jueves, 25 de abril de 2013

El ateo

Por Luis Seijas.


Las campanadas de la iglesia retumbaban a lo largo y ancho del pueblo, llamando a todos los feligreses a la misa del mediodía. Era el primer domingo de junio y Don Pablo estaba sentado en la plaza, disfrutando del merecido descanso luego de caminar veinte minutos, desde su casa hasta el kiosco de la Sra. Josefa para comprar el periódico. Era un ritual que religiosamente lo hacía el primer domingo de cada mes. Nadie sabía el por qué de esa costumbre, pero asi lo había hecho desde hacía 30 años.

Don Pablo observaba a la gente agruparse frente a la iglesia, saludarse y luego entrar con una sonrisa sincera y placentera. Él que había nacido bajo el seno de una familia católica practicante, siempre se había preguntado qué tenían esas cuatro paredes que atraían a tantas personas. Y qué le faltaba a él para sentir lo mismo.

—Buenos días, Don Pablo —dijo Doña Inocencia.

—Buenos días, mi estimada señora —contestó levantando su sombrero—. Va a llegar tarde para la misa de mediodía mi señora, ya todo el mundo entró.

—Y usted no quiere acompañarme Don Pablo, mire que nunca es tarde para reconciliarse con Dios.

Don Pablo se levantó e hizo ademán de caminar hacia la iglesia pero en el último momento, se desvió hacia la venta de chicha que estaba en la esquina de la plaza, se volvió y con una media sonrisa pícara y burlona.

—No pierdo mi tiempo allí dentro, además, no puedo reconciliarme con alguien con quien nunca me he peleado, porque simplemente dudo que exista. No entiendo por qué no ha desistido en hacerme esa invitación cada vez que me ve aquí sentado o es que acaso tiene otras intenciones, mi señora — dijo mientras tomaba un sorbo de chicha fresca y fría.

Doña Inocencia no tenía la mínima intención de dar su brazo a torcer en esa ocasión. Se acercó y pidió un vaso de chicha y lo levantó e hizo el gesto de brindar, gesto que a Don Pablo le causó más gracia. Pensaba en lo patética que se veía, intentándolo convencer nuevamente.

—Don Pablo usted siempre a la defensiva —un suspiró salió fuerte y sonoro.  

—Defensiva no… mi señora, soy objetivo.

Las campanas sonaron de nuevo. Y lo que había empezado como un día soleado, fue tornándose gris en la medida que las nubes iban cubriendo el cielo.

            —Si vamos a charlar, cosa que sé que va a ser asi, es mejor que nos sentemos. Veo que no tiene intención de entrar a su misa y a dejarme tranquilo descansando —dijo Donpa guiñándole un ojo.


Se sentaron al otro extremo de la plaza, bajo un araguaney que ya empezaba a mostrar sus características flores amarillas. Donpa pensó que esta vez él iba a comenzar a decir sus argumentos, antes que a Doña Inocencia le diera por sacar la Biblia que tenía siempre guardada en el bolso y empezará a leerle cuanto versículo se le atravesara.

            —Dios no existe. Dios no hizo el planeta tierra, ni nos dio la vida. Venimos de una serie de sucesos, explosiones, adaptaciones y evoluciones que dieron lugar a este planeta y por ende al ser humano que habita en ella. No creo en Dios, simplemente porque no hay pruebas de su existencia —Le señaló con rostro serio e impávido taladrándola con esos ojos azules fríos como el hielo.

            —Cómo se le ocurre decir eso Pablo —se santiguó y alisó la falda de flores. “La Falda Dominguera”  la había llamada una vez.

A  Doña Inocencia el color le empezaba a cubrir las mejillas y tomó un sorbo de chicha y  prosiguió. 

—Dios existe, Pablito y en cada amanecer  lo puedes sentir. En esos momentos donde no le encuentras explicación a lo sucedido, y la única palabra que brota de tu boca es “casualidad”… pues, allí está Dios. El hecho que no lo puedas ver no implica que no exista ¿No has estado en esas situaciones?

—Sí, pero nunca le he dado ese  nombre. —Se defendió frunciendo el ceño y cruzando los brazos sobre su pecho—.

—Tampoco puedes ver el aire y sabes que existe, de hecho sin él morirías —atacó de nuevo Doña Inocencia.

El rostro se le iluminó a Donpa como si estuviera esperando ese argumento. Mostró la misma cara cuando, en su época de colegio, al presentar un examen las preguntas que le hacían, eran las únicas que había estudiado y se sabía las respuestas al pie de la letra

—En eso tienes razón, sé que el aire existe y me es necesario, a pesar de no verlo porque si por un largo espacio de tiempo me tapan la nariz y la boca, moriré ¿Pero has sabido de alguien que muera por el hecho de no creer en Dios? —se defendió Donpa.

Doña Inocencia guardó silencio. Miró hacia arriba, buscando una réplica escrita en las nubes.

—No puedes ser tan… tan cabeza dura —suspiró y le dio gracias a Dios por el momento, sacó su Biblia y empezó a leer algunos versículos.

Pensó en decirle que el hecho de negar la existencia o de no creer en algo le otorga un pequeño un poco de forma y fondo… pero prefirió guardar silencio

Con una media sonrisa de triunfo, Donpa levantó su vaso en signo de brindis. Había ganado ese round, pero en el fondo se seguía preguntando por qué no sentía esa misma atracción hacia ese edificio.

Una llovizna empezó a caer y dio fin a la tertulia. Donpa se fue con su periódico bajo el brazo. Mientras que Doña Inocencia se preparaba para la misa de la próxima hora.


Las personas empezaron a salir de la iglesia y se enfilaban a sus carros para resguardarse.

A la semana siguiente, Don Pablo viajaba en un autobús que lo llevaría al sur de su país, para visitar a sus hijos y a su nieta recién nacida. 


3 comentarios:

  1. Uy, viejito terco! jajaja Me ha encantado! y me ha parecido chistoso la discusión y significativa! jejeje

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  2. Como dijo Woody Allen.No se puede probar la inexistencia de Dios.
    Es cuestión de fé.
    Generalmente éstas discusiones provocan adversariato, la gente se aferra a sus creencias no importando lo absurdas o disparatadas que sean.
    Es más probable que Dios exista.
    Pero dudosamente te lo puede explicar alguna religión.
    Por mi que cada quien crea el lo que quiera, si ésto les funciona.

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