jueves, 9 de octubre de 2014

Dos punto cero

Por Matías Raña.

I
Adán observó la vasta llanura de casi dos mil metros bajo sus pies. Una roca pequeña cayó al vacío, marcando la trayectoria que pronto trazaría el treintañero de barba rala. Acomodó los enormes lentes sobre la mitad superior de su rostro; la experiencia pasada de un insecto impactándole a cientos de kilómetros por hora no era una oferta tentadora. Revisó cada tramo del traje ceñido al cuerpo, una aleación de acero flexible, maravilla de azul opaco que le daba un look sobrenatural y heroico a la vez. Por último ató su capa (roja, por supuesto) a los broches que hizo instalar especialmente sobre sus hombros. No iba a dejar pasar la oportunidad de emular a sus superhéroes favoritos de la infancia, y menos en una instancia decisiva de su vida. Si aquel experimento – “Uprgrade” le llamó su amigo Jonás – funcionaba, la tela colgando tras él sería el condimento visual idóneo. Asomó un pie fuera de la superficie del risco. El diseño microporoso del traje le permitió sentir el viento en la planta. Un escalofrío de emoción le corrió por la médula. “Por fin voy a cumplir mi sueño”, pensó, incapaz de enarbolar una frase menos cliché. Dio tres pasos hacia atrás, a fin de tomar impulso. Tomó la posición de sprint, e inició la carrera con el pie derecho, porque las cábalas son las cábalas. El vacío estaba a menos de tres metros, la gloria misma.
Un súbito tirón en la capa, violento y seco, detuvo su carrera. Cayó sentado, pensando que había hecho algo mal.
-¡¿Estás loco Adán?! – Gritó una voz femenina detrás de él. Adán no tuvo que girar la cabeza en dirección al sonido, sabía que Geraldine era la artífice de la interrupción. Cual niño con acceso de culpa posó la mirada en sus pies y ahogó una respuesta que le hubiera ocasionado muchos más problemas. Pero sabía que ella no se iba a detener ante el silencio.
-¿Cuánto gastaste en este avatar? ¿Dos o tres millones? – Adán levantó ocho dedos, mientras hundía aún más su cabeza en el pecho. -¡¿Ocho?! Te gastaste ocho millones en este cuerpo para tirarte de una montaña, ¿con una ridícula capa?… No lo entiendo.
-Jonás me dijo que el motor de vuelo funciona a la perfección, que va a revolucionar la Red. – Respondió en tono tan bajo que apenas se escuchaba a sí mismo.
-Claro, y Jonás seguramente te “permitió” probarlo gratis, ¿no? – Asintió con la cabeza – Y vos le creíste, poniendo en riesgo tu cuerpo, sin pensar en las consecuencias… si esta cosa ridícula, este traje, programa o lo que sea llega a fallar, ¿tenes dinero para volver a registrarte?
El hombre se puso de pie, y encaró a Geraldine, pese al esfuerzo sobrehumano que le reportaba sostener aquella mirada cargada de furia y razón. Porque, ante todo, ella no exponía argumentos endebles. Si el programa de vuelo fallaba y terminaba impactando en el suelo, no sólo perdería su avatar sino que sería incapaz de pagar la reincripción a “Mondyalvityel.vr”, era más que probable que en los próximos meses tuviera que tomar turnos extra en la empresa para cubrir los gastos de su vida virtual. Probar un simulador de vuelo era insensato, era osado y egoísta para con Geraldine. Adán sabía que la única forma de estar juntos era esa, y ambos habían gastado una fortuna en los cuerpos para ser perfectos a ojos del otro.
-No, mi vida, tenes razón. No podría pagar la falta y es probable que durante un año o dos me sería imposible verte… y créeme, no quiero perderte.
Geraldine, en un rapto de piedad ante los ojos cristalizados de su amado, lo envolvió en un abrazo pleno de amor. Adán se lo devolvió, y el viento hizo que la enorme capa cubriera a la pareja, aislándolos durante unos segundos. Ella susurró un “te amo”, y esperó los cinco segundos que se tomaba siempre su novio para responder.
