Por Carmen Gutiérrez.
Esmeralda entró en la cocina llevando las últimas bolsas de papel. Sobre la enorme mesa de madera extendió el contenido de las mismas y asintió al comprobar que no había olvidado nada. Los niños estaban en la escuela y aun le quedaban unas cuantas horas para preparar la comida. Se sentía tranquila, serena, a pesar de todas las noches en vela. Le gustaba cocinar, le encantaba llenarla casa de olores y ver las caritas de los niños cuando saboreaban sus platillos.
Esmeralda entró en la cocina llevando las últimas bolsas de papel. Sobre la enorme mesa de madera extendió el contenido de las mismas y asintió al comprobar que no había olvidado nada. Los niños estaban en la escuela y aun le quedaban unas cuantas horas para preparar la comida. Se sentía tranquila, serena, a pesar de todas las noches en vela. Le gustaba cocinar, le encantaba llenarla casa de olores y ver las caritas de los niños cuando saboreaban sus platillos.
En el cajón de la alacena encontró el recetario de la abuela Rosa.
Sonrío al recordar a la hermosa y amable mujer que la cuidó en todo momento
hasta que el cáncer le ganó la batalla. Casi podía verla inclinada sobre la
mesa, con una taza de té al lado, escribiendo con una letra pulcra y adornada
las recetas de su vida. El cuaderno lo habían comprado juntas al salir del
consultorio la fatídica tarde en que les anunciaron que el cáncer había vuelto.
Desde ese día, Doña Rosa dedicaba sus tardes a escribir sus mejores recetas. Buñuelos, mole poblano, camote en dulce
piloncillo, pollo en tomate, caldo de res, etc. Incluso había agregado una
sugerencia sobre la ocasión ideal para prepararlo. Esmeralda buscó la receta
idónea para ese día: Victoria ¿El resultado? Chamorro adobado. La abuela había
escrito:
Ocasión: Victoria. Cuando una de las metas se cumpla puedes festejar con este platillo. El chamorro es la parte de la pierna de la res que está justo atrás y debajo de la rodilla. Es una parte muy tierna de carne del animal. Lo cual hace de la combinación del adobo y las texturas toda una experiencia. El sabor fuerte del adobo se quedará impregnado en tu corazón y los jugos de la carne se intensifican cuando logras algo extraordinario después de una batalla. Ejemplo: lograr que el bastardo de tu ex marido pague la pensión alimenticia.
Ocasión: Victoria. Cuando una de las metas se cumpla puedes festejar con este platillo. El chamorro es la parte de la pierna de la res que está justo atrás y debajo de la rodilla. Es una parte muy tierna de carne del animal. Lo cual hace de la combinación del adobo y las texturas toda una experiencia. El sabor fuerte del adobo se quedará impregnado en tu corazón y los jugos de la carne se intensifican cuando logras algo extraordinario después de una batalla. Ejemplo: lograr que el bastardo de tu ex marido pague la pensión alimenticia.
·
1 pieza de
chamorro (800 gramos)
·
1 kilo
manteca de cerdo.
Esmeralda sonrió de lado, era la primera
vez que sonreía con sinceridad desde que “el bastardo” había firmado el
divorcio. No malinterpretemos, ella sonreía en presencia de sus cuatro hijos,
sonreía demasiado dirían algunos. A veces se sorprendía sonriendo mientras Franciso,
el mayor, le contaba que le había ido mal en la escuela, o que le habían pegado
a Joel de camino al parque. La vieja costumbre de fingir que todo estaba bien
frente a los niños le había quitado la espontaneidad a su vida. Pero ahora
incluso dejó salir una risita de satisfacción.
Adobo:
·
15 gramos de
chile guajillo
·
80 gramos de
ajo pelado
·
150 gramos
de crema blanca
·
10 gramos de
mejorana
·
25 gramos de
laurel
·
2 clavos
·
1 onza de
vinagre de manzana
·
sal al gusto
·
1 onza de
jugo de limón
Sacó todos los ingredientes y miró la hora
con preocupación. Le faltaba la carne y la manteca. Se llevó la uña del meñique
derecho a la boca, la fea manía de morderse las uñas le tenía las manos en
estado deplorable, pero no podía evitarlo; ante la mínima preocupación sus
dedos terminaban semi mutilados. Llamaron a la puerta.
