miércoles, 14 de octubre de 2020

La llave de la escuela (Geodana)

 

Tenía la edad de 10 años. Por suerte, no corría la suerte de otros niños de su entorno. La mayoría de chavales de su edad, tenían que empezar a elegir entre seguir estudiando o ayudar a sus padres en las labores del campo y ganadería. Hablamos de elegir, por no decir que la grandísima mayoría no tenían más opción que dejar los estudios.

El padre de María José, era director en un colegio en un pueblo vecino, y su madre era profesora en un colegio del pueblo vecino que estaba a tan solo, unos 5 km del pueblo.

Como cada mañana, Don Francisco salió antes de casa para abrir la escuela, y su esposa preparó a María José y sus otras dos hijas para ir al colegio. Entre las tres, había una diferencia de a penas un año, pero María José era la mayor de ellas.

Ellas cursaban sus estudios en el colegio del pueblo así que, tras dejarlas en este, la madre se dirigió andando al pueblo vecino para realizar su jornada, tal y como hacía cada día.

Por aquel entonces ya estaban las cosas turbulentas en el país, de vez en cuando se veían pasar bandos de militares cruzando el pueblo para dirigirse hacía el frente, hacia Madrid o hacia su propia muerte. Pero en el pueblo aún no habían visto más que esos pasos y confiaban en que la cosa no fuese a más, por lo que seguían con su rutina habitual.

La familia de María José nunca se había determinado sobre sus ideales políticos, y tampoco ella por entonces se preocupaba de eso, era tan solo una niña.

Cuando acabaron las clases, las tres hermanas esperaron a su padre para volver juntos a casa. Aunque era un pueblo pequeño y podían volver solas, esa vuelta a casa con él era un momento especial para los cuatro.

Llegaron a casa y después de comer y hacer las tareas que Don Francisco revisaba exhaustivamente, las tres niñas se fueron a jugar, como cada día.

— No os alejéis mucho — dijo Don Francisco —. No quiero que llegue el día en el que veáis lo que no deberíais de ver.

Él, por supuesto, sí era conocedor de la situación actual. No era ajeno a que, en cualquier momento podría cualquiera de los bandos decidir alterar el pueblo, pero no quería modificar innecesariamente la normalidad de la infancia de las niñas. Por lo menos, por el momento.

Ellas normalmente no se alejaban mucho de casa, pero esperaban a su madre en la entrada del pueblo, para volver a casa con ella.

Esa tarde, Doña Teresa se retrasaba más de lo debido y las niñas decidieron volver solas. Quizás en algún momento se habían despistado y no la habían visto.

Cuando llegaron, Don Francisco estaba muy nervioso.

    ¿Y vuestra madre? — preguntó.

    Hemos estado esperando donde siempre y como no venía, pensamos que ya estaría en casa —. respondió María José.

La tía de las niñas estaba también allí. Había mucho nerviosismo entre ambos. Dijeron algo de que soldados del bando nacionalista habían entrado en el pueblo donde su madre trabajaba, y no pasaron de largo.

Pasaron la noche con su tía. A pesar de que ella intentó hacer lo posible porque pasasen una noche normal, incluso divertida, estaba especialmente alterada. Normalmente era una mujer calmada y tranquila.

Bien de noche, estando las niñas ya acostadas. Oyeron a su tía hablar con una vecina. Ambas hablaban de que era inevitable que esto llegase a la comarca y la vecina decía que por desgracia tenían que ser los malos los primeros en llegar. No sabían que pasaba, ni quien eran los malos, pero esa noche poco pudieron dormir. Habían oído hablar de soldados y de malos, era para preocuparse.

Muy temprano por la mañana, se empezó a oír mucho jaleo en la calle. Algo perturbó la tranquilidad del pueblo. Escucharon como la puerta de la casa se cerró de golpe y vieron como su tía, y muchos vecinos más, salían corriendo había la plaza del pueblo. Quisieron hacer lo mismo, pero no pudieron, la puerta estaba cerrada.

María José, a sabiendas de que pasaba algo, pidió a sus hermanas estuviesen tranquilas. No era la primera vez que se había escapado a escondidas de su casa, y así lo hizo de nuevo. Una vez fuera, se dirigió a la plaza del pueblo, allí de dónde venía todo el ruido.

