Por
Gloria Antúnez.
De aquella noche ya hace tal vez dos años, pero aún
recuerdo aquel impactante suceso. Había huido del campamento para tomar un
respiro. La noche estaba más oscura que nunca y la luna emitía un pequeño
resplandor pero que apenas y dejaba entrever el camino que había decidido
seguir. Así fue como logré ver todo aquello.
La mujer bien podría haber tenido entre unos 25
a 26 años.
Poseía una cabellera plateada que le llegaba hasta la cintura. Su figura
curvilínea y hasta se podría decir delicada la hicieron parecer etérea bajo la
pálida luz de la luna.
Observé cómo sus ropas estaban rasgadas, incluso noté que
estaban llenas de barro.
A través de sus rasgos supe que provenía del Clan de los
lobos grises. Una manada vecina a la mía, el Clan rojo. La mujer era sin duda
una belleza aprecié, aunque a su alrededor se alzó un aura de tensión hacia la
persona que estaba frente a ella.
—Cómo puedes traicionarme de esta manera, Alaric.
“¿Alaric?” repetí el nombre dentro de mi mente. La mujer
había gritado el nombre pronunciándolo como si fuera una maldición. Yo me había
colocado tras unos árboles en contra del viento para que ninguno pudiera captar
mi olor. La distancia entre ellos y mi posición no era mucha.
—Esto es lo que soy, no puedo cambiar mi destino, nadie
puede.
Escuché que el hombre decía; su voz se apreciaba ronca y
gruesa a mis oídos. Me asomé entre los pequeños arbustos para verlo mejor.
—Gaia, no hagas esto más difícil de lo que ya es.
Cuando lo hice logré vislumbrar completamente la figura del
hombre. Y este no era uno del Clan. Sino que un enemigo de otra raza, vampiro.
Lo supe no solo por el color rojo de sus ojos si no que cuando giré la cabeza a
un lado capté el olor característico de ellos.
La mujer estaba en posición de defensa minutos después de
que logrará ver bien a su acompañante, el hombre o más bien el vampiro pasó el
dorso de su mano por el borde inferior de su labio como limpiándose algo con
ella.
Un siseo comenzó a filtrarse desde los labios del vampiro.
El hombre atacó a la mujer que respondió al nombre de Gaia. Esta logró esquivar
por poco el golpe mortal de aquellas garras. Aunque resultó herida en el
hombro. El miedo me había dejado inmóvil.
Los vampiros siempre fueron nuestros enemigos sin importar
el que. Que aquella loba, del clan gris se hubiera juntado con uno de ellos;
era considerado alta traición. Si otro del clan lo supiera moriría sin juicio.
***
Alaric tembló de rabia y miedo. Cada parte de su alma había
protestado por cada una de sus acciones. Su corazón, era de aquella mujer del
clan de lobos grises, quien había estado parada frente a él, y que desde el
mismo momento en que aquella palabra: “destino” había salido de su boca lo
miraba con desconfianza y miedo.
Y ella tenía en que basarse para acusarlo pues le había
herido y hecho, tanto heridas físicas como emocionales; desde el mismo momento
en que había levantado la mano en su contra.
Pero ya no podía dar marcha atrás en el tiempo.
******
Gaia respiraba con dificultad, a medida que esquivaba
los golpes de aquellas poderosas garras. La luna brilló sobre ella en el cielo,
pudo haberse convertido ya hace tiempo en su forma lobuna pero no lo hizo, debido
a que tenía la esperanza de que él recapacitara en algún punto.
—¡No puedes!
Aquel grito había desgarrado el silencio y abarcado todo el
lugar.
Como si hubiera sido un lamento. El lamento de una Vanshee.
Su transformación llegó rápido, la adrenalina de ser atacada tan reiteradas
veces fue el detonante. En su forma de lobo el pelaje que recubría su piel era
de un color gris que se asemejaba a la plata en la noche.
Alaric la observó fijamente, para aquellos que no supiesen
ver, se vería indiferente. Para el espectador del clan rojo quien se hallaba
oculto dentro de los arbustos era como si viera la batalla entre dos almas.
La mujer esquivaba y trababa de atacar en su forma de lobo.
Gruñidos, rugidos y siseos parecidos a los de una serpiente se dejaban escuchar.
La pelea parecía una maraña de cuerpos. Un aullido se dejo escuchar de lejos
antes de que los dos contendientes se quedaran paralizados por unos minutos.
Los presentes sabían que significaba aquello, ya no había más tiempo. Uno de
ellos tendría que morir para que el otro sobreviviera.
Alaric arremetió contra Gaia mientras esta trataba de
morderlo y esquivar sus ataques. Tano el lobo hembra como el vampiro, parecían
parejos. El jadeo de ambas criaturas era audible en el silencio del bosque. En
tanto el lobo rojo, permaneció inmóvil, fascinado y aterrado por aquella danza
mortal que parecía no tener fin.
Alaric logro encajar una de sus garras en el muslo del
animal y este quedó con una gran herida abierta. Esta sangraba profusamente y
la loba empezó a disminuir el ritmo de ataques. El combate entre ambas razas no
era uno de fuerza sino de rapidez. La loba pareció aturdida desde el comienzo.
Incluso en sus ojos ámbar en forma de lobo, se podía vislumbrar la incredulidad
de lo que estaba haciendo.
Sin embargo Alaric ni siquiera pareció dudar de sus
ataques. La mujer lobo emitió un quejido antes de caer al suelo de nuevo ya en
su forma humana. Su cuerpo temblaba de miedo, desesperación y sobre todo de
rabia. Una que la estaba cegando. Se arrastro cómo pudo con la herida abierta
en el muslo tratando de huir, más no pudo.
Alaric se cernió sobre ella, aún con sus ropas hechas
girones y con su sangre negra manando de diversas áreas en su cuerpo.
—Te dije que huyeras.
Las palabras de Alaric sonaron frías y distantes. Más
sus ojos traicionaban aquellas duras palabras. Gaía podía ver el tormento
ante el cual se estaba sometiendo. Ella misma se sentía estúpida por haber
querido estar cerca de alguien a quien no debió amar de ninguna manera. Y
mientras los aullidos se escuchaban más de cerca.
Ella lo observo desesperada. Si lo descubrían los de su
clan, ella sobreviviría pero una parte de su alma no lo haría. Lo amaba después
de todo.
—Tú decides… —aquellas palabras salieron más en un
susurro entrecortado que otra cosa. —Te lo dije aquel día. Tu vida y la mía
están entrelazadas. Decide mi destino antes de que lleguen los otros. Además…
tenemos un observador. No creo que intervenga. Los rojos son cobardes por
naturaleza.
Aquello sorprendió a Alaric quien en ese momento seguía
mirando fijamente a Gaia, quien estaba respirando agitada en el suelo. Ambos
estaban hechos trizas. Ninguno de los dos se había contenido. Pues no estaba en
la naturaleza de ambos.
—Gaía…
Alaric seguía con su garra alzada por encima de ella solo que
ahora a centímetros del pecho. Solo un golpe más y podría acabar con ella. El
escucho un ruido como de pasos alejándose de lugar “Así que Gaia había tenido
razón…” pensó indiferente antes de mirarla de nuevo.
Gaía cerró los ojos resignada; respirando con dificultad no
quedándole ya fuerzas.
“Tengo que hacerlo” se dijo Alaric mientras su alma lloraba
a gritos que no la matara.
—Decide… —Lo insto ella.
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