lunes, 8 de octubre de 2018

El secreto del viejo olmo

Por Robe Ferrer.

El pistolero se sentó a la sombra de un viejo olmo a descansar. Su caballo había caído muerto de cansancio hacía ya varias millas y él había tenido que cargar por la silla y el winchester 73 que había cogido de su oficina. El calor del sol, tras haber comido un trozo de cecina y otro de pan duro, hizo que cayera en un sopor que muy pronto derivó en sueño.
Se despertó sobresaltado cuando notó que alguien tocaba la funda de su revólver. Miró hacia la derecha pero no había nadie. Seguramente hubiera estado soñando. No recordó dónde estaba ni qué había sucedido hasta pasados unos instantes. Entonces notó que tocaban la funda del cuchillo y giró la cabeza hacia el lado izquierdo. Por el rabillo del ojo vio un rápido movimiento, pero no consiguió distinguir de qué se trataba. Se puso en pie y echó mano del cuchillo con cachas de madera. Se separó silenciosamente del grueso tronco del árbol y fue girando a su alrededor para descubrir quién era el que había tocado sus fundas en dos ocasiones.
Se consideraba un tipo rápido y sigiloso, pero al parecer su rival lo era más aún. Su desplazamiento era como el de un felino, ágil y silencioso. Segundos después descubrió al atacante. Se trataba de un niño que no llegaría a la decena de veranos, de tez olivácea y vestido con ropas de granjero.
—Nunca te acerques por detrás a un hombre armado; salvo que quieras que te mate. O matarle —le dijo al muchacho.
—No quería matarle, señor. Aunque debería, pues ha entrado usted en nuestras tierras sin nuestro permiso, y se ha dormido sobre el árbol bajo el cual descansa mi padre.
—Lo lamento. No era esa mi intención. Mi caballo ha muerto y yo estaba agotado de cargar por la silla. ¿Por qué tu papá está enterrado bajo el árbol y no hay ninguna cruz que lo indique?
—Porque mamá no quiere que nadie sepa que está ahí —respondió el niño. Se había puesto en pie y miraba con recelo al intruso.
A la espalda del pistolero sonó el ruido de un rifle preparándose para ser disparado.
—Suelte el cuchillo, deje caer su revólver, levante las manos y dese la vuelta muy despacio —ordenó con autoridad una voz femenina. El pistolero enseguida dedujo que se trataba de la madre del chico, y obedeció.
—No llevo revólver, señora, como bien podrá observar.
—¿Qué hace en mis tierras?
—Persigo a una peligrosa fugitiva. Mi caballo ha muerto debido al cansancio y me paré a reposar. —El pistolero se llevó la mano al pecho y el rifle se tensó aún más sobre el hombro de la mujer—. Solo quiero mostrarle esto, no se preocupe. —El hombre descubrió una brillante estrella de marshal que llevaba prendida del pecho.
—Veo que es un usted un agente de la ley, pero en mis tierras la única ley es la mía. Además, no es el sheriff de mi condado.
—En efecto, no lo soy. Vengo de más allá del río. Como ya le he dicho, llevo años persiguiendo a una mujer que robó unos bonos del estado por valor de medio millón de dólares. Si baja el arma, le contaré toda la historia. ¿No tendrá algo para comer y un poco de agua?
—No —respondió con brusquedad la mujer—. Date por contento si acaba su historia sin un agujero en el pecho.
Entonces el pistolero, lentamente, bajó ambas manos, se agachó para recoger el cuchillo y, tras guardarlo en la funda, se sentó de nuevo.
—Vengo de un pueblo llamado Riverside y no sé bien a dónde me dirijo. Solo sé que el último lugar donde han visto a la mujer es "donde habita el olvido" según me dijo un buhonero meses atrás.
»En Fort Stockton iban a recibir un cargamento de oro muy importante, y la banda de Randy Seisdedos estaba dispuesta a hacerse con él. Lo que no sabían era que todo era una estratagema del fiscal de la ciudad para detenerlos. Cuando asaltaran el tren, en lugar de oro, se iban a encontrar con el ejército, que les iban a poner varios años a la sombra.
»El auténtico tesoro era una cartera con bonos del estado que iban a quedar en custodia en la caja fuerte de mi oficina. El transportista viajaba de incógnito haciéndose pasar por un comerciante de perfumes. Nadie estaba al tanto de ello, excepto los sheriffs de las ciudades donde iba a pernoctar y se les notificaba el día anterior, mediante un jinete, que llegaba al anochecer y se iba del pueblo antes del alba.
»Aunque el pueblo era pequeño, mucha gente pasaba por allí de camino a Fort Stockton. Hombres y mujeres que iban y venían. Entre ellos conocí a una hermosa mujer; la más hermosa del mundo.
»Yo estaba en el bar del hotel después de guardar los bonos en la caja de mi oficina. Siempre acudía allí al acabar la jornada a tomar una cerveza antes de ir a casa. Aunque aquella noche tenía intención de dormir en la oficina para custodiar la cartera; sin embargo, cuando ella se sentó a mi lado y comenzamos a charlar, todas mis preocupaciones desaparecieron y mi mente se centró en ella.
»Ella pidió una cerveza, y yo otra. Después de esas dos cervezas bebimos otras dos y luego dos más y así hasta que perdí la cuenta. Lo poco recuerdo es que en lugar de en la oficina, acabé pasando la noche con aquella mujer en la habitación que había en el piso de arriba.
»Cuando se despertó, no recordaba nada de la noche anterior.
»—Demasiadas cervezas —dijo al ver mi cabeza al lado de la suya en la almohada.
»Y la besé otra vez, pero ya no era ayer, sino mañana, y un insolente sol, como un ladrón, entró por la ventana.
»—¡Demonios, se me ha hecho tarde!. La diligencia estará a punto de salir.
»—Espera —le pedí, pero, lejos de hacerme caso, cogió sus ropas y el bolso de mano y salió corriendo. Yo aún me quedé un rato más en la cama. Entendía que tuviera prisa, pero no entendía que se arrepintiera de aquella manera de lo sucedido la noche anterior.
»Cuando por fin me puse en pie y recogí mi ropa, me di cuenta de que me faltaba las llaves de la oficina y mi revólver. Corrí hacia mi lugar de trabajo, pero ya era tarde. Ella se había ido.
El pistolero miró a los ojos al chico y luego a los de la mujer.
—Lo malo no es que huyera con la cartera y con mi colt, lo peor es que se fuera, robándome además el corazón.
Al oír la historia la mujer bajó el rifle ligeramente; pero no dejó de apuntarlo hacia el forastero.
—Imagino que tendrá prisa por continuar su camino. Le prestaré un caballo y le daré algo de comida. Es lo menos que puedo hacer por usted.
—Pero madre… —comenzó a protestar el muchacho.
—No discutas mis decisiones y tráele algo de comida al sheriff; y prepara a Cherry Pie para que la ensille.
—¡Cherry Pie es la mejor yegua que tenemos!
—Olvido, haz lo que te mando.
En aquel momento, el pistolero se dio cuenta de que lo que él había tomado por un muchacho, realmente era una niña con el pelo muy corto. La muchacha emprendió una carrera en dirección a la casa que se veía a lo lejos.
—Póngase en pie y coja la silla —dijo la mujer sin dejar de apuntar—. El resto de cosas déjelas ahí y podrá recogerlas cuando se marche.
—Gracias.
Algunos minutos después llegaron al establo, donde Olvido esperaba con la yegua para el sheriff y algo de comida. La ensilló y montó en ella tras recoger la bolsa con las provisiones. La mujer no dejó de apuntarle en ningún momento.
—Ahora márchese. Que tenga suerte en su búsqueda, pero no olvide que si vuelvo a verle por aquí no dudaré ni un segundo en agrandarle el ombligo de un disparo.
Sin decir más, el pistolero arreó el caballo en dirección hacia el viejo olmo para recoger sus cosas y continuar su camino.
Cuando la nube de polvo levantada por la yegua se hubo posado de nuevo, la mujer bajó el rifle y relajó el semblante. Su hija la miró a los ojos.
—Madre, ¿usted cree que encontrará a esa mujer?
—Ya lo ha hecho. Yo robé esa cartera hace unos años.
—¿Y por qué no la ha detenido? ¿Acaso no la reconoció?
—Sí que lo hizo, pero ha decidido que su hija no puede quedarse sin madre.
—Entonces… Bajo el olmo…
—Allí no hay nada, salvo un viejo recuerdo del sheriff de un pueblo al que le robé el corazón y él me regaló una hija.

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