domingo, 29 de septiembre de 2019

La diligencia

Massimo no paraba de roer su lápiz. Desde que tuvo el acceso de ira al comprobar que debía eliminar la escena de la diligencia porque no cabía en el sendero y que habían perdido tiempo y dinero, nadie se atrevía a dirigirse a él. Los actores, sentados en torno a la mesa del estudio de grabación improvisado, le lanzaban miradas furtivas disimuladamente. Sabían de la importancia del tiempo perdido y que se le tenía que ocurrir algo pronto para llegar a tiempo a la presentación del corto al concurso de Nápoles.
La idea de rodar un western en Córcega les había parecido disparatada desde el principio. Pero Massimo era un genio. Capaz de lo mejor y de lo peor. Los recursos eran los que eran y no podía permitirse ir con su equipo hasta Colorado. De modo que los había convencido de que los estrechos de montaña y la vegetación que brotaba entre las rocas escarpadas de la isla eran lo más parecido al escenario real que podían encontrar y costear.
El guión era impecable y se ajustaba a los 10 minutos de duración que debía tener el corto. No habían tenido problemas para encontrar reses locales cuyos propietarios estaban encantados de cobrar por dejarlas ser guiadas por los "vaqueros". El caballo que habían alquilado y que se turnaban en montar Carlo, Mario y Lucca, era manso y su único defecto era que le costaba un poco galopar. Pero el cámara era un experto en sacar el máximo rendimiento a las tomas con ángulos que las hacían totalmente creíbles. También sería el encargado de tunear al manso con las pelucas equinas que llevaban para que parecieran tres caballos distintos. Todo estaba saliendo de maravilla pero la dichosas diligencia se había encargado de estropear el plan. La escena cumbre en la que Cara debía ser rescatada de la diligencia en marcha por el sheriff no se podía rodar porque los senderos eran demasiado estrechos y se encallaba constantemente. En su fuero interno Cara estaba contenta ya que no le hacía ninguna gracia que Carlo, el sheriff, la tuviera que coger por la ventanilla por la cintura y subirla a ese caballo. Por muy manso que fuera.
Así que allí estaban los cinco esperando que Massimo tuviera una idea brillante para sustituir a la diligencia. De todos es sabido que un western sin diligencia deja bastante que desear. Y al lápiz de Massimo ya casi no le quedaba madera que roer.
—Ya me encargo yo de la cena— anunció Lucca para relajar el ambiente.
—Mientras no vuelvan a ser espaguetis tan "rabiosos" que no se puedan comer— comentó Mario.
—¿Acaso se te ocurre algo mejor que se pueda hacer con esta porquería de hornillo? En esto sí que parece que estemos en el Oeste—gruñó Lucca antes de alejarse hacia el rincón del almacén que les servía de "cocina".
Iban por la segunda botella de vermentino, sumidos en un tenso silencio sólo interrumpido por las maldiciones del cámara que, a su bola, intentaba retocar las tomas en su ordenador —qué difícil resulta filmar en una isla tan pequeña sin que se cuele el mar por todas partes— cuando se  abrió la puerta del despacho improvisado de Massimo al más puro estilo Catarella, provocando un portazo que retumbó en todo el almacén y sobresaltó a los presentes.
—¡Lo tengo! ¡En marcha!— gritó el guionista.
—¿A estas horas?— repuso Cara.
—¿A dónde?— quiso saber Carlo.
Les contó su plan. Había contactado con el chico que alquilaba las canoas en la playa. Traería una; también unas bicicletas y a un amigo carpintero con sus herramientas. Disponían de toda la noche para convertir la canoa en una estrecha diligencia. No sería muy complicado darle a ese amarillo una pátina para que pareciera madera, disponían además de las cortinas del almacén y del gran baúl del atrezzo para conseguir hacer la cabina. Los remos los usarían para crear la estructura y colgar las cortinillas.
—¡No puede ser tan difícil!— alentó a los suyos imbuido por el espíritu napoleónico corso. —¿A qué esperáis?— les gritó, impaciente, a los rostros de incredulidad que lo miraban. —¡Movéos!—
 De arreglar los efectos y de la falta de caballo de tiro para la canoa ya se ocuparía el cámara y su programa de retoques. En cuanto llegara el joven con el material se pondrían manos a la obra y por la mañana harían la toma de la escena de la diligencia tal como estaba prevista.
—Por cierto, tendremos que ensayar bastante ya que el chico hará de conductor-secuestrador. Tiene más experiencia en el manejo de canoas que Lucca. El resto hará todo como estaba previsto.
Esa noche la luz del almacén no tuvo descanso. Unos estaban trabajando en la transformación de la canoa, otros cosiendo, ensayando, imprecando o maldiciendo y todos bebiendo vermentino. El chico de la canoa resultó ser un actor bastante aceptable, aparte de apuesto, y a Cara se le había pasado el mal humor por tener que trasnochar.
El único que miraba todo con escepticismo era el cámara. —Raro, no digo diferente digo raro— no paraba de repetirle a su copa. —Y, como siempre, tendré que arreglarlo yo mañana—.
A la mañana siguiente, aunque un poco resacosos, pudieron rodar la escena sin grandes contratiempos. El vehículo circulaba sin problemas por los senderos, Cara fue rescatada con éxito, aunque un poco a su pesar, por el sheriff Carlo que la alzó en volandas a su caballo y salieron al "galope" del manso hacia un "Happy End" necesario en el género.
Al cámara ya le daría tiempo de adecentar un poco lo que hiciera falta con su ordenador durante el vuelo de vuelta que pudieron alcanzar, tras recoger todo y regalarle la canoa-diligencia al chico de la playa que la pondría de reclamo para los turistas en su puesto de alquiler.
Y los dejamos, vestidos de gala, algo adormecidos, a las nueve en punto de la noche cuando en el teatro Augusteo se abre el telón para el pase del "Concorso Cortometraggio, Napoli 2019".

Consigna: relato WESTERN en el que encajes la frase  «Raro, no digo diferente digo raro». 

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