viernes, 8 de agosto de 2014

¿Humanidad?

Por Gloria Neiva Antúnez.

El cielo era gris cuando la lluvia comenzó a caer violentamente. Max parpadeaba mientras la sangre era lavada de su rostro. No se reconocía a sí mismo en ese momento. Había sido reducido a un animal sin frenos. Lo último que retenía en su memoria era la sensación del hambre y luego de qué esta desapareciera, el instinto lo obligo a huir. Sus pulmones le ardían y protestaban por el esfuerzo de conseguir un poco de aire. Parpadeo un par de veces mientras el agua parecía a la vez aclarar un poco su mente.
Una parte de su ser consciente se preguntaba si ya había pasado la línea. La otra parte simplemente trataba de recordar el significado de porque era importante el cruzar la línea. Estaba en medio de un frondoso bosque. El barro cubría sus ropas a parte de la sangre que se diluía un poco con la lluvia.
Cayó de rodillas mientras jadeaba por aire; ya que respirar se hacía cada vez más pesado. Sus ojos le dolían, le pesaban y sin darse cuenta perdió la consciencia al minuto siguiente, y soñó. Soñó con el mundo antes de qué su propia bestia se hiciera camino fuera de él.
La siguiente vez qué Max abrió los ojos el sol estaba en su cara. Se levanto desorientado y tenía sed. La lluvia había dejado muchos charcos a su alrededor y tomo un poco del agua de esos charcos antes de renegar por ello.
Max se preguntaba por minutos a qué se encontró reducido en aquel lugar. Había probado la sangre de otro ser humano, su carne. Incluso comido cosas qué era mejor no recordar. No quería recordar y ni siquiera lo intento. Su mente trataba de procesar lentamente todo lo qué le ocurrió y lo protegía a la vez. Por lo qué en su inconsciencia esta le entregó vestigios de su pasado. Los buenos tiempos.
Durmió por horas antes de despertar, se levanto poco a poco y se estiro tratando de recobrarse. Una lágrima se escapo y cayó por su mejilla sin poder retenerla. No había nadie a su alrededor pero aún así se sentía expuesto. Había hecho algo horrible para escapar. Él lo sabía, sus manos y piernas temblaron, tenia cortes en todo su cuerpo. Sus ropas no eran más qué retazos de tela. Ni siquiera estaba seguro de cuánto tiempo había estado en aquel lugar. Se negó a rendirse aunque en su corazón sentía qué tal vez hubiera sido mejor para él morir.
Pero aquella parte primitiva qué en el encierro había despertado dentro de él, no se lo permitiría. Mientras avanzaba casi tropezando se cuestionaba a si mismo creyéndose un loco,  y qué tal vez la locura lo acompañaba ahora y por el resto de su vida.
Estuvo caminado sin rumbo durante minutos, tal vez horas antes de qué un vehículo casi lo atropellara. Hablaban una lengua qué el no reconocía, pero qué debería comprender le apuntaban con armas. Sus ojos se volvieron salvajes. Todo su cuerpo se tenso en espera para atacar. Le dispararon un dardo y cayó inconsciente.
“Volveré al infierno” pensó antes de perderse en la oscuridad. Cuando despertó otra vez, se encontró en una sala blanca y el temor se apodero de él. Todo su cuerpo tembló en un arranque de miedo mientras la puerta se habría.
El médico se acerco hasta él y le hablo. Seguía sin reconocer lo qué deseaba decirle este pero las palabras le resultaron familiares. Entonces le mostró una placa. Una estrella con dos laureles. Max no recordaba mucho de su propio pasado pero esa señal le provoco algo de confianza; aunque aún no permitió qué el médico se acercara mucho. Abrió la boca para decir algo, pero ninguna palabra salía de sus labios. Era como si se hubiera olvidado de cómo hablar.
Al otro lado de la sala.
—¿qué le paso?
—No sabemos señor. Suponemos qué se ha escapado de una de las salas de reclusión clandestina del otro lado.—Le informo el militar a su superior.
—¿Es nuestro o de ellos? ­—le pregunto entonces en un tono neutral.
—De los nuestros. Lleva la marca en la pantorrilla derecha.
—¿Reconocimiento?
—Maximiliano O`Donnel, distrito 4, villa 12. Desaparecido hace siete años.
—¿Ya ha dicho algo?—le pregunto entonces frunciendo el ceño.
—No señor, creo qué lo han anulado. Su mente parece un poco ida. Trato de atacarnos un par de veces y tuvimos que sedarlo. Parecía más un animal qué humano.
—Haga lo más qué pueda para que el sujeto hable. Si lo hace tendremos la prueba para lo qué hemos esperado todo este tiempo. Ya no más abusos de esos bastardos del otro lado qué se creen superiores. Es importante. ¿Sabe lo qué significa si conseguimos a uno de estos vivos y tan conscientes cómo para testificar?
—Sí señor. Significa la guerra.
El comandante parecía cansado pero asintió, y sus ojos azules cargaban una rabia y odio viejos. Su raza estaba cansada de los otros, de esos qué se creían más qué ellos.
Los pensamientos del comandante eran qué “los otros” deberían pagar por sus crímenes. Ellos habían manipulado la naturaleza y ahora estas creaciones -que siempre poseyeron consciencia propia- se levantarían contra su creador para matarlos. El pueblo del comandante trató por todos los medios de convencerlos de la paz, pero no temían a la guerra, y era justo lo qué estaba a punto de comenzar.
La extinción de la raza qué se creía con el derecho de llamarse más humanos qué ellos.

Fin

Basado en: «Insurrección» de Robe Ferrer.

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