martes, 27 de mayo de 2014

Días de guerra

Por Gean Rossi.

Las dunas parecían nunca acabar. Sus pisadas se hundían en la arena. No había rastro de plantas, agua, si quiera nubes que taparan el sol.
            —No puedo continuar —comentó su hermano con voz apagada.
            —¡Tienes que aguantar! no puedes dejarme solo —No podía imaginar qué haría sin él.
             —Me duele mucho la pierna —añadió su hermano apretándose el lugar de la herida con la vaga esperanza de que pudiese mejorar.
            —Se ve horrible…
            Donde lo había mordido la serpiente se había puesto de un tono morado oscuro, casi negro, que se extendía cada vez más. Tenía la pantorrilla terriblemente hinchada, parecía la pata de un elefante.
            —No debe faltar mucho, ¡tenemos que seguir! —Habían partido hace cinco días, ya no les quedaba ni comida ni agua. Estaban deshidratados, cansados, adoloridos y sobre todo tristes, porque las cosas no habían salido como pensaban.
            La guerra nos rodea, nos espera un mundo mejor, allá, a lo lejos… Era lo que siempre decía su hermano cuando se detenían frente al inmenso desierto, con la esperanza de que un mundo mejor los aguardaba al otro lado.
            Y allí estaban, asándose bajo el sol, perdidos en un infinito desconocido.
            Dieron un par de pasos más, uno aguantado del hombro del otro, cuando la pierna herida le falló a su hermano y cayó de bruces sobre la arena caliente.
            —¡Me duele demasiad… —Sus palabras se cortaron por un grito de dolor que fue como una apuñalada a su corazón.
            —¡No te rindas!, Yo sé que puedes seguir…
            —¡No! —Se detuvo para gemir de dolor—, ¡No entiendes!, debes seguir… tú solo. Consíguelo, hazlo por mí.
            —Pero… ¿cómo? ¡Tú eres mi guía!, con tu paso siempre seguro, podía haberte seguido hasta el fin del mundo…
            —¡Y mira hasta donde nos metimos! —Hizo un gesto de dolor— Continúa, hermano, yo me encontraré con mamá y papá y les contaré lo fuerte que fuiste… —Sus ojos se cerraron lentamente y su cuerpo dejó de estar vivo.
            Tras largas horas de caminata, pensaba que había fallado en su misión, cuando divisó frente a él un pueblo donde la gente caminaba por las calles, felices, y el sonido de las armas era algo desconocido.
            No aguantaba más y cayó al suelo. A los poco minutos escuchó una voz femenina, sentía que alguien lo llevaba en brazos.
            —¿Aquí no hay guerra? —preguntó con un hilillo de voz.
            —No, aquí estarás a salvo.

 – FIN –

Basado en:  «Guía», de Carolina Dilo.

1 comentario:

  1. El final es tan bonito!
    Pero la redacción deja mucho que desear, tiene varios errores de puntuación, y algunas letras sobran. Seguro con una revisión y cambios quedaría mejor :)

    Angélica Leal Rodríguez.

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