miércoles, 28 de mayo de 2014

El Cordón

Por Vanesa Ian.

     Cansado, pero feliz de haber tocado tres horas la guitarra ante un público de lo más cálido, me dispuse a llegar a mi casa y pasar directo al dormitorio, en donde me esperaba mi tan querida cama, la cena la pasaría de largo; así de enorme era mi cansancio.
     Apenas apoyé la cabeza en la almohada me dormí, sentía como las tensiones se iban de mi cuerpo instantáneamente. No sé cuánto tiempo habrá pasado desde que mis ojos se cerraron, pero creo que no mucho, y ahí estaba yo, despierto otra vez.
     Pero algo extraño estaba pasando, algo por demás de raro ¡Estaba flotando! Giré sobre mí mismo y vi mi cuerpo en esa posición tan conocida por mí, la cabeza entre dos almohadas y de costado. Sí, era yo, no cabía ninguna duda…
     ¿Pero qué estaba pasando? Esto tendría que ser un sueño, pero de alguna manera no lo sentía así, y si lo era, era el sueño más vívido jamás tenido. De repente me vino a la cabeza un fragmento de una vieja película… - ¿No quieres un globo? Todos flotan. - Dijo el payaso.
     Lo cierto era que sí, estaba flotando. Un hilo de color plateado salía de mi frente y me conectaba con mi otro yo dormido. Claro, me dije, es el famoso cordón de plata ¡Dios! ¿Esto es un viaje astral o me estaré muriendo? Sentí miedo, pánico… Esto no podía estar pasando. El mundo se llenó de colores, cada objeto del dormitorio emitía su propia luz. Era todo tan bello pero a la vez tan tenebroso que decidí salir.
     Afuera era lo mismo, cada luz, cada auto, cada casa, todo tenía su contorno brillante. Una figura luminosa cruzaba la calle y otra, tan oscura como la noche, estaba frente a mí. Traté de alejarme rápidamente, pero esto de flotar, no era lo mío. Pero ¿A dónde ir? ¿A quién recurrir? ¿Qué hacer? Doblé la esquina y la impresión fue tan grande, que mi mente tardó en asimilar lo que veía. Un ser titánico, de dimensiones enormes abarcaba toda la calle. Me quedé ahí, sin moverme, literalmente, estaba petrificado.
     Se acercó hasta mí, me miró, sus grandes pero habilidosas manos tomaron mi cordón de plata y lo cortaron. Entonces dijo:
- Será un placer tenerte acá.
     Desperté bañado en sudor, buscando mi cordón de plata. No lo encontré… Pero acaso ¿Alguna vez lo había tenido?


– FIN –

Basado en: «Diez Haikus para un haiga» de Romina Hernández García.

1 comentario:

  1. Me ha encantado! Muy bueno! Fácil de leer, sin errores, y muy buena la historia.
    Felicidades al autor!

    Angélica Leal Rodríguez.

    ResponderEliminar