miércoles, 6 de agosto de 2014

Dragón de fuego

Por Vanesa Ian.

      Era la noche del dos de agosto en las afueras de Bariloche, una de esas noches que son frías, pero a la vez reconfortantes, cuando la vida te premia y estás dentro de una gran estancia, con el hogar rebosante de leños crepitantes y viendo caer la nieve detrás de un gran ventanal.
      El cumpleaños del abuelo había empezado a la mañana, con la llegada de todos los parientes que pudieron concurrir, los cuales no eran pocos. El Toto, apodo cariñoso con el que lo llamaban todos y especialmente sus siete nietos, cumplía noventa años.
       La mayoría de los invitados se estaban yendo, solo quedaban los que vivían muy lejos o en otras provincias. El abuelo, a pesar de sus recién cumplidos noventa, no dejaba de darle a la lengua, hasta que una de sus hijas llamó disimuladamente a sus dos nietos mayores.
̶ ¿Podrían acostar a su abuelo? ̶ preguntó Nancy, la única solterona de la familia, a la que en secreto le decían “la chupa cirio” porque se la pasaba en la iglesia y no dejaba de dar órdenes a diestra y siniestra.
̶ Pero si recién son las diez de la noche tía, dejemos que disfrute un poco más su día ̶ repuso Ezequiel, el menor de los dos.
̶ Para ustedes será temprano chicos, pero no olviden que su abuelo acaba de cumplir noventa años y se cansa con facilidad, no quiero terminar la noche en urgencias ̶ contraatacó Nancy.
̶ Si tía, ahora lo llevamos, no te preocupes ̶ terció Facundo, el mayor de todos, el que sabía mejor que nadie que discutiendo con “la chupa cirio” no se lograba nada.
       Se acercaron a su abuelo, quien en ese momento se hallaba sumergido en una gran discusión con su cuñado sobre quien ganaba el campeonato de fútbol local.
̶ Vamos a acostarte abuelo que ya es tarde ̶ dijeron al unísono Ezequiel y Facundo.
̶ Seguro los manda la aguafiestas de Nancy. ¡Son dos gobernados! ¡Uno veintiséis y el otro treinta años! ¡Qué vergüenza!
̶ No abuelo, queremos que nos cuentes la historia que nos debés desde que éramos adolescentes. ¿Te acordás? ̶ dijo Facundo, aunque hacía más de diez años que no pensaba en eso y siempre había creído que era un mal chiste para asustarlos.
̶ ¿Cuál? ¿la del Führer? ̶ preguntó Ezequiel con una sonrisa dibujándose en las comisuras de su boca.
̶ La del Führer no, él es uno de tantos, la historia es la del Dragón de fuego, así debería llamarse. Vamos que ya es hora de que se la cuente, ya están mayorcitos ̶ respondió Toto pensativo.
̶ Exactamente esa abuelo ̶ respondió Facundo, no podía creer que por algo que se le ocurrió de repente, surgiera esa historia olvidada que tanto había deseado escuchar en su adolescencia.
       Fueron hasta la habitación, lo ayudaron a ponerse el pijama y lo acostaron. Muy oportunamente Ezequiel preguntó:
̶ ¿En serio abue Toto nos vas a contar esa historia?
̶ Claro, son mis nietos, solo les pido discreción y que abran su mente. Lo que les voy a contar va más allá del sentido común.
̶ Estaremos muy atentos abuelo ̶ contestó Facundo ansioso.
       El abuelo, que desde hacía años esperaba el momento adecuado y nunca lo encontraba, temiendo que lo tildaran de viejo chocho o en su defecto de loco, empezó a contar…
̶ Solo voy a pedirles que no me interrumpan, excepto que sea necesario o no entiendan algo, aunque me temo, que mucho no van a entender ̶ dijo sonriendo ̶. Como ya saben, toda mi vida viví aquí. Antes esto era casi un páramo helado, solo había algunas chacras, una de esas era la de mi familia, lo que es esta estancia hoy. Criábamos ganado ovino, al igual que hacemos ahora, solo que en menor medida, los tiempos de antes eran diferentes chicos. Un día, siendo un muchacho de 22 años, conocí a una chica muy linda que vino a vivir a unos kilómetros de nuestra chacra. Su nombre era Elizabeth Blumberg. Se comentaba que era una refugiada de los campos de concentración de Auschwitz, era un secreto a voces. Acá mucho no se hablaba de la guerra, pocos tenían radio y el diario con suerte lo veías una vez al mes. No tardé mucho en hacerme su amigo, me importaba un carajo lo que dijeran, en ese momento creí estar enamorado… ¡No me miren con esa cara de tontos! ¡Después conocí a su querida abuela que en paz descanse! ̶ gritó el abuelo riendo con esa voz cascada.
