mismo sitio, quedando su boca inerte a escasos centímetros de su propio falo.
—Maravilloso, sencillamente maravilloso -acertó a decir Zakatrón.
Entonces, como en una película de Hollywood, todos corrieron a abrazarse, reconfortados por la pasión que les embargaba a todos y les diferenciaba de la abulia del resto de los mortales.
Solo una cosa perturbó la aparente felicidad de Zakatrón. Sobre una repisa, entre grilletes y zurullos resecos, había un cromo de la liga de fútbol. Aparecía Bango, pero eso a Zakatrón le daba igual. Lo que le preocupaba, lo que le ensombrecía el ánimo, era que el cromo era de la colección de Panini.
¿Hasta qué punto podía confiar en la pureza de aquellos fils du sang?

* * *

Pasaron los años y Blakandeker era feliz. Ya apenas recordaba su viejo nombre, pues se dedicaba a percutir a la bella irlandesa a base de bien mientras Peloloro y Maritoñi le hacían los coros. Por las mañanas, atracaban bancos y tiendas de Apple; por las tardes, sexo y partidas al Grand Theft Auto. Eran los Bonnie and Clyde del siglo veintiuno, pero en versión extendida de cinco. El hijo de Sabina se pintó una raya en el bombín y se pintó la bandera de la República de Weimar en el bolo, que leer a Coelho tiene esas cosas. Eran todos felices.
Entonces, a Sinead se le ocurrió un nuevo plan. Todos escucharon con atención los detalles, los horarios, las vías de escape. Otros cien mil euros a conseguir del banco, la sopa boba a escasos centímetros de sus manos. Blakandeker se emocionó tanto con el plan que cuando le dijeron que entraría en la entidad el primero se vino arriba y dijo que sí. Luego, más tarde, se daría cuenta de su error.
Llegó el día, la hora, el lugar. Blakandeker se metió, hasta arriba de speed y tang naranja, en la boca del lobo. Arriba las manos, quieto tor mundo, plata o plomo. Y entonces, donde debía haber gente atemorizada y dinero a espuertas, se topó con decenas de polis cachas y con cara de pocos amigos. El pobre Blakandeker se sentía confundido. "¿Qué puñetas está pasando?"
Entonces, Sinead se quitó la careta, y Zakatrón -pues ya no iba a ser nunca más Blakandeker- comprendió. Había sido ella todo el tiempo, Era la mismísima Karmele Marchante, ávida de poder y pleitesía hacia su persona. Había descubierto, con infinidad de micrófonos ocultos por toda la ciudad, que aquel zumbado se las daba de contracultural y de tío duro. Creó una mentira en la que Zakatrón caería sin remedio, hasta ser destruido.
Karmele se acercó a Zakatrón y le miró con lástima. Al fin y al cabo, se había encariñado de él. De aquel gusano antitodo que no quería formar parte del sistema.
—Que sepas que el del bombín me lo hacía peor —susurró, a modo de disculpa.
Zakatrón vio pasar infinidad de imágenes por su mente, y lloró. El disfraz de payasa, los tarados de la guitarra, el asesinato en directo... todo había sido una pantomima.

Bueno, lo del asesinato no, que a Karmele ya le estaba eclipsando Lecquio y no sabía cómo quitárselo de encima.



No hay comentarios:

Publicar un comentario