Las campanadas de la iglesia retumbaban a lo largo y ancho
del pueblo, llamando a todos los feligreses a la misa del mediodía. Era el
primer domingo de junio y Don Pablo estaba sentado en la plaza, disfrutando del
merecido descanso luego de caminar veinte minutos, desde su casa hasta el
kiosco de la
Sra. Josefa para
comprar el periódico. Era un ritual que religiosamente lo hacía el primer
domingo de cada mes. Nadie sabía el por qué de esa costumbre, pero asi lo había
hecho desde hacía 30 años.
Don Pablo observaba a la gente agruparse frente a la
iglesia, saludarse y luego entrar con una sonrisa sincera y placentera. Él que
había nacido bajo el seno de una familia católica practicante, siempre se había
preguntado qué tenían esas cuatro paredes que atraían a tantas personas. Y qué
le faltaba a él para sentir lo mismo.
—Buenos días, Don Pablo —dijo Doña Inocencia.
—Buenos días, mi estimada señora —contestó levantando su
sombrero—. Va a llegar tarde para la misa de mediodía mi señora, ya todo el
mundo entró.
—Y usted no quiere acompañarme Don Pablo, mire que nunca es
tarde para reconciliarse con Dios.
Don Pablo se levantó e hizo ademán de caminar hacia la
iglesia pero en el último momento, se desvió hacia la venta de chicha que
estaba en la esquina de la plaza, se volvió y con una media sonrisa pícara y
burlona.
—No pierdo mi tiempo allí dentro, además, no puedo
reconciliarme con alguien con quien nunca me he peleado, porque simplemente
dudo que exista. No entiendo por qué no ha desistido en hacerme esa invitación
cada vez que me ve aquí sentado o es que acaso tiene otras intenciones, mi
señora — dijo mientras tomaba un sorbo de chicha fresca y fría.
Doña Inocencia no tenía la mínima intención de dar su brazo
a torcer en esa ocasión. Se acercó y pidió un vaso de chicha y lo levantó e
hizo el gesto de brindar, gesto que a Don Pablo le causó más gracia. Pensaba en
lo patética que se veía, intentándolo convencer nuevamente.
—Don Pablo usted siempre a la defensiva —un suspiró salió
fuerte y sonoro.
—Defensiva no… mi señora, soy objetivo.
Las campanas sonaron de nuevo. Y lo que había empezado como
un día soleado, fue tornándose gris en la medida que las nubes iban cubriendo
el cielo.
—Si vamos a charlar, cosa que sé que va a ser asi, es mejor que nos sentemos.
Veo que no tiene intención de entrar a su misa y a dejarme tranquilo
descansando —dijo Donpa guiñándole un ojo.
Se sentaron al otro extremo de la plaza, bajo un araguaney
que ya empezaba a mostrar sus características flores amarillas. Donpa pensó que
esta vez él iba a comenzar a decir sus argumentos, antes que a Doña Inocencia
le diera por sacar la
Biblia que tenía
siempre guardada en el bolso y empezará a leerle cuanto versículo se le
atravesara.
—Dios no existe. Dios no hizo el planeta tierra, ni nos dio la vida. Venimos de una
serie de sucesos, explosiones, adaptaciones y evoluciones que dieron lugar a
este planeta y por ende al ser humano que habita en ella. No creo en Dios,
simplemente porque no hay pruebas de su existencia —Le señaló con rostro serio
e impávido taladrándola con esos ojos azules fríos como el hielo.
—Cómo se le ocurre decir eso Pablo —se santiguó y alisó la falda de flores. “La
Falda Dominguera ” la había llamada una
vez.
A Doña Inocencia el color le empezaba a cubrir las
mejillas y tomó un sorbo de chicha y prosiguió.
—Dios existe, Pablito y en cada amanecer lo puedes
sentir. En esos momentos donde no le encuentras explicación a lo sucedido, y la
única palabra que brota de tu boca es “casualidad”… pues, allí está Dios. El
hecho que no lo puedas ver no implica que no exista ¿No has estado en esas
situaciones?
—Sí, pero nunca le he dado ese nombre. —Se defendió
frunciendo el ceño y cruzando los brazos sobre su pecho—.
—Tampoco puedes ver el aire y sabes que existe, de hecho
sin él morirías —atacó de nuevo Doña Inocencia.
El rostro se le iluminó a Donpa como si estuviera esperando
ese argumento. Mostró la misma cara cuando, en su época de colegio, al
presentar un examen las preguntas que le hacían, eran las únicas que había
estudiado y se sabía las respuestas al pie de la letra
—En eso tienes razón, sé que el aire existe y me es
necesario, a pesar de no verlo porque si por un largo espacio de tiempo me
tapan la nariz y la boca, moriré ¿Pero has sabido de alguien que muera por el
hecho de no creer en Dios? —se defendió Donpa.
Doña Inocencia guardó silencio. Miró hacia arriba, buscando
una réplica escrita en las nubes.
—No puedes ser tan… tan cabeza dura —suspiró y le dio
gracias a Dios por el momento, sacó su Biblia y empezó a leer algunos
versículos.
Pensó en decirle que el hecho de negar la existencia o de
no creer en algo le otorga un pequeño un poco de forma y fondo… pero prefirió
guardar silencio
Con una media sonrisa de triunfo, Donpa levantó su vaso en
signo de brindis. Había ganado ese round, pero en el fondo se seguía
preguntando por qué no sentía esa misma atracción hacia ese edificio.
Una llovizna empezó a caer y dio fin a la tertulia. Donpa se
fue con su periódico bajo el brazo. Mientras que Doña Inocencia se preparaba
para la misa de la próxima hora.
Las personas empezaron a salir de la iglesia y se enfilaban
a sus carros para resguardarse.
A la semana siguiente, Don Pablo viajaba en un autobús que
lo llevaría al sur de su país, para visitar a sus hijos y a su nieta recién
nacida.
Uy, viejito terco! jajaja Me ha encantado! y me ha parecido chistoso la discusión y significativa! jejeje
ResponderEliminarComo dijo Woody Allen.No se puede probar la inexistencia de Dios.
ResponderEliminarEs cuestión de fé.
Generalmente éstas discusiones provocan adversariato, la gente se aferra a sus creencias no importando lo absurdas o disparatadas que sean.
Es más probable que Dios exista.
Pero dudosamente te lo puede explicar alguna religión.
Por mi que cada quien crea el lo que quiera, si ésto les funciona.
Muy buena opinión! ^-^
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