lunes, 8 de octubre de 2018

Un vaso de whisky

Por Ana C. Guerra.

Un vaso de whisky, un hotel diferente. Es más que suficiente para pensar en ti. Una noche de mayo, con el mar a mi lado. Es ya tarde y tus ojos siguen allí. Y es que son ideales para perderse en ellos. Y es que uno no aprende ni vivo ni muerto. Son las seis de la tarde, toco enfrente del puerto y no consigo sacarte de mí ni olvidarme de ti.

La canción se repite en mi cabeza, un malestar estomacal que ha tomado residencia permanente en mi cerebro y vomita todo el día y toda la noche. No vomita comida, sino recuerdos. Pero el vómito es el vómito y puagh. Asco.

- No puedes llamar vomito al amor verdadero.
-Puedo llamarlo como se me da la gana!
-Love was the thing back then. Now it is so not in!

Las voces en tu cabeza pueden ser muchas cosas. Extraterrestres, contactando a tu planeta, o espíritus del más allá que se aburren del silencio de la tumba. Puede ser la voz de tu genio, alentándote a no rendirte, ya que estas cerca de celebrar esa inminente victoria por la que has luchado toda la vida. Puede ser la voz de tu madre, animándote, diciendo que lo lograras, la voz de tus imágenes perfectas, diciéndote que eres un perfecto mediocre y que todos los demás son mejores que tú. Mis voces no son nada tan interesante. Siempre está la voz de la grosera. Esa que dice mil groserías cuando se molesta, o cuando se quema el dedo. Esta la bilingüe, que dice todo en otro idioma y la romántica que se enamora de todo el mundo. Todas las personalidades del mundo y luego estoy yo. La personalidad con menos personalidad del mundo.

Mis otras personalidades me gritan todas a la vez cada vez que digo esto. Con tanto ruido en la cabeza... quien puede pensar en algo más que en quedarse calladita. En fin.

-Puros malditos cuentos. 

-You have to be kidding.

-A esta le falta es cariño.

Luego toca ver lo que hacer una voz insonorizada en la cabeza. - ¿Sera mucho pedir dos minutos de silencio?

-Se callan. Ustedes malditas se callan y nos dejan a las dos. Yo a esta la arreglo de dos patadas.

Yo mejor sigo a lo mío. Esta loca es capaz de molerme a palos. Le tiene cero consideraciones al hecho de que somos una sola persona.

Tanto escuchas todas mis voces me tiene harta. Yo me largo. 

Me voy a beber y a ustedes que el whiskey las entretenga.

Creo que sería más fácil caer en el cráter de un volcán que siempre estar cayendo en el recuerdo de tus ojos. Igual quema. Pero, en fin, vamos que pasa con un vaso de whiskey. O dos.

Con mi nueva botella de alcohol barato me siento en el puerto, a acariciar mi guitarra y a pensar en ti. Van pasando los usuales y algunos turistas, que me miran y algunos otros que pretenden no ver.

Mi guitarra me arrastra y mi voz la acompaña. Es mi otra personalidad. La que se quedó por allá donde la dejaste amarrada.

En fin. Una moneda cae en mi vaso y mi marinera interior maldice en varios idiomas. 
-¡Que no estoy pidiendo dinero!

Miro mi trago y no puedo hacerme botarlo. Es que es Whiskey. Ahora mismo sabe a capitalismo, pero bueno, peores cosas he tomado.

-Salud!
- Esta loca nos va a matar a todas. ¡Tan joven y sin haber amado!
-Una infección señorita idiota. ¿Una infección y a donde vamos a parar todas?
- Gross!

Mientras la canción continua y la marinera arde en silencio, la romántica lamenta los amores que nos habrán faltado por conocer y la bilingüe murmura sobre los peligros de la vida, los turistas se pierden en el puerto, seguidos alegremente por unos cuantos carteristas y embaucadores, vendedores y masajistas autodidactas. Los barcos van y vienen y mis pensamientos también. 

Pienso en volverme al hotel, otro cuarto de hotel en otro puerto de otro lugar en el que escapar.
 - Pero el maldito vive acá dentro, so boba, ¿cómo vamos a escapar?

-Buen punto.

Así que solo me quedo un poco más. Acariciando mi guitarra, cantando la persistente canción que no deja la cabeza. Más irritantes cosas habitan en ella y creo que ya me estoy acostumbrando.

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