Con el meñique aún en la boca, atravesó la
cocina, cruzó por la sala y abrió. Al ver al doctor Ballí sus nervios se
relajaron y su estómago soltó decenas de imaginarias mariposas que le hicieron
sonrojarse. El doctor entró con el paquete en la mano e hizo una pequeña
reverencia a manera de saludo. Siempre elegante, siempre caballeroso, con su
traje blanco de lino y su sombrero de ala estrecha parecía un ángel disfrazado
de hombre. Esmeralda le saludó con timidez y lo guió a la cocina.
—Su
pedido está listo —dijo el hombre dejando
el paquete sobre la mesa—, veo que se
dispone a cocinar. Encontrará que la carne ha sido tratada con toda delicadeza
y le brindará el sabor que busca. Le traje un poco más de lo acordado para que
los niños repitan porción, si lo desean.
—Gracias,
doctor —Esmeralda sintió que se le subían
los colores a la cara al notar la espalda fuerte y arrogante de Ballí—. Los niños están creciendo y ahora comen más.
—Es
de esperarse —replicó él—. Prepárese para cocinar cada día más. Ese par de
chicos que tiene crecerán con rapidez y necesitarán estar sanos y bien
alimentados.
—Gracias,
doctor —dijo ella sintiéndose más
estúpida de lo normal. Nunca sabía que decir en presencia del médico. Se ponía
tan nerviosa que parecía un perico repitiendo “Gracias, gracias” una y otra
vez.
—No
hay porque agradecer. Al contrario. Encuentro su situación excepcionalmente
interesante e injusta a la vez y el hecho de que usted me permita ayudarla me
hace sentirme profundamente agradecido. Este recetario es muy bello —tomó el cuaderno de la abuela y lo hojeó con respeto—. ¿Usted lo escribió?
—Mi
abuela lo hizo —respondió ella—.
Lo terminó justo antes de morir.
—Lo
siento. —Ballí continuó pasando las
recetas con sumo interés.
—No
se preocupe, doctor. Murió hace un año pero se preocupó por dejarme su legado
además de esta casa.
—Debió
quererla mucho…
—Sí.
Mi abuela fue la única que me apoyó cuando me divorcié. Mi madre me prohibió
volver a su casa, creo que se avergonzaba de que su hija hubiese sido despreciada
por un hombre.
—Una
mujer excepcional sin duda, me refiero a su abuela —dijo él abanicándose con el sombrero.
—Lo
siento, doctor… no pensé que hiciera tanto calor…¿Gusta un vaso con agua?
—Muchas
gracias —respondió el médico mirándola
fijamente mientras bebía del vaso que Esmeralda le acababa de dar—. De hecho, quería pedirle de favor… pero claro, si es
inconveniente yo entiendo que usted se niegue…
—No
podría negarme a nada que usted me pidiera, doctor —dijo ella conteniendo el aliento, con la esperanza de
que Ballí no notara la urgencia en su voz.
—Bueno,
ya sabe que viví mucho tiempo en el extranjero y no tengo mucha experiencia con
la comida tradicional, un hombre soltero como yo rara vez encuentra la
oportunidad de comer comida casera… ¿Podría comer con ustedes? Sé que es
grosero invitarse uno mismo a comer en casa ajena, pero en realidad tengo
curiosidad por probar la receta de su abuela.
—Doctor
Ballí, no es ninguna grosería. Permítame invitarle a comer, es usted
bienvenido. Es más, tome asiento y quédese conmigo…en la cocina, mientras lo
preparo todo, si es que no tiene otros compromisos.
El médico sonrió con tanto entusiasmo que
Esmeralda sintió que las mariposas de su estómago se habían mudado de prisa a
su entrepierna y para disimular su consternación abrió el paquete de carne que
había llevado el doctor y se dispuso a cortarla en cuadritos.
—Es
maravilloso —dijo Ballí sentándose a la
mesa—. Me encanta admirar el proceso de
la comida mexicana. Mírese, está usted hermosa en ese delantal, cortando con
tanta firmeza y precisión la carne. Podría admirarla por horas, si me estuviera
permitido.
—No
es nada del otro mundo —dijo ella
haciendo acopio de la poca seguridad que sentía ¿Había dicho que era hermosa? —. Una vez cortada la carne se fríe en la manteca para
sellar los jugos. ¿Lo ve? La manteca dora la carne en el exterior permitiendo
que los jugos se queden en el interior.
