miércoles, 24 de agosto de 2022

El titiritero

Todo tiene un principio, aunque la mayoría de las veces desconocemos cuando empiezan las cosas; simplemente las aceptamos como si siempre hubieran estado ahí. ¿Cuándo comenzamos a caminar o a hablar?, ¿cuándo surgió la ciudad en la que vivo o cuándo se inventó el teléfono? No le damos importancia porque consideramos que esas cosas llevan con nosotros toda la vida y no podríamos decir qué hacíamos antes de que aparecieran.

Yo, por ejemplo, tengo un don que posiblemente nadie más tenga. A diferencia del hablar, caminar o cualquier otra habilidad aprendida, yo sí sé desde cuando tengo ese don. Era el día que cumplía seis años y el primero en probarlo fue mi hermano. No fui consciente de lo que pasó hasta bastante tiempo después. De hecho, no volví a emplear mi don hasta varios años después.

Aquel día, mis padres me habían regalado un coche teledirigido. Era el regalo más impresionante que me habían hecho nunca. Una réplica de un Porsche 911 de color gris. Llevaba detrás de aquel coche desde las últimas Navidades. Desde entonces había ahorrado cada céntimo que tenía para comprármelo y mis padres, de sorpresa, me lo regalaron por mi cumpleaños. A mi hermano también le encantaba aquel coche y se lo había pedido a mis padres en infinidad de ocasiones, pero mi cumpleaños era antes que el suyo y yo había recibido el regalo primero.

Eso no le gustó absolutamente nada. Esa misma tarde, cuando mis padres se encontraban en la cocina y nosotros en el salón, pisó mi coche haciéndolo añicos. Lleno de furia me lancé hacia él con ganas de pegarle hasta que me pidiera perdón, hasta que el tiempo volviera hacia atrás y mi coche estuviera de nuevo intacto. Le tiré al suelo y le comencé a golpear, pero de nada me sirvió. Él era mayor que yo y mucho más fuerte y, enseguida, la cosa cambió. Logró librarse de mis golpes, me agarró por el cuello y comenzó a apretar. Llegó un momento en el que pensé que me iba a matar.

Entonces pasó. No sé cómo, pero pasó. Empecé a pensar que aquello no era una pelea justa. Que ojala pudiera controlar a mi hermano y así dejar de apretarme el cuello. Cada vez pensaba más y más en aquello. Un instante después, estaba perdiendo el conocimiento y frente a mí todo se había vuelto borroso. Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos me vi. Vi mi propia cara ante mis ojos. Asustado di un paso hacia atrás y caí de espaldas contra el mueble bar derramando todas las botellas.

Ante el alboroto, mis padres aparecieron en el salón y comenzaron a gritarme.

—¿Pero se puede saber qué estás haciendo? —me preguntaba mi padre mientras me zarandeaba como un loco y luego me propinaba un bofetón. Entre tanto, mi madre abrazaba mi cuerpo inconsciente y le daba ligeros cachetes para que despertara—. Casi matas a tu hermano.

¿A mi hermano? Entonces miré en todas direcciones y en el espejo de la sala lo vi. Yo no era yo, era mi hermano. Estaba dentro de su cuerpo. Miré mis manos y descubrí que realmente eran las de mi hermano. En la mano derecha tenía aquel lunar que él tanto odiaba. Cuando me miré los pies vi sus zapatillas. Mi deseo se había cumplido, estaba controlando a mi hermano como un titiritero controla una marioneta. Era mi oportunidad de vengarme por romperme el coche. Tenía que hacer que mi hermano pagara por lo que me había hecho.

—Voy a darle una paliza a ese idiota—le dije a mi padre señalando mi propio cuerpo. Le di una patada a mi padre y simulé ir contra mí mismo—. El muy cabrón ha conseguido el coche teledirigido antes que yo, y os lo llevo pidiendo mucho tiempo. Por eso se lo he roto. Os odio. Ojalá os murierais todos.

—¡¿Qué has dicho?! —preguntó mi padre alterado. Cogió a mi hermano por la muñeca y lo levantó en el aire con un fuerte tirón.

