martes, 15 de diciembre de 2020

Oneiros (Ewateam)

 

Camina entre las sombras disfrutando, por unos míseros instantes, de una paz efímera mientras el olor acre del polvo que le rodea repta por su nariz y le embriaga sin poder evitarlo. Ataviado con su larga y negra capa se protege del viento frío del norte que se cuela incansable por sus dominios. Las arenas del tiempo que cubren cada rincón de su palacio reciben amorosas todos los pasos que él da con sus agotados pies. Podría simular que gobierna cada recoveco de su hogar, de su prisión, pero reconoce que no es verdad, que en algún lugar escondido en las tinieblas está él, incontrolable y maléfico, esperando su oportunidad y la certeza de esa amenaza arruina cualquier atisbo de serenidad que pudiera albergar su alma, si es que tiene alguna. Si a eso se le añade la tarea hercúlea que le ha sido encomendada es normal angustiarse. Que un Eterno se preocupe no es nada bueno. Lo sabe y lo acepta mientras vuelve a sus quehaceres divinos.

Con sus esqueléticos dedos albinos va rozando las infinitas vasijas de cristal almacenadas en el mar de estanterías que custodia. Da igual hacía donde dirija su mirada, baldas repletas de los más variopintos recipientes le devuelven su imagen distorsionada. Miríadas de colores aleatorios iluminan su paso sin orden ni concierto. Y así debe ser, nada puede dar la más mínima pista sobre el exquisito contenido que guardan. Siempre ha tenido el temor de que si supiera lo que hay en ellos hasta él podría caer en la tentación de abrir alguno y esparcir lo encerrado en su interior.

Al pasar junto a algunos frutos de la cosecha de hoy un hermoso ejemplar en vidrio, grabado con dos cenefas de símbolos arcanos, llama su atención. Al acercarse a él, el tenue movimiento de lo escondido dentro refleja su rostro bañado en un verde esmeralda hermoso y nítido. Sin querer, una ínfima sonrisa melancólica aparece en la comisura de sus labios y por un instante, fruto de un quimérico encantamiento, puede ver una versión afable de su siempre taciturna faz que le hace recordar cómo era él antes de que todo esto empezara, cuando aún era joven y libre. La tristeza vuelve a adueñarse de él.

De pronto oye, claro como el agua, el lejano sonido del cristal haciéndose añicos. ¡Está sufriendo otro ataque! El eco que reverbera como una pulsión espasmódica le avisa de que, esta vez, la distancia hasta el desastre es su mayor hándicap. La incertidumbre y la ansiedad le hacen volar por los estrechos corredores mientras escucha como siguen rompiéndose decenas de tarros cuyos trozos repiquetean profetizando una posible catástrofe. Parece que su enemigo quiere llevar en esta ocasión el juego al límite.

Al llegar a su destino ve frente a él como las esencias divinas y fugaces de los sueños derramados irradian luz y color mientras huyen y se evaporan hacia las alturas. No tiene tiempo que perder, debe contener todas las que pueda antes de que desaparezcan para siempre arrastradas por un viento que ha vuelto a convertirse en un aliado involuntario de su hermano. Sabe que alguna, como suele pasar en cada incursión enemiga, ya habrá escapado de este templo. Es la mano ganadora con la que juega su rival. Solo espera que no sea la que tanto tiempo él lleva temiendo y su antagonista deseando.

Con cuidado, pero con rapidez, utiliza su propia energía vital para recomponer las vasijas rotas e introduce en ellas los que ha podido rescatar. Al hacerlo se debilita, al igual que le pasa a su hermano con cada destrucción ya que el mundo onírico se nutre de ellos y ellos de él. Es este equilibrio cósmico el que los mantiene en eterna confrontación. Ahora pasará un tiempo hasta que ambos recuperen sus fuerzas y todo vuelva a comenzar. Fantaso utilizará la tregua para buscar aquello que más desea y Morfeo seguirá cuidando de sus tesoros mientras millones de fantasías humanas siguen llenando los infinitos huecos que hay a su alrededor. Levanta la vista y en la bóveda de su castillo observa el reflejo de una realidad que jamás estará a su alcance. Siempre ha deseado ser uno de ellos, pero debe conformarse con el papel que le ha tocado representar en esta tragicomedia que es la existencia. Al menos parece que de nuevo ha ganado a su rival. La rueda de la vida sigue con su lento girar y la humanidad permanece ajena a lo ocurrido.

Y mientras retoma su vigilante vagar por el solitario reino que habita no puede evitar pensar que algún día perderá. Que en este juego del ratón y el gato en el cual aquellos sueños que se volatilizan se cumplen, ya sean bondadosos o malignos, llegará el momento en el que el deseo que se ejecute al escurrirse entre sus dedos será el que anhele el fin de todo lo que existe, incluidos ellos. Y ahí acabará todo. Pero así debe ser, es una regla impuesta por Hypnos, su padre, ya que los mortales necesitan creer en algo que de vez en cuando suceda y llene sus vidas de aliento. Si no fuera así dejarían de soñar y entonces sí que todos quedarían condenados a un infierno sin fin. Esa es la profecía. Así que, como el buen peón de esta partida de ajedrez que es, seguirá combatiendo hasta el final ya que es su deber y su destino.

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