Por Gean
Rossi.
—No puedo creer que llegáramos a esto. —Fue lo último que
le dije, antes de asesinarla.
Dos niños, una buena casa, ambos con buenos empleos y doce años de casados,
¿qué nos pasó? Pues, su estupidez y su forma de ser me volvieron loco.
Al principio de nuestro matrimonio, todo iba perfectamente. Nos amábamos tanto
que todo el mundo a nuestro alrededor era hermoso, poco a poco nos íbamos
adaptando como pareja casada. Luego se unió a este asqueroso mundo nuestra
hija, Anne, y con ella empezaron los problemas; discusiones, peleas, una que
otra vez nos alzábamos la voz pero nada del otro mundo, puras peleas tontas que no ocasionaron mucho
daño a la relación. Dos
años después, llegó nuestro segundo hijo, Juan, y con él los problemas se
duplicaron: más peleas, más gritos, y hasta un día llegué a alzarle la mano a
ella. Las cosas fueron empeorando día tras día, íbamos perdiendo el amor el uno
al otro, y lo poco que quedaba de ese amor era lo que nos mantuvo por doce
años, hasta que no lo aguanté más, y empecé a reaccionar.
La causa de todos los problemas pasó por culpa de ella,
nunca me di cuenta de lo estúpida y tonta que era hasta que un rumor llegó a
mis oídos: que andaba con otro hombre.
Lo peor de todo, eran sus amigas, las estúpidas de sus
amigas. Vivíamos en una calle ciega y al final de la calle se reunían todas las
vecinas (incluida mi esposa Carla), montaban unas mesa y se pasaban la noche
entera hablando y echando cuentos. No le daba mucha importancia a esas
reuniones periódicas, pues ella se llevaba a los niños y yo me iba a escribir;
siempre me ha gustado escribir, y en la casa contábamos con un estudio —que lo
utilizaba yo nada más porque a ninguno le interesaba entrar ahí— en el que
pasaba horas y horas escribiendo, pensando o simplemente mirando a la pared.
Pero las cosas empezaron a empeorar cuando aquellas
reuniones entre vecinas en la calle, fueron trasladadas a dentro de las casas.
Sí, se turnaban las casas para reunirse dentro de ellas, como para que pudieran
hablar cosas que no querían que nadie escuchara, y precisamente eso hacían.
Cuando empezó con esas reuniones dentro de las casas de las vecinas, Carla dejó
de llevarse a los niños y los tenía que cuidar yo, lo que hacía molestarme por
no poder ir a mi estudio y desestresarme escribiendo. Estas reuniones me fueron
preocupando un poco, pero seguía sin darle mucha importancia al final de todo,
seguíamos con nuestras vidas y todo bien. Pero empecé a sospechar que algo iba
mal cuando estas reuniones periódicas pasaron a ser diarias. Todas las tardes
desde las 3:00 pm hasta que oscureciese, esa mujer estaba dentro de una casa
hablando quién sabe qué. Y poco a poco era menos el tiempo que yo pasaba con
ella, cada día más distante a mi.
Fue cuando comencé a actuar, a buscar información,
descubrir qué estaba pasando. Y conseguí lo que quería.
Unas cuantas semanas después desde el día que empecé a
recoger información y averiguar lo que escondía mi mujer, yo me hallaba de
camino a la casa tratando de medio organizar mis ideas, pero ya era un hecho
así que la llamé:
—Hola, ¿dónde estás?
—Pues en la casa, cocinando.
—Ya voy para allá, tengo grandes noticias. —Seguro creería
que salí antes del trabajo.
—¿Ah sí? ¿Tan temprano te vienes? —respondió ella alegre, y
colgué. Lo que le esperaba no era precisamente alegre.
Llegué a la casa y la encontré en la pequeña mesa de dos
sillas que teníamos para desayunar, comía un sándwich de jamón muy bien hecho, Carla siempre
fue una gran cocinera, tenía buena sazón, por así decirlo. No me prestó mucha
atención cuando llegué sino hasta que cerré la puerta con llave que levantó su
cabeza.
—¿Por qué trancas? —preguntó ella con curiosidad.
—Para que no puedas salir.
—¿Por qué iba a querer salir?
—Para encontrarte con tus amiguitas las vecinas, por eso
cierro, pues hoy no vas a salir, hoy te quedas aquí escuchando porque tengo
muchas cosas que decirte. —Mi voz no sonaba feliz, más bien hablaba con fuerza
y propiedad.
—¿Qué sucede amor? —preguntó ella con preocupación.
—Hoy por fin me decidí, tras varias semanas de
investigación, tomé mi decisión —Mi fuerte voz producía un gran eco en la casa,
sólo éramos nosotros dos, pues los niños seguían en la escuela—. No salí
temprano del trabajo, estuve toda la mañana haciendo unas diligencias y entre
una de ellas, fui a emitir una carta de divorcio, aquí te traigo los papeles
que debes firmar para confirmar el trámite. Toma —le digo acercándome a ella
con una carpeta y un bolígrafo.
—¡¿QUÉ?! ¿Cómo es la cosa?
—Lo que escuchaste —dije con tono cortante.
—No, no, no, esto tiene que ser una broma, todo esto es un
chiste. —Ella se estaba volviendo loca con la noticia, se paró de la silla,
sacó un cuchillo de la cocina y se lo posó en el cuello— ¡TU ME NO VAS A DEJAR
A MÍ, SI ME DEJAS TE JURO QUE ME MATO! ¡ME MATO AQUÍ MISMO Y AHORA!
—Bueno haz lo que quieras pero antes tengo que decirte unas
cuantas cosas que sé.