-Yo también te amo Geraldine – la separó apenas de su pecho y la miró a los ojos, ya ajenos a las llamas de la furia. Ambos sonrieron en canon. – Te amo tanto que no sé como pedirte perdón.
-Tonto, no me tenes que pedir perdón de… - Adán  interrumpió la frase de su novia con un veloz movimiento, arrojándola al vacío. El grito de terror desgarrador comenzó a descender con una rapidez asombrosa, cuesta abajo, gracias al simulador de gravedad que emulaba a la perfección la del mundo analógico.
Sin pensarlo dos veces, Adán saltó estilo clavado al vacío, y vio a su novia en caída libre, aullando palabras ininteligibles. Era el momento de la verdad. Si todo funciona bien iba a ser capaz de rescatar a su novia pese a que después tendría que escuchar la catarata de agravios. Si todo funcionaba mal, al menos los dos desconocían sus verdaderas identidades, y se terminaría con el impacto final.
Jonás le había explicado que la interfaz era sencilla, con sólo pensar en volar eras capaz de hacerlo. La enorme cantidad de bytes empleados se canalizaban en miles de servidores ubicados en varios países, de forma pirata. No era algo legal, pero aseguraba la estabilidad de los procesos requeridos para la simulación de vuelo.
Adán estiró los brazos y apretó los puños. Notó que la velocidad de su caída iba en aumento, desafiando las leyes de la física. Eso significaba que estaba controlando su caída.
Estaba volando.
Incrementó aún más la velocidad y en menos de cuatro segundos ya había tomado a su novia de las manos. La abrazó por la cintura y cambió la trayectoria con un suave movimiento de cadera. Pocos metros antes de impactar contra el pedregoso terreno, Adán volaba sobre el perímetro, como un ave majestuosa. Ella se aferró a él, incapaz de insultarlo o decirle nada. La adrenalina de la caída se fue reemplazando poco a poco por la maravillosa sensación del vuelo. Ambos se elevaron en dirección a las nubes, a velocidad constante, con movimientos gráciles.
La capa, en efecto, le otorgó ese vestigio épico, heroico, con el ondulante movimiento, coronando su recorrida por el suelo.
II
 Arévalo despertó amalgamado a las sábanas, con su traje de neopreno neuro-electrónico empapado de traspiración. Se sintió renovado por el sueño reparador dentro de “Mondyalvityel”, cuyo primer slogan publicitario fue: “Aproveche las horas de sueño para vivir la vida que siempre soñó”. Una de las pocas publicidades que contaban la verdad al cliente… si tenías los millones necesarios para afrontar la simulación hiperrealista y utópica que el sitio ofrecía.
El café con tostadas lo estaba esperando en la cocina, sus aromas habían activado los sensores del traje, estos iniciaron el conteo de desconexión para el sitio web. El proceso llevaba diez minutos exactos, tiempo suficiente para despedirse de Gerladine. Con cada dosis de cafeína, Adán moría y Arévalo nacía, a la par de un pensamiento que estaba tomando la costumbre de ser recurrente.
“No quiero volver al mundo”.
El shock del brebaje caliente, como cada mañana, despejó los nubarrones melancólicos. Cada vez costaba un poco más, y Arévalo lo notaba, mientras s mente reconstruía a Geraldine en todo su esplendor, amándolo como se debe amar, con pasión y sinceridad. Todos sentimientos víctimas de la ironía que configuró el mundo hiper-conectado. “Los verdaderos sentimientos sólo pueden estar alojados en un servidor perdido en vaya a saber uno que país tercermundista”, le dijo a Jonás alguna vez.
Y Jonás festejó la ocurrencia, pero no la refutó, pues no había argumentos con el poder suficiente para contrarrestar semejante afirmación.  
III
Mediodía, ceremonia religiosa de almuerzo en la empresa. Los compañeros de Arévalo aprovechaban esos sesenta minutos para intercambiar anécdotas, reflexiones, recomendaciones de películas y bandas musicales. La concentración intensa que requerían las labores impedían las relaciones humanas, y pese a los suplementos vitamínicos que estimulaban la proliferación de endorfinas, aquel descanso era un paraíso. Arévalo supo disfrutar de esto antes de Geraldine y su diáfana aparición en el otro universo. Desde entonces se dedicó a revivir en los almuerzos cada encuentro surrealista, con la meticulosidad de un obseso y el anhelo de un infante que extraña a su madre.