Cuando llegó, vio docenas de soldados y pudo ver a varios hombres y mujeres en fila, maniatados.

No sabía que pasaba, no sabía quienes eran esos soldados, pero sí que pudo reconocer a su padre entre esos civiles.  

    Papá, ¿qué ha pasado? — gritaba mientras corría dirección a su padre —. ¿Dónde está mama?

De repente alguien la cogió del brazo y la impidió acercarse a su padre. Este se giró, la miró y pudo entender como susurrando decía:

    Sé valiente. Te quiero.

Al instante, oyó un estruendo horrible, y vio como su padre caía de rodillas mientras la miraba. Pero esa mirada triste, se convirtió de repente en una mirada vacía. Su padre ya no estaba. Solo quedaba de él un cuerpo inerte y un charco de sangre.

María José lloraba. Lloraba como nunca lo había hecho. No sabía que había ocurrido, solamente sentía tristeza y odio, mucho odio. Salió corriendo hacia el cuerpo de su padre y lo abrazó y mientras le besaba y le lloraba, notó que algo tenia en la mano. Era una llave, era la llave de la escuela de mamá.

Su tía se acercó, la abrazó y lloraron juntas. Que terrible imagen para una persona tan joven, que duro ver morir a tu padre de un modo tan cruel. La arrancaron de los brazos a su padre, le arrancaron de su vida a su pilar.

Volvieron a casa lo más rápido que pudieron, a penas sin escuchar lo que los soldados decían. María José no entendía nada. Quería saber qué había pasado, por qué habían hecho eso a su padre. Quería saber dónde estaba su madre.

Entonces su tía les contó que había dos grandes grupos de personas que estaban enfrentadas y que, en vez de sentarse y hablar, habían decidido luchar y con ello, era mucha gente la que estaba sufriendo y muriendo. Sus padres quisieron ocultárselo e intentar vivir con normalidad, con la esperanza de que no llegase a tocar a su comarca. Pero esta era paso para llegar a Madrid, y era muy posible que esto ocurriese.

Les contaron que el día anterior, cuando su madre salía de la escuela y cerró las puertas, varios soldados, sin mediar palabra acabaron también con su vida. No preguntaron, simplemente dieron por hecho que era del bando contrario y, por algún motivo que se desconoce, decidieron acabar con su vida del modo más cruel, tal y como hicieron durante esos tiempos con miles de civiles inocentes más. Su madre no tenía defensa, nada con que protegerse, más que la llave de la escuela que acaba de cerrar.

Su padre simplemente fue a buscarla, y cuando llegó aún estaba el cuerpo de Teresa inerte, en la puerta de la escuela.

Mientras su tía les contaba lo ocurrido y las tres niñas lloraban con desconsuelo la pérdida de sus padres, oyeron como los soldados que habían entrado en el pueblo llamaban a todos los ciudadanos a salir a la calle.

Y allí se encontraban de nuevo. Pero esta vez todo el pueblo, ancianos, mujeres y niños. Y una minoría de hombres jóvenes, el resto hacía ya tiempo que no se les veía. Habían ido a hacer el servicio militar, según les habían dicho. Jamás regresarían.

Las cuatro iban dadas de la mano. María José, que se resistía a soltar la llave que había cogido de la mano de su padre. Su hermana menor, su tía y la mediana, en este orden.

Uno de los soldados, dio aviso a la población de que todos aquellos que no apoyasen su causa, correrían la misma suerte que los asesinados a penas una hora antes. Algunos se revelaron y fueron brutalmente asesinados sin ningún tipo de escrúpulo. María José vio como su tía apretaba con furia las manos de sus hermanas, quizás queriendo ella también revelarse. Pero no lo hizo. Miró a las niñas y calmó su actitud, posiblemente solo por ellas. Era aguantar y ser sumisa a las órdenes de aquel soldado, o morir.

La última imagen que recuerda de aquel día, es la cara de su tía con los ojos llenos de lágrimas, soltando a su hermana pequeña de la mano para levantar el brazo hacia el cielo e intentar entonar, entre sollozos, una canción que María José no había escuchado hasta entonces, pero que la dejó marcada de por vida.

Volverá a reír la primavera.

Que por cielo, tierra y mar se espera.

La primavera llegó, pero hubo mucha gente que jamás volvió a sonreír por mucho que volviese a salir el sol miles de veces más.

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