Justo un momento antes de aquello, y sin saber cómo, regresé a mi cuerpo. Estaba en brazos de mi madre que no paraba de llorar. Cuando me vio abrir los ojos siguió llorando, pero con un ligero cambio: ahora el llanto era de alegría. Mi padre giró levemente la cabeza mientras seguía dándole azotes a mi hermano. Le propinó tal tunda que estuvo dos días sin poder sentarse.

—No le he hecho nada, ha empezado él —gemía mi hermano.

—Esto te enseñará a no decir todo lo que has dicho —le recriminaba mi padre.

—¡Yo no he dicho nada!

Minutos después, mi hermano lloraba en la soledad de su cuarto sin entender lo que había sucedido.

No sabía qué había sucedido ni por qué, solo sabía que me había colado en la cabeza de mi hermano y había hecho de él lo que había querido. Lo mejor de todo, era que él no parecía recordar nada. Me acerqué a su cuarto a hablar con él y a que me confirmara lo que yo pensaba.

—Vete —me dijo—. Por tu culpa me ha pegado papá. Cuando te coja ya verás.

—¿Por qué le dijiste eso a papá?

—¿Decirle qué?, yo no le dije nada —me respondió anonadado.

—Le dijiste que me ibas a pegar una paliza, le pegaste una patada y dijiste que ojala nos muriésemos.

—¡Yo no dije eso! Y no le pegué a papá. Si le hubiese pegado a papá me habría dado una paliza… —dejó la frase en el aire. Acababa de caer en la cuenta que lo que le estaba diciendo era cierto.

Era el momento de hacerle saber por qué le había pegado mi padre y que si volvía a hacerme algo lo pagaría.

—Tienes razón. Tú no has hecho nada y por eso no lo recuerdas. Yo he sido quién ha hecho todo. Mientras me estrangulabas me metí en tu mente y comencé a controlarte. Yo le dije todo eso a papá y yo le di una patada… pero era tu cuerpo quien lo hacía, y fue tu cuerpo el que sufrió el castigo.

—Te voy a matar, enano —me dijo mientras se ponía en pie. Levanté una mano en señal de detenerlo.

—Ahora has visto de lo que soy capaz. Vuelve a hacerme algo y me meteré en tu cabeza y haré cosas para que papá te castigue de por vida. Y si eso no es suficiente, cogeré los cuchillos de la cocina y empezaré a hacerte heridas por todo el cuerpo, y si aún así no me dejas en paz, el siguiente paso será subirme al tejado y saltar. Serás tú el que se mate, no yo.

 

Esa fue la primera vez que utilicé mi don, pero ha habido más. Me costó algún tiempo aprender a usarlo a voluntad y comprender las reglar que rigen la trasposición de almas, como que anteriormente tengo que haber estado en contacto físico con persona que quiero controlar y que solo puedo tomar posesión de su cuerpo treinta minutos; pasado ese tiempo, quiera o no, vuelvo a ser yo. He aprovechado mi don para sentir cosas que, por miedo, no habría experimentado nunca, como hacer paracaidismo, puenting o rappel. Lo he utilizado para meterme en la piel de Cristiano Ronaldo y Messi y ser vitoreado a la salida al terreno de juego. He vivido en mis propias carnes (bueno, realmente no eran las mías) la sensación de un parto. También lo he utilizado para lucrarme robando bancos y joyerías con otros cuerpos y recogiendo el botín del lugar donde lo había escondido cuando había recuperado mi propio cuerpo.

A pesar de tener una vida envidiable, también he llegado a temer por mi vida, como cuando, por error toqué a un yonki inmediatamente después de tocar a mi marioneta y cuando tomé control de su persona se había metido un pico y estaba al borde de la sobredosis. Al perder la consciencia, no pude regresar a mi cuerpo y casi me muero. También he tenido miedo cuando he tomado como huesped a un matón para cobrarme algunas venganzas personales y la cosa no ha ido tan bien como planeaba y me he visto envuelto en peleas y en tiroteos, pero eso son otras historias que ya contaré en su momento.

Por Dirdam

Consigna: Escribe el relato que quieras, del género que quieras. 

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