miércoles, 24 de agosto de 2022

El cobertizo

Los recuerdos tienen el poder de hacernos cómplices del tiempo y volver como una losa a los momentos más duros de la vida. Es un bucle doloroso, muerde como una lamia hambrienta, deja en los huesos, tu alma. Cuando los guardas para ti son como un lastre que arrastras para siempre. Igual que Sísifo, en pos de transportar su piedra egregia hasta la cima, para volver al principio por toda la eternidad.

Como mi compañera, amante, esposa, te mereces saber la verdad. Todo aquello que no me deja conciliar el sueño y es dueño de mis insomnios desde hace tantos años. ¿Por qué no te lo he contado hasta este instante? Por cobardía; la de antes, por no evitar lo ocurrido y ser partícipe de los acontecimientos. Y la de ahora, por quedarme callado durante tanto tiempo. Por eso tengo la necesidad de escribirte estas letras, soltar el lastre por fin; siento asco por todo lo que voy a escribir, verás que no soy ese hombre ejemplar con el que duermes cada noche, por lo menos en aquella época no lo fui…

 

  Aquel chaval, de unos doce años por aquel entonces, siempre volvía de vacaciones al pueblo cada verano. La familia se alojaba en casa de sus abuelos paternos durante todo el mes de agosto. Nuestro grupo del barrio lo consideraba un intruso, un niño pijo de ciudad de gestos afeminados. El muchacho, consciente de nuestra animadversión, intentaba pasar desapercibido y nos evitaba a toda a costa. Sin embargo siempre conseguíamos acercarnos a él y era objeto de nuestras burlas… Pero aquel verano todo subió un escalón.

Fue uno de los chicos mayores, colíder del grupo, el que me indicó el camino.

─¡Vamos, está mañana tenemos una sorpresa! Dijo. Y me agarró del brazo tirando de mí.

El cobertizo abandonado se hallaba a las afueras del pueblo. Había estado algunas veces allí, jugando. Era un edificio de una sola planta, de tejavana. Su fachada estaba agrietada. La cal de las paredes había perdido su candidez  y su blancura; el musgo, los desconchones, poblaban a su antojo la vivienda. Una cerca desvencijada hacía inútil su servicio rodeando a un maltrecho huerto sin cuidar; dos limoneros languidecían secos y deshojados. Seguí al espigado zagal por una vereda de polvo amarillento, los cardos crecían a su antojo y eran casi tan grandes como nosotros, las pisadas sonaban en el albero opacadas por el polvo.

 

La vieja puerta de madera se abrió con un chirrido de sus goznes y la claridad del exterior no me dejó ver al principio el interior de la casa. Cuando mis ojos se habituaron al cambio de luz empecé a ver más nítido. Aquella habitación era un antiguo pajar; se podía apreciar los pesebres para las bestias y algunas alpacas desperdigadas y podridas sobre el suelo. En uno de los rincones se hallaba la totalidad de los chicos. Rodeaban en semicírculo algo que no pude apreciar. Escuché un lamento soterrado y algunas risitas. Cuando se percataron de nuestra presencia volvieron la cabeza, apartándose.

─¡Os estábamos esperando! Alzó la voz el líder del grupo. Un chico pelirrojo, con la cara cubierta de pecas.

Fue entonces cuando lo vi. Sobre un poste de madera donde otrora ataban a los mulos, se hallaba el chico de ciudad. Le tenían amordazado, con las manos por detrás del tronco, amarradas. Solo llevaba los calzoncillos puestos.

Me quedé petrificado. No supe reaccionar. Permanecí lejos del grupo, a cierta distancia. El chico que me había guiado se acercó al niño atado.

─¡Vaya, vaya, si el conejito ha caído por fin en la trampa!−Hizo una pausa mientras le cogía el rostro surcado por las lágrimas−. ¿Qué vamos hacer contigo, dime?

─¡Está aquí para su reinserción! Espetó el líder apartando a su colega.

El chico lloraba desconsolado, en sus pupilas se adivinaba un terror ancestral. La presa rodeada por una jauría, a punto de ser devorada.

─¡Vamos hacer una prueba muy fácil. Si la superas te dejaremos marchar!−El pelirrojo se acercó a una alpaca y sacó una revista porno de chicas, oculta dentro de ella−. Mira, esto es muy sencillo. Tú observas la revista y vemos tu reacción. ¡Bájenle los calzones!

Uno de los chavales se acercó hasta el asustado chico y de un tirón dejó al aire su sexo. El líder se plantó delante de su cara y comenzó a pasar las hojas de la revista una a una, lentamente. Las risas de todos se hicieron sentir. Como vieron que me alejaba, dos de mis colegas de juego me empujaron hacia delante. Yo estaba anonadado, no podía reaccionar ante lo que estaba viendo.

El jefe, llevaba más de media revista pasada y echó un vistazo hacia el miembro del niño atado, que no cesaba de llorar.

─¡Uffff…Agua…veo que no te gustan los chochos ni los buenos melones! ¡Esa ridícula cosita ni se ha inmutado!−Tiró la revista a un lado y le propinó una colleja− Creo saber lo que te gusta. ¡Soltadle, pero al loro con la puerta, no quiero que escape!

