domingo, 29 de septiembre de 2019

La desesperación de Juárez

Me llamo Billy. Mamá nunca me dijo quién era mi padre, así que… no tengo apellido. Me regaló este medallón antes de que aprendiera a hablar. Tiene una vela grabada y por eso los demás niños me llamaban así: Candela. Mejor que manito o tripas de chile. Sí, mamá es mexicana. El pueblo en el que me crié está justo al otro lado de la frontera y sus habitantes son casi todos blancos. Como mi padrastro, Thomas. Un hijo de puta grande y malo que nunca se cansaba de pegarme.
Me crié en un pueblo llamado Esperanza. Con mucha diferencia, el lugar más desesperanzador que he conocido. Mi "querido" padrastro, me arreaba al menos una buena paliza al día, lloviera o hiciese sol. Decía que lo hacía para enseñarme a ser un hombre, pero lo único que yo aprendí es a recibir una paliza.
La última vez que me puso la mano encima fue hace dos años. Me largué sin mirar atrás. Me fui a buscar fortuna. El legendario oro de Juárez. Quería enseñarle a ese cabrón que podía llegar más lejos que él en toda su vida… pero el mundo es un lugar muy duro. Aunque conocí a una chica, Molly. Joder, era preciosa… La cosa no funcionó; su padre se aseguró de ello. Así que he vuelto a mi pueblo natal. Sin oro y sin apellido.

Lo primero con lo que se encontró Billy al entrar en Esperanza fue con el sheriff. Le estaba esperando como si hubiera anunciado su llegada y quisiera darle la bienvenida.
—Vaya, vaya. Si es el pequeño Billy Candela —dijo, no sin desprecio—. Cuanto has crecido. ¿Encontraste el oro de Juárez? Nah, sino no estarías aquí con esos harapos.
—Hola, sheriff. No encontré el oro de Juárez porque no existe, es solo un cuento de hadas.
—Bueno. Espero que no vengas a causar problemas.
—No, sheriff. Vengo a visitar a mi madre.
—Por si acaso, dame ese revólver que llevas. —Indicó con su mano derecha la cartuchera del muchacho—. Te lo devolveré cuando te marches, y espero que sea pronto.
Billy sacó el arma de la funda despacio y se la entregó a la autoridad local; un buen amigo de su padrastro.
Caminó por la plaza del pueblo hasta que una voz femenina le llamó.
—Billy Candela, de vuelta en el pueblo y no has venido a verme… —acusó la mujer.
—Acabo de llegar, de hecho, tenía intención de que tu casa fuera la segunda parada de mi ruta, tras la granja de mi madre. —La chica se acercó a él y le dio un prolongado beso en los labios.
—Así que ahora haces planes; se nota que estás madurando, muchacho. Te he echado de menos, ¿sabes? —dijo coqueta.
Un par de mujeres que se acercaban hacia la pareja, se desvió en otra dirección y se metieron en la tienda de verduras. Las puertas de la cantina se abrieron y el dueño asomó su prominente barriga seguida del resto del cuerpo.
—¡Rossie! Mueve el culo, te necesito aquí dentro. Las bebidas no se van a servir solas.
La chica acudió a su labor seguida del recién llegado al pueblo. Cuando entró en el local todo el mundo se le quedó mirando. A pesar de no ser hora punta, el bar estaba bastante lleno. Algunos parroquianos se apartaron de la barra para dejarle hueco. Los que jugaban manos de póker dejaron sus partidas a medias para dedicarle toda su atención.
—El pueblo está raro —comentó Billy a la camarera.
—Hace dos años que te fuiste, todo ha cambiado. Es diferente.
—Raro, no digo diferente digo raro. Más que nunca al pueblo le pega más el nombre de Desesperación que el de Esperanza.
—Muchacho, si no vas a tomar nada lárgate a molestar a otro lugar —le espetó el dueño del local. Billy se tensó sobre el asiento y se llevó la mano a la funda del revólver sin recordar que lo había entregado un rato antes.
—Está bien. Rossie, ya nos veremos en otro momento.
—Espera, a este te invito yo —dijo la chica a la vez que le servía un whisky de una botella que tenía bajo la barra—. Este es el que el dueño guarda para los clientes especiales; no vayas diciendo por ahí que lo has probado o tendré problemas. Y dime, ¿encontraste el oro de Juárez que siempre decías que ibas a ir a buscar.
—No. Descubrí que solo es una leyenda. En Juárez no hay oro y nunca lo ha habido —Después de beberse el licor y cruzar algunas palabras más con la chica, abandonó el bar con dirección a la granja en la que vivía su madre.

Rossie fue mi novia durante algún tiempo antes de irme de Esperanza. Creí que estaría enfadada porque me fui sin despedirme. No quería que la nostalgia me atara a aquel lugar para siempre, si quería irme, ese era al momento. Imagino que lo tuvo que pasar mal, pero veo que no me ha guardado rencor.