—Usted
lo hace parecer fácil, Esmeralda —dijo el
doctor con la voz entrecortada—. Existe gente negada para lo culinario. Yo cocino mi
propia comida y tengo buen sazón, al menos mi único comensal, que soy yo, nunca
se ha quejado.
Ella soltó una carcajada alegre que
retumbó en su corazón mientras desgranaba los chiles guajillo para ponerlo a
cocer. Se sentía bien hablando con ese hombre. Desde el primer día en que lo
conoció, se sintió libre.
—Ahora
ponemos a cocer en un poco de agua, los chiles con el ajo, la cebolla, mejorana, laurel, clavo, vinagre
de manzana y un poco de sal —aclaró la mujer mientras agregaba los ingredientes a la
olla- hay que cocer todo a fuego lento, el chile impregnará la cocina con el
aroma ¿Lo nota?
—Claro…mientras se
cuece todo eso…quiero que aclaremos algunas cosas, Esmeralda.
Ella asintió
mientras sacaba los trozos de carne frita y la colocaba con cuidado en una
cacerola de barro.
—Cuando aceptó mi
ayuda, me hizo el hombre más feliz sobre la tierra. Mi vida tiene un propósito
gracias a usted. Pero no quiero que se sienta comprometida conmigo de ninguna
manera. No es mi intensión ser una carga más en su vida y si algún día mi
presencia le resulta molesta no tiene más que decirlo y me dedicaré a cumplir
mi parte del trato…
Esmeralda sonrió
de nuevo. No se imaginaba el escenario en que ese hombre le fuera molesto, si
no fuera por él aún estaría limpiando casas ajenas para llevar un poco de
comida a la casa. El médico había logrado localizar al ex marido fugitivo, y a
través de sus contactos en los juzgados se aseguró de que la ley le hiciera
llegar la pensión que tanta falta le hacía. Era por su ayuda que su alacena
ahora estaba llena, después de años de estar peleando por un poco de comida.
—Doctor, no se
preocupe por eso —dijo ella—. Ahora voy a moler los chiles y todo lo cocido en la
licuadora. El ruido no me permitirá escucharle así que le pido disculpas de
antemano.
Ballí sonrió y se
dispuso a leer el recetario. Chiles en
nogada (Bodas, compromisos), cabrito asado (bautizos, primeras comuniones)
enchiladas suizas (cualquier día es bueno para enchiladas) pastel de arándanos
con arrayán (para los niños), el cuaderno seguía y seguía recomendando y
dando consejos.
—Me habría encantado
conocer a su abuela —dijo cuándo el sonido de la licuadora se detuvo-. Se ve que
era una mujer inteligente y amorosa.
—A ella le hubiera
gustado conocerlo, doctor. Mi abuela siempre me aconsejó que hiciera lo que
usted hizo con mi ex marido.
Los dos rieron de
buena gana. Esmeralda coló el chile, lo mezcló con la crema, bañó los trozos
dorados de carne con la salsa resultante y sirvió sendos platos. Los niños aun
no salían de la escuela pero ella quería comer sola con el doctor. Se sentía
como una idiota adolescente enamorada del profesor y lo miró expectante
mientras él probaba el chamorro. El doctor Ballí saboreó el adobo con los ojos
cerrados, se notaba el placer al comer ese platillo que Esmeralda había
preparado con tanta ilusión. Cuando dijo que estaba delicioso, ella pensó que
se iría flotando de felicidad.
—Espero que no le
moleste comer sólo conmigo, doctor.
—No podría molestarme,
Esmeralda. Cocina usted como los mismos ángeles.
Ella no cabía en
sí de gusto. ¿Qué importaba ahora que su madre le hubiese dado la espalda? ¿Qué
importaba si la gente hablaba mal de ella? ¿Qué importaba que su ex marido se
enterara? ¿Qué podía hacer ese “bastardo” encerrado y ahora cojo en el sótano
del consultorio del doctor Ballí? ¿Gritar? Eso tenía solución… mañana
prepararía Lengua en salsa verde y
asunto arreglado. El doctor Ballí sabía cómo cortar la carne y no tendría
problema en llevarle la lengua de su ex marido, así como no tenía problema en
comérselo. Sus hijos nunca lo sabrían, además… es obligación de los padres
alimentar a sus hijos ¿no?
10 de 10 muy muy bueno
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