domingo, 29 de septiembre de 2019

Frente al mar

―¿Te querés casar conmigo?
Juro que me tomó por sorpresa. No creí que Javier me lo propusiera ese fin de semana. Lo miré ahí apoyado en su rodilla derecha, con el anillo en su cajita y los ojos llenos de lágrimas. El cielo alto, celeste. Una primavera precoz que nos abrazaba a ambos. A nuestro futuro. ¿Me quería casar? Quizás. Pero él merecía una decisión en ese momento.
―Sí…Obvio que sí.
Él me abrazó y me besó en la boca, cálido. Dulce. Me puso el anillo y como en las películas de Hollywood, caminamos hasta el atardecer por la costa. Fue un día de ensueño, sí.
Esa noche brindamos con sidra porque el champagne no es lo mío y Javier siempre lo supo. Tarde nos fuimos a la cama e hicimos el amor. Luego él se quedó dormido y yo tardé un rato en poder descansar. Todo se había transformado en mi vida. Ahora yo sería parte de él, de su familia. De esa cabaña junto al mar que tanto me gustaba. Imaginé los veranos y fines de semana largos ahí. Las caminatas a la mañana, el sol y los mates.
Esa noche dormí salteado. Una emoción así no era algo de todos los días y mi sueño siempre fue liviano. Desperté a la madrugada y pude sentir el ruido de las olas a metros de mi habitación. “Mi habitación”, me repetí emocionada.
Me levanté porque estaba inquieta. En una hora ya saldría el sol entonces decidí salir a caminar por la playa. Con cuidado me puse las botas - las noches ahí eran frescas-, agarré la chalina y salí.
El aire fresco de la playa me envolvió y me sentí libre. A pesar de que pronto me ataría a alguien, sentí que podría hacer cualquier cosa que me propusiera. Me di cuenta que estaba tranquila. Que casarme era una necesidad para alejarme del pasado. De las reglas y las imposiciones. Sí, atarme a alguien me liberaba.
Caminé un rato largo mientras el sol comenzó a aparecer. Estaba sola, aunque pude notar unas huellas en la arena. Frescas, recientes.
El mar estaba sereno y las gaviotas sobrevolaban la orilla. Y de pronto, apareció delante de mí como una aparición. El mundo se paralizó y yo me estremecí. Sus ojos verdes me miraron de frente como hacía tiempo que nadie lo hacía. Me desnudaron de pronto y me interrogaron en silencio. “¿Quién sos?” “¿Qué hacés sola acá?” “¿Por qué no te conocí antes?”.
No tuve miedo. Al contrario, pensé en una tarde de invierno junto a él frente a la chimenea, tomando chocolate caliente. Mientras el tiempo no pasaba, su mano apenas rozó mi piel y el cosmos explotó en miles de átomos. Sus pupilas dilatadas me mostraron el mundo de lo posible donde la vida era otra y los dos estábamos juntos.
Un rayo de sol descargó su energía en mis ojos y el tiempo se aceleró de golpe.
―Disculpame ―dijo torpemente y se presentó―: soy Maximiliano, Maxi. Vivo en aquella cabaña ―, señaló con el dedo. Me di cuenta que estaba nervioso porque le temblaba la voz.
Yo estaba muda. Mi corazón latía acelerado y sentí que mi cara se incendiaba de golpe. ¿Qué estaba haciendo? Me iba a casar pronto, ¿y un pibe cualquiera me hacía temblar las piernas? Me regañé, aunque era difícil concentrarme en algo.
―Soy Ana. Un gusto…me tengo que ir ―dije estúpidamente y volví a mi cabaña. Algo me contestó, pero el viento se llevó sus palabras o no quise escucharlas.
Ese día fue un infierno. Estuve despistada y me oculté de mi prometido que creyó que me estaba arrepintiendo. ¿Era eso? Podía arrepentirme si quería, pero ya había dicho que si luego de cinco años de noviazgo. ¿Quién hace eso luego de conocer a un tipo en la playa? Me centré. Yo tenía esa capacidad de autocontrol desde chica. Desde que mi madre me recriminaba la falta de técnica en la danza o cuando desentonaba en las clases de canto. Mi prometido me había rescatado de esa vida de regaños y le debía agradecimiento. Él se merecía que superara toda esa estupidez.
Pero la noche es traicionera. Y el insomnio es la herramienta de escape que tiene mi cerebro cuando las cosas no marchan bien. Al alba aparecieron otra vez mis ojos abiertos y la necesidad de perderme en esa mirada verde clara.
Me levanté ansiosa. Iría una vez más para demostrarme que eso que había pasado con Maxi era solo un momento de debilidad humana. Un titubeo por los recientes acontecimientos. Nada más que eso. Y salí de la cabaña dispuesta a demostrarme valentía y adultez ante la situación.
Caminé un rato y me fui calmando. Me reí sola por los sucesos de la noche anterior y me sentí con más confianza. Pero todo eso se esfumó al verlo venir. Caminaba con suavidad, como si flotara. Llegó a mí y tomó mi mano. Fue tan familiar esa sensación que me dio terror de lo que podría pasar.
―No dormí nada…me la pasé pensando en vos. En esa carita aniñada que tenés…
Mis piernas temblaron otra vez y quise llorar de impotencia, de temor, de sensaciones que hacía tanto que no sentía. Él se acercó y me inundó de un aroma diferente y conocido a la vez y, sin pedir permiso me besó en los labios.
Mi cuerpo se electrizó todo y no pude hacer nada más que besarlo también. Lento. Disfrutando de su boca dulzona y de los respiros que necesitábamos dar, aunque sin poder despegarnos al mismo tiempo.
Volví corriendo a la cabaña, como quien despierta de una pesadilla. Agitada y desconcertada. Mi prometido aun dormía y yo no sabía qué hacer. No podía decir que era amor, ¿o sí? Era extraño. Era diferente. Me sentí tan bien a pesar de saber que era incorrecto.
El mundo, el mar me decían que casarme no era lo que debía hacer. ¿Era eso? Estaba a punto de tirar todo por la borda. Mi vida, mi futuro, la cabaña que tanto deseaba.
Me hice unos mates. Necesitaba relajarme y volver a ser yo. Pero en ese momento no sabía quién era. Estaba definida por mi prometido. Por una carrera que no había elegido. Por un pasado gris y un presente mediocre. ¿Seguiría ese camino o me abalanzaría a un futuro con un desconocido pero que parecía entenderme desde siempre?
Dejé el mate y el anillo en la mesada. Caminé por la playa otra vez, con el corazón acelerado y la incógnita de un futuro sin planificar. Maxi que me vio desde la ventana de su cabaña corrió hacia mí. El sol, la arena, el mar eran perfectos junto a él. Estaba haciendo lo correcto. Me sonrió y se frenó a un paso de mi cuerpo. Temblé de ansiedad, de necesidad de ser abrazada por él. Me miró como la primera vez y como lo haría siempre desde ese día, y en un susurro casi imperceptible me preguntó si lo nuestro sería eterno.
Esta vez fui yo quien lo besó en los labios.

Consigna: relato ROMÁNTICO en el que encajes la frase «Si 14 vidas son dos gatos, aún nos queda mucho por vivir».

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