̶ Pero si no te dijimos nada abuelo, seguinos contando. ¡No Pares! ̶ contestó Ezequiel, con esa cara de yo no fui que fastidiaba a medio mundo, menos a su abuelo.
̶ Bueno, no me interrumpan que me pierdo. Nos hicimos amigos sin darnos cuenta, nos veíamos en el pueblo cuando hacíamos algún mandado o en el campo. Si bien yo quería conquistarla, ella nunca se dio por aludida. Era mayor que yo, solo un par de años, pero en esa época… ya saben. Un día, mientras íbamos hasta el pueblo a comprar algunas cosas, me preguntó si sabía algo de lo que se comentaba en Bariloche sobre el Führer.
Yo había escuchado a mi padre hablar con el jornalero, decían que algunos hacendados que lo habían visto, estaban seguros de que era él.
̶ Pero abuelo, Hitler se suicidó en su bunker. Eso lo sabemos todos ¡cómo puede ser! ̶ interrumpió Facundo.
̶ Cállese la boca y escuche dije, los libros de historia ya los leí, esto es otra cosa. ¿Puedo seguir o no quieren saber de que va la historia? ̶ preguntó irónico el abuelo.
̶ Seguí abuelo, estoy más intrigado que nunca ̶ dijo Ezequiel. Y era cierto.
̶ Cuando ella me preguntó eso, lo negué, le dije que no sabía nada. No sé por qué mentí, ni tampoco me lo pregunten. Entonces Elizabeth empezó a hablar, supongo que necesitaba desahogarse con alguien y ahí estaba yo. Me dijo que se decía que era él o alguien muy parecido; el tipo era prácticamente un ermitaño, casi nunca se lo veía afuera. La gente que tenía trabajando para él se ocupaba de todas las faenas de su estancia. Hasta mi padre, que de vez en cuando le llevaba algún animal que venían a encargarle, nunca lo vio. Pero tenía una costumbre, u obsesión diría yo. Todas las noches caminaba hasta el puentecito que lo separaba de la estancia vecina, como ya sabrán, ese puente es público. Llegaba hasta ahí, se asomaba al barandal, se quedaba mirando el lago y prendía un cigarrillo, lo terminaba y volvía hacia su estancia. Todas las noches lo mismo, llueva, nieve o estén las estrellas, él estaba. Siempre.
̶ ¿Vos lo viste alguna vez abuelo? ̶ preguntó Facundo.
̶ ¿Era Hitler? ̶ repreguntó Ezequiel.
̶ ¿Puedo seguir? ̶ dijo riendo el abuelo y los tres rieron juntos.
̶ Adelante abuelo, no te interrumpimos más ̶ contestó Facundo.
̶ Bueno muchachos, ese día ella me dijo algo que me heló la sangre. Recuerdo esas palabras como si fuera hoy, y su voz… tan marcada con su acento extranjero, pero a la vez, tan firme y decidida. Ella me dijo: << Si es él, Toto, algo tiene que hacerse. Podrá protegerlo el poder político, la policía, el FBI, pero de mi, no podrá protegerlo ni el mismísimo Dios >>. Yo me sonreí y le pregunté si pensaba apuñalarlo con su lápiz labial, pero ella, mirándome seriamente a los ojos, me respondió: << No amigo mío, yo soy otra cosa, no soy solo lo que ves, cuando quiero puedo transformarme, ¿cómo piensas que me escapé de Auschwitz? >>. Chicos, les juro que en ese momento pensé que estaba alardeando, ella había sufrido mucho, perdió a toda su familia allá; creí que estaba dolida, escaparse a Argentina tan joven, sola, a la casa de unos tíos lejanos (los cuales la hacían trabajar noche y día sacándole hasta la última gota de sangre), era algo muy espantoso para cualquiera. A parte, para ser sincero, debo decirles que nunca me creí eso de que el Führer viviera a dos kilómetros de mi propia casa. ¿Ustedes lo hubieran creído si estaban en mi lugar? ̶ preguntó.
̶ No creo abuelo, tendría que verlo con mis propios ojos y así y todo mmm no sé…Hay mucha gente parecida en el mundo ̶ respondió Ezequiel.
̶ ¡Es verdad! La semana pasada vi un especial en televisión sobre gente común que era parecida a gente famosa y, puedo asegurarles, que algunos pasaban por gemelos ̶ acotó Facundo.
̶ Eso mismo creí yo muchachos, estén atentos que este es el final de la historia. Pasó algún tiempo hasta que ella volvió a tocar el tema. Después de ese día, si bien nos seguíamos viendo, hablábamos de otras cosas. Hasta que una tarde, caminando hacia el pueblo, me dijo: <<La otra noche me escondí al costado del puente Toto, lo olí, lo olfateé, es él, es ese maldito>> No sé la cara que habré puesto, supongo que una muy graciosa, porque al segundo la tenía encima mío, me tomó de los brazos con tal fuerza, que la marca de sus dedos me duraron veinte días; su cara estaba frente a la mía, nariz con nariz, y sus ojos… ¡Dios bendito!... estaban tan rojos como una puesta de sol en verano, esos ojos podían quemarme…y eso no era lo peor, lo peor era que yo quería arder en ellos. Ejercían una fascinación muy difícil de explicar, me doblegué ante ellos; ese día me perdí en sus ojos, chicos. Al instante volvió a tener los ojos de siempre, de ese azul tan nórdico que tanto me había cautivado y con ese acento suyo me dijo: <<Nunca me hagas enojar Totito, yo huelo con la mente ¿entiendes? y, por lo que más quieras, no te acerques al puente esta noche >>.
̶ Pero si te acercaste ̶ dijo boquiabierto Ezequiel.
̶ ¿Qué pasó en ese puente abuelo? ̶ preguntó Facundo con un hilo de voz.
̶ Esa noche me oculté entre unos árboles del camino y esperé a que ella pasara. Habrá pasado una media hora más o menos y ahí venía ella caminando como siempre. La luna llena bañaba su rubio cabello y su vestido rosa con una tonalidad luminosa, más que una mujer, era un fantasma. Dejé que se adelante unos cien metros y la empecé a seguir. Ella se estaba adentrando en una arboleda al costado del puente y yo me oculté lo más que pude entre unos arbustos. Desde donde yo estaba tenía el privilegio de ver en ambas direcciones. Pasaron unos minutos y un hombre con un bigotito muy particular, se acercó. Todo pasó muy rápido y en silencio, es por eso que él no se dio cuenta de que algo iba mal. Unos bruscos movimientos se adueñaron de ella, estuve a punto de salir disparado porque pensé que estaba teniendo convulsiones o algo así, pero en ese momento cayó al suelo y su espalda se abrió y de ella surgieron dos alas muy grandes y membranosas, sus uñas se convirtieron en garras. Su piel se fue deslizando de su cuerpo como una tela barata y en su lugar salieron escamas rojas, su boca se estiró hasta formar un hocico en el que sus dientes eran descomunales. Como un rayo se acercó y aunque él, preso del pánico quiso correr, ella lo sujetó con su garra derecha mientras la izquierda le desgarraba la camisa y dejaba su pecho al desnudo. En el segundo siguiente, esa garra estaba hundida en su corazón, y una voz, que no era de este mundo, dijo: <<ASESINO>>, mientras caudales de fuego carbonizaban su cara. Tiró su cuerpo como un despojo y levantó vuelo. Nunca más nadie volvió a saber de ella. Desapareció.
̶ ¡Dios mío abuelo! ¿Cómo pudiste guardarte eso? ¿Cómo hiciste? ̶ gritó Facundo.
̶ La abuela lo sabía y su padre también ̶ respondió
̶ ¿¡Papá!? ̶ gritó también Ezequiel.
̶ Si, no griten chicos, que la “chupa cirio” no lo sabe.
̶ Pero ¿qué pasó después? Algo tuvo que pasar ¿no? ̶ preguntó intrigado Facundo.
̶ No crean que pasó mucho, el diario del día después decía que habían hallado a un hombre de origen alemán carbonizado en un puente y que la policía estaba buscando si había testigos. Su nombre era Kurt, no me acuerdo el apellido. Lo gracioso fue que se presentó un testigo. Era el vago del pueblo, dijo con lujo de detalles lo que acabo de contarles, él estaba debajo del puente durmiendo y espió, yo nunca lo vi, ni él a mí, lo que fue una suerte. Obviamente nadie le creyó, y si hoy viviera, todavía le seguirían haciendo bromas y asustándolo, pobre hombre.
̶ ¿Y con ella que pasó? ̶ quiso saber Ezequiel
̶ Nunca nadie más la vio. Sus tíos estaban preocupados, sacaron su foto hasta en un diario de la capital, pero nunca más se supo nada.
̶ ¿Por qué nunca contaste esto abuelo? ¡Podrías haberte hecho famoso! ̶ dijo Facundo.
̶ Jamás muchachos, nadie lo creería…Ni siquiera sé si ustedes lo creen. ¿Lo creen? ̶ preguntó ansioso.
̶ Si abuelo, yo lo creo, te quiero viejo ̶ dijo Ezequiel al borde de las lágrimas.
̶ Yo también te creo y también te quiero abuelo, gracias por confiar en nosotros ̶ dijo Facundo con un nudo en la garganta.
       Se abrazaron los tres y se despidieron del abuelo hasta mañana para que pudiera descansar. Toto, se quedó despierto un largo rato recordando; cuando al fin se durmió, soñó con un ser todo rojo, un dragón de fuego, pero los ojos de este dragón eran azules, tan azules como un océano profundo, en esos ojos se acunó y descansó. 


Fin

Basado en «Micro relato del Haiku» de Romina Hernández García.

1 comentario:

  1. Me gustó. Salvo algun detalle minúsculo, la narración me parece que está perfecta. Saludos!

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