En aquel entonces pude reaccionar y quise huir de allí. Una sensación de repugnancia empezó a subir de lo más recóndito de mi estómago hacia mi garganta. Me ahogaba.

─¡Eh, eh, eh! ¿Dónde crees que vas? ¡Escuchad, no lo voy a repetir más veces. Esto es cosa de todo el grupo, de aquí no se va ni Dios! Dijo el pelirrojo sacando su navaja y blandiéndola delante de mis mejillas.

─Te juro que no diré nada… es que… es que… he recordado que tenía que hacer unos recados para mi madre. Balbuceé.

El jefe me miró con sus ojos verdosos y su cara pecosa se tornó en una mueca indescriptible.

─¡Ahora vas ayudar. Vamos, sujeta por detrás a ese maricón! Bramó, mientras descargaba su puño sobre mi estómago. Me doblé por completo de dolor. El silencio fue sepulcral.

Nunca me sentí más asqueado conmigo mismo como aquel día. El miedo me sometió, la impotencia… Aguanté desde atrás al pobre desgraciado al que habían obligado a ponerse de rodillas. A través de la mordaza le escuché suplicar.

─¡Deja de llorar, marica. Voy a darte lo que siempre deseaste! ¿Crees que no me he dado cuenta como nos miras, asqueroso? –La navaja se puso en su garganta, yo miraba horrorizado lo que estaba a segundos de ocurrir−. ¿Ves la faca? Nada de dientes o te rajo como un cerdo. ¡Fuera la mordaza!

Cerré los ojos. Escuchaba los vítores, los aplausos, y el gruñido de satisfacción del pelirrojo. Yo sujetaba fuerte; le clavaba las uñas al defenestrado niño, preso de la indefensión que me sometía. Me mordí el labio inferior de rabia, mientras las lágrimas bajaban por mis mejillas, calientes. Un estertor extraño dio paso a una gran ovación de parte del público presente.

─¡Límpiate ese hocico guarro!−Dijo, mientras se subía los pantalones−. ¿Quién sigue?

Dos de los chicos mayores se acercaron al desgraciado, ya no lloraba. Permanecía allí, de rodillas, la cabeza gacha. Yo lo miré y me sentí sucio, malsano. La risa cínica de aquellos chavales intuyeron que lo peor estaba por llegar.

─¡Agarradlo bien fuerte, ponedle otra vez la mordaza, vamos! Gritó el jefe sentado sobre una alpaca mientras se fumaba un cigarro liado.

La mayoría del grupo se abalanzó sobre él. El niño solo podía negar con la cabeza, farfullando a través de la tela que atosigaba su boca. Yo me arrastré hasta un rincón. En aquel momento yo ya no existía para ellos, objeto de la más vil actuación que perpetraban. Me acuclillé sobre mis rodillas ocultando mi cabeza con las manos, intentando tapar mis oídos. Había una ventana abierta. Podía haber escapado por allí, podía haber avisado en el pueblo de lo que estaba sucediendo allí, podía haber evitado aquella atrocidad, pero no lo hice. Sin poder evitarlo, preso de una repugnante curiosidad, comencé a mirar entre mis dedos. Solo vi un culo desnudo sobre un cuerpo inmóvil tirado en la sucia paja. Dos o tres niños esperaban en fila de a uno, desnudos, su turno.

No sé exactamente cuánto duró aquella pesadilla. Solo sé que hubo un instante en el que solo reinaba el silencio… El chaval fue recogiendo su ropa desperdigada por el pajar, su mirada estaba ida, ausente. Se vistió despacio; mientras el grupo comenzó a hablar de los nuevos fichajes de sus equipos favoritos de futbol. Como si aquello que acababa de ocurrir no tuviera la más mínima importancia. Cuando el muchacho abrió la puerta para irse se percataron otra vez de su presencia.

─¡Eh, mariquita, sabemos donde viven tus abuelos, como se te ocurra abrir esa boca chupona para largar lo que ha pasado aquí ellos sufrirán terribles consecuencias! ¿Estamos? Gritó uno de los chicos soberbio.

El chaval no contestó, se quedó mirando uno a uno a cada individuo que estaba allí. Algunos agacharon la cabeza avergonzados, otros sonrieron maliciosos. Yo me quedé petrificado, en aquella mirada me trasminó todo su dolor.

 

  No espero querida esposa, tu perdón. Ni siquiera te lo estoy pidiendo. Soy un ser aborrecible y lo único que merezco es desprecio… Cuando llegues a casa no me encontraras aquí; la carretera me conducirá a mi destino, aunque cada kilometro sea una puñalada rasgando mi espíritu maltrecho… He conseguido la dirección de aquel chico, después de años de búsqueda infructuosa... Le perdí la pista porque no volví a verle desde aquel día y como sabes por aquellos años mi padre consiguió un buen trabajo en el norte y nos fuimos del pueblo para siempre; jamás he vuelto a él... No sé qué le diré sí consigo que acepte mi invitación para verle. Solo quiero mirarle a los ojos y que mi alma hable por mí si las palabras se mutan en la garganta. Solo quiero decirle todo lo que en estos años, en estas noches insomnes mi corazón ha guardado.

Solo quiero…quiero…Descansar…

Por Cuervo

Consigna: Escribe el relato que quieras, del género que quieras. 

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