En el puente que cruzaba el río estaban el reverendo y el sheriff charlando, así que decidió dar un rodeo y llegar a la granja por el camino trasero para evitar cruzarse con ellos. Instantes antes de cruzar la valla, escuchó disparos que procedían del granero. Cuando llegó, se encontró con su madre y su padrastro en el suelo y una escopeta humeante junto a ellos. Casi en el mismo momento llegó su madre con el reverendo y el sheriff.
—¿Qué has hecho, Billy? —preguntó el reverendo. El sheriff desenfundó su revólver y le indicó que levantase las manos y que no hiciera ninguna tontería. El reverendo se agachó junto a los cuerpos para comprobar que estaban muertos—. Será mejor que hagas caso al sheriff.
—Yo no he hecho nada —se excusó el chico dando un paso hacia atrás—. Soy inocente. Tienen que creerme —y dio otro paso hacia atrás.
—No te muevas, Billy —indicó por segunda vez el sheriff—. No me obligues a dispararte.
Haciendo caso omiso de la orden, se giró y salió corriendo hacia el bosque. Sabía que allí no podía quedarse, así que decidió buscar refugio en el único lugar cercano en el que estaría a salvo: la casa de Rossie.
Al caer la noche trepó hasta la ventana del cuarto de la chica y llamó al cristal. En seguida la muchacha abrió y escuchó con paciencia lo que Billy le contaba. Ella le abrazó y le consoló durante un largo rato.
—Aquí solo te puedes quedar hasta el alba, luego sabes que mi madre viene a despertarme para acompañar a mi padre y mis hermanos al campo. ¿Tienes algún sitio en el que refugiarte hasta el mediodía? Entonces te llevaré un poco de comida y algunos dólares para que puedas viajar.
—En las montañas, en la gruta del acantilado. Es el lugar más seguro que conozco por aquí.

Es mediodía y oigo los pasos de Rossie que se acerca a la gruta. Sabe perfectamente dónde está porque aquí veníamos a dar rienda suelta a nuestra pasión. Oigo que me llama desde la entrada. En silencio me pongo en pie y me encamino hacia allí.
Al asomarme fuera de la cueva me encuentro con su mirada, la noto diferente, más que diferente rara; como el resto del pueblo. Se agacha y, para mi asombro, saca un derringer de debajo de su vestido.

—¿Qué haces Rossie?
—Quédate quieto y dime dónde escondiste el oro de Juárez. Sé que lo encontraste porque esa perra que has tenido como novia me lo dijo.
—¿De quién me hablas?
—De Molly. Llegó aquí hace dos días y me lo contó todo. Que había sido tu novia y que juntos habíais encontrado el oro y planeabais iros a California a empezar una nueva vida. Pero que su padre os había descubierto y a ti te había echado del pueblo y a ella la había recluido en un convento. Se había escapado y se dirigió aquí porque sabía que vendrías a buscar a tu madre. Lo que no sabía era que aquí me habías dejado a mí, embarazada de una niña que me arrebataron nada más nacer y de la que no he vuelto a saber nada. —Las lágrimas afloraban a la comisura de los ojos de la chica—. Así que, si no quieres que te mate como hice con ella y como he hecho con tu madre y su marido, dime dónde has escondido el oro.
—Rossie, baja el arma —pidió con el cerebro abotagado por toda la información que estaba recibiendo. No sabía que ella estuviera embarazada cuando él se fue. Tampoco sabía que Molly había ido a buscarle. Y, por último, no podía creer que Rossie hubiera matado a su familia.
—¡Cállate! Merezco ese oro después de todo lo que he tenido que pasar por tu culpa.
—Pero ya te he dicho que no existe el oro.
—¡Mientes! Ella me lo confesó todo.
—Tienes razón. No merece la pena mentir más. El oro está al fondo de esta misma cueva. Era el lugar más seguro que conozco.
—Aparta. —Cuando la chica pasó a su lado para entrar en la cueva, Billy se echó sobre ella para quitarle el arma y forcejearon. En esa lucha, Rossie tropezó y cayó desde el acantilado.
—¡Nooo! ¡Rossie! —gritó Billy cuando la chica caía. Una fuerte pena acompañada de un llanto inconsolable se adueñó de él. Se arrodilló en el suelo y comenzó a golpearlo hasta que los dos cañones de una escopeta se apoyaron en su cabeza.
—Billy Candela, quedas detenido por el asesinato de tu madre, tu padrastro y de Rossie Cooper —dijo el sheriff sin bajar el arma—. Pon las manos en la nuca y no me obligues a disparar.
—¿Cómo me ha encontrado? —preguntó entre sollozos.
—Rossie vino a verme esta mañana y me dijo que tras matar a tu familia habías acudido a su casa a confesarle todo, y que pensabas refugiarte aquí antes de huir a México al anochecer. Enseguida vine hacia aquí, pero parecer ser que ella llegó antes e intentó convencerte para que te entregaras. Te colgaré por todo esto, Billy Candela. Al ocaso tu cuerpo se balanceará en el patíbulo, dalo por seguro.

 Consigna: relato WESTERN en el que encajes la frase «Raro, no digo diferente, digo raro».

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