—¿Qué sabes? —dijo ella. Temblaba tanto que el cuchillo
apuntaba a todas las direcciones menos al cuello.
—Lo que hacías con tus amiguitas en las reuniones. Ellas te
mal influenciaron, te empezaron a meter cosas en la cabeza, te volvieron loca
y, bajo la presión de todas éstas, empezaste a hacer todo lo que te decían.
—Tú estás loco… Ellas son mis amigas, hablamos de cosas
normales ¿qué me pudieron haber dicho?
—Te empezaron a decir que yo no te correspondía, que eras
mucha mujer para mí; te alejaban de mí, de nuestro amor. ¿Dónde están los
esposos de esas mujeres?, ¿su familia?, ¡NO TIENEN!, ¿y sabes por qué? Porque
son unas mujeres malas, mal intencionadas. Para nadie es un secreto que dejaste
el trabajo hace más de un mes y que estás saliendo de escondidas con otro tipo
por ahí a quién sabe qué. —Poco a poco iba descargando toda la ira contenida en
mis palabras, siempre he sido bueno para contener la ira y en ese momento la
controlaba perfectamente.
—¿Cómo sabes tú eso? ¡¿Quién te lo dijo?! —Empezó a llorar,
no, no llorar, más bien a gemir.
—¿Sabes quién me lo dijo? Natalia, una de tus “amiguitas”
de las reuniones, me contó todo lo que hacían, lo que hablaban. Te
traicionaron, son todas unas hipócritas entre ellas y contigo, te
transformaron. Tú no eras así antes, ¿dónde quedó aquella mujer amorosa que me
quería, que me daba besos a cada rato, que se acordaba de llamarme y
mensajearme cuando estábamos distanciados por el trabajo? Todo eso se acabó,
ahora ya no existe nada de eso de ti. Eres una nueva persona, y no solo te
cambiaron a ti, tú me cambiaste a mí. Con tu distanciamiento emocional y
físico, empecé a ver las cosas diferentes, ya no soy el hombre de antes, con el
que te casaste. Tú fuiste cambiada, yo fui cambiado; ahora no sabemos realmente
ni quienes somos… Pero lo que sí estoy seguro es que tú eres una loca, ahora
firma los papeles de divorcio y dejemos las cosas como están, tú haces lo que te
de la gana y yo hago con mi vida lo que me plazca —concluí yo colocando los
papeles del divorcio sobre la mesita.
—¡TE DIJE QUE NO PIENSO FIRMAR NADA! —Y se abalanzó sobre
mí con su cuchillo tembloroso.
Esquivé la acción de ella con un reflejo rápido que me
salvó la vida de una posible apuñalada. Ella cayó al piso por el impulso que
llevaba y me lancé sobre ella aguantándole las manos y haciendo más fuerza en
la que tenía el cuchillo.
—¡¿TÚ ERES LOCA?! ¡INTENTASTE MATARME! —Ella gruñía de la
ira, las lágrimas se habían secado en su cara lo que le daba un aspecto de
destrucción.
—Oh por Dios, ¡Oh por Dios!, ¿qué he hecho? —Ella empezó a
llorar otra vez, lancé el cuchillo que tenía en la mano a un lado, éste rodó
hasta chocar contra la
pared. Me levanté y empecé a llorar yo también.
—Mira como estamos, todo es culpa tuya, ¡me has jodido la
vida!
—Amor pero… Esto puede cambiar, volver a lo de antes, el
amor que nos dábamos, ¿por qué no recuperarlo? —Ella seguía en el piso
sollozando, se notaba que no tenía fuerzas para levantarse, pero no pensé en
ayudarla.
—No, amor nada, las cosas ya no van a mejorar, al menos no
para ti. Tú eres una persona nueva, ya no eres aquella hermosa jovencita que
conocí hace quince años. Todas las mujeres esas con las que te reunías te
cambiaron, y después hasta te consiguieron un hombre. Perdiste toda tu humildad
y belleza, ahora para mí no eres más que una loca desatada sin vergüenza; te
robaron tu inteligencia, tu manera de pensar, prácticamente te lavaron el
cerebro. Te volviste loca y ahora me volviste loco a mí.
—Si me dejas… ¡Me mato!, ¡TE JURO QUE ME MATO!
—Si te dejo lo primero que harás es ir con tus amiguitas a
contarles todo, y seguramente te casarás con tu nuevo novio que tienes por
allí, oh espera… Sí es verdad que los asesiné a todos. Sí bueno, estás sola,
por tu muerte no te tienes que preocupar, pues yo me encargaré de eso. —Empecé
a reírme luego de decir eso, me acerqué al maletín donde tenía los papeles del
divorcio y saqué una pistola. Wii
Uhh Wii Uhh. Una ambulancia, policía o lo que fuera venía en camino;
alguien había notificado sobre alguna de las muertes que llevé a cabo. Tenía
que actuar rápido y además los niños ya debían estar de regreso de la escuela.
Me acerqué a ella que aún estaba tirada en el suelo.
—Oh por Dios, ¡Esto puede cambiar! ¡NO LO HAGAS! —Yo creo
que ya no le quedaban lágrimas porque intentaba llorar y no podía, se veía
destruida y devastada, pero eso no me iba a detener. La apunté con el arma,
directo a la cabeza.
—No puedo creer que llegáramos a esto. —Fue lo último que
le dije, antes de asesinarla.
La sangre y parte de sus sesos se extendió por toda la
habitación, me temblaban las manos, y de pronto alguien abrió la puerta de la
casa.
ay, que mal! pobre, muy interesante la historia. Estaba muy metida en la historia y preocupada pero el ruido de la ambulancia me hizo reir jejeje
ResponderEliminarMuy buena!