Sus compañeros intentaron arengarlo, se esforzaron por mantenerlo con ellos. Por su estatus económico, ninguno sospechó que entre ellos había un “virtuadicto”, pues ese era un mal de las clases más altas que las altas. Era el lujo supremo. Adujeron problemas personales que no quería compartir, y con el correr de los días fueron abandonando los intentos de sociabilizar. Las estructuras grupales permitían la presencia de estos cabos sueltos. En cuestión de un mes y medio, Arévalo había pasado de miembro activo a parte orgánica del paisaje.
IV
“Aunque tuvieras la capacidad económica de eternizarte dentro de tu avatar, y sabes tan bien como yo que todo depende de la longevidad que te ha tocado en gracia, nada te garantiza que Geraldine te acompañará en tu aventura. Hay múltiples contingencias, probabilidades que garantizan el fracaso de tu emprendimiento. Si ella mañana deja de pagar su membrecía, o fallece en un accidente vial, o simplemente se aburre, no vas a poder regresar. Las drogas para entrar en el sueño surten efecto hasta que tu corazón deja de latir, es como esas linternas a dínamo… lo que te quiero decir es que estás optando por la forma más absurda de suicidarte eventualmente.”
Jonás había sido claro, y varias veces intentó volver a estos argumentos. Nade conocía mejor ese mundo que su programador, y Jonás era el mejor en eso.
Pero Arévalo sabía que Jonás no conocía a Geraldine, no podía entender sus motivos.
V
Durante un año y medio planificó su “escape”, una intrincada sucesión de eventos coreografiados con la meticulosidad de un relojero experto. Ahorró una fortuna con movimientos bursátiles fraudulentos pero imposibles de rastrear. Consiguió el equipamiento que lo mantendría vivo hasta que su cuerpo pusiera el punto final. Configuró su cuenta bancaría para que efectuara los pagos correspondientes a los impuestos inmobiliarios y a la membresía Premium de “Mondyalvityel”. Sólo quedaba el paso fundamental, y tenía nombre propio, ojos marrones, metro sesenta y dos de altura y pelo lacio.
VI
Eligió el lugar del primer encuentro para revelar su plan a Geraldine. Era un claro con una cascada en el medio de un bosque lleno de árboles que florecían los trescientos sesenta y cinco días del año (medición absurda, ya que el concepto de tiempo era maleable en ese mundo) con pétalos de todos los colores existentes. Jonás le había contado que era obra de un programador joven llamado Boris, quien se había cansado de los sitios hiperrealistas para los encuentros de pareja, y se despachó con el claro, una singularidad informática que permitía a los usuarios disfrutar de las instalaciones sin tener que compartir el espacio con otros. Boris llamó a esto “simultaneidad invisible”, y fue un éxito.
Adán descendió volando entre las frondosas copas-arcoíris, y aterrizó cual pluma a orillas del cristalino estanque. Buscó a Geraldine, con quien había quedado la noche previa, pero no estaba. Le resultó raro, ella era un ejemplo en las artes de la puntualidad.
Aún más raro era que podía oler su perfume vainilla/menta, como si ella estuviese a dos centímetros de su rostro. Tal vez estaba jugando a las escondidas, pensó, y gritó su nombre impulsado por el instinto, al igual que las ballenas se llaman a lo largo y ancho del océano. No esperaba recibir una respuesta inmediata, pero la obtuvo… solo que no fue la adecuada.
-Este es mi último intento para convencerte, Adán. Por el cariño y la amistad que nos une. – Habló Jonás, escondido entre las sombras. Adán no pudo menos que reaccionar con violencia.
-¡No tenes derecho a meterte en el claro! Pago mi membresía como todos, tengo derechos de usuario. – Aguzó la vista, más no pudo encontrar a su amigo. – Y si estas bloqueando a Geraldine, juro que te denuncio por invasión a la privacidad.
-No estoy bloqueando a nadie, estoy intentando persuadirte para que abandones tus ideas de vivir acá… lo hago por vos.
-¿Y qué tu empresa pierda una fortuna? No entiendo nada, así que mejor explícame, y rápido, qué está pasando antes que llegue Geraldine. ¡Y que no me entere que hiciste algo con ella y su avatar!
Un ligero apretón en el hombro, suave y cariñoso, sorprendió a Adán. El perfume se intensificó, y preponderó la fragancia fresca de menta. El hombre volteó, pero no había nadie allí.
-“Mondyalvityel” es una experiencia diseñada para satisfacer la totalidad de las necesidades de sus usuarios. Otorga la noción de compañía, de camaradería, de amistad y de amor… pero nadie interactúa con nadie, porque la razón primigenia que los compele a pagar tanto dinero por una simulación de vida social es la inconformidad con la vida social real. Geraldine existe porque un algoritmo calculó las características que te harían más feliz durante un tiempo prolongado, garantizando tu estadía en el sitio… garantizando tus pagos regulares. Sé que suena sádico, pero esto no es más que un videojuego complejo e inaccesible para el 90% de la humanidad. La perfección de la simulación convierte a Geraldine en parte de la realidad, o parte de la ilusión, depende como lo mires. ¿Ahora entendes por qué quiero que abandones la idea de vivir acá?
Adán, en efecto, entendió cada palabra, cada concepto, y saltó la etapa de negación para pasar directo a la resignación y consiguiente tristeza. Su cuerpo virtual, valuado en poco más de ocho millones, se desvaneció sin contestarle a su amigo, sin hacer un solo sonido.
VII
Con extraña calma – muy parecida a un shock emocional – Adán se quitó el traje de neopreno. Apagó todo aparato electrónico de su casa, y preparó un café a mano, como se hacía antaño. El gusto era muchísimo más fuerte que el balanceado sabor de la cafetera automática, pero cumplió su función. Las pastillas bajaron por su garganta sin problema.
Ató una sábana a su cuello, cual capa, y sin debatirse dos veces con la idea, corrió hacia la ventana cerrada de su departamento, la que daba a la calle, y la atravesó. Los cristales tajearon gran parte de su rostro, pero el dolor no se hizo presente en su último vuelo.
Poco le importó - mientras el viento despeinaba su cabello… viento real, no una simulación – saber que nadie lo recordaría en unos meses.
“Los programas de computadora no tienen la capacidad de extrañar a nadie.” Pensó Adán, mientras el asfalto se acercaba a él a una velocidad increíble. 
VIII
-Te dije que no iba a resistir el cuento, las posibilidades de suicidio por emoción violenta eran del 97,5%.
-¿Y el otro 2,5%?
-La otra variable comprendía la denuncia, la exposición pública y millones en gastos legales y publicidad para reconstruir la imagen pública de la empresa.
-¿Y el depósito de dinero se hizo efectivo?
-Si, Adán estaba tan trastornado que olvidó desactivar las transferencias automáticas, y la cuenta bancaria se congelará recién mañana, cuando los bancos inicien su actividad… todo salió perfecto.
Jonás abrazó a Geraldine y la besó en la frente. Ella le acomodó el nudo de la corbata y le alisó las solapas del saco azul oscuro.
-Después del funeral vamos a “Mondyalvityel”, ¿no?
-Ya preparé compartimientos contiguos en mi departamento para la ocasión, y Boris nos diseñó un sitio exclusivo, dice que es mi regalo de retiro.
-Una vida plena sin ningún tipo de ataduras físicas o económicas… el paraíso.
-Hasta que nuestros cuerpos digan basta.
Geraldine le devolvió el abrazo, y después se colocó su abrigo. Tomados de la mano, emprendieron el camino hacia la casa de sepelios.


FIN


Consigna: Escribir un relato ―género y tiempo verbal a elección― donde cuentes una historia que creas que va a ganar, inédita, escrita especialmente para